“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

10/4/12

Bolsillo de alcornoque / Confesión báquica poco inteligente

Rolando “El Negro” Gómez

Especial para La Página
Esto de no haber vendido una puta maquinita me tiene preocupado: me he vuelto una amenaza para el bienestar económico de los campesinos de Extremadura. No es que yo haya votado por Rajoy, no vayan a pensar. Es que no consigo vender una puta maquinita, y el hecho está afectando mis hábitos vínicos y el vino de mis hábitos. Dicen los amigos que no soy el mismo, que hoy en cuanto bebo me da por no hablar. Pero no es así; justamente a mí me da por hablar bastante, pelotudeces ibéricas.

Verán, no soy del whisky. Ese destilado se lo dejo a Amado Boudou y sus amigos de Puerto Madero (los K y los otros, aunque parece que últimamente ha perdido ya muchos de ambos). Cosas del vudú, Charly se refería a ellos cuando cantaba toma whisky con los ricos mientras los obreros hacen masa en la plaza… Pero yo no. Definitivamente no soy la clase de tipo dos dedos y soda.

Tampoco bebo cachaça. Aunque se la recomendaría a Cristina, ya que dicen que una buena caipirinha normalmente ayuda a desembarazarse de aliados corruptos. Pero no; la cachaçinha me parece demasiado dulzona para mi amargura rioplatense, arrastrada penosamente por el mundo.

De vez en cuando se me antoja y disfruto el ron. Será por lo que hace años pasé tantas veces por caminos de La Victoria, Estado Aragua en Venezuela, y se me pegó de alguna manera el roncito. Hasta presumo hoy de preparar buenos mojitos en el verano, licuando la yerbabuena y todo. Una botella de ron me dura normalmente más de un año, y por acá se consiguen directamente importadas de Cuba, con Paparatzi y todo. Y yo las compro. Eso sí: cuando compro una nueva botella, siempre la levanto a contraluz a ver si no por las dudas la botella no está preñada de algún yanqui rojo hijo de un camarón. Si no lo está, y veo que no lo va a parir, la compro.

No se me ha pegado -todavía- el culto al agave. Para mí no deja de ser un cactus no-ornamental, bastante feo, por cierto. Los campesinos zapatistas pueden estar tranquilos, porque no amenazo ni contribuyo a su economía. En materia de tequila soy neutral. Ni siquiera se me ocurre levantar la botella a contraluz a ver si tiene o no gusano (los gusanos mexicanos no son iguales a los cubanos). Lo que es seguro es que en lo que a mí respecta, en Piedras Negras Coahuila no van a matar a nadie por contrabandear tequila.

¿Vodka? Niet, spasiba. Como máximo acepté hace unos años de regalo una botella de becherowka que trajeron unos visitantes de la República Checa, y ahí está la condenada botella. La uso a veces en algunas recetas de cocina y siempre, siempre, la saco afuera cuando invito a casa a mis cuates tequileros, pero los cabrones la ignoran completamente, por más borrachos que estén, y la botella sigue ahí.

¿Aguardiente de anís? Tampoco. Desde la muerte de Pablo Escobar en Medellín no lo he tocado.

¡Ah, pero el vino!...¡El vino…! Si el vino viene, viene la vida…ya sé que te hago daño llorando mi sermón, pero es el viejo amorrrrr…vino que me hiciste mal y sin embargo te quiero…

No lo puedo evitar. El vino (tinto, por supuesto; el vino blanco es cosa de rotos ueones tipo Piñera) es mi debilidad ancestral. ¿no ves que vengo de un país?

Así que estoy seriamente preocupado. No vendo ni una puta maquinita, y la noble industria del alcornoque en Extremadura está resintiendo el hecho mucho más que los recortes del PP: últimamente compro solamente botellas de corcho sintético, que son las que puedo costear…