El estudio de
las relaciones de poder es para Michael Foucault un aparato de análisis del
proceso por el cual el ser humano deviene en sujeto en la cultura occidental.
En el transcurso de su estudio llega a la conclusión de que el sujeto se
encuentra emplazado en circuitos de relaciones de producción y de significación
del complejo entramado en el que se ordenan las relaciones de poder. Esta es la
razón por la que el autor propone en la introducción a su artículo “The subject
and the power” utilizar las prácticas de resistencia con que el sujeto enfrenta
a los diferentes modos de poder como catalizadores que funcionen de evidencia de
estas relaciones y así poder establecer su posición, encontrar su punto de aplicación
y los métodos utilizados. Más que analizar el poder desde el punto de vista de
su lógica interna, propone el análisis de las relaciones de poder a través del estudio
del antagonismo que producen sus estrategias.[1]
Es decir que, en lugar de estudiar las prácticas de la mente sana o del
circuito donde rige la “norma,” propone analizar lo que acontece en un ámbito específico
y restringido a la locura y su espacio de circulación; el sistema hospitalario
y, especialmente, el psiquiátrico. El análisis de la locura y otras prácticas
entendidas como “anormales” y su lógica espacial, sería uno de los artificios
que nos ayudaría a develar el orden articulador de la sociedad moderna que
define lo “anormal,” a partir de una construcción cultural de división y fragmentación.
Su proyecto no es el estudio del poder en sí, sino el medio en virtud por el
cual aspira a “crear la historia de los diferentes modos en que el ser humano
se transforma en sujeto en nuestra cultura,”[2]
inscribiendo el cuerpo como un objeto de control y cohesión. Este orden
articulador del espacio en la sociedad moderna está conformado dentro de la
figura del estado-nación.
Como observa Homi
Bhabha en la introducción a Nation and
Narration, en el proceso de formación de la nación occidental, el concepto
de nación así como su discurso de formación es una idea abstracta, cuyos orígenes
es un mito y solo realizable en la mente humana.[3]
En ese sentido, la idea de nación moderna, sería un discurso romántico y
metafórico imposible, que en la realidad deviene en lo opuesto a las
aspiraciones de la idea de nación que se convierte en una idea histórica
poderosa en el Occidente a partir precisamente de la articulación entre
pensamiento político y literatura.[4]
Esta idea liminal de nación produce una brecha ambivalente y fantasmagórica
entre el discurso de nación y la realidad de los que la habitan. Para Bhabha
esta ambivalencia nace de una creciente conciencia, de que a pesar de la insistencia
de los historiadores que hablan de los “orígenes” de la nación como un símbolo
de la “modernidad,” la temporalidad cultural de la realidad se inscribe
socialmente más cerca de lo tradicional que de lo moderno.[5]
Es decir, que entre el proceso de modernización y la realidad de la gente se
produce una tensión que tiene que ver con la nación moderna como un “sistema de
significación cultural” que se impone por sobre la fuerza tradicional de
aquellos artefactos nacionales de conocimiento – tradición, pueblo, razón de
estado, cultura alta – cuyo valor pedagógico descansa, a menudo, en una
representación legitimada por conceptos hegemonizantes localizados dentro de
una narrativa evolutiva de continuidad histórica. Bhabha afirma que “estudiar
la nación por su tratamiento narrativo no es solo prestar atención a su
lenguaje y retórica; pretende también alterar el mismo artefacto conceptual.”[6]
Dentro de esta
articulación político-narrativa de la nación, el devenir del individuo en
sujeto no está solo delimitado por el tiempo, sino que además por un espacio
territorial, simbólico, social y cultural que tiene significación tanto a nivel
de la subjetividad como en sentido colectivo de identidad nacional que es
fundamental en el contexto de la formación del estado-nación. En este proceso
de formación, el territorio sufre la misma suerte que el cuerpo del sujeto, un
proceso de fragmentación y clasificación que corresponde, como bien afirma
Benedict Anderson en Imagined Comunities,
a la concepción moderna de nación, en la cual “la soberanía del estado es
total, rotunda y regularmente operativa en cada centímetro cuadrado del
territorio legalmente demarcado,”[7]
donde nada se escapa o queda fuera. La fragmentación del espacio es una
estrategia de territorialización congruente con este proceso de objetivación
del sujeto que Foucault entiende como un conjunto de “prácticas de división,”
que convierten al ser humano en un sujeto tanto dividido en sí mismo como
separado de los otros, que en la práctica, se expresa en las oposiciones
binarias clásicas entre el cuerdo y el loco, el enfermo y el sano, los
criminales y los “good boys.”[8]
Estás prácticas de división fragmentan al sujeto y lo instalan en un espacio
igualmente fragmentado; el cuerdo, el sano y los “niños buenos” habitarán los
diferentes espacios normativos donde circulan y se relacionan los “hombres de
bien,” mientras que a los otros, a los locos, a los enfermos y a los así
llamados criminales, se les asignarán ambiguos lugares de rehabilitación o de
castigo de exclusión temporal o permanente, con la intención de clausurar prácticas
que se desvían de la normativa. El psiquiátrico, el hospital y la cárcel
operaban/operan como espacios de rehabilitación y saneamiento, al mismo tiempo
que funcionaban/funcionan como aparatos de exclusión físico-simbólica tanto
espacial como social.
Quisiera plantear aquí la
articulación del discurso fundacional de la prisión moderna como un texto de
construcción de un espacio heterotópico constitutivo de la formación del
imaginario nacional, a partir de textos como las descripciones de la
Penitenciaría de Santiago de Chile, una obra anónima publicada por el periódico
liberal El Ferrocarril [9]
fundado en 1855 en Santiago, Visitas a la
penitenciaría (1877),[10]
el primer Anuario estadístico de la
República de Chile 1870-1871 y el primer Manual de antrometría criminal (1900).[11]
La literatura en general juega un papel importante a nivel narrativo en este
proceso de construcción y la posterior modernización de la nación. Los romances
nacionales y las novelas de formación operan como artefactos de formación y
representación del espacio público y privado de la incipiente nación, donde
hombres y mujeres “de bien” representarán los roles asignados a su clase y
género. Mientras que los espacios liminales de exclusión, como la prisión,
serán narrados desde el lugar efímero del periódico, el claustrofóbico lugar
del archivo y de las estadísticas, y los áridos textos científicos – como los
tres textos mencionados anteriormente. Estos textos articulan el discurso de
construcción, renovación y modernización del sistema penitenciario chileno, significativos
en el proceso de formación de la subjetividad colectiva y de modernización de
la nación del Chile del siglo IX. Ricardo Salvatore y Carlos Aguirre señalan en
The birth of prison in Latin America
que en su afán modernizador, los reformadores adoptaron la nueva ciencia
criminológica; establecieron y facilitaron la investigación antropométrica en
el sistema de cárceles; incrementaron el poder de los expertos y crearon las
estadísticas necesarias para analizar los problemas del crimen con el fin de
“incorporar las innovaciones europeas y norteamericanas más modernas a la ciencia
del castigo.”[12]
De acuerdo a estos autores,
habrían al menos tres miradas diferentes desde donde se podría narrar la
historia de la penitenciaría: como una serie de innovaciones institucionales y
colección de conocimiento (penología); como una genealogía de discursos y
prácticas sobre el crimen y los criminales que, junto con las tecnologías, engendra
ciertas formas de autoridad, identidad y racionalidad características de la
modernidad; o podría ser vista como el relato de las nuevas tecnologías de
disciplinamiento, sus promesas y fracasos y cómo son vividos por los
prisioneros mismos.[13]
Esta construcción narrativa de la penitenciaría desarticula el concepto de lo
“carcelario,” lo que para Foucault sería una proyección del ideal reformatorio,
en un sistema cuya función final era/es más bien la construcción de la idea de delincuencia
en el imaginario nacional. En definitiva, este discurso es un dispositivo que
facilita la aceptación de la existencia de una clase socialmente excluida, y la
legitimación de la intervención estatal creada con el objetivo de diferenciar
los elementos “peligrosos” dentro de la naciente clase obrera. Es decir, aislar
a aquellos que se oponían al nuevo sistema de producción capitalista que no
retribuía económicamente el valor agregado de su fuerza laboral. ”Desde este
punto de vista, la penitenciaría era un sistema productor de delincuencia al
mismo tiempo que trataba de reformar a los delincuentes.”[14]
La reforma del sistema
penitenciario es parte del proyecto de modernización de los estados nacionales
que aspiran a reciclar las nacientes republicas de carácter colonial en
naciones modernas europeizadas, incluyendo la renovación o creación de
instituciones o aparatos de estado que operaran como “tecnologías de poder y de
formación del sujeto.” Un proceso modernizador que para Habermas no es otra
cosa que la articulación de un conjunto de procesos acumulativos que se
refuerzan mutuamente: desde la formación del capital a la movilización de los
recursos; desde el desarrollo de las fuerzas de producción al incremento de la
producción del trabajo; desde el establecimiento de un poder político
centralizado a la formación de las identidades nacionales; de la proliferación
de los derechos políticos de participación, de las formas de vida urbana, y la
educación formal, a la secularización de los valores y normas.[15]
La modernización del sistema penitenciario operará entonces como un sistema de
diferenciación entre los elementos peligrosos (o no productivos) y una clase
obrera (productiva) apuntando, en
definitiva, a una intensificación del proceso de producción y de acumulación
del capital que requiere una masa subordinada a ese proceso.
Dentro de este proceso,
el objetivo fundamental de la reforma y construcción del sistema de prisión
era, de acuerdo a Salvatore y Aguirre, “erradicar las cárceles en ruinas,
insalubres, ineficientes e inhumanas” heredadas de la era colonial y
reemplazarlas con instituciones de rehabilitación modernas y científicas para
“la transformación del criminal en un sujeto obediente, respetuoso de la ley.[16]
La prisión moderna “personificaba todos los sueños y obsesiones de los
funcionarios del estado latinoamericano; las autoridades locales, científicos,
abogados y, por supuesto, las clases dominantes” con aspiraciones
civilizatorias. La solución a sus procuraciones por el crimen y el desconcierto
social era, al mismo tiempo, “el símbolo máximo de la modernidad y la
civilización”[17]
y una ruptura con la herencia colonial española. Francisco Ulloa inicia su
libro La Penitenciaría de Santiago (1879)
de la siguiente manera: “Su independencia de un poder extranjero i [sic] avasallador,
permitió a Chile, a la vez que alzar la humillada frente, entrar con paso firme
en la vía del progreso [y] no trepidó en organizar los poderes administrativo i
[sic] judicial.”[18]
A pesar que en la
América Latina del siglo IX había coincidencia en este proyecto de creación de
espacios llamados por sus precursores de rehabilitación social, existía una
gran diferencia entre los fundamentos filosóficos de los modelos carcelarios
entre, por ejemplo, Brasil y países como Argentina, Perú y Chile. Salvatore y
Aguirre sostienen que el modelo penitenciario brasileño, estaba fundado en el
racismo, en el castigo físico y en la creencia en la inherente criminalidad de
los prisioneros, incapaces de integrarse al proceso productivo, por
consecuencia la rehabilitación se presentaba como una imposibilidad. Por el
contrario, en Argentina el artificio de la rehabilitación de los sujetos
considerados criminales era posible, ya que debido a la filosofía optimista legitimadora
de su programa civilizatorio y de blanqueamiento pone más énfasis en la
inmigración europea, reduciendo y desplazando la presencia de la población
no-blanca del país, distribución étnica que se ve reflejada en las cárceles. En
todo caso, independientemente de los fundamentos filosóficos del proyecto
penitenciario moderno, este se entiende como parte de los esfuerzos
modernizadores de los proyectos nacionales de la mayoría de los países
latinoamericanos que durante el siglo diecinueve y principios del veinte se comprometen
en el proyecto de construcción de penitenciarías, reformatorios y reformas de
prisiones con la ayuda de métodos científicos, que buscan ofrecer “soluciones
civilizadas, científicas, y efectivas a la cuestión criminal.”[19]
Este lenguaje científico de la criminología ofrece la plataforma ideal para
renovar y reforzar la crítica y el rechazo a las prisiones coloniales
anteriores y acelerar el modelo de reforma penitenciaria moderna.
Dentro del proyecto de
modernidad de las naciones latinoamericanas de la época, la prisión es entonces
un espacio significativo de formación de identidad del sujeto colectivo, puesto
que parte central del proyecto de modernización opera, al mismo tiempo,
parafraseando a Foucault, como un espacio de disciplina y de control, donde se desplaza
el castigo desde el espacio público al privado, del cuerpo al alma. Foucault
nos dice en Discipline and Punish que
el cuerpo sirve como un instrumento o medio que “si se interviene para
aprisionarlo, o hacerlo funcionar, es en virtud de privar al individuo de una
libertad que es considerada tanto como un derecho y una propiedad […]. Entonces
“de ser un arte de sensaciones insoportables, el castigo se convierte en una
economía de suspensión de derechos.”[20]
Es decir que, al contrario de la Edad Media en Europa y la Colonia en nuestro
continente, donde reinaba una economía de la tortura y escarnio público que comprendía
un set de herramientas de tortura y un aparataje de eliminación por muerte, en
el sistema penitenciario moderno es la privación de la libertad el elemento de
castigo más importante.
Si el castigo deviene en una economía del derecho
suspendido, el espacio en que opera este castigo, será un espacio de
interrupción o encrucijada entre lo público y lo privado, un “entre-lugar”
donde se suspenderán los derechos ciudadanos, entre ellos el derecho a la
privacidad y la intimidad del individuo. Para Habermas (1974) la esfera pública es la
esfera de la interacción por excelencia, “un ámbito de nuestra vida social en
la cual algo como la opinión pública puede ser formada,” cuyo acceso es
garantizado a todos los ciudadanos y que se forma a partir de cada conversación
en una reunión de “individuos privados" que forma en esa instancia un
“cuerpo colectivo.”[21]
Aquí la esfera privada se presenta solo como el suplemento de lo público; el
espacio del hogar, donde los individuos se relacionan privadamente entre si como
individuos y familia. En ese sentido, la economía de la suspensión de derechos
despoja al criminal de la vida social y de su intimidad – por reclusión y
aislamiento – y lo desplaza a esta zona gris, a este lugar liminal que no
corresponde a ninguno de estos dos ámbitos. La prisión como el lugar donde
habita el no-derecho deviene entonces en lo que Foucault designa en oposición a
las utopías como heterotopías u “otros lugares.”
La diferencia entre las
utopías y las heterotopías, de acuerdo a Foucault, es que las primeras son
lugares carentes de espacio, estados que tienen una relación analógica directa
o indirecta con el espacio real de la sociedad y la representan en forma
perfecta o idealizada, aunque son fundamentalmente espacios irreales. Las
heterotopías, en cambio, son los “otros lugares,” los que Foucault describe
como “[l]ugares [que] están fuera de todo los espacios, aunque sea posible
indicar su posición en la realidad, puesto que estos lugares son absolutamente
diferentes de todos los sitios que reflejan y de los que hablan.”[22]
Estos lugares o instituciones interrumpen la aparente continuidad y normalidad
del espacio cotidiano, contrariamente a la utopía que se contrapone a la
sociedad existente, aunque no exista como tal. La heterotopía en definitiva
introduce un cierto elemento de alteridad a la mismidad del lugar común,
apuntando a un conjunto de inversiones reales. Las heterotopías en la concepción de Foucault, no son iguales ni
universales, aunque se articulan en torno a ciertos principios, como el
principio de crisis, de lugares privilegiados, sagrados o prohibidos reservados
a individuos que están relacionados con la sociedad y el ambiente humano en un
estado de crisis. En la modernidad, las heterotopías de crisis, sin embargo,
han sido desplazadas por las “heterotopías de desviación,” aquellas asignadas
al individuo cuya conducta se descamina de las normas culturalmente establecidas.[23]
Lo heterotópico tiene además una
función precisa y determinada dentro de la sociedad, aunque y de acuerdo a la
sincronía de la cultura, esta función pueda ser al mismo tiempo una u otra.
Una característica relevante en relación con el discurso y la práctica de
la prisión es que las heterotopías son capaces de la yuxtaposición de varios
lugares en un mismo espacio heterogéneo e ilusorio, varios lugares que son en
si mismos incompatibles,[24] y
presuponen un sistema de apertura y cierre que lo aíslan y lo hacen a la vez penetrable,
aunque nunca es accesible de forma libre como el espacio público, o la entrada
es obligatoria,[25]
como por ejemplo los guetos, el manicomio y la prisión. Este último lugar, por
ejemplo, es una institución donde la entrada y la salida están reguladas por
reglas rígidas, es definido por el autor de Visitas
a la Penitenciaría como “un lugar de expiación” y de castigo “sobre el cual
ha caído el tremendo poder de la justicia inexorable,” dónde existen tres puertas de barrotes de fierro que invitan al
interior, que evocan el lasciati ogni
speranza de Dante, donde “nunca se abre una puerta sin estar cerradas las
demás.”[26]
La prisión es un lugar
heterogéneo y ambivalente de inclusión/exclusión, de rehabilitación/estigma
social, que en ciertas situaciones, presenta una yuxtaposición de lugares
incompatibles como la opresión y la libertad: apareciendo contradictoriamente como
el símbolo del castigo, de la libertad de pensamiento y creación intelectual.
Es el caso del historiador y periodista chileno Benjamín Vicuña Mackenna,[27]
quien fuera privado de libertad y recluido en la Penitenciaría en 1858 debido a
sus actividades políticas en La asamblea Constituyente, – y confinado,
curiosamente, al mismo calabozo que ocupara José Miguel Carrera a raíz de la
revolución de 1851[28]
– escribe en su diario: “al instante reconocí mi cuna revolucionaria, con esa
emoción mezclada de pena y de placer con que el estudiante vuelve a ver,
después de una larga vacación, las paredes del aula.” Luego en otro pasaje
observa, ilustrando el ambiente aparentemente productivo de la penitenciaría,
que “[e]n la presión también se canta y se trabaja,” para concluir que “[h]oy
encuentro que el calabozo me agrada en su soledad… que me hace sentirme libre
[sic], porque no son los fierros sino los hombres los que me encadenan.”[29]
En ambos casos, aunque se presente como un lugar de rehabilitación y de
libertad de pensamiento, la prisión es el espacio que intenta representar,
puesto que en la realidad no ofrece un espacio de libertad de pensamiento ni
servirá al propósito de rehabilitación para el que fue pensado como se
confirmará más tarde. Por otro lado y desde afuera, la cárcel es para el que no
la conoce, un tropo que apela a la curiosidad, pues representa lo desconocido y
lo prohibido, al que solo se tiene un acceso textual o simbólico, despertando una
fascinación morbosa de la que el editor de Visitas
a la Penitenciaría se cuelga para publicar su obra.
Los artículos que componen Visitas a la Penitenciaría publicados en el periódico surgen, aparentemente, de la casualidad y de la sensibilidad periodística que emana del humanismo modernizador del momento. El periodista “a la caza de noticias,” que ve a la Penitenciaría como algo insignificante y sin interés para el lector, descubre en la voz de un extranjero que “los establecimientos penales de Europa no aventajaban en mucho al de Santiago,”[30] lo despierta su afán periodístico y gracias a la ayuda de las autoridades de la Penitenciaría, logra una descripción etnográfica de los personajes célebres, de la costumbres de los presos, de las prácticas al interior del recinto, además, de datos biográficos de reclusos famosos a partir de una observación como el mismo autor denomina, in situ. Pero el interés no es la cárcel en sí misma, sino sus reclusos, pues para el autor, la historia de las prisiones está marcada por la historia de los individuos, son estos los que le otorgan el carácter a los lugares; “por eso la de la Bastilla es solemne e interesante, la de Vincennes, lúgubre i melancólica, i [sic] así como los individuos presentan originalidades interesantes que los caracterizan, así todas las presiones del mundo tienen celebridades que las recuerdan.”[31]
Los artículos que componen Visitas a la Penitenciaría publicados en el periódico surgen, aparentemente, de la casualidad y de la sensibilidad periodística que emana del humanismo modernizador del momento. El periodista “a la caza de noticias,” que ve a la Penitenciaría como algo insignificante y sin interés para el lector, descubre en la voz de un extranjero que “los establecimientos penales de Europa no aventajaban en mucho al de Santiago,”[30] lo despierta su afán periodístico y gracias a la ayuda de las autoridades de la Penitenciaría, logra una descripción etnográfica de los personajes célebres, de la costumbres de los presos, de las prácticas al interior del recinto, además, de datos biográficos de reclusos famosos a partir de una observación como el mismo autor denomina, in situ. Pero el interés no es la cárcel en sí misma, sino sus reclusos, pues para el autor, la historia de las prisiones está marcada por la historia de los individuos, son estos los que le otorgan el carácter a los lugares; “por eso la de la Bastilla es solemne e interesante, la de Vincennes, lúgubre i melancólica, i [sic] así como los individuos presentan originalidades interesantes que los caracterizan, así todas las presiones del mundo tienen celebridades que las recuerdan.”[31]
En el prólogo “Al
lector,” confiesa que el motivo de la publicación de esta colección de
artículos se debe, por
una parte, al gran interés despertado por los lectores y, por otra, al
reconocimiento de lo efímero de los artículos “lanzados al viento de la
publicidad en hojas volantes de periódicos, [que] han vivido lo que viven
siempre las hojas: el espacio de una
mañana.”[32]
Adelantándose, quizás, a la crítica que ya habían sufrido los artículos
periodísticos, hace un contrapunto entre Visitas
a la Penitenciaría y Los Miserables (1862) de Victor Hugo considerado como el
“apoteosis de un presidiario” porque es un ser “arrastrado al abismo” por la
“fatalidad,” Comparando a los reclusos de la penitenciaría con los grandes
criminales inmortalizados por la literatura de autores como Chouriner, Cartouche y Rodin. El
autor idealiza al recluso de la penitenciaría, atribuyéndole los rasgos de
valor, de los “gladiadores romanos” con cualidades como la astucia, sinceridad
y audacia, que combaten de cuerpo a cuerpo. Todo esto con el fin de entretener
al lector y, al mismo tiempo, despertar emociones que lo ayuden a “conmover y
distraer el alma.” El autor afirma también que “el valor, la fidelidad, la
intrepidez, la desgracia siempre admiran aunque sea en los miserables,” y que las
historias de los bandidos chilenos es “una compañía gloriosa,” elevando la
calidad literaria de Visitas a la de
la literatura francesa realista pues sigue “las huellas trazadas por Hugo,
Dumas y Sué.”[33]
Esta inversión de categorías de criminal a héroe opera aquí en un doble
sentido, por un lado al elevar a los
reclusos a la categoría de la figura heroica invita al lector a identificarse
con los personajes y aceptarlos. Al mismo tiempo, transforma la penitenciaría
en un lugar otro, un lugar ideal dislocado anulando así su representatividad.
Tanto en el texto del editor de Visitas
como en el de Vicuña Mackenna, la penitenciaría deviene en un lugar dislocado
por el quiebre de la representación cotidiana introducido por un gesto textual
de alteridad, pues la penitenciaría no es ni el espacio de libertad ni de
heroicidad que estos autores románticos e idealistas le asignan.
La historia de la
Penitenciaría de Santiago es, entonces, la historia de sus habitantes, entre
ellos la de Falcato, el protagonista
principal de sus artículos.[34]
El prólogo dirigido al lector evocando las cárceles y reclusos famosos de las
obras de escritores como Hugo, Dumas y Sué, es un dispositivo de legitimación del
autor y de su narrativa, y al mismo tiempo, una estrategia para darse licencia
de hablar de un lugar y de sujetos periféricos a la realidad de los lectores y,
a la vez, instalar la figura de la prisión en el imaginario del lector. Para
escribir sobre la Penitenciaría, recurre a un anzuelo atrayente para el lector,
y este dispositivo son sus habitantes, los reclusos elevados al grado de
“gladiadores romanos,” héroes astutos y valientes, similares – y este es su
valor – a los criminales famosos inmortalizados en la literatura francesa. Al
heroizar a estos sujetos, legitima el lugar que los priva de sus derechos como ciudadanos.
Estos artículos se publican, a pesar de ser cuestionados por la opinión pública
conservadora que apelaba a la concepción paternalista de la ignorancia como un
artificio de protección y que veía en la lectura de temas como este una
invitación a seguir los pasos de sus personajes e “imitar las audacias” de
estos hombres.
Esta publicación es una
de las primeras en Chile sobre presos “comunes,” que intenta narrar su historia
a partir de una observación directa de los hechos, reproduciendo la entrevista
con el protagonista de este relato. Visitas
a la Penitenciaría será contestada por una publicación posterior sobre otro
“bandido”; El capitán de bandoleros, Juan
de Dios López (1903) de Modesto Segundo Pascual, quien caracteriza a su
personaje como un individuo originalmente similar a un “cachorro de malos
instintos.”[35]
Un texto que dialoga mejor con el Manual
de antrometría i general (1900) de Pedro Barros Ovalle en cuanto a su concepción
determinista y científico-evolutiva del mundo. Por el contrario, el espíritu
liberal humanista del editor de El
Ferrocarril responde al discurso del periódico que representa el rechazo
generalizado al régimen portaleano[36] anterior por su trato inhumano y arbitrario de los
prisioneros y que aboga por una humanización del sistema punitivo en
concordancia con el proyecto de cambio del sistema penitenciario. El periódico
representa el discurso de los liberales nacionales de la época (entre ellos
Vicuña Mackenna), que, como señalan Salvatore y Aguirre parafraseando a Eduardo
Cavieres,[37]
“pensaban en el régimen penitenciario, no como una institución moderna y
reglamentada para el control conductual, sino como un lugar de arrepentimiento
y conversión espiritual. Lo mismo que
Vicuña Mackenna que entendía que el sistema penitenciario debía enfatizar no
tanto el castigo sino la corrección, la “rehabilitación del alma” más bien que
el “suplicio del cuerpo.”[38]
De hecho, la
penitenciaría, que reemplaza los antiguos “carros” coloniales,[39]
es la versión moderna de la prisión como ese lugar ambivalente de
rehabilitación y reinserción social y, al mismo tiempo, de estigmatización y
negación del sujeto social. El prólogo del Manual
de antrometría criminal, es un ejemplo del espíritu científico y
determinista de la antrometría que operará como la marca indeleble que se
infringirá al sujeto criminalizado. Este Manual
responde a la creación de una ciencia criminológica, cuyo lenguaje renovará
la crítica al viejo sistema de prisiones y ayudará a acelerar la reforma
penitenciaria. “La Penitenciaria se convirtió en parte de un espectro amplio de
la disciplina y la intervención preventiva del estado contra los pobres, políticas
que eran apoyadas por las representaciones “científicas” de las “clases
criminales.”[40]
El Manual afirma que la vagancia amerita el castigo del estado ya que
es la fuente de todos los males. Se debe conducir a los vagos a la oficina
antropométrica “para dejar en ella una impresión imborrable de su personalidad,
con lo cual el individuo no podrá mezclarse en aventura alguna puesto que ya
puede ser reconocido en cualquier lugar i [sic] en cualquier época” (iv). La oficina antropométrica devendrá
en la antesala de la prisión, la primera estación por el túnel de la
estigmatización y desaparición del individuo como sujeto social. En este
momento, el cuerpo social deja de ser, según Salvatore y Aguirre, una “metáfora
jurídico-política” y deviene en una realidad biológica en el campo de la
intervención médica. Un cuerpo sujeto a la intervención, al control y a la
corrección. Este discurso y percepción médica impulsa y constituye una
reconstrucción general del crimen y el castigo determinado, en palabras de
Habermas, por una lógica del progreso científico-tecnológico. Foucault afirma
que el cambio discursivo-cognitivo que ocurre en la época entre estos dos
artefactos culturales refleja una redistribución de toda “la economía del
castigo” que pasa del espectáculo público al castigo carcelario sistemático,
utilizando mecanismos disciplinarios bajo una fachada científico-jurídica del
saber;[41]
en el caso de Chile se pasará del escarnio público de los “carros” coloniales a
la reclusión la penitenciaría moderna.
El otro elemento
articulador del discurso de la prisión es el primer documento estadístico de la
república, el Anuario Estadístico de la
República de Chile 1870-1871, resultado de esta “economía del castigo” que
ya estaba conformada, por la Penitenciaría de Santiago construida en 1847 y la
recopilación sistemática de datos de la Oficina Central de Estadísticas en
1850, con el objeto de proveer al gobierno de información cuantitativa en
varias materias sobre el progreso del país. El director de la institución y
encargado de la publicación del Anuario,
Santiago Lindsay, señala en el prólogo que los “hombres de Estado y de ciencia
hallarán en esta colección datos importantes que consultar y útiles
conocimientos que aplicar al estudio de la población, de la industria, de la
salubridad, de la instrucción, de la criminalidad y de otros ramos que
directamente influyen en la vida de la nación.” En este discurso de la
asignación y la resignificación del espacio nacional es tan importante la
modernización de las tecnologías de producción, de educación y de salud como
las de la “criminalidad.” Lo que vale la pena destacar de la cita es que se
establecen en el mismo orden de prioridades la producción, la educación, la
salud y la criminalidad, en lugar de, por ejemplo, el orden y la justicia o la
seguridad ciudadana, demostrando la importancia o el peligro que la
criminalidad representa para los grupos hegemónicos, que llevados por el miedo
a una creciente población urbana pobre, establece la vagancia como una
actividad criminal. La vagancia es percibida como una actividad de apropiación
de los espacios urbanos que la burguesía considera propios, consecuentemente su
criminalización legitima la expulsión de los vagos de sus espacios.
Eufemísticamente y a
pesar de que la penitenciaría es un lugar de reclusión de los excluidos de la
nación, es presentada como un lugar de ciertas características románticas. En
los artículos recopilados en Visitas,
se la describe primero como una gran mansión, un lugar moderno, “rodeado de
árboles estenso [sic], limpio,
lleno de jardines, ventilado, hijiénico [sic],
hermoso, soberbio, magnífico, [que] ni puede inspirar horror ni predisponer a
la melancolía.”[42]
De hecho, la Penitenciaría es un organismo panóptico, es decir, una
construcción en forma de un círculo con un patio en el centro que funciona como
el “cerebro” desde donde parten las galerías y en donde se ubican las celdas de
los prisioneros como “las arterias a las diversas partes del gran cuerpo.”[43]
La Penitenciaría es un panóptico en reversa, pues los reclusos son vigilados
desde cualquier punto del círculo en sus horas de esparcimiento o cuando están
trabajando en el jardín, el que cuenta con pocos árboles para facilitar la
vigilancia de los presos que trabajan allí. El panóptico imaginado por Bentham,
que consideraba una torre en el centro desde donde vigilar a los prisioneros,
aporta legitimidad al proyecto modernizador del sistema carcelario y la promesa
de vigilancia a bajo costo, cuyas celdas operarán, al mismo tiempo, como
“fabricación de virtudes,”[44]
puesto que se pensaba que el aislamiento producía remordimiento y este
combinado con el trabajo como hábito formador, llevaría a los reclusos a
regenerarse.[45]
Sin embargo, pese a lo idílico del lugar y la apariencia de los reclusos, el
autor de Visitas a la Penitenciaría
observa que “[l]os presos tampoco inspiran temor, puesto que el régimen sagaz
allí observado los hace inofensivos como borregos.”[46]
Impugnando, con esto, su propio discurso idealizador de la penitenciaria como
la mansión rodeada de jardines habitada por gladiadores romanos, produciendo
una yuxtaposición de lugares y subjetividades.
Al mismo tiempo que se
presenta como un lugar idealizado, se promete al lector – a modo de
tranquilizarlo – su propia seguridad al afirmar que existen medidas de
seguridad y conexión con el mundo exterior por medio de un telégrafo en la
entrada que comunica la penitenciaria con el cuartel de artillería cercano. Es
decir, se le afirma al lector que cualquier acto de subversión que ponga en
peligro su propia seguridad será repelido por la triangulación del sistema de
seguridad de la presión. Los importantes elementos de disciplinamiento como la
higiene, el orden y la organización son extraordinarios, continúa el autor, solo
comparable a los barcos comerciales de vapor ingleses y chilenos, contando, además,
con agua potable. Se produce un cambio importante desde un “carro” móvil a una
celda fija. Desde una mirada romántica, las condiciones descritas parecieran un
ambiente ideal de contemplación y, en contraste con la situación de los pobres,
pareciera ser que los reclusos viven en condiciones de mayor privilegio. Sin
embargo, a pesar de los privilegios y las ventajosas condiciones físicas, los
reclusos tienen “rostros patibularios, de mirada hosca, marcados cada uno con
un número rojo sobre el pecho como una marca de fuego en la conciencia.”[47]
Existe una tensión en esta narrativa que describe este lugar moderno, limpio y
cómodo de rehabilitación, con el semblante de sus habitantes, que en páginas
anteriores se presentan como “gladiadores romanos,” que luego describe como
inofensivos “borregos,” para terminar notificando sus “rostros patibularios,”
un rostro de enunciación de un pronto final y no de su salida o reinserción
social. Dos lugares yuxtapuestos; la mansión y el patíbulo. La realidad era que
desde 1814 – donde todavía estaban vigentes los códigos españoles – hasta
principios de siglo veinte existía una controversia en torno a la aplicación o
la abolición de la pena de los azotes. Los que abogaban por la pena
argumentaban que era el correctivo más eficaz y civilizado para reprimir la
criminalidad, mientras los que estaban en contra de la pena, la consideraban
infamante y un signo de incivilización – sobre todo por el carácter público que
tenía tal pena – ya que desde la abolición de la esclavitud, el hombre debía
ser tratado como tal y no como esclavo. La pena de los azotes fue revocada,
pero en función durante todo ese periodo de discusión y se aplicaba a delitos
como hurto y robo, pudiendo ser desde veinticinco hasta cien azotes por una
misma pena.[48]
Las penitenciarías,
prisiones y reformatorios son instituciones o lugares cruciales en la formación
del sujeto colectivo y de la nación moderna, que eran concebidos como lugares
de observación, clasificación y normalización no solo de los grupos considerados
criminales, sino que de los grupos subalternos en general. Salvatore y Aguilar
señalan que, mediado por el discurso de construcción social, muchos – la
opinión pública – entendían la reconstrucción de la criminalidad como una
liberación más que represión, los esfuerzos de la elite no eran resistidos,
mientras no agredieran las prácticas tradicionales.[49]
El aumento de la supuesta criminalidad era considerado un hecho “natural”
resultado de la modernización y el crecimiento demográfico, lo que explicaría el
desarrollo del sistema penitenciario como la creación de un lugar propio de
circulación de este nuevo grupo en surgimiento: El prólogo del Manual de Antropometría, asegura que
“[e]s un hecho natural i [sic] comprobado
que la criminalidad aumenta en nuestro país y agrega que lo natural está
relacionado con el incremento de la población de un país, y que “el número de
individuos que violan las leyes siga igual progresión, i comprobado, porque así
lo establece el incontestable argumento de la estadística.”
Foucault señala que las heterotopías tienen una función en relación al
espacio que resta, que se genera entre dos polos extremos y que “[s]u rol es
crear un espacio imaginario que exponga cada espacio real, todos los lugares
dentro de los cuales la vida humana es dividida, como aún más ilusorios.”[50]
La prisión moderna y la renovación del sistema penitenciario se constituyen en un
espacio heterotópico concebido como el lugar de una nueva clase social criminal
y subalterna que surge como producto de la modernidad, el crecimiento urbano de
la ciudad moderna y los nuevos modos de producción y circulación que carecían
de un lugar, un lugar periférico que no obstruyera el imaginario nacional ni destruyera
el paisaje de las elites amenazadas por esta nueva clase en expansión. Un
espacio de heterotópico, puesto que la Penitenciaría fue construida como una morada,
pero en realidad, terminó siendo un espacio de heterotopías yuxtapuestas y
contradictorias de castigo, de arrepentimiento y de conversión espiritual; del
remordimiento por aislamiento; de la observación, clasificación y normalización
del subalterno; de la exploración de procesos de contenido ideológico y
cultural.
En el discurso que se
articula este nuevo lugar prevalen las metáforas idealizadoras para designarlo,
sin embargo, en la práctica la Penitenciaría pronto se convierte en un recinto
de hacinamiento incapaz de cumplir su promesa. Ya en 1903 Álvaro Lamas, un
defensor público que se define a sí mismo como el “abogado de los delincuentes”
escribe Desde la Cárcel, donde
describe “cómo se desarrollan y castigan los actos del pueblo calificado de
culpable,” y afirma, a propósito del intento de suicidio de uno de sus
defendidos, que los calabozos de aislamiento y “[la] fama de la incomunicación
llega más allá de lo que se imaginan los jueces, correspondiendo
desgraciadamente a la verdad.”[51]
Luego agrega que “[e]n esos calabozos, que son criaderos de insectos por su
desaseo, no pueden resistir los hombres á [sic] los sufrimientos, siendo sabido
en la cárcel que al menos una de las víctimas sale mensualmente para el
manicomio.”[52]
En el proceso de formación del imaginario colectivo, la prisión y el
psiquiátrico operan dentro de la
narrativa nacional como heterotopías del residuo social que se desdoblan entre su función de morada de los
lugares del resto y el desperdicio y de la disciplina y el control, poniendo en
evidencia, a su vez, a la nación como un espacio de exclusión y fragmentación más
que de inclusión, aunque revestida de homogeneidad que es uno de los elementos
fundamentales del discurso de la modernidad.
Notas
[1] Michel Foucault, “The Subject and the Power,” Critical Inquiry 8.4
(1982): 777-95
[9] El Ferrocarril y El
Mercurio de Valparaíso, se constituyen en “embriones que anuncian el nuevo
tipo de prensa que se avecina.” Publicaciones que “se distinguen porque no
pertenecen a un grupo político, sino que a incipientes empresarios” y, porque
“comienzan a poner énfasis en los contenidos de carácter informativo, antes que
doctrinario.” E. Santa Cruz, Un análisis
histórico del periodismo chileno, Santiago, Nuestra América (1988): 29.
[10] El título completo del libro es: Visitas a la penitenciaría. Hechos
biográficos de Pancho Falcato, del bravo maloqueador Marcos Saldias i de muchos
otros presos célebres (1877).
[12] R. Salvatore y C. Aguirre, “Introduction.” The birth of the Penitentiary in Latin America. Salvatore,
Ricardo y Aguirre, Carlos (ed.), Austin, UTP (1996): ix. (Énfasis de los autores).
[14] ibid. 17
[15] R.
Buffington, “Introduction.” Reconstructing criminality in Latin America. C. Aguirre y R. Buffington
(ed.), Wilmington, Scholarly Resources Inc (2000): xiii.
[20] Michel Foucault
Discipline and
punish. The birth of the prison. New York, Vintage
Books, [1978] (1995):
11.
[21] Jürgen Habermas,
“The public sphere: An encyclopedia article (1964)”, New German Critique 1.3 (1974): 49-55.
[22] Michel Foucault,
“Of other spaces,” (1967). In The visual culture reader Ed. Nicholas Mirzoeff.
London; New York: Routledge (1998): 237-244 239
[26] En el habla popular existe un proverbio que dice que “la cárcel es como la
casa del jabonero; él que no cae resbala,” un dicho que ilustra la liminalidad
del lugar (Visitas 8).
[27] Benjamín Vicuña Mackenna, historiador, periodista y abogado representante de
los intelectuales de la elite latinoamericana, fue encarcelado por su
participación en la revolución de Pedro Urriola en contra del gobierno. Su
trabajo como historiador forma parte del discurso nacional que sirve de base al
modelo de construcción de la nación de la elite del país a la que se adherirían
la clase media y trabajadores.
[28] José Miguel Carrera (1785- 1821) general chileno considerado uno de
los líderes más importantes de la guerra de la independencia de Chile durante
el periodo de la Patria Vieja. En el periodo de la Reconquista continúa su
campaña desde el exilio, pero más tarde es traicionado y ejecutado en Mendoza
por las fuerzas militares que apoyaban al general argentino San Martín.
[29] E. Orrego Vicuña, Eugenio, Diarios de
Prisión: Iconografía de Vicuña Mackenna, Santiago, Universidad de Chile (1939):
182-3.
[32] Cursiva del autor.
[35] M. S. Pascual, El Capitán de bandoleros Juan de Dios López: relación completa de sus
hechos criminales i de su trájica muerte, Chillán, Impr. y Enc. de
la Librería Americana (1903): 8.
[37] Eduardo Cavieres, ”Aislar el cuerpo y
sanar el alma: el régimen penitenciario chileno 1843-1928,”
Ibero-Amerikanisches Archiv. Zeitschrift für Sozialwissenschaften und
Geschichte 21 (1995): 303-328.
[38] Benjamín Vicuña Mackenna, Memoria sobre
el sistema penitenciario en general y su mejor aplicación en Chile, op. cit.
15. En María Correa Gómez, Demandas Penitenciaria: Discusión y reforma de las
cárceles de mujeres en Chile (1930-1950), Historia 38,1 (2005): 9-30.
[39] Cárceles rodantes en forma de jaulas del periodo colonial, donde se
transportaban a los prisioneros a los lugares de trabajo forzado.
[41] Michel Foucault,
“The technologies of the self.” Ed. Luther H. Martin, Huck Gutman, Patrick
Hutton. Amherst: University Massachusetts Press (1988): 27-28
[44] Robin Evans, The fabrication
of virtue. English prison
architecture, 1750-1840, Cambridge, 1982.
[48] Ernesto Zamorano Réyes, La Pena de los Azotes. Memoria de prueba
para optar al grado de Licenciado en la facultad de Leyes y Ciencias Políticas
de la Universidad de Chile (1909).