Mao Zedong siempre soñó con llegar a Tibet en tren desde
China, quizá por demostrar una vez más el poder del hombre sobre la naturaleza.
Los últimos 1.158 kilómetros fueron construidos en los últimos dos años
precedentes a 2006.
El ferrocarril comienza su ascenso desde las mesetas del sur
al Himalaya, y alcanza los 5.072 metros de altitud. En un principio, sus
vagones iban a estar presurizados, pero se desechó la idea por el tiempo que se
perdería en cada parada con la presurización. La solución final consiste en el
suministro de máscaras de oxigeno en cada asiento.
Sobra explicar la grandeza y espectacularidad del paisaje,
el tren se adentra en las montañas nevadas como si la cordillera se lo tragase.
Los pasajeros tienen la sensación de insignificancia que supone el verse entre
tanta inmensidad. Poderosas montañas y laderas se van dejando atrás en el
trayecto hacia la ciudad de Lhasa, el techo del mundo, la ciudad prohibida.
El tren posee dieciséis vagones, y capacidad para 98
pasajeros. Atraviesa siete túneles, cada cual más alto y el precio del billete
es de 48 dólares en su versión más barata, es decir, en asiento duro. Las
clases media y alta disponen de cama, la primera es dura y cuesta 101 dólares,
la segunda, cama blanda, sobre 155 dólares.
Es un precio bastante económico para lo que supone el viaje,
ascender a la cordillera más alta del mundo disfrutando de la majestuosidad del
paisaje, además de una forma rápida y cómoda de llegar a la ciudad santa de Lhasa.