El novelista Henry James solía afirmar que “es una verdad
universalmente aceptada que las relaciones humanas jamás se detienen, en parte
alguna”, y que el intricado problema del escritor es dibujar el círculo “dentro
del cual se muestra feliz de estar escribiendo”. James no se refería a La comedia humana, pero la novela de
Honore de Balzac (Tours, 1799 - París, 1850) es, sin duda, el mayor intento en
la historia del género por representar y encarnar la infinidad de
ramificaciones de las relaciones humanas. No hay mejor ejemplo de ese desafío
que la forma en que la reputación de Balzac sigue creciendo a lo largo de los
años.
No en vano, el autor francés afirma en el prólogo de su obra
magna que su objetivo es describir de modo casi exhaustivo a la sociedad de su
tiempo para, según su famosa frase, hacerle “la competencia al Registro Civil”.
Pocas veces un novelista se había interesado tanto en relacionar los diferentes
modos de la experiencia. Veamos la novela La
amante imaginaria. “El mes de
septiembre de 1835, una de las más ricas herederas del faubourg Saint-Germain,
la señorita del Rouvre, hija única del marqués del Rouvre, contrajo matrimonio
con el conde Adam Mitgislas Laginski, joven polaco proscrito”. En ella, el
narrador es por turnos un santo, un criminal, un juez honesto, un juez
corrupto, un ministro, una prostituta, una duquesa, pero siempre un genio.