Hiroshima ✆ Terry Wright |
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Uno no puede contar siempre con tal cordura. Krushov aceptó una fórmula planteada por Kennedy poniendo fin a la crisis que estaba a punto de convertirse en guerra. El elemento más audaz de la fórmula, escribe Allison, era una concesión secreta que prometía la retirada de los misiles estadounidenses en Turquía en un plazo de seis meses después de que la crisis quedara conjurada. Se trataba de misiles obsoletos que estaban siendo remplazados por submarinos Polaris, mucho más letales. En pocas palabras, incluso corriendo el alto riesgo de una guerra de inimaginable destrucción, se consideró necesario reforzar el principio de que Estados Unidos tiene el derecho unilateral de emplazar misiles nucleares en cualquier parte, algunos apuntando a China o a las fronteras de Rusia, que previamente no había colocado misiles fuera de la URSS. Se han ofrecido justificaciones, por supuesto, pero no creo que soporten un análisis. Como principio acompañante de esto estaba que Cuba no tenía derecho de poseer misiles para su defensa contra lo que parecía ser una invasión inminente de Estados Unidos. Los planes para los programas terroristas de Kennedy, Operación mangoose (mangosta), establecían una revuelta abierta y el derrocamiento del régimen comunista en octubre de 1962, mes de la crisis de los misiles, con el reconocimiento de que el éxito final requerirá de una intervención decisiva de Estados Unidos. Las operaciones terroristas contra Cuba son descartadas habitualmente por los comentaristas como travesuras insignificantes de la CIA. Las víctimas, como es de suponerse, ven las cosas de una forma bastante diferente. Al menos podemos oír sus palabras en Voces desde el otro lado: Una historia oral del terrorismo contra Cuba, de Keith Bolender.
Los sucesos de octubre de 1962 son ampliamente aclamados
como la mejor hora de Kennedy. Allison los ofrece como una guía sobre cómo
restar peligro a conflictos, manejar las relaciones de las grandes potencias y
tomar decisiones acertadas acerca de la política exterior en general. En
particular, los conflictos actuales con Irán y China.
El desastre estuvo peligrosamente cerca en 1962 y no ha
habido escasez de graves riesgos desde entonces. En 1973, en los últimos días
de la guerra árabe-israelí, Henry Kissinger lanzó una alerta nuclear de alto
nivel. India y Pakistán han estado muy cerca de un conflicto atómico. Ha habido
innumerables casos en los que la intervención humana abortó un ataque nuclear
momentos antes del lanzamiento de misiles por informes falsos de sistemas
automatizados. Hay mucho en que pensar el 6 de agosto. Allison se une a muchos
otros al considerar que los programas nucleares de Irán son la crisis actual
más severa, un desafío aún más complejo para los formuladores de política
de Estados Unidos que la crisis de los misiles cubanos, debido a la amenaza de
un bombardeo israelí. La guerra contra Irán está ya en proceso, incluyendo el
asesinato de científicos y presiones económicas que han llegado al nivel de guerra
no declarada, según el criterio de Gary Sick, especialista en Irán. Hay un gran
orgullo acerca de la sofisticada ciberguerra dirigida contra Irán. El Pentágono
considera la ciberguerra como acto de guerra, que autoriza al blanco
aresponder mediante el empleo de fuerza militar tradicional, informa The
Wall Street Journal. Con la excepción usual: no cuando Estados Unidos o un
aliado es el que la lleva a cabo. La amenaza iraní ha sido definida por el
general Giora Eiland, uno de los máximos planificadores militares de Israel,
“uno de los pensadores más ingeniosos y prolíficos que (las fuerzas militares
israelíes) han producido. De las amenazas que define, la más creíble es que cualquier
enfrentamiento en nuestras fronteras tendrá lugar bajo un paraguas nuclear
iraní. En consecuencia, Israel podría verse obligado a recurrir a la fuerza.
Eiland está de acuerdo con el Pentágono y los servicios de inteligencia de Estados
Unidos, que consideran la disuasión como la mayor amenaza que Irán plantea. La
actual escalada de la guerra no declarada contra Irán aumenta la
amenaza de una guerra accidental en gran escala. Algunos peligros fueron
ilustrados el mes pasado, cuando un barco estadunidense, parte de la enorme
fuerza militar en el Golfo, disparó contra una pequeña nave de pesca, matando a
un miembro de la tripulación india e hiriendo a otros tres. No se necesitaría
mucho para iniciar otra guerra importante. Una forma sensata de evitar las
temidas consecuencias es buscar la meta de establecer en Oriente Medio una
zona libre de armas de destrucción masiva y todos los misiles necesarios para
su lanzamiento, y el objetivo de una prohibición global sobre armas químicas –lo
que es el texto de la resolución 689 de abril de 1991 del Consejo de Seguridad,
que Estados Unidos y la Gran Bretaña invocaron en su esfuerzo por crear un
tenue cobertura para su invasión de Irak, 12 años después. Esa meta ha sido un
objetivo árabe-iraní desde 1974 y para estos días tiene un apoyo global casi
unánime, al menos formalmente. Una conferencia internacional para debatir
formas de llevar a cabo tal tratado puede tener lugar en diciembre. Es
improbable el progreso, a menos que haya un apoyo público masivo en Occidente.
De no comprenderse la importancia de esta oportunidad se alargará una vez más
la fúnebre sombra que ha oscurecido el mundo desde aquel terrible 6 de agosto.