El 200° aniversario de los célebres viajes de Alejandro de
Humboldt por las Américas (1799–1804) es un momento idóneo para reexaminar la
obra de este coloso de la ciencia del siglo 19. Humboldt, que vivió de 1769 a
1859, fue un naturalista, explorador y filósofo, pero sobre todo, un
constructor de naciones, uno de entre un puñado de intelectuales republicanos
apasionados que compartieron y avivaron la tradición de Benjamín Franklin en
las Américas a lo largo de dos generaciones de reacción oligárquica, manteniéndola
a salvo hasta la época de Lincoln.
Para conocer esa vida tan rica, es necesario leer el propio
compendio que Humboldt hace de su obra. Cosmos, un ensayo de la descripción
física del universo, fue la sensación en Europa a mediados del siglo 19. Superó
en ventas a todos los libros, excepto la Biblia, en sus ediciones en alemán, y
se tradujo de inmediato a otros 9 idiomas.
En el prefacio de Cosmos, Humboldt dice que el “impulso
principal” que “ha flotado en mi mente por casi medio siglo”, era el “verdadero
esfuerzo por comprender los fenómenos de los objetos físicos en su conexión
general y representar la naturaleza como un todo único, movido y animado por
fuerzas internas” [ver: 'Unidad
y Armonía': la perspectiva de Humboldt sobre la naturaleza].
El republicanismo de
Humboldt
Aunque nació en el seno de una familia de la recién formada
pequeña nobleza, y durante su larga vida se codeó con la crema y nata de la
sociedad y el gobierno, Humboldt era un republicano consumado que respetaba los
principios de la Revolución Americana. A los 21 años de edad estuvo en París,
justo cuando se celebraba el primer aniversario de la Revolución Francesa. En
ese momento de esperanza, antes de que los jacobinos se apoderaran de la
Revolución, cuando pensó que los principios de la Revolución Americana habían
alcanzado a Europa, le dijo a Georg Forster, su compañero de viaje:
“Se acerca la hora en que la gente apreciará la valía de un hombre, no por el rango que tenga, o por su cuna, o por la causalidad, ni por su poder o riqueza, sino sólo por su virtud y sabiduría”.
Nueve años más tarde, cuando buscaba una oportunidad de
abandonar el Viejo Mundo, y atribulado por la embestida de las guerras
napoleónicas, no fue menos vehemente:
“Se complican tanto todos mis proyectos, que a diario me inclino a desear haber vivido 40 años antes o 40 años después. Sólo puede aducirse una ventaja de la presente situación, que es la destrucción del sistema feudal y de todos los privilegios aristocráticos que han pesado por tanto tiempo sobre las clases más pobres y más intelectuales de la humanidad”.
Este no era un sentir frívolo de Humboldt. A los 20 años se
instruyó como ingeniero de minas en la afamada Escuela de Minería de Freiburg.
Lo nombraron supervisor de minas en un distrito grande, y emprendió la tarea de
mejorar las condiciones de los mineros, cuya esperanza de vida era de sólo 30
años. Humboldt inventó una serie de dispositivos de seguridad y para mejorar
los equipos; de hecho, al probar uno de ellos, casi pierde la vida. Comprendió
que los mineros no sabían de geología o de otras cuestiones elementales de una
educación para realizar su trabajo de una forma más inteligente y segura, por
lo que, en un golpe de genialidad, fundó una escuela especial para mineros a la
que llamó “Real Escuela Libre de Minería”, aunque no contaba ni con la
aprobación real ni con su participación en ningún sentido. Humboldt la sostuvo
de su propio bolsillo. Aunque la asistencia era voluntaria el programa fue un
éxito desde el principio, y comprendía aspectos de geología y mineralogía,
hidrología, geografía local y matemáticas elementales.
Humboldt escribió en ese tiempo:
“Si bien es un deleite ampliar el dominio de nuestro conocimiento al hacer nuevos descubrimientos, entonces, el descubrir algo vinculado a la preservación de una clase trabajadora, con el perfeccionamiento de cualquier industria importante, es un placer mucho mayor y más humano”.
Es fácil comprender el júbilo de Humboldt al encontrar un
cometido similar para lograr que todos los estratos de la sociedad participen
por igual en la vida productiva; como lo constata una de las experiencias que
describe de sus viajes a la Nueva España (México) en 1803:
“¡Cuántos edificios bellos pueden verse en [la ciudad de] México!. . . En la Academia de Bellas Artes la instrucción es gratuita. Sus grandes salones, bien iluminados con lámparas de Argand, acogen a algunos cientos de jóvenes todas las tardes; algunos dibujan modelos vivos o de relieve. En esta asamblea (y esto es extraordinario en un país donde los prejuicios de la nobleza contra las castas son tan arraigados) el rango, el color y la raza se confunden: vemos al indio y al mestizo sentados junto al blanco, y al hijo de un pobre artesano al lado de los hijos de los grandes señores del país. Es un consuelo observar que en todo lugar donde se cultiva la ciencia y el arte, se establece una cierta igualdad entre los hombres, y, al menos por un tiempo, desaparecen todas aquellas pasiones mezquinas cuyos efectos son tan perjudiciales para la felicidad social”.
De hecho, Humboldt consideraba que la participación activa
de toda la población en actividades productivas cada vez más calificadas, no
sólo era deseable, sino necesaria para lograr un Estado exitoso:
“El conocimiento y la indagación. . . el gozo y la preparación de la humanidad, son parte del bienestar nacional, y a menudo son un sustituto para aquellos bienes que la naturaleza, en muy limitada medida, nos proporciona. Aquellas naciones que en general tienen una actividad industrial inferior en el uso de la mecánica y de la química técnica, [y] en la selección y transformación cuidadosa de los recursos naturales, donde la atención a dicha actividad no penetra a todas las clases, inevitablemente verán cómo se desploma su bienestar”.
No por nada Humboldt era un ardiente opositor de la
esclavitud, y si bien sus viajes por la Nueva España dependían de un
salvoconducto extraordinario de la corte del rey de España, sus escritos sobre
Cuba y México incluían duras denuncias contra la esclavitud, que nunca bajó de
tono. En sus últimos años ayudó incluso a la creación del Partido Republicano
en las elecciones presidenciales de 1856, al condenar en un escrito la
publicación de una edición mutilada de su Ensayo político sobre el reino de la
Nueva España, que acababa de salir en los Estados Unidos (impresa en Nueva
York), en donde se habían eliminado sus denuncias contra el esclavismo.
Humboldt, furioso, escribió que la parte omitida era más importante que toda la
información geográfica y estadística juntas. Puso su condena directamente en
manos del comité de campaña republicano del general John C. Fremont, para que
la usara durante la campaña. Ese mismo año, Humboldt logró que se aprobara una
ley en Prusia que le concedía la libertad a cualquier esclavo negro que tocara
suelo prusiano. Esto se correspondía con su lucha de toda la vida a favor de la
emancipación total de los judíos en Prusia.
A Humboldt le encantaba promover el desarrollo de la
infraestructura a gran escala. En el capítulo 2 de su Ensayo político sobre el
reino de la Nueva España, describe por lo menos nueve sitios posibles para la
construcción de un canal del Atlántico al Pacífico (uno de ellos se construiría
100 años después, en el Canal de Panamá). El capítulo 8 incluye una fascinante
historia hidráulica de la Ciudad de México, que es un valle sin salida, con
propuestas detalladas para resolver el problema del drenaje ahí. Hay una anécdota
memorable de 1844, donde Humboldt cuenta que, estando atrapado en la política
cortesana de Prusia en calidad de chambelán del rey Federico Guillermo IV, le
mostró al Rey unos bocetos del entonces recién terminado acueducto de Nueva
York. Cuando el Rey se mostró interesado, Humboldt no lo soltó en una semana
mostrándole ejemplos clásicos de acueductos a lo largo de la historia, para
estimular su interés a favor de mejoras públicas similares para Prusia. En los
1840 y 1850, Humboldt era la referencia obligada sobre los grandes proyectos
ferroviarios a ambos lados del Atlántico; de hecho, toda su vida se interesó en
cualquier frontera tecnológica nueva, desde el procesamiento del acero hasta
los daguerrotipos.
Transmitiendo el
legado de Franklin
Para comprender la verdadera importancia del trabajo de
Humboldt, debe verse el cuadro completo que va desde sus años de formación en
el período de las revoluciones Americana y Francesa, hasta el restablecimiento
del Sistema Americano en la era de Lincoln, tres cuartos de siglo más tarde.
Humboldt formó parte de un pequeño grupo de intelectuales rigurosos y
decididos, que hicieron posible la sobrevivencia de la República estadounidense
y su misión en el mundo, en los años de retroceso que sobrevinieron tanto en Europa
como en los EU.
En cuanto al método científico y uso de los instrumentos de
medición más avanzados de su tiempo, fue un protegido de los círculos de
Benjamín Franklin y de la Ecole Polytechnique; en asuntos filosóficos más
amplios, su colaboración intensa con la familia y el círculo de Moisés
Mendelssohn y, después, con los más grandes pensadores
alemanes clásicos, Schiller y Goethe, influyó su pensamiento.
Gottlob Christian Kunth, uno de los primeros tutores de
Alejandro y de su hermano mayor, Guillermo, presentó a los hermanos Humboldt
con los centros de la vida intelectual de Berlín en 1783: la casa de Moisés
Mendelssohn y el salón que dirigía el destacado físico judío Marcus Herz y su
hija, Henriette. Fue en casa de los Herz donde el joven Alejandro conoció la
obra de Benjamín Franklin y reprodujo varios de sus experimentos fundamentales
y de los de Volta. De inmediato, Alejandro arregló que se instalara un
pararayos en la casa de la familia Humboldt en Tegel, a unas 10 millas al norte
de Berlín. Este fue el segundo pararayos de Prusia, después del que se instaló
en la Universidad de Gotinga.
Por influencia de los círculos de Mendelssohn y Herz,
Humboldt se convirtió en un defensor del método científico y filosófico de
Leibniz (en contra de los antileibnizianos promovidos por la “Ilustración”,
Voltaire y Newton), sello característico de la colaboración heroica de
Mendelssohn y Lessing en el período de 1750–1780.
Durante un semestre en Gotinga en la primavera de 1789,
Humboldt estudió matemáticas con Abraham Kästner, el hombre que le transmitió
la perspectiva leibniziana a Carl Friedrich Gauss, y que llevó a Franklin a
visitar Gotinga durante la Revolución Americana. El profesor de filología y
arqueología clásica de Humboldt, Christian Gottlieb Heyne, le presentó a Georg
Forster, quien 15 años antes había navegado los mares del sur con el capitán
James Cook y era un ardiente partidario de la Revolución Americana. Forster
llevó consigo a Humboldt en sus viajes por los Países Bajos, Inglaterra y
Francia, y sembró para siempre en Humboldt las semillas de su pasión por la
exploración.
El año que Humboldt estudió en la Escuela de Minería de
Freiberg y su empleo posterior como inspector minero, lo pusieron en contacto
con dos de los pioneros más importantes de la industrialización de Alemania:
Abraham Gottlob Werner, director de la escuela, fundador del estudio de los
estratos en la geología (“geognosis”) y experto en la teoría y construcción de
fundidoras de acero; y Friedrich Wilhelm von Reden, después ministro de Minas
de Silesia, quien en 1790 importó la primera máquina de vapor de Alemania de
los círculos de Franklin en Inglaterra. Humboldt fue huésped de Reden en
Breslau durante tres semanas; ahí, Reden le describió planes detallados para
utilizar la máquina de vapor en la fundición de hierro, basado en la
utilización del carbón mineral, en vez del carbón de leña, como materia prima.
Una tercera figura crucial que Humboldt conoció en estos
círculos, fue Johann Sebastian Claiss, el principal experto en refinerías de sal
de su época. En una carta de 1792, Humboldt escribió sobre Claiss:
“Posee un gran conocimiento físico y matemático, estuvo siete años en Inglaterra, trabajó bastante con Franklin, pasó mucho tiempo en Francia. . . y está a cargo de todas las salinas de Bavaria. He estado haciéndole preguntas a mañana, tarde y noche, y no conozco hombre alguno en cuya compañía haya aprendido más. Claiss me dio mucho material nuevo sobre estos temas; también recibí manuscritos inéditos de Franklin sobre artefactos de vapor y completé mi mapa de la relación de todas las fuentes de sal en Alemania. La idea es. . . que todas las salinas en Alemania están dispuestas de tal manera, que puede mostrarse con trazos sobre un mapa, y así uno puede encontrar milla tras milla de fuentes salinas”.
A partir de este tipo de “observaciones pensantes”, como las
llamaba Humboldt, desarrollaría más tarde una de sus más grandes
descubrimientos sobre la “unidad en la diversidad”: el reconocimiento de que
las características similares de los estratos geológicos, en cualquier parte
del mundo que se les encuentre, vinieron todas de un mismo proceso formativo y
comparten rasgos comunes. Así, después de visitar las montañas de Jura,
contribuyó a todo el esquema posterior para fijar fechas en geología, con el
nombre y el concepto de “período Jurásico”. Del mismo modo, durante una
expedición relámpago a Siberia en 1829, hizo lo que pareció una predicción
descabellada: que había diamantes en un distrito en la ladera este de los
montes Urales; predicción que se confirmó aun antes de regresar a San
Petersburgo, cinco meses después.
Ciencia vs. empirismo
En 1794, el hermano mayor de Alejandro, Guillermo, se mudó
con su esposa, Carolina von Dacheroden, a Weimar, a invitación del “poeta de la
libertad”, dramaturgo e historiador Federico Schiller (1759–1805). Este sería
el periodo definitivo en la vida de Guillermo; la colaboración intensa con
Schiller y su círculo de amigos dio frutos más adelante en las reformas
educativas humanistas de Guillermo como ministro de Educación en Prusia
(1809–1810), en su fundación de la Universidad de Berlín y en sus profundos
trabajos sobre la teoría del lenguaje.
Pero su hermano menor, Alejandro, no era ajeno al círculo de
Weimar. Seguido los visitaba, y estableció una relación especialmente estrecha
con el poeta y científico naturalista Johann Wolfgang von Goethe, cuyo trabajo
sobre la forma y la estructura subyacentes de las plantas y animales, resonó
con fuerza en la metodología de “La unidad que procede de la multiplicidad”.
En algunas biografías superficiales de Humboldt, se ha hecho
mucha alharaca por un comentario despectivo que hace Schiller sobre él en una
carta a su amigo íntimo, Christian Gottfried Körner, en 1797. “Su mente es así de fría, disectando todo lo
que quiere que en la naturaleza se mida sin ninguna pudicia”, escribió
Schiller, “cuando la naturaleza debe
verse y sentirse en sus manifestaciones únicas y en sus leyes más elevadas. Con
una impertinencia increíble, usa su fórmula científica, que no son más que
palabras huecas y conceptos reducidos, como medida universal”.
La respuesta de Körner fue un reproche apropiado para la
malinterpretación de Schiller:
“[La] lucha [de Humboldt] por medir y disectar anatómicamente [anatomieren] todo, se apoya en una aguda observación, y sin esto, no existen materiales útiles para el investigador de la naturaleza. . . Aunque es cierto que él busca ordenar los materiales dispersos en un todo, le presta atención a las hipótesis que expanden su perspectiva, y se plantea así nuevas preguntas sobre la naturaleza”.
La adecuada observación de Guillermo sobre su hermano, era que, “Alejandro realmente intenta abarcarlo todo con el fin de explorar una cosa, lo que sólo puede hacerse abordándola desde todos los ángulos. Le tiene horror a los hechos simples”.
Desde ese momento, y por el resto de su vida, Humboldt se
enfrascó en una lucha contra los empiristas (“sólo los hechos, Madam”) de la
escuela de Bacon, Hobbes y Hume, con la misma intensidad con la que trabaría
combate contra el otro extremo, los “filósofos de la naturaleza” del
Romanticismo alemán, quienes rechazaban cuantificaciones y mediciones exactas,
y exaltaban los sentimientos y la intuición como la fuente del verdadero
conocimiento del mundo natural. Esta última escuela, representada por los
trabajos de F.W. Schelling (1775–1854), se hizo famosa por frases como “los
bosques son el cabello de la bestia tierra”; no muy distinta de las tesis sobre
Gaia hoy día.
Si bien Schiller subestimó a Humboldt en esa ocasión (aunque
Humboldt también fue el único científico invitado a contribuir con un ensayo en
la revista filosófica de Schiller, Die Horen), no hay duda alguna de la alta
estima y la profunda absorción de las ideas y el genio de Schiller por parte de
Humboldt. En su introducción a Cosmos, Humboldt describe el origen de lo que
llama una “filosofía de la naturaleza”, en términos que extrañamente nos
recuerdan las Cartas sobre la educación estética del hombre, de Schiller:
“Una comunión íntima con la naturaleza, y las emociones intensas y profundas que así despiertan, son, a su vez, la fuente de donde han surgido los primeros impulsos a la adoración y deificación de las fuerzas destructivas y conservadoras del universo. Pero en la medida en que el hombre, después de pasar por los diferentes niveles del desarrollo intelectual, arriba al libre disfrute de los poderes reguladores de la reflexión y aprende por un proceso gradual a separar, como lo estuviera, el mundo de las ideas del de las sensaciones, y no se conforma ya sólo con un vago presentimiento sobre la unidad armoniosa de las fuerzas de la naturaleza; el pensamiento comienza a cumplir su noble misión, y la observación, auxiliada por la razón, se empeña en rastrear los fenómenos hasta las causas que les dieron origen”.
Humboldt dedicó uno de sus volúmenes de investigaciones
botánicas en las Américas a Goethe, y su libro sobre Colón y el descubrimiento
de América, a Schiller. Humboldt resumió un punto crucial de su Cosmos con una
cita de un poema de Schiller, “Der Spaziergang” (El Paseo) de 1795:
“Aquí llegamos al punto en que, al contacto con el mundo sensible, el estímulo al placer se une a un deleite de característica distinta, un deleite que brota de las ideas. Aquel que en el conflicto de los elementos no se percibe como regido por el orden y la legitimidad, se sujeta a la razón. Y el hombre, como decía el poeta inmortal [Schiller], ‘procura el polo inmóvil en el vuelo de las apariencias’ ”.
Entrenado en la Ecole
Polytechnique
En 1796, cuando murió su madre (su padre había muerto cuando
él tenía 10 años), Humboldt recibió una herencia sustancial. Aunque su carrera
en administración de minas le ofrecía magníficas perspectivas, renunció a todos
sus cargos y se dedicó a prepararse para viajar por el mundo, en la primera
oportunidad que surgiera para la ambición científica que había tenido desde
niño. En 1797, se adiestró con los mejores botánicos y geólogos de Europa
Central; en 1798, su camino lo llevó a París, donde estaba su hermano Guillermo
como enviado de Prusia. En París, Alejandro dio conferencias magistrales sobre
sus propias investigaciones y escritos, que ya eran considerables, conoció a
las principales personalidades científicas de Francia (aquellas que no se
embarcaron a Egipto con Napoleón ese año), e incluso se unió al equipo de
investigaciones geodésicas de Francia, que trabajaba en las medidas de
triangulación de la línea meridiana de Dunkirk–Barcelona (que pasa por París),
que después sirvieron como base para establecer la longitud del metro (una 40
millonésima parte del meridiano de París).
En el verano de 1798, Humboldt recibió una invitación que
parecía caída del cielo: uno de sus héroes de la infancia, Louis Antoine de
Bougainville, famoso por su circunnavegación del globo una generación antes,
había recibido la orden del Directorio que entonces gobernaba a Francia, para
que organizara una misión de exploración científica de cinco años, que habría
de hacer en largas estancias en Sudamérica, el Pacífico Sur, el sudeste de
Asia, la costa oriental de África e incluso la Antártida. Bougainville le pidió
a Humboldt que lo acompañara, pero como la salida era inminente, Humboldt se
sumergió en un torbellino de entrenamiento en el uso de los instrumentos más
avanzados disponibles para los científicos de la Ecole Polytechnique, algunos
de los cuales —telescopios y magnetómetros— tenían nuevos diseños y
capacidades.
Pero el proyecto se pospuso de último minuto porque Francia
se preparaba para entrar en guerra contra Austria. Humboldt se quedó vestido y
alborotado. Sin embargo, conoció a un jóven y capaz botánico, Aimé Bonpland, y
ambos se dispusieron a investigar formas de viajar al Cercano Oriente, cruzando
el sur de Francia. Cuando la cosa se puso fea, emprendieron a pie el camino a
España.
Los logros en España
En casi todas las biografías de Humboldt, se considera como
un golpe de suerte la forma en que logró de improviso el patrocinio de la corte
del rey Carlos IV de España para emprender su gran viaje de cinco años por lo
que hoy es Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México y Cuba. Según la
historia, el enviado de Sajonia ante la corte de Aranjuez se las arregló para
hablar a favor de Humboldt ante el ministro de Relaciones Exteriores, Mariano
Luis de Urquijo, quien a su vez le endulzó el oído al Rey, y eso fue todo.
En realidad, para un grupo de notables españoles que habían
colaborado con Franklin y sus aliados en los últimos años, y que habían
patrocinado una enorme movilización científica de las mejores mentes de España
y de sus colonias durante ese período, la llegada de Humboldt fue providencial.
Cuando Humboldt llegó, estaban a la defensiva, pero con él, su misión reviviría
y reorientaría todos sus esfuerzos previos.
Cuando los Borbónes de Francia, a principios del siglo 18,
se convirtieron en la casa reinante, España inició su renacimiento económico.
Para mediados de siglo, ya se habían traducido al español todos los trabajos de
Jean Baptiste Colbert, el gran exponente de la industria y el desarrollo
nacional bajo la Francia de Luis XIV, y se creaba la escuela de Economía
Nacional. El más grande de los reyes borbones, Carlos III, que reinó entre 1759
y 1788, inclinó a España hacia la causa americana en la Revolución Americana y
auspició la política de una mancomunidad hacia las colonias españolas en
América, con el objetivo de romper el yugo de los intereses feudales en España,
organizando una solución científica y económica para las colonias.
Sus principales ministros fueron:
• el conde de Aranda, a quien Carlos III envió como
embajador ante Francia en los años de la Revolución Americana. Aranda se reunió
con Franklin, con quien selló la cooperación franco-española para la causa
americana, e incluso envió armas para los colonos;
• Pedro Rodríguez de Campomanes, quien se convirtió en el
corresponsal de la Sociedad Filosófica Americana de Franklin a fines del
reinado de Carlos III;
• José de Gálvez, ministro de las Indias, quien abolió el
repartimiento, una forma de esclavitud de facto para los indios, en 1776, el
año de la Declaración de Independencia de los EU. El sobrino de Gálvez,
Bernardo de Gálvez, combatió a favor de la causa americana; Galveston, Texas,
lleva ese nombre en su honor.
Las grandes
expediciones
Carlos III y sus ministros enviaron oleadas de científicos y
expediciones a las colonias españolas.
Quizá el científico más famoso de ellos fue el monje José
Celestino Mutis, enviado en 1763 a Bogotá, capital de la Nueva Granada (lo que
hoy es Colombia, Venezuela y Ecuador). Se convirtió en el botánico más eminente
del hemisferio, sostuvo correspondencia con Lineo en Suiza, perfeccionó el
estudio y el dibujo detallado de los especímenes botánicos, y fundó el primer
observatorio astronómico en la América española. En 1783, dirigió la célebre Expedición
Botánica de la flora del norte de Sudamérica, la mayor empresa de su tipo
en su época. Aunque usualmente no se les recuerda, también hubo otras dos
expediciones botánicas complementarias patrocinadas al mismo tiempo por la
Corona española, la expedición de Ruíz y Pavón para estudiar la vida de las
plantas en Perú y Chile, y la expedición del doctor Martín Sesse a México,
California y Guatemala.
Humboldt organizaría su trabajo en la Nueva Granada, después
de una larga estadía como huésped de Mutis en 1801. Se hizo amigo y después
sostuvo correspondencia con el principal protegido de Mutis, Francisco José de
Caldas.
El interés de la Corona española por mejorar las técnicas
mineras y las ciencias geológicas y metalúrgicas, no fue de menor importancia.
Ejemplo de esto fue el despliegue de los hermanos Elhuyar, Fausto y José;
españoles hijos de padres alemanes, a quienes el conde de Aranda envió a París,
Mannheim y Leipzig en 1778, para estudiar lo más avanzado de las ciencias de la
tierra en ese entonces. Sus investigaciones en Upsala, Suecia, en 1781,
resultaron en el descubrimiento del tungsteno, lo que les dio renombre en
Europa. En 1785, Carlos III le comisionó a Fausto organizar una misión de
científicos y mineros alemanes para que introdujeran las técnicas mineras más
avanzadas a todas las colonias. A Fausto lo nombraron director general de los
Cuerpos Mineros Reales en la Nueva España. Cuando Humboldt llegó a México en
1803, se encontró con que su compañero de la Escuela de Minería de Freiburg en
1792, Manuel del Río, estaba a cargo de la dirección.
Al hermano de Fausto, José Elhuyar, lo enviaron al Perú,
donde creó un equipo de personas que incluía al botánico alemán Conde
Nordenflict, quienes serían los anfitriones y colaboradores de Humboldt cuando
éste estuvo en Lima a fines de 1802.
A su vez, todas estas redes estaban ligadas directamente a
Franklin y a la Sociedad Filosófica Americana. Uno de los rasgos menos
conocidos de Franklin es que era un destacado hispanista, interesado en
promover corrientes republicanas afines en la América hispana. En Filadelfia,
Franklin sugirió formar una colección extensa de escritos de científicos e
intelectuales hispanoamericanos. Por su parte, en la América hispana,
destacados personajes promovían constantemente los trabajos de Franklin y de la
Sociedad Filosófica, especialmente la Gaceta de Literatura de Antonio Alzate,
en México; el Semanario de Caldas, en Bogotá; y el Mercurio Peruano de José
Hipólito Unanúe, en Lima. Alzate, naturista conocido como el primer científico
experimental de México, tradujo y publicó los trabajos de Franklin sobre rayos
caloríficos, óptica y ondas, y, después, se convirtió en el corresponsal
oficial de la Sociedad Filosófica Americana.
En los años que siguieron, Humboldt personalmente ayudó a
hacer llegar documentos, periódicos y cartas de importantes figuras
estadounidenses a México, Caracas, Bogotá y Lima.
Punto culminante en
Filadelfia
Entre sus anfitriones, estuvieron el doctor Benjamin Rush,
importante físico y firmante de la Declaración de Independencia; el doctor
Benjamin Smith Barton, principal botánico estadounidense y autoridad sobre la
cultura indígena americana; el doctor Caspar Wistar, director del área de
anatomía en la Universidad de Pensilvania, fundada por Franklin, y principal
autoridad sobre fósiles en América; y Andrew Ellicott, importante astrónomo y
matemático estadounidense. De inmediato, eligieron a Humboldt como miembro de
la Sociedad y posó en una fotografía para el célebre doctor Charles Wilson
Peale.
Un punto culminante de los 5 años de viajes de Humboldt fue la propia Filadelfia de Franklin, a donde llegó en mayo de 1804. Tras escribirle al presidente Jefferson diciéndole que, “por razones morales, no puedo resistir no visitar los EU”, y solicitándole una audiencia, Humboldt se enfrascó en un agitado programa de reuniones y actividades con el núcleo de colaboradores de Franklin (1706–1790) en la Sociedad Filosófica Americana, que éste había fundado en 1743. |
Justo un año antes, Jefferson había ordenado que se
capacitara a su secretario personal, Meriwehter Lewis, para lanzar la famosa
expedición de Lewis y Clark. Rush, Barton, Wistar y Ellicott se encargaron
personalmente de capacitar a Lewis en técnicas de trazo de mapas, botánica,
astronomía y medicina.
Cuando Humboldt llegó a los EU, Lewis y Clark ya iban rumbo
al río Misouri en la primera parte de su travesía de tres años. Para los
seguidores de Franklin en Filadelfia, los recuentos de los estudios y viajes de
Humboldt por Centro y Sudamérica les parecían caídos del cielo y se emocionaban
ante la posibilidad de que la expedición de Lewis y Clark abriera todo el
occidente continental, pero al autor de la expedición misma, el presidente
Jefferson, le parecía aún más grandioso. Jefferson invitó a Humboldt a la Casa
Blanca para sostener conversaciones y consultas detalladas.
Una abundante cosecha
científica
Humboldt partió para el Nuevo Mundo con no menos de 40
paquetes con instrumentos. Traía los diseños más avanzados disponibles de la
Ecole Polytechnique de París, y Humboldt sabía como usarlos. Algunas de las
descripciones que hace Humboldt de sus viajes son divertidas y a la vez
inquietantes; una de las razones de su gran popularidad años después. Pero la
interacción de Humboldt con las corrientes de Franklin y Carlos III en la
América hispana, produjo tal explosión de mediciones e hipótesis nuevas, que se
convertirían en una de las más grandes cosechas científicas de toda la
historia.
Entre sus logros más notables, descritos en los 30 volúmenes
que, o escribió directamente, o hizo que otros elaboraran basados en sus
investigaciones y las de Bonpland, se encuentran:
• La elaboración de la primera representación gráfica de la
medición transversal de altitudes para grandes masas de tierra.
• Sus escritos y esquemas gráficos para representar la
distribución espacial de la flora por zonas ecológicas, que fueron revolucionarios
(ver su ilustración del intrincado mosaico de zonas de flora a diversas
altitudes del pico más alto del Ecuador, el Chimborazo). Precisó más la idea de
que las altitudes mayores en los trópicos se asemejan a las latitudes
ascendentes hacia los polos: viajar 50 millas desde la costa de Ecuador hasta
la cumbre de los Andres, era el equivalente, en términos de zonas de fauna y
flora, a viajar 5.000 millas al norte o al sur.
• Fue el primero en Desarrollar la teoría y el uso riguroso
de los isotermas e isobaras para representar geográficamente extensas
mediciones barométricas y de temperatura a través del tiempo.
• Entre los cientos de mediciones geomagnéticas importantes
que hizo, descubrió el “ecuador magnético” en Cajamarca, Perú (donde la aguja
de su magnetómetro oscilaba de norte a sur), estableció el valor raíz de las
mediciones escalares geomagnéticas que se adoptaron a escala mundial, hasta que
Gauss desarrolló una magnitud escalar absoluta en condiciones de laboratorio a
fines de los 1830. Gauss prestó atención al abundante material de mediciones de
Humboldt, y después trabajaron juntos en el establecimiento de la primera
organización internacional encargada de recolectar información geomagnética, la
Magnetische Verein (la Unión Magnética).
• Humboldt también abrió líneas culturales e históricas de
investigación. Sacudió a Europa al demostrar que las civilizaciones
precolombinas habían sido civilizaciones avanzadas; que lo que parecían pueblos
“primitivos” podría más bien reflejar la degeneración de culturas anteriores
más avanzadas; que probablemente hubo un contacto transoceánico, en particular
entre Asia y las Américas, en períodos que se remontan a varios miles de años
atrás. Restituyó la imagen de Colón como navegante y explorador sin parangón,
cuando la “Ilustración” denigraba la propagación de los modelos renacentistas
de estadismo y científicos con tanta zaña como lo hacen ahora.
El regreso a una
Europa en guerra
Humboldt tenía 34 años cuando regresó a Europa en 1804, de
sus 5 años de viajes por el Nuevo Mundo. Regresó a una Europa sumergida en la
guerra durante su ausencia, de la cual no saldría en 10 años más. Tras el
Congreso de Viena en 1815, los regímenes reaccionarios instalados por Gran
Bretaña y los paniaguados de Metternich en toda europa continental, trataron de
aplastar cualquier actividad consistente con los ideales y el ejemplo de la
lucha por la república de los EU.
A Humboldt se le celebró en toda Europa por los exóticos
sitios que visitó en sus arriesgadas exploraciones (en la prensa se informó de
su muerte en varias ocasiones). Él escogió a París como su cuartel general
durante los siguientes 23 años, a pesar de acusaciones de deslealtad a Prusia
debido a las guerras napoleónicas. Pero Humboldt necesitaba los recursos intelectuales
e institucionales que se concentraban en la círculos de la Ecole Polytechnique
de París para publicar los 30 volúmenes de descubrimientos científicos y
culturales de sus viajes.
Al hablar ante una reunión expresamente convocada por el
Instituto de Francia unos meses después de su regreso a Europa, Humboldt dijo:
“Mi objetivo es recolectar ideas, más que objetos materiales. Una sola persona que, con medios moderados, emprende un viaje alrededor del mundo, debe limitarse a las cuestiones de mayor interés. Estudiar la formación de la tierra y sus estratos, analizar la atmósfera, medir con instrumentos sensibles la presión, temperatura, humedad, cargas eléctricas y magnéticas, observar la influencia del clima en la distribución de las plantas y animales, relacionar la química con la fisiología de los seres organizados, eran los objetivos que me había propuesto”.
Humboldt cumplió con sus objetivos al publicar los
resultados de su viaje, que incluían 1.425 ilustraciones y mapas, muchos
pintados a mano. La empresa le costó a Humboldt lo que le quedaba de su fortuna
personal.
¿Por qué París? Esta era una pregunta que le haría su
hermano Guillermo cuando en 1808 comenzaron las Guerras de Liberación de Prusia
contra los ejércitos de Napoleón, y el propio hijo de Guillermo, Teodoro, iría
después al frente. ¿Por qué permaneció Alejandro en la capital del enemigo?
Aunque Napoleón se autonombró patrono de las ciencias y
contaba con los medios para mantener a las instituciones científicas de Francia
mejor dotadas que cualquier otro país de Europa en ese entonces, y a pesar de
este florecimiento nominal de la ciencia, en realidad hubo una campaña contra
la figura esencial del estadismo republicano y las ciencias, Lázaro Carnot
(1753–1823), fundador de la Ecole Polytechnique y “arquitecto de la victoria”
al salvar a Francia de los ejércitos invasores en 1794. Nada ejemplifica esto
mejor que la elección de los nuevos miembros de la División de “Primera Clase”
del Instituto de Francia en 1799. Se despidió a Carnot de forma sumaria y se le
orilló a un virtual exilio interno los siguientes 15 años; Napoleón arregló
¡que se le nombrara a él para ocupar el lugar de Carnot!
Es más, quienes dirigían al Instituto eran una mafia de
aduladores de Napoleón y newtonianos obsecados, encabezados por el químico
Claude Louis Berthollet y el astrónomo Pierre Simon de Laplace (1749–1827), y
un pequeño comité controlaba el patronato de toda la clase científica francesa,
la Sociedad Arcueil.
Pero el genio de Humbold fue usar las facilidades que le
brindaba París —se hizo miembro de la Arcueil Society y, en 1810, asociado
externo del Instituto de Francia— para consolidar su propia eminencia
científica, mientras patrocinaba círculos científicos, tanto en Francia como en
Alemania, que romperían con la opresión del newtonianismo de la Ilustración y
restablecerían el método de Cusa, Kepler y Leibniz.
‘¿Está usted
interesado en la botánica, Monsieur?’
Es cierto que Humboldt y Napoleón no eran muy afines que
digamos. En una famosa reunión justo antes de que lo coronaran emperador en
diciembre de 1804, Napoleón volteó a verlo y le preguntó, “¿Está usted
interesado en la botánica, Monsieur?”. Humboldt contestó que sí. “Bueno,
también a mi esposa”, fue la repuesta cortante de Napoleón antes de darse la
media vuelta.
En 1810, Napoleón le ordenó a Savary, el ministro de
Policía, que expulsara a Humboldt de París antes de 48 horas, bajo la sospecha
de que era un espía prusiano. La orden se canceló por la intervención del
ministro del Interior, Chaptal.
Durante sus primeros 10 años en París, Humboldt vivió en las
habitaciones de la Ecole Polytechnique. Sus allegados, una generación más
jóvenes que él, formaban parte de las primeras generaciones de graduados de la
Ecole (fundada en 1794), cuando fue mayor el papel de Carnot ahí. Entre estos,
se encontraba el químico Joseph Louis Gay-Lussac (1778–1850) y, en especial,
Dominique François Arago (1786–1853).
El trabajo de Arago, primero con Agustín Fresnel
(1788–1827), en el establecimiento de la teoría ondulatoria de la luz, y
después con André Marie Ampère (1775–1837), en el desarrollo del
electromagnetismo, fue lo que eliminó el yugo newtoniano del círculo de la
Arcueil y mantuvo viva la ciencia fundamental en Francia durante la
Restauración.
De igual modo, en Alemania, Carl Friedrich Gauss (1777–1855)
demostró la superioridad del método de Kepler sobre el de Newton en su famoso
cálculo de la órbita del asteroide Ceres en 1801. Así como Arago era
colaborador y amigo íntimo de Humboldt en París, frente a una constante
hostilidad política y científica (el republicanismo de Arago era aún más
instransigente que el de Humboldt), lo mismo era Gauss en Alemania, donde ambos
enfrentaron las mismas condiciones de hostilidad después de 1815. Cuando Humboldt
no pudo conseguirle la plaza de profesor a Gauss en la Universidad de Berlín en
1824, entonces reveló que desde 1804 ya había intercedido a favor de Gauss ante
el Rey de Prusia. En 1827, Humboldt le escribió a Gauss que un motivo
importante para dejar París y establecerse en Berlín, era “la perspectiva de
vivir cerca de usted y poder reunirme con aquellos que comparten mi admiración
por su grandes y variados talentos”.
En 1837, cuando el yerno de Gauss fue uno de los “siete de
Gotinga” expulsados por órdenes de los amos británicos del ducado de Brunswick,
Humboldt intervino en secreto para que a cuatro de ellos se les contratara en
la Universidad de Berlín. Humboldt mismo era vigilado por las policías
políticas secretas que le abrían su correspondencia y lo espiaban desde los
1820 en París, y en los 1840 y 1850 en Berlín. Finalmente, optó por escribir
sus comentarios más íntimos ¡en hebreo o en sánscrito!
Hay dos incidentes del período de las guerras napoleónicas
que describen lo precaria que era la sobrevivencia de la ciencia republicana en
esos años, y qué tan esencial fue el papel de Humboldt para salvarla. En el
invierno de 1806–1807, cuando ya Napoleón había asegurado una victoria
aplastante contra los ejércitos prusianos en Jena, y la corte de Prusia huyó al
este, Humboldt intercedió ante las autoridades francesas a favor de la
Universidad de Halle, que Napoleón quería destruir en castigo a la pasión
patriótica de sus estudiantes, y, en el último momento, la salvó. Las cosas
cambiaron 7 años después, cuando los Aliados entraron triunfantes a París, a
principios de 1814, y de nuevo fue Humbold quien intercedió, ahora ante las
autoridades prusianas, para salvar del saqueo al Museo de Historia Natural de
Francia.
‘Desde reyes hasta
albañiles’
A fines de los 1820, Humboldt gozaba de tal renombre que
creyó poder desafiar la represión de la Restauración posnapoleónica contra el
desarrollo republicano de la ciencia. En 1827, regresó a Prusia y de inmediato
lanzó una de las ofensivas culturales más importantes de la época. En pocos
meses, organizó una serie de disertaciones públicas en una de las salas más
prestigiadas de Berlín, la Singakademie, basada en otra serie de disertaciones
similares, más extensas, circunscritas a la Universidad de Berlín. El 6 de diciembre
de 1827, se realizó la primera de 16 charlas semanales ante una sala
abarrotada, que incluía a miembros de la realeza, comerciantes, estudiantes y
—en una total innovación para la época— mujeres. Los cronistas contemporáneos
contaron cómo todo mundo estuvo allí, “desde el Rey hasta albañiles”.
Humboldt, desde hacía 30 años, ya había declarado su
objetivo de crear una calidad de ciudadanía que sería un medio para la defensa
y transmisión del progreso científico. En una carta que Humboldt le escribió a
su amigo Johann Gabriel Wegener, en 1789, dijo:
“Acabo de regresar de un paseo por el zoológico. Rodeado por la alegría mas inocente y pura de miles de criaturas que (¡feliz remembranza de la filosofía de Leibniz!) se regocijan en su existencia. Creerías que entre las 145.000 personas que viven en Berlín, difícilmente encontrarás cuatro que cultiven esta parte de las ciencias naturales —aunque sólo sea como pasatiempo o diversión—. Y para cuántos esto no los llevaría a una vocación o profesión; doctores y en especial estudiantes de economía desdichados. Cuando aumenta la población y, junto con ella, el precio de los bienes de consumo, cuando la población termina cargando con el peso de una economía destrozada, más que nunca debemos pensar en abrir nuevas fuentes de abasto de alimentos que satisfagan las necesidades que nos afligen por todas partes. Cotidianamente, estamos parados sobre “recursos” que ahora importamos de distintas partes del mundo, hasta que alguien los descubre, después de muchas décadas, por accidente; pero entonces llega alguien más y entierra de nuevo el descubrimiento, o, raras veces, lo difunde ampliamente. Por doquier, veo que el entendimiento humano cae en algún error, donde sea cree haber encontrado la verdad, y piensa que ya no queda nada más por mejorar, nada más por descubrir. . . Esto es cierto en la religión, en la política, dondequiera que prevalezca la opinión popular. No, los grandes descubrimientos, que yo mismo he encontrado sepultados en los escritos de biólogos de la antigüedad, que se han verificado en los tiempos modernos por doctos químicos y especialistas, han traído estas ideas a mi mente. ¿De qué sirve cualquier descubrimiento, si no hay forma de hacerlo inteligible al profano?”
En el estrado de la Singakademie, Humboldt desarrolló el
tema de las disertaciones en términos inconfundibles, que después plasmaría en
su obra maestra, Cosmos: “Al sostener que la raza humana es una, nos oponemos
al desagradable supuesto de que hay razas superiores e inferiores”. Algunos
pueblos tienen mayor acceso a la educación y al “ennoblecimiento cultural” que
otros, pero “no hay razas inferiores. Todas están predestinadas por igual a
alcanzar la libertad”.
No debería sorprendernos que la perspectiva contraria,
encarnada por Charles Darwin, no tuvieran ningún tipo de aceptación durante los
30 años en que las ideas propuestas por Humbold en sus disertaciones de Berlín,
consolidadas por la publicación de su Cosmos, se apoderaron de Europa. Darwin
no pudo publicar El origen de las especies, por medio de la selección natural,
o la preservación de las razas más favorecidas en la lucha por la vida, sino
hasta 1859, año en que Humboldt murió.
La primera disertación de Humboldt fue sobre la perspectiva
de los antiguos griegos del orden interdependiente de las cosas, el Kosmos. La
segunda abordó las contribuciones del renacimiento árabe. Apartándose de manera
radical de la “geografía descriptiva” convencional, que consideraba a la
superficie de la Tierra como su dominio, Humboldt también hizo una descripción
detallada de los fenómenos celestes. Se extendió al recién descubierto fenómeno
de las estrellas dobles, último resultado de la óptica astronómica y los
fenómenos de interferencia, los volcanes en la Luna, los meteoros y las manchas
solares. Su objetivo era integrar realmente al cosmos. En el trabajo que se
desprendió de las disertaciones, escribió:
“Al unificar, bajo una sola perspectiva, tanto los fenómenos de nuestro propio globo como aquellos que se presentan en regiones del espacio, abarcamos los límites de la ciencia del cosmos, y convertimos la historia física del globo en la historia física del universo”.
En Cosmos, que vio la luz 18 años después, Humboldt dedica
una parte sustancial del segundo volumen a examinar cómo se estimula el interés
de la humanidad en el estudio de la naturaleza (toma como ejemplo el trabajo de
los paisajistas, los que escriben sobre historia natural y el cultivo de
plantas exóticas en los jardines), y concluye con una investigación acerca de
“la diversidad de medios por los que la humanidad cobra posesión intelectual de
una gran parte del universo”.
En dicha “historia de la contemplación física del universo”
Humboldt pide prestarle atención a la “inclinación presciente y a la vívida
actividad de espíritu que animaron a Platón, Colón y Kepler”, e identifica a
continuación un objeto de investigación de tres partes:
“1) Los esfuerzos independientes de la razón por adquirir el conocimiento de las leyes naturales, mediante una consideración meditada de los fenómenos de la naturaleza. 2) Los acontecimientos en la historia del mundo que de repente ampliaron el horizonte de la observación [aquí, Humboldt toma como casos paradigmáticos las conquistas de Alejandro Magno y las exploraciones de Colón]. 3) El descubrimiento de nuevas formas de percepción sensible, así como el descubrimiento de nuevos órganos con los que el hombre ha podido acercarse más, tanto a los objetos terrestres como a las remotas regiones del espacio”.
Aquí, Humboldt ahonda en la historia del desarrollo del telescopio, el microscopio, el compás y, “los diferentes artefactos inventados para medir el magnetismo terrestre, el uso del péndulo como medida del tiempo, el barómetro, el termómetro, aparatos higrométricos y electromagnéticos, y el polariscopio”.
En resumen, escribe:
“La historia de la civilización de la humanidad comprende en ella la historia de los poderes fundamentales de la mente humana, y, también, por tanto, los trabajos en los que estos poderes se han revelado en las diferentes áreas de la literatura y el arte.
El amigo de Goethe, Karl Friedrich Zelter, le escribió comentándole de la serie de disertaciones sensacionales de Humboldt en la Singakademie: “Ante mí, estaba un hombre de mi afición que entrega lo que tiene sin mirar a quien, un orador desprovisto de trucos o pensamientos rebuscados. . .”.
Otro que se carteaba con Goethe, Karl von Holtei, estaba
igual de atónito: “Ochocientas personas contenían el aliento para escuchar
hablar a alguien. No existe impresión más elevada que ver al poder terreno
rindiendo homenaje al espíritu; y ya a ese respecto, la actividad actual de
Humboldt en Berlín pertenece al fenómeno más sublime de la época”.
Regreso a América
Durante la época de las guerras napoleónicas y los
consecuentes bloqueos marítimos, era poco lo que Humboldt podía hacer para
mantener su contacto con los círculos en las Américas. Pero siempre tuvo
presentes los sentimientos que plasmó en su carta de despedida a Jefferson en
1804. Entonces escribió:
“Me voy con el consuelo de que el pueblo de este continente marcha a pasos agigantados hacia el perfeccionamiento de un Estado social, mientras Europa presenta un espectáculo inmoral y melancólico. Me complazco en la esperanza de disfrutar de nuevo de esta experiencia consoladora, y simpatizo con usted en la esperanza. . . de que la humanidad pueda obtener grandes beneficios del nuevo orden de cosas que se verá aquí. . .”
En los 1820, reafirmó su compromiso personal con la
sobrevivencia y prosperidad de las nuevas repúblicas que surgían en todas las
Américas. Humboldt era incansable en su correspondencia; llegó a escribir hasta
3.000 cartas al año, “enviadas a ambos hemisferios”, como él mismo decía.
En 1821–1822, un grupo de financieros franceses abordó a
Humboldt para que los asesorara en un gran proyecto minero en México. Humboldt
vio esto como el trampolín para cosas más grandes, y le escribió a su hermano
Guillermo sobre el proyecto:
“. . . puede resultar útil para los mejores naturalistas que, como yo, quieran salir de Europa. . . Tengo un gran plan para un Instituto Central de Ciencias Naturales en México que serviría a toda la porción liberada de América. El virrey mexicano será remplazado por un gobierno republicano, y tengo en mente terminar mis días de la manera más agradable y, para la ciencia, la más útil. . . Este es mi deseo [énfasis en el original]. . . el reunir a mi alrededor a un grupo de letrados y disfrutrar de la libertad de pensamiento y de sentimientos tan indispensables para mi felicidad. . . Puedes reirte de mi proyecto mexicano, pero sin familia ni hijos, uno debe planear con antelación cómo hacer su vejez lo más llevadera posible. . . Todas las cartas de Alemania están censuradas.
La inestabilidad política en México, y una transferencia
sospechosa del cartel minero a Londres, evitaron que el plan fructificara. En
cambio, Humboldt enfocó sus energías en regresarse a Berlín, en el lanzamiento
de su Cosmos Manifesto (Manifiesto sobre el Cosmos), en las disertaciones en la
Singakademie, en auspiciar la primera conferencia científica internacional, con
600 científicos (un proyecto personal de Humboldt), y en viajar durante 8 meses
por el Asia rusa.
La ciencia
estadounidense: Humboldt y Bache
Desde los 1830, hasta su muerte en 1859, Humboldt se
concentró de manera muy especial en preparar la siguiente generación de
científicos e intelectuales de los EU, capaces de reanimar la promesa de los
primeros años de la República estadounidense, que había resurgido por un breve
período durante la presidencia de John Quincy Adams. Ahora, encaminándose a la
Guerra Civil, esta generación enfrentaba condiciones internas adversas, y a
gobiernos restauracionistas en Europa, todos hostiles a su sobrevivencia.
La mejor óptica para ver el carácter de este período, es la
relación de Humboldt con Alexander Dallas Bache (1806–1867), bisnieto de
Franklin. Los círculos de la Sociedad Filosófica Americana (1836–1838) enviaron
a Bache —graduado como primero de su clase en West Point en 1825, quien más
tarde fuera director de Planimetría Costera y Geodésica Estadounidense, y
fundador y primer presidente de la Academia Nacional de Ciencias— por 2 años a
Europa, 1836–1938, para que trajera el trabajo científico y los métodos de
enseñanza de los círculos de Gauss y Humboldt a los EU —a su regreso, fundaría
la primera preparatoria pública de los EU al sur de Nueva Inglaterra y la
Preparatoria Central de Filadelfia, en base a esos principios—. Bache visitó
278 escuelas de 7 países, así como también minas, canteras, fundidoras de
hierro, talleres de teñido, gaseras y otros establecimientos industriales y de
infraestructura.
Bache comenta su primera visita a Humboldt, a principios de
1837, en su diario:
“Fui a ver al barón Humboldt, con quien tenía una cita. Estuve dos horas con él, en las que la gran variedad de ideas y temas fue realmente abrumadora y lo dejé con dolor de cabeza [!]”.
Humboldt lo puso en contacto con el encargado del
Observatorio de Berlín para obtener mejores instrumentos de medición del
magnetismo terrestre, y, más tarde, después de que Bache estuvo con Gauss en
Gotinga, éste personalmente diseñó algunos de estos instrumentos para él.
En su discurso magistral en ocasión de una ceremonia
especial por la muerte de Humboldt en 1859, ante la Sociedad Americana de
Geografía y Estadística, Bache transmitió la profunda influencia que Humboldt
ejerció a lo largo de los años:
“A él le encantaba hablar de la gente que conoció ahí [en Filadelfia, en 1804] y de la grandeza del país del que forma parte esa ciudad. Habiendo realizado la mayor parte de sus trabajos en este continente, esperaba verse recompensado por él, y sentimos que era. . . casi un americano”.
En el mismo discurso, Bache reveló que Humboldt y Arago
habían sido esenciales al intervenir en defensa de su trabajo en Planimetría
Costera contra sus enemigos políticos en los EU a mediados de los 1840.
Muchos alemanes, que huyeron de los Decretos de Carlsbad en
Prusia hacia los EU, en la generación posterior a 1815, trajeron consigo los
escritos y la influencia intelectual de Humboldt. Con el establecimiento de
viajes regulares de barcos de vapor entre Europa y América en 1838, se volvió
interminable el desfile de visitantes estadounidenses a Humboldt. Entre ellos,
había patriotas que fungían de hecho como agentes de inteligencia a favor de la
sitiada República estadounidense, como Samuel F.B. Morse y Washington Irving.
Humboldt apoyó, por un lado, la Zollverein (Unión Aduanera)
de Federico List y los primeros planes para construir el ferrocarril de Beuth y
Rother en Alemania (convenciendo al rey Federico Guillermo IV de las bondades
del proceso revolucionario del hierro fundido, de Von Krupp), pero también
ayudó en la primera etapa del proyecto de construcción del gran ferrocarril
transcontinental de los EU, posteriormente emprendida por Lincoln: la ruta de
la expedición realizada por el teniente A.W. Whipple.
‘Propiedad común de
toda la humanidad’
“Cada época sueña con haberse aproximado más al punto culminante del reconocimiento y comprensión de la naturaleza. . . Una convicción más alentadora y más acorde con el gran destino de nuestra raza, es que las conquistas ya obtenidas constituyen sólo una parte insignificante de aquellas que obtendrá la humanidad libre en las eras futuras, producto del progreso en la actividad mental y su cultivo generalizado. Cada conocimiento alcanzado por medio de la investigación, no es más que un paso en el logro de cosas mayores en el curso extraordinario de las tramas humanas. . .
“Las fuerzas cuyo funcionamiento silencioso en la naturaleza elemental y en las células delicadas de los tejidos orgánicos, que todavía escapan a nuestros sentidos, en un tiempo futuro, cuando se les reconozca, emplee y despierte a una actividad superior, entrarán a la esfera de la cadena interminable de medios que le permiten al hombre someter a su control los dominios separados de la naturaleza, y acercarse a un reconocimiento más animado del universo en su conjunto”.
De esta forma concluyó Humboldt el segundo volumen de su
Cosmos. Su vida irradió una cualidad generosa al promover el trabajo de otros,
sin considerar nunca una amenaza los logros ajenos, sino como otro paso en esta
empresa más grande. Humboldt escribió:
“La ciencia es el trabajo de la mente aplicado a la naturaleza, y aquello que se ha adquirido por medios tan diferentes —por la aplicación ingeniosa de los supuestos atómicos, por el estudio más general e íntimo de los fenómenos, y por el mejoramiento en la construcción de nuevos aparatos—, es propiedad común de toda la humanidad”.
De igual manera, denunció la idea de que la prosperidad de
otras naciones pudiese constituir una amenaza, más que un beneficio: el propio
(un axioma de la escuela geopolítica británica de Mackinder y Haushofer que
contribuyó sobremanera a las políticas británicas subyacentes que llevaron a la
Primera y Segunda Guerras Mundiales). “Sería un prejuicio pernicioso, hasta
impío diría yo”, escribió una vez, “el percibir que la decadencia o la ruina de
la vieja Europa favorece el bienestar de cualquier otra región de nuestro
planeta”.
Al final del primer volumen de Cosmos, lleva al lector, de
aquello que se contempla, a aquello que contempla: de los dominios de lo
inanimado y de lo vivo, al cognoscitivo. Así como la conclusión de la tesis de
rehabilitación de Bernhard Riemann unos años después —que rememora las palabras
de Humboldt—, afirma el carácter ontológico superior de los procesos físicos en
relación a cualquier representación matemática formal de dichos procesos,
Humboldt también rinde el conjunto de su obra sobre la naturaleza y la historia
natural, a la ciencia superior de la mente humana.
Empieza citando a su querido hermano Guillermo:
“Si hemos de señalar una idea que a través de toda la historia ha extendido cada vez más su imperio, o que, más que ninguna otra da testimonio de la muy debatida y, no obstante, más indiscutiblemente incomprendida perfectibilidad de toda la raza humana, es aquella de establecer nuestra humanidad común; de luchar por derribar las barreras que los prejuicios y las perspectivas estrechas de todo tipo han levantado entre los hombres, y tratar a toda la humanidad, sin distingo de religión, nacionalidad o color como una fraternidad, una gran comunidad, capaz de lograr un objetivo: el desarrollo irrestricto de sus potencialidades físicas. Este es el objetivo último y más elevado de la sociedad, idéntico a la orientación que la naturaleza inculcó en la mente del hombre hacia la extensión indefinida de su existencia. Él contempla la Tierra en todos sus límites y los cielos, hasta donde su vista puede escudriñar sus brillantes y estrelladas profundidades como internamente suyas, dadas a él como objetos de su contemplación y como el campo para el desarrollo de sus energías. . .
“Con estas palabras, que derivan su encanto de lo más recóndito del sentimiento, permítasele a un hermano concluir esta descripción general de los fenómenos naturales del universo. De las nebulosas más remotas y de las estrellas dobles que se revuelven, hemos descendido hasta los organismos mas diminutos de la creación animal, ya manifiestas en las honduras del océano o en la superficie de nuestro globo, y a los delicados gérmenes vegetales que visten las pendientes desnudas de la cumbre coronada de hielo de la montaña; y aquí hemos podido disponer estos fenómenos conforme a leyes sólo en parte conocidas; pero otras leyes de naturaleza más misteriosa gobiernan las esferas más altas del mundo orgánico que comprende a la especie humana en toda su variada conformación, su capacidad intelectual creadora y los lenguajes a que ha dado origen. La delineación física de la naturaleza termina donde comienza la esfera del intelecto, y se abre ante nuestros ojos un nuevo mundo de la mente”.
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Peter
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de la antología Alexander von Humboldt: Welt und Weltgaltung, Heinrich
Pfeiffer, editor (Munich: R. Piper & Co.).
Luis Vásquez, 1985. El mercantilismo mexicano versus el
liberalismo inglés (Mexico, D.F.: Editorial Benengeli).
Timothy Rush,
con estudios sobre Iberoamérica, ha sido miembro activo en el trabajo político
y de inteligencia del movimiento de Lyndon H. LaRouche en los últimos 28 años.
Su última contribución de fondo a la revista científica 21st Century fue “Henry
the Navigator and the Apollo Project” (Enrique el navegante y el proyecto
Apolo), en el número del verano de 1992. Énfasis añadidos, excepto donde se
indique.
Reconocimientos
En especial,
quiero agradecer a Volkert Brenner, cuyo trabajo en la revista alemana Fusion
brindó la base para este estudio, y cuya continua colaboración de verdad
aprecio. También le doy las gracias a Rick Sanders por su ayuda en la
traducción del alemán al inglés.
http://www.schillerinstitute.org/Alejandro-Humboldt |