John Maynard Keynes ✆ Pablo Garcia |
La
teoría económica keynesiana es dominante en la izquierda del movimiento
obrero. Keynes es el héroe económica de los que quieren cambiar el
mundo; para poner fin a la pobreza, la desigualdad y las continuas
pérdidas de ingresos y puestos de trabajo en las crisis recurrentes. Y sin
embargo, cualquiera que haya leído las notas de mi blog sabe
que el análisis económico
keynesiano es erróneo, empíricamente dudoso y sus
prescripciones políticas para corregir los errores del capitalismo han
demostrado ser un fracaso.
En
los EEUU, los grandes gurús de la oposición a las teorías neoliberales de la
escuela de economía de Chicago y a las políticas de los republicanos son
keynesianos Paul Krugman ,
Larry Summers y Joseph Stiglitz o,
ligeramente más radicales, Dean Baker o James Galbraith. En el Reino
Unido, los líderes de la izquierda del Partido Laborista en torno a Jeremy
Corbyn y John McDonnell, socialistas confesos, se inspiran en economistas
keynesianos como Martin Wolf, Ann Pettifor o Simon Wren Lewis para sus
propuestas políticas y análisis. Los invitan a sus consejos de asesores y
seminarios. En Europa, los Thomas Piketty mandan.
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Los
estudiantes graduados y profesores que participan en Rethinking Economics ,
un movimiento internacional para cambiar la enseñanza y las ideas económicas en
ruptura con la teoría neoclásica, son dirigidas por autores
keynesianos como James Kwak o post-keynesianos como Steve Keen, o Victoria
Chick o Frances Coppola. Kwak, por ejemplo, ha publicado un nuevo libro
titulado Economism, que sostiene que la línea de falla económica en el
capitalismo es el aumento de la desigualdad y que el fracaso de la economía
convencional consiste en no reconocerlo.
Una vez más la idea de que la desigualdad es el enemigo, no el capitalismo como tal, exuda de los keynesianos y post-keynesianos como Stiglitz, Kwak, Piketty o Stockhammer , y es dominante en los medios de comunicación y el movimiento obrero. Con ello no pretendo negar la horrible importancia del aumento de la desigualdad, sino demostrar que no se tiene en cuenta una visión marxista sobre este tema.
Una vez más la idea de que la desigualdad es el enemigo, no el capitalismo como tal, exuda de los keynesianos y post-keynesianos como Stiglitz, Kwak, Piketty o Stockhammer , y es dominante en los medios de comunicación y el movimiento obrero. Con ello no pretendo negar la horrible importancia del aumento de la desigualdad, sino demostrar que no se tiene en cuenta una visión marxista sobre este tema.
De
hecho, cuando los medios de comunicación quieren ser audaces y radicales, se
llenan de publicidad sobre los nuevos libros de autores keynesianos o
post-keynesianas, pero no de los marxistas. Por ejemplo, Ann Pettifor, de Prime Economics, ha escrito un nuevo
libro, The Production of Money, en el que nos dice que “el dinero no es más que una promesa de
pago” y que “creamos dinero todo el tiempo haciendo esas promesas” ,
el dinero es infinito y no limitado en su producción, por lo que la sociedad
puede imprimir tanto como quiera para invertir en sus opciones sociales sin
ningún tipo de consecuencias económicas perjudiciales. Y a través del
efecto multiplicador keynesiano, los ingresos y los puestos de trabajo pueden
crecer. Y “no importa donde el
gobierno invierta su dinero, si al hacerlo se crea empleo”. El único
problema es mantener el coste del dinero, las tasas de interés, tan bajas como
sea posible, para asegurar la expansión del dinero (¿o se trata de crédito?)
para impulsar la economía capitalista. Por lo tanto, no hay necesidad de
ningún cambio en el modo de producción con fines de lucro, simplemente basta con
controlar la máquina de dinero para asegurar un flujo infinito de dinero y todo
funcionará bien.
Irónicamente,
al mismo tiempo, el destacado poskeynesiano Steve Keen se prepara para
ofrecer un nuevo libro abogando
por el control de la deuda o del
crédito como forma de evitar las crisis. Haga su
elección: ¿más dinero-crédito o menos? De cualquier manera, los
keynesianos difunden una narrativa económica con un análisis que considera que
sólo el sector de las finanzas es la fuerza causal de los problemas del
capitalismo.
Entonces,
¿por qué siguen siendo dominantes las ideas keynesianas? Geoff Mann nos
proporciona una explicación atractiva. Mann es el director del Centro de
Economía Política Global en la Universidad Simon Fraser, de Canadá. En un
nuevo libro, titulado In the Long Run we are all
Dead, Mann reconoce que no es que la economía keynesiana se
considere correcta. Ha habido “poderosas
críticas desde la izquierda de la economía keynesiana de la que extraer
conclusiones; los ejemplos incluyen las obras de Paul Mattick, Geoff
Pilling y Michael Roberts (¡gracias! - MR)” (p218), pero las ideas
keynesianas son dominantes en el movimiento obrero y entre los que se oponen a
lo que Mann llama el 'capitalismo liberal' (lo que yo llamaría el capitalismo)
por razones políticas.
Keynes
reina porque ofrece una tercera vía entre la revolución socialista y la
barbarie, es decir, el fin de la civilización tal y como (en realidad la
burguesía como a la pertenecía Keynes) la conocemos. En los años 1920 y
1930, Keynes temió que el 'mundo civilizado' se enfrentase a la revolución
marxista o la dictadura fascista. Pero el socialismo como una alternativa
al capitalismo de la Gran Depresión, podría acabar con la 'civilización',
abriendo la puerta a la 'barbarie' - el final de un mundo mejor, el colapso de
la tecnología y el estado de derecho, más guerras, etc. Así que intentó ofrecer
la esperanza de que, a través de alguna modesta reforma del 'capitalismo
liberal', sería posible hacer que volviese a funcionar el capitalismo sin la
necesidad de una revolución socialista. No habría ninguna necesidad de ir
a donde los ángeles de la 'civilización' se negaban a ir. Esa fue la
narrativa keynesiana.
Este
llamamiento atrajo (y todavía atrae) a los líderes del movimiento sindical y a
los 'liberales' que desean cambios. La revolución es algo arriesgado y
puede arrastrarnos a todos al abismo. Mann: “La izquierda quiere democracia sin populismo, quiere políticas de
cambio sin los riesgos del cambio; quiere revolución sin revolucionarios”. (p21).
Este
miedo a la revolución, Mann reconoce, apareció por primera vez después de la
Revolución francesa. Ese gran experimento de democracia burguesa desembocó
en Robespierre y el terror; la democracia se convirtió en dictadura y
barbarie – ese es más o menos el mito burgués. La economía keynesiana
ofrecía una manera de salir de la depresión de 1930 o de la actual Larga Depresión
sin socialismo. Es la tercera vía entre el statu quo de los mercados
rapaces, la austeridad, la desigualdad, la pobreza y las crisis y la
alternativa de una revolución social que conlleve a Stalin, Mao, Castro, Pol
Pot y Kim Jong-un. Es una 'tercera vía' tan atractiva que Mann confiesa
que incluso le seduce como una alternativa al riesgo de que la revolución se
tuerza (ver el último capítulo, donde Marx es presentado como el Dr. Jekyll de
la Esperanza y Keynes como el Mr. Hyde del miedo).
Como
Mann escribe, Keynes creía que, si expertos civilizados (como él mismo)
abordaban los problemas a corto plazo de la crisis económica y las recesiones,
se podría evitar el desastre a largo plazo del colapso de la
civilización. La famosa cita que recoge el título del libro de Mann, 'a
largo plazo todos estaremos muertos', se refiere a la necesidad de actuar
frente a la Gran Depresión mediante la intervención del gobierno y no esperar a
que el mercado se auto-corrija con el tiempo, como pensaban los economistas y
políticos neoclásicos ( 'clásicos' según Keynes). Porque “ese largo plazo es una mala guía para los
temas de actualidad. A largo plazo todos estaremos muertos. Los
economistas se fijaron una tarea demasiado fácil, demasiado inútil, si en
épocas turbulentas sólo nos puede decir que cuando la tormenta haya pasado, el
océano volverá a estar como un plato” (Keynes). Es necesario actuar
sobre los problemas a corto plazo o se convertirán en un desastre a largo
plazo. Este es el significado adicional de la larga cita anterior: hay que
lidiar con la depresión y las crisis económicas ahora o la misma civilización
se verá amenazada por la revolución a largo plazo.
A
Keynes le gustaba considerar que el papel de los economistas era similar al de
los dentistas a la hora de resolver un problema técnico de
la economía como si se tratase de un dolor de muelas (“Si los economistas pudieran llegar a pensar que son personas humildes y
competentes como los dentistas, sería espléndido”). Y los keynesianos
modernos han comparado su tarea a la de los
fontaneros: reparar las fugas en la tubería de la acumulación y el
crecimiento. Pero el método real de la economía política no es el de un
fontanero o un dentista cuando soluciona problemas a corto plazo. Es el de
un científico social revolucionario (Marx), transformando a largo
plazo. Lo que el análisis marxista del modo de producción capitalista
revela es que no hay una 'tercera vía' como Keynes y sus seguidores
proponen. El capitalismo no puede ofrecer el fin de la desigualdad, la
pobreza, la guerra a cambio de un mundo de abundancia y bien común a nivel
mundial, y evitar así la catástrofe medio ambiental, a largo plazo.
Al
igual que todos los intelectuales burgueses, Keynes era un
idealista. Sabía que las ideas sólo se llevan a cabo si se ajustan a los
deseos de la élite gobernante. Como él mismo dijo, “El individualismo y el laissez-faire no
podían, a pesar de sus profundas raíces en las filosofías políticas y morales
de finales del siglo XVIII y principios del XIX, garantizar su influjo duradero
en la dirección de los asuntos públicos, si no hubiera sido porque encajaban
con las necesidades y deseos del mundo de los negocios de entonces ... Todos
esos elementos han contribuido al actual ambiente intelectual dominante, a la
estructura mental, a la ortodoxia de la época”. Sin embargo, seguía
creyendo que un hombre inteligente como él, con ideas contundentes, podría
cambiar la sociedad aun en contra de los intereses de aquellos que la
controlan.
Lo
equivocado de esa idea fue evidente incluso para él cuando intentó conseguir
que la administración Roosevelt adoptase sus ideas sobre cómo terminar con la
Gran Depresión y que la clase política aplicase sus ideas para un nuevo orden mundial después
de la guerra mundial. Keynes quería crear instituciones
'civilizadas' para garantizar la paz y la prosperidad a nivel mundial a través
de la gestión internacional de las economías, las monedas y el
dinero. Pero estas ideas de un orden mundial para controlar los excesos de
un capitalismo desenfrenado se convirtieron en instituciones como el FMI, el
Banco Mundial y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que acabaron
promoviendo las políticas de un imperialismo encabezado por los Estados
Unidos. En lugar de un mundo de líderes 'civilizados' que resolvían los
problemas del mundo, lo que tenemos es una terrible águila que clava sus garras
en el mundo, imponiendo su voluntad. Son los intereses materiales los que
deciden las políticas, no los economistas inteligentes.
De
hecho, Keynes, el gran idealista de la civilización se convirtió en un
pragmático en las reuniones de Bretton Woods de la posguerra, en representación
no de las masas del mundo, o incluso de un orden mundial democrático, sino de
los estrechos intereses nacionales del imperialismo británico frente al dominio
estadounidense. Keynes informó al parlamento británico que el acuerdo de
Bretton Woods no era “una afirmación de poder estadounidense, sino
un compromiso razonable entre dos grandes naciones con los mismos objetivos:
restaurar una economía mundial liberal”. Otras naciones fueron ignoradas,
por supuesto.
Para
evitar la situación en la que a largo plazo todos estemos muertos, Keynes creía
que había que resolver los problemas a corto plazo. Pero resolverlos a
corto plazo no puede evitar el largo plazo. Si se logra el pleno empleo,
todo irá bien, pensó. Sin embargo, en 2017, tenemos casi 'pleno empleo' en
EEUU, el Reino Unido, Alemania y Japón, y no todo está bien. Los salarios
reales se han estancado, la productividad no está aumentando y las
desigualdades se agravan. Hay una Larga Depresión y no parece que vayamos
a salir de un 'estancamiento secular'. Por supuesto, los keynesianos dice
que la causa es que no se han aplicado las políticas keynesianas. Pero no
se han aplicado (al menos no el aumento del gasto fiscal) porque las ideas no
se imponen a los intereses materiales dominantes, al contrario de lo que creía
Keynes. Keynes lo veía boca abajo; de la misma manera que
Hegel. Hegel defendía que era el conflicto de ideas el que determinaba el
conflicto histórico, cuando es lo contrario. La historia es la historia de
la lucha de clases.
Y de
todos modos, las recetas económicas de Keynes se basan en una falacia. La
larga depresión continúa no porque haya demasiado capital que deprime los
beneficios ('eficiencia marginal')
del capital en relación con la tasa de interés sobre el dinero. No hay demasiada
inversión (las tasas de inversión de las empresas son bajas) y las tasas de
interés están cerca de cero o incluso son negativas. La larga depresión es
el resultado de una muy baja rentabilidad y por lo tanto de insuficiente
inversión, lo que ralentiza el crecimiento de la productividad. Los
salarios reales bajos y la baja productividad son el coste del 'pleno empleo',
en contra de todas las ideas de la teoría económica keynesiana. No ha sido
el exceso de inversión lo que ha causado la baja rentabilidad, sino la baja
rentabilidad la que ha causado la escasa inversión.
Lo
que Mann sostiene es que la teoría económica keynesiana es dominante en la
izquierda a pesar de sus falacias y fracasos porque expresa el temor de muchos
de los líderes del movimiento obrero a las masas y la revolución. En su
nuevo libro, James Kwak cita a Keynes: “En su mayor parte, creo que el
capitalismo, gestionado con prudencia, puede probablemente ser más eficiente
para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo conocido, pero
que en sí mismo es en muchos maneras muy objetable. Nuestro problema es
desarrollar una organización social que fuera lo más eficiente posible sin
ofender nuestras nociones de una vida satisfactoria“. Comentarios de Kwak : “Ese sigue siendo nuestro reto hoy. Si no podemos resolverlo, las
elecciones presidenciales de 2016 (Trump) puede pueden convertirse en un
presagio de cosas peores por venir”. En otras palabras, si no
podemos controlar el capitalismo, las cosas pueden ir a peor.
Detrás
del miedo a la revolución está el prejuicio burgués de que dar poder a las
“masas” implica el fin de la cultura, el progreso científico y el
comportamiento civilizado. Sin embargo, fue la lucha de los trabajadores en
los últimos 200 años (y antes) la que consiguió todos estos logros de la
civilización de los que la burguesía está tan orgullosa. A pesar de
Robespierre y de la revolución que 'devora a sus propios hijos' (un término
introducido por el pro-aristócrata Mallet du Pan y adoptado por el burgués
conservador británico, Edmund Burke), la revolución francesa permitió la
expansión de la ciencia y la tecnología en Europa. Acabó con el
feudalismo, la superstición religiosa y la inquisición e introdujo el código
napoleónico. Si no hubiera tenido lugar, Francia habría sufrido más
generaciones de despilfarro feudal y declive.
Como
celebramos el centenario de la Revolución rusa, podemos considerar la situación
hipotética contraria. Si la Revolución rusa no hubiera tenido lugar, el
capitalismo ruso se hubiera industrializado quizás un poco, pero se habría
convertido en un estado cliente de los capitales británicos, franceses y
alemanes y muchos millones más habrían muerto en una guerra mundial inútil y
desastrosa en la que Rusia hubiera seguido envuelta. La educación de las masas
y el desarrollo de la ciencia y la tecnología se habrían frenado; como
ocurrió en China, que se mantuvo en las garras del imperialismo durante otra
generación más. Si la revolución china no hubiera tenido lugar en 1949,
China hubiera seguido siendo un 'estado fallido' comprador, controlada por
Japón y las potencias imperialistas y devastada por los señores de la guerra
chinos, con una extrema pobreza y atraso.
Keynes
era el burgués intelectual por excelencia. Su defensa de la 'civilización'
significaba para él la defensa de la sociedad burguesa. Como él mismo
dijo: “la guerra de clases me
encontrará en el lado de la burguesía educada.” No había manera
de que apoyase el socialismo, para no hablar de un cambio revolucionario
porque “prefiriendo el barro a los peces, exalta al proletariado
grosero por encima de burgués y los intelectuales que, cualesquiera que sean
sus defectos, son la sal de vida y llevan en si las semillas de todo progreso
humano”
De
hecho, en sus últimos años, alabó desde el punto de vista económico ese
capitalismo 'liberal' laissez faire que sus seguidores condenan ahora. En
1944, escribió a Friedrich Hayek, el principal 'neoliberal' de su tiempo y
mentor ideológico del thatcherismo, alabando su libro, El Camino de servidumbre, que sostiene que la planificación
económica conduce inevitablemente al totalitarismo: “moral y filosóficamente me encuentro de acuerdo con prácticamente la
totalidad de él; y no sólo de acuerdo con él, sino en un acuerdo
profundamente conmovido”.
Y
Keynes escribió en su último artículo publicado, “me encuentro obligado, y no por primera vez, a recordar a los
economistas contemporáneos que la enseñanza clásica encarna algunas verdades
permanentes de gran importancia. . . . Hay en estos asuntos
profundas influencias actuantes, fuerzas naturales si se quiere, o
incluso la mano invisible, que operan hacia el equilibrio. Si no
fuera así, no hubiéramos podido conseguir tantas cosas buenas como hemos
hecho durante muchas décadas pasadas”.
Por
lo tanto, vuelven la economía clásica y un mar como un plato. Una vez que
la tormenta (o la recesión y la depresión) ha pasado y en el océano reina la
calma, la sociedad burguesa puede respirar un suspiro de alivio. Keynes el
radical se convirtió en Keynes el conservador después del fin de la Gran
Depresión. ¿Los radicales keynesianos se convertirán en economistas
‘ortodoxos’ conservadores cuando termine la Larga Depresión?
Todos
estaremos muertos si no acabamos con el modo de producción capitalista. Y
ello requerirá una transformación revolucionaria. Las chapuzas reformistas
de los supuestos fallos del capitalismo 'liberal' no 'salvarán' a la
civilización, a menos a largo plazo.
Traducción
del inglés por G. Buster
https://thenextrecession.wordpress.com/ |