Especial para La Página |
Prólogo del libro de
Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Ciencia en el ágora. El Viejo
Topo, Mataró (Barcelona), 2012
“Vivimos en un mundo cautivo, desarraigado y transformado
por el colosal proceso económico y técnico-científico del desarrollo del
capitalismo que ha dominado los dos o tres siglos precedentes (….) hay síntomas
externos e internos de que hemos alcanzado un punto de crisis histórica.”
Eric Hobsbawm
“La ciencia es cómplice de todo lo que le piden que
justifique”. Pierre Bourdieu
Aunque durante el último tercio del siglo XIX la tecnología
basada en el conocimiento científico se convirtió en un factor esencial para la
vida social (baste pensar en la aparición de la radio, el cinematógrafo, los
automóviles o la aviación), fue en el siglo XX cuando la ciencia y la
tecnología modernas se convirtieron, directa o indirectamente, en algo “sin lo
cual la vida cotidiana era ya inconcebible en cualquier parte del mundo.” [1]
Como a principios de ese siglo mostraron los avances en medicina y salud
pública, las comunicaciones o, muy en especial, el armamento bélico, la ciencia
y la tecnología no sólo transformaron radicalmente nuestro conocimiento del
mundo sino también el propio mundo.
Tras la I Guerra Mundial, se fortaleció
enormemente la vinculación entre ciencia, estado y ejércitos, convirtiéndose
los gobiernos en los principales patrocinadores y clientes de la tecno-ciencia;
pero fue a partir de la II Guerra Mundial cuando se consolidó e
institucionalizó definitivamente la ciencia a través de su militarización con
planes como el Proyecto Manhattan, producto del cual surgió una nueva
tecnología militar de consecuencias devastadoras con la bombas nucleares
lanzadas por EE.UU. sobre Hiroshima y Nagasaki. Los daños producidos por una
tecnología tan peligrosa tenían relación directa con el hecho de disponer un
conocimiento científico de enorme calidad. Como sintetizó con claridad Manuel
Sacristán: “la peligrosidad o ‘maldad’ práctica de la ciencia contemporánea es
función de su bondad epistemológica” [2,3]
En las últimas décadas del siglo XX, el desarrollo
científico-técnico (y muy especialmente la investigación militar) y con él el
número de científicos, ingenieros y tecnólogos incrementó de forma muy
pronunciada su poder bajo el liderazgo de Estados Unidos [4] Durante los años
60, la emergencia de movimientos sociales críticos, incluido el rechazo
neo-romántico de la ciencia y la tecnología, las protestas de la izquierda
política, y luchas contra guerras como la de Vietnam en los EE.UU. y Europa,
promovieron que la sociedad y los propios científicos plantearan con mayor
radicalidad su papel social creciendo muy marcadamente la preocupación y
conciencia sobre las consecuencias reales o potenciales de los descubrimientos
científicos y las tecnologías, no solo armamentísticos sino también en la
física, la química, la biología y la sociedad [5]. Fue así, como a inicios de
1969, varias decenas de miembros del Massachusetts Institute of Technology
(MIT) en Cambridge (EE.UU.) convocaron una huelga que pronto se extendió a
otras universidades, para llamar la atención sobre las amenazas derivadas de
los conocimientos técnicos y científicos. En un manifiesto del 4 de marzo los
investigadores reclamaban: “que las
aplicaciones de la investigación se aparten de su actual énfasis en la
tecnología militar para ir a resolver problemas ambientales y sociales
urgentes.” [6] El colectivo, conocido más tarde como Science for the People
[7], planteó con radicalidad la necesidad de reconocer la naturaleza política
de la ciencia, aumentar el acceso de todas las personas al conocimiento, e
incrementar la conciencia social sobre la ciencia y la responsabilidad política
de los científicos. En un manifiesto de mediados los años 70, ‘Ciencia para el
pueblo’ planteaba de este modo su visión de la ciencia y la necesidad de
cambio:
“La ciencia en la
sociedad estadounidense no es políticamente neutral. ¿Qué ciencia y qué
científico puede ser independiente del sistema social y económico que le
financia, establece las prioridades, establece las preguntas importantes, y
determina la utilización de su trabajo? El control por parte de las burocracias
gubernamentales y corporativas sirve tan sólo a unos pocos. En EE.UU., vemos
como la ciencia se utiliza para desarrollar las herramientas tecnológicas e
ideológicas que precisan las personas en el poder para mantener su poder.
¿Participan en alguna ocasión los científicos o las personas a quienes afecta
la ciencia en el establecimiento de que hay que hacer? (…) Ciencia para el
pueblo significa conocimiento para el pueblo y, a través de ese conocimiento,
la acción” [8]
La necesidad de establecer límites morales y prácticos a la
utilización de la ciencia contemporánea se manifestó durante aquellos años en
intensos debates sobre temas como las explicaciones deterministas de la
inteligencia o la naturaleza humana [9], las implicaciones éticas de las
biotecnologías y los malos usos de la ingeniería genética, o la destrucción
ecológica y los riesgos para el medio ambiente y la salud pública. Como
resultado de muchas movilizaciones y luchas, la financiación de la
investigación militar fue reduciéndose hasta mitad de los 70, momento en el
cual el neoliberalismo y la fuerte alianza entre el poder económico, político y
militar con científicos e ingenieros llevó a una progresiva privatización y
mercantilización de la tecno-ciencia [10]. Los científicos críticos quedaron
progresivamente marginados en áreas menos relevantes para el desarrollo
tecnológico como las humanidades y las ciencias sociales, a la vez que
mantenían su situación y privilegios característicos de su elevada clase social
[11].
En los últimos decenios, los nuevos descubrimientos
científicos, conocimientos prácticos y aplicaciones tecnológicas han conformado
un cúmulo de información, conocimiento y poder sin precedentes históricos. Ese
enorme poder debe conllevar también una enorme responsabilidad [12]. L os descubrimientos
e innovaciones prometen un enorme incremento en el bienestar humano: el
conocimiento de las causas y propagación de los procesos cancerosos, el
desarrollo de vacunas contra el SIDA o la erradicación de enfermedades como la
polio o la malaria son unos pocos ejemplos. Al tiempo, la capacidad productiva,
destructiva y de control social de la tecno-ciencia contemporánea plantea
enormes peligros e incertidumbres para la humanidad. Un poder que se expresa,
por ejemplo, en la destrucción ecológica que sufre el planeta, la acelerada
introducción de nuevos productos químicos o de tecnologías de elevado riesgo
que una vez introducidas será muy difícil revertir [13], así como en el control
y dominio social al que científicos y gran parte de la humanidad se ven
sometidos [14]. Más que nunca, la tecno-ciencia sigue siendo en la actualidad
una actividad guiada por los valores y objetivos de quienes poseen el poder:
las elites económicas, financieras, políticas, militares y científicas. En gran
parte la colaboración de los científicos es de hecho implícita dada su
condición de asalariados de empresas privados o instituciones públicas
controladas por intereses privados y por un modelo intelectual que ignora las
consecuencias sociales del conocimiento científico y la tecnología [15].
La difusión de la ideología del “progreso” tecno-científico
equipara a éste con el “desarrollo” económico, minimiza los riesgos
tecnológicos sobre la sociedad, la ecología y la salud pública, y limita el
debate sobre las políticas de investigación haciendo que muchos científicos no
se planteen las consecuencias de sus actividades o que éstas sean consideradas
algo secundario cuando no simplemente trivial. La actual ideología dominante en
el poder sostiene que existe un desarrollo tecnológico “inevitable” (al igual
que también se promulga así para la económica neoclásica y las políticas
neoliberales), que está “por encima” de ideologías y opiniones, libre de la
influencia de factores éticos, sociales y políticos. Esa visión tecnocrática de
la ciencia no sólo es errónea sino también incompatible con la democracia. Si
todas las decisiones y prioridades que se deben tomar tuvieran una solución
técnica, sería más fácil argumentar que la democracia fuera prácticamente
innecesaria. La tecno-ciencia es un producto histórico, un resultado social de
la acción humana que una sociedad que se reconozca como democrática no puede
renunciar a controlar. Para lograrlo, la sociedad debe desarrollar valores
morales, culturales y políticos que, basados en los valores de racionalidad
político-social, supervivencia, emancipación y justicia social, orienten de
otro modo los objetivos y prioridades de la ciencia. Precisamos de una noción
de progreso diferente que, a través de procesos participativos y democráticos,
reoriente la políticas científicas y permita un acceso más justo, equitativo y
ecológicamente sustentable a los beneficios de la tecno-ciencia contemporánea.
Junto a otro modelo y objetivos, se deben también
especificar los mecanismos para llevar a cabo la democratización y control de
la ciencia. Una conciencia científica nueva, requiere desarrollar una moral de
responsabilidad, plena de autocontención y autolimitación, controlada
socialmente [16]. Ello no solo debe afectar a los científicos aplicados y
tecnólogos sino también a los científicos básicos, en tanto que miembros de la
misma sociedad [17]. Allí donde existen dudas sobre la bondad de las
aplicaciones tecnológicas se deben proponer moratorias basadas en el ‘principio
de precaución’, con límites en aquellos temas que no comprendemos bien y cuyas
consecuencias no se pueden predecir. Dos ejemplos actuales son las
biotecnologías o la energía nuclear. Como ha señalado Fernández Buey, para
realizar las moratorias necesitamos un elevado control social: el autocontrol
de los científicos a través de normas éticas claras, controles legislativos
aprobados por los parlamentos válidos internacionalmente, y un fuerte control
social con la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre las
políticas y usos de la tecno-ciencia. La idea pequeño-burguesa liberal de que
al científico se le deben ofrecer todas las libertades de creación intelectual
posibles sin ningún control ético es dañina para la sociedad [18]. Y para que
esos controles sean realmente efectivos precisamos también crear asociaciones
de científicos y ciudadanos, concienciados y comprometidos con la
desmercantilización y democratización de la ciencia y el papel crítico de los
investigadores, que mantengan una fuerte presión sobre políticos, partidos y
sindicatos y extiendan la cultura y educación científica entre la ciudadanía
[19].
¿Quién y de qué forma enseñar la tecno-ciencia moderna? Como
señaló el biólogo Barry Componer, las obligaciones sociales de los científicos
no sólo tienen que ver con la investigación y la enseñanza sino que han de
ayudar a los ciudadanos a entender las cuestiones científicas que tienen un
importante impacto sobre la sociedad. Una respuesta posible sería pensar que ya
existen instrumentos de difusión, sobre todo por lo que hace al periodismo
científico y los escritos de divulgación de los científicos que permitirían que
el público estuviera ya bien informado. No obstante, esa difusión puede ser en
sí misma también un instrumento de engaño y alienación. Es preciso enseñar la
responsabilidad y la conciencia social que los científicos y la población deben
tener.
El libro que la lectora o el lector tiene en sus manos
plantea críticamente algunas respuestas a varios de los temas planteados. Cada
capítulo ofrece conocimiento riguroso sobre varios temas tecno-científicos que
nos permiten reflexionar sobre la evolución, riesgos y consecuencias políticas
de temas relacionados con la ecología, la medicina y la salud pública. Los
temas elegidos son las centrales nucleares y los residuos radiactivos generados
por las mismas, las gravísimas consecuencias del reciente “accidente” nuclear
de Fukushima, las invisibles consecuencias del nada inocente uso masivo de
bombillas de bajo consumo, la supuesta eficacia de las “medicinas alternativas”
y la homeopatía, los orígenes del SIDA, y la importancia de las vacunas para la
salud pública. Ilustrémoslo con algunos ejemplos.
En el texto se señala la existencia de temas invisibles,
poco conocidos, de los que apenas si tenemos conciencia:
“Los problemas del metilmercurio, que es el problema realmente importante en el momento actual porque nos afecta a todos, porque no hay persona que no tengamos metilmercurio en nuestro cuerpo”
Se nos advierte que hay que ser cautos con visiones no
propiamente científicas:
“…. Las personas que están en contra de las vacunas, afirman que ellos son los alternativos y los modernos, y luego o al mismo tiempo suelen hablar de medicina oficial a la que suelen presentar como dogmática, agresiva y poca abierta a las novedades. Pero estos dos conceptos que esgrimen son completamente falaces. Es una falacia naturalística, no existe realmente una medicina oficial.”
Se señala la dificultad del proceso de adquisición de
conocimiento científico:
“No se tenía conciencia de estas cosas en aquellos años. Y, claro está, si uno no piensa en ello, no lo busca y, consiguientemente, no lo encuentra. Esa misma observación [un trastorno en un grupo de trabajadores de una fábrica de Inglaterra que manufacturaba metilmercurio como fungicida] de la que te hablaba pasó inadvertida en la literatura científica.”
Se nos indica de que la adquisición de conocimiento es un
proceso social y que la mentira es el lenguaje usual de las grandes
corporaciones:
“Todo lo que puede provocar reacciones con la industria no se difunde, se guarda en carpetas archivadas hasta mejor ocasión (es decir, en muchas ocasiones, hasta nunca). ¿Desde cuando la industria difunde información sobre las cosas que pueden afectar a la salud humana?”
Y nos apunta que la adquisición de conocimiento es un tema
político, muchas veces oculto para un público pasivo, al que no se deja
participar:
“[En los centros de procesamiento de residuos nucleares] está muy presente el componente militar, que es un nudo esencial de todo este asunto, todo ha quedado siempre bastante ocultado. Son generalmente datos que aparecen en la literatura científica, minoritaria, y a veces, además de forma muy controlada. Es cosa, digámoslo así, más bien de expertos. Se habla muy poco de este tema en ámbitos ciudadanos más amplios.”
Los autores de este libro, entrevistador (Salvador López
Arnal) y entrevistado (Eduard Rodríguez Farré), son admirables por sus
trayectorias personales y profesionales. Por su rigor -uno como filósofo y
ensayista, el otro como científico y ecologista- y ambos por su compromiso
social y político. Salvador López Arnal es profesor, experto en el gran
filósofo eco-marxista Manuel Sacristán, ensayista, divulgador, colaborador de
la revista digital Rebelión, activista, y muchas otras cosas más, actividades
todas ellas que realiza con incansable finura, tenacidad y entusiasmo. Eduard
Rodríguez Farré, es investigador, divulgador, activista, miembro fundador de
‘Científicos por el Medio Ambiente’ (CiMA) [20], y un científico (médico,
radiobiólogo, farmacólogo y toxicólogo) con una prodigiosa abundancia y profundidad
de conocimientos.
La ciencia es demasiado importante, poderosa e indispensable
para la sociedad como para dejarla a merced de los científicos, y desde luego
para dejarla en manos de políticos profesionales, empresas y militares.
Necesitamos una ciencia ‘con conciencia’, más democrática, que no sea alienante
y que no esté mercantilizada. Necesitamos científicos que sean algo más que
magníficos especialistas que se enorgullecen de publicar artículos originales
en revistas de elevado prestigio. Necesitamos investigadores menos elitistas y
más igualitarios, no solo en lo económico sino en lo político y lo cultural,
con una profunda visión de la ética y la política, que pongan los valores
sociales de la equidad y lo público por delante de intereses personales y
corporativos. Necesitamos científicos que estén organizados socialmente y que
sean activos [21]. Y necesitamos también una población mucho mejor informada,
capaz de participar, tomar decisiones y actuar ante un tema social de enorme
trascendencia. Como señaló el manifiesto aludido de Science for the People:
La acción para oponerse al sistema, para recuperar el control de nuestras vidas, nuestros valores y nuestras prioridades, es ahora respondida por una ciencia que proporciona una tecnología de vigilancia, armas de contrainsurgencia y el control del comportamiento (…) Nuestras acciones nos sirven para juzgarnos. Juzgamos a los demás por su práctica del mismo modo que esperamos ser juzgados por la nuestra [22]
Por irrealizable o lejano que ahora pueda parecer, otra
tecno-ciencia es posible, una tecno-ciencia pacifista, ecologista y feminista,
que a la vez sea democrática, participativa y popular. Una ciencia que sea de y
para el pueblo.
Notas
1 Hobsbawm E. Historia del siglo XX. Barcelona: Crítica,
1995:519. [Ed. orig. 1994]
2 Sacristán M. M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con
algunas variables libres. López Arnal S (editor). Barcelona: El Viejo Topo,
2003:268.
3 Científicos como el propio Albert Einstein se dieron
cuenta de ello demasiado tarde. Ver: Einstein A. Escritos sobre la paz
[1914-1955]. Barcelona: Península, 1967 (trad. J. Solé Tura).
4 Tras la I Guerra Mundial, el número de científicos era de
sólo unos miles o unas pocas decenas de miles a lo sumo. A finales de los años
80 del siglo XX se estima que la cifra alcanzó los 5 millones. En 2010 el gasto
de armamentos se estimó en alrededor de 1 billón y medio de dólares anual, con
Estados Unidos, China y Francia como los mayores presupuestos. El presupuesto
militar oficial de EE.UU. es del 5% del PIB, aunque la cifra real podría
alcanzar el 7%.
5 Rose H, Rose S. La radicalización de la ciencia. México:
Nueva Imagen: 1980 (ed. or. 1976).
6 Leslie
SW. The Military–Industrial–Academic Complex at MIT and Stanford. New
York, 1993:233.
7 El 3 de febrero de 1969 se convoca la primera reunión en
Nueva York donde se constituye el colectivo Scientists for Social and Political
Action (SSPA). En septiembre del 69, el grupo pasa a llamarse Scientists and
Engineers for Social and Political Action (SESPA) y a finales del mismo año se
acuña el nombre Science for the People, apareciendo desde agosto de 1970 la
revista bimensual de igual nombre. Tras unos años de paréntesis, el 8 de
noviembre de 2002 en Florencia se inició la revista y página web ‘Science for
the People’, como un movimiento de científicos anticapitalistas. Ver la web:
www.scienceforthepeople.com.
8 Texto reproducido de un folleto de 1975 de Science for the
People de Boston. Acceso el
05-06-2011: http://socrates.berkeley.edu/~schwrtz/SftP/Brochure'75.html
9 Ann Arbor
Science for the People Editorial Collective Biology as a Social Weapon Pearson
1977.
10 En los años 70 el gobierno de EE.UU. sufragó dos tercios
de los costes de la investigación básica del país (casi 5.000 millones de
dólares anuales) dando trabajo a casi 1 millón de científicos e ingenieros;
mediados los 80, con la administración Reagan, la financiación privada en
investigación y desarrollo ya superó a la inversión pública. Ver: Echevarría J.
La revolución tecnocientífica. Madrid: FCE, 2003:31,63.
11 Jacoby R. The last intellectuals: American culture in the
age of academe. New York: Basic Books, 1987.
12 Se estima que 1 de cada 5 científicos e ingenieros (más
de medio millón) trabajan en investigación militar en el mundo, y que ésta
representa un tercio de toda la inversión mundial en I+D.
13 Algunos ejemplos: las biotecnologías, la producción,
difusión y uso de nuevas sustancias químicas, la nanotecnología molecular, la
infotecnología o los nuevos descubrimientos y aplicaciones militares.
14 En 1950 Albert Einsten ya señaló: “Tal concentración del
poder económico y político en manos de unos pocos no sólo ha traído consigo una
dependencia material, sino que también amenaza su existencia, impidiendo el
desarrollo de una personalidad independiente, mediante el uso de medios de
influencia espiritual muy refinados.” Ver: Einstein A. Para la humillación del
hombre científico. En: Mi visión del mundo. Barcelona: Tusquets, 1980:234.
15 En este punto cabe destacar los análisis de Noam Chomsky
sobre la responsabilidad de los intelectuales y la forma “apolítica” con la
cual los científicos que generan la tecnología militar son formados, por
ejemplo en el caso del ya citado MIT. Ver: The Essential Chomsky (edited by Anthony Arnove), New York: The New
Press, 2008.
16 Riechmann J. En busca de un nuevo contrato social con la
ciencia y la tecnología. Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad. El Escorial,
julio 2004.
17 Bunge M. Filosofía política: solidaridad, cooperación y
democracia integral. Madrid: Gedisa, 2010.
18 Ello significa hasta cierto punto que el científico
pierda el control de la actividad científica para hacerla más responsable a las
necesidades colectivas. No obstante, hay que señalar que la actual “libertad”
de los científicos básicos es de hecho en gran parte limitada ya que en realidad
se les paga bien y se les da medios mientras no cuestionen la ética del
conocimiento que generan. Es decir, no se trata tanto de reducir la autonomía
del científico sino de cambiar las prioridades en la investigación y la gestión
de la tecnociencia.
19 Fernández Buey F: Sobre tecnociencia y bioética. En:
Ética y filosofía política. Barcelona: Bellaterra, 2000:301.
20 Científicos por el medio ambiente (CiMA) es una
asociación independiente de ámbito estatal fundada en 2003 (www.cima.org.es):
“Científicos por el medio ambiente CiMA es una asociación independiente de
ámbito estatal fundada en 2003. Está formada por científicos y técnicos,
investigadores e investigadoras, que trabajamos en todas las disciplinas de las
ciencias naturales y sociales. Caracteriza al sistema contemporáneo de CyT
(Ciencia y Tecnología) su enorme poder; que convierte todo --incluidos nosotros
mismos-- en posibles objetos de su capacidad manipuladora y transformadora.
Ahora bien: a mayor poder, mayor responsabilidad. Los socios de CiMA nos
sentimos vinculados por una conciencia común de nuestra responsabilidad
socio-ecológica, y deseosos de proteger el medio ambiente y la diversidad
(tanto biológica como cultural), así como promocionar la salud pública y la
sustentabilidad.”
21 Un ejemplo actual es la organización ‘Scientists for
Global Responsibility’ (SGR), una organización independiente de científicos,
ingenieros, tecnólogos y arquitectos ingleses que promueven una ciencia, diseño
y tecnología que contribuyan a la paz, la justicia social y la sostenibilidad
ambiental. Ver la página web: www.sgr.org.uk/
22 Texto reproducido de un folleto de Science for the People
de Boston de 1975. Texto consultado el 05-06-2011: http://socrates.berkeley.edu/~schwrtz/SftP/Brochure'75.html
Joan Benach y
Carles Muntaner, profesores de salud pública en la Universidad Pompeu Fabra
(UPF) y la Universidad de Toronto (UofT) respectivamente pertenecen al Grupo de
Investigación sobre Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET) de la UPF, son
miembros fundadores de Científicos por el Medio Ambiente (CiMA), y ambos
investigan y enseñan sobre temas de sociología de la salud y epidemiología
social. Entre sus libros se encuentran: Aprender a mirar la salud (Barcelona:
Viejo Topo, 2005), y Empleo, trabajo y desigualdades en salud: una visión
global (Barcelona: Icària, 2010).