Che Guevara ✆ Magalú Mariana García |
La obra de Ernesto Che Guevara es una de las cumbres de la
historia del pensamiento político cubano; al mismo tiempo, él fue uno de los
más prominentes entre los pensadores que participaron en el proceso de
universalización del socialismo y el marxismo que sucedió en el siglo XX. Su
actuación y su concepción constituyen una de esas expresiones supremas del
radicalismo que existen siempre dentro de la compleja diversidad de componentes
que contiene el campo de cada revolución. Fue un caso análogo al que constituyó
José Martí respecto a la Revolución del 95, que pudiéramos sintetizar
mencionando cinco rasgos principales de las ideas y la actuación martianas: el
tipo de política insurreccional que promovió –que era a la vez el arma
indispensable y la escuela para transformar a los participantes–, y la práctica
que hizo de ella; su propuesta de convertir la independencia en una liberación
nacional y de forjar una república nueva; el extraordinario y singular cuerpo
de ideas que desarrolló, que entre otros aspectos contiene una interpretación
pionera de comprensión y crítica del mundo moderno, y postula la necesidad de
revolucionarlo desde la perspectiva de los que fueron colonizados; la
consecuencia absoluta entre sus ideas y su conducta; y el alcance de los cuatro
rasgos citados, que trascendió mucho a un mero enfrentamiento de las
circunstancias en que actuó.
Expondré algunos aspectos seleccionados de la actuación y la
concepción del Che que dan cuenta de ese papel descollante que tuvo en el
pensamiento cubano, en la universalización del socialismo y el marxismo y en el
radicalismo revolucionario. Su examen también puede sintetizarse en cinco
rasgos, referidos al tipo de política que promovió y practicó, la propuesta que
hizo, el extraordinario y singular cuerpo de ideas que desarrolló, la
consecuencia absoluta entre sus ideas y su conducta, y el alcance superior de
su actuación y su concepción respecto a sus circunstancias. Lo haré en forma
más bien telegráfica y destinada a estimular el diálogo.
En el proceso de la insurrección y hasta su muerte durante
la primera etapa de la Revolución en el poder –la que va de 1959 a inicios de
los años setenta–, el Che compartió con Fidel la colosal aventura de la
Revolución y lo siguió siempre, como el líder supremo del proceso y como un
pensador radical excepcional. En el transcurso de aquellos años, Fidel debió
asumir sobre todo las funciones de dirigente máximo y de educador popular, y el
Che, que desempeñó un cúmulo de responsabilidades prácticas en numerosos
terrenos, elaboró al mismo tiempo una obra teórica que es el más importante
monumento intelectual de la Revolución, obra que ha resultado muy trascendente
para la estrategia y el proyecto cubanos hasta el día de hoy, y que lo será en
el futuro que alcanzo a pensar.
Las revoluciones son procesos complejos, que para triunfar
deben subvertir y negar el orden vigente, demoler sus instituciones y
desvalorizar sus símbolos; promover el carácter libertario e implantar
disciplinas férreas, hacer de la unidad un valor superior, ser muy desafiantes
y llegar a ser respetables, y construir un nuevo orden que reúne creaciones,
adaptaciones, nuevas relaciones, instituciones, valores y costumbres,
permanencias; en suma, un orden que combina promesa y administración, defensa y
autocrítica, novedades y rutina. Si se estudia, se puede historiar el proceso,
periodizarlo y hacer valoraciones sobre su curso. Alguna vez se ha propuesto el
símil de un péndulo para mostrar el ciclo que suele caracterizar el curso y el
mundo ideal de las revoluciones: primero, avances hasta un punto de máximo
radicalismo; después, detenciones, retrocesos y estabilización. El péndulo, que
había oscilado hasta un punto máximo hacia delante, hace giros cada vez menores
y se va deteniendo al centro de la escena, pero el eje que lo sostiene se ha
trasladado ya a un punto mucho más adelantado que el que ocupaba al inicio del
ciclo. Martí y el Che habrían llevado el péndulo a su máximo punto de avance.
Aunque fueron hombres de acción que con ella colmaron sus
vidas y llenaron sus épocas, y esa actuación y sus virtudes constituyen un
tesoro moral y un ejemplo imperecederos, cuando volvemos –como hacemos hoy–
sobre aquellos líderes radicales, lo principal que atendemos es a sus ideas y
sus propuestas, porque en ellas reside lo fundamental de su trascendencia y de
la utilidad que podemos obtener de ellos. Por cierto, el hecho de haber sido
muy superiores a sus circunstancias les suele acarrear una posteridad inmediata
sumamente difícil, precisamente porque resultan irreductibles a las concesiones
y retrocesos que forman parte, junto a los avances, de la estabilización que se
produce durante las posrevoluciones, mientras que su peso simbólico es enorme y
se les identifica con la revolución.
La mundialización de su sistema ha sido un destino
inevitable para el capitalismo, un tipo de dominación que es singular en la
historia humana. Desde que ella comenzaba, el joven pensador alemán Carlos Marx
les planteó a los anticapitalistas el requisito de la mundialización de la
revolución para que esta pudiera tener posibilidades de vencer. La consigna
final del Manifiesto Comunista no es una frase feliz: es una tesis. Pero el
modo fundamental de ser de la mundialización capitalista ha consistido en las
colonizaciones de la mayor parte del planeta, y, por otra parte, el ámbito de
todas y cada una de las revoluciones sucedidas contra la dominación capitalista
ha sido el nacional. Esas dos realidades han sido una gran fuente de tensiones,
contradicciones y retos para las concepciones y las prácticas revolucionarias
opuestas al dominio capitalista, y más de una vez han tenido inclusive
consecuencias trágicas. El socialismo marxista ha vivido desde hace más de
un siglo esos desafíos entre las ideas, los movimientos y las luchas que se han
representado como prioritarios –o que han asumido en política– los antagonismos
de clases sociales o la necesidad de liberar las naciones, o han hecho intentos
diversos de combinar esos dos polos.
Otros dos condicionamientos que han marcado la historia del
socialismo marxista han sido más graves. El primero y más general es el de la
renuncia en muchas situaciones y casos a la pretensión de derrocar al
capitalismo e implantar poderes socialistas, y la consecuente adecuación
práctica a constituir solamente formas de oposición muy limitadas al sistema de
dominación, que le resultan funcionales a este, o incluso a colaboraciones con
ese sistema. El segundo, el curso de la experiencia que se inició con el
triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia y terminó en 1991, llena de
eventos y procesos que no puedo tratar aquí. Apunto al menos que entre la
segunda posguerra mundial y los años sesenta su impacto general era muy
contradictorio. Por un lado, el inmenso prestigio ganado en aquella guerra, el
ser para muchos la antítesis del capitalismo imperialista, genocida,
guerrerista y sujeto de una crisis prolongada, y la conversión de la URSS en
una enorme potencia, rival de Estados Unidos, el nuevo campeón único del campo
capitalista. Por otro, la dictadura del grupo que en los años treinta liquidó
la Revolución bolchevique, hasta mediados de los años cincuenta, y, desde
entonces, tímidas y muy parciales reformas desde arriba. Y una política mundial
creciente, pero sujeta al convenio de esferas de influencia de 1945 con el imperialismo,
por lo que manipulaba a los movimientos y la ideología de su campo y se guiaba
por la razón de Estado en vez de por el internacionalismo.
Ernesto Guevara se crió en un ambiente en que eran muy
fuertes la contradicción entre las perspectivas nacional y social, los
condicionamientos prácticos de origen internacional y los conflictos que todo
esto generaba. El paso decisivo que dio junto a Fidel y sus compañeros hizo que
su vida política transcurriera en un medio en que se logró una victoria extraordinaria
frente a los grandes obstáculos de la mundialización de las revoluciones: la
insurrección y el triunfo de la Revolución cubana, su plasmación como una
revolución socialista de liberación nacional y el predominio dentro de ella del
socialismo cubano.
El Che fue hijo de la ruptura y la destrucción del orden
dominante en Cuba, que permitió movilizar y concientizar a escala permanente y
profunda al pueblo, y que unidos poder revolucionario y pueblo se apoderaran
del país, lo reorganizaran y repartieran la dignidad humana, las riquezas y las
oportunidades a partir de los principios de la justicia social y la igualdad de
derechos, base social del edificio político de la Revolución desde entonces
hasta hoy. Un proceso que aprendió de inmediato a defenderse, derrotó a
sus enemigos y se enfrentó victoriosamente a los intentos de Estados Unidos de
acabar con la Revolución, que obtuvo la soberanía nacional plena y tuvo un
pensamiento propio, y que se vio obligado a ser crítico y contradecir al tipo
de socialismo establecido por el sistema de la URSS, el campo de países y
organizaciones que lideraba y el llamado movimiento comunista internacional y
la ideología teorizada que llamaban marxismo-leninismo.
Al mismo tiempo, la segunda gran ola revolucionaria del
siglo XX se había extendido por el llamado Tercer Mundo y obtenido algunas
grandes victorias, combatía en Viet Nam y en otros lugares; y transcurría en el
marco de numerosos intentos de consolidar las independencias, lograr
desarrollos económicos nacionales y coordinar posiciones en esos tres
continentes, y en el de un rechazo virulento a las políticas imperialistas que
fue compartido por sectores internos en varios de esos mismos países, los
cuales aportaron, además de sus críticas y resistencias, novedades importantes
en el campo de la vida social y las relaciones interpersonales. Esa ola también
pretendió liberar al pensamiento revolucionario de sus ataduras, por lo que
tuvo que incluir la crítica de gran parte de las posiciones y los instrumentos
del socialismo existente.
Desde aquella coyuntura actuó y pensó Ernesto Che Guevara.
Dadas la sólida argumentación y la densidad teóricas con que elaboró y presentó
su concepción, elaboró la base de un cuerpo de pensamiento muy rico que todavía
necesita, quizás, la mayor parte de su desarrollo, y, sin duda, la mayor parte
de su experimentación práctica. La violentación de sus circunstancias en
su teoría y en sus prácticas, el comunismo y el internacionalismo en su
proyecto, y el socialismo de liberación nacional como vehículo de su actuación,
son tres aspectos esenciales para comprender al Che.
Descollante en la
acción y el pensamiento
Entre muchas cuestiones que podrían abordarse, quisiera
destacar que Che comprende y expone que el radicalismo en la concepción
teórica, la posición política y las nuevas creaciones de las personas y las
relaciones sociales que él defiende y promueve, pertenecen a una nueva época.
En ella les resulta factible a los revolucionarios irse por encima de las
insuficiencias del despliegue del capitalismo en sus países, pero ya las
revoluciones no pueden proponerse menos que el socialismo y la liberación
nacional, conquistarlos en un único proceso, profundizar de manera sistemática
en ambas direcciones, y ser internacionalistas. Esta no es una opción entre las
adoptables, sino que es la opción, la única forma de evitar el retorno y la
reproducción de la dominación capitalista sobre las personas y las sociedades,
un destino inexorable que de no asumirse esa alternativa esperaría a la
experiencia socialista al final de su camino. A la vez, Che plantea que esa
concepción y esa posición práctica deben proveer la escuela imprescindible, el
complejo y gigantesco proceso educacional permanente que irá forjando las
liberaciones de las personas y las sociedades. Esto es lo que explica su
urgencia, su tenacidad sin límites y su descomunal batalla intelectual.
El Che es uno de esos raros casos de una persona que es muy
descollante al mismo tiempo en la acción y en el pensamiento. Es bueno recordar
que Ernesto comenzó sintiéndose marxista cuando todavía no tenía experiencias
políticas, en un ambiente en el que entre los que estaban en su caso
predominaba la admiración por la URSS que había vencido a los nazis y por el
socialismo y el marxismo de orientación soviética. Pero, ¿por qué este joven no
se sumó a los seguidores ni se sujetó a aquella “línea”? Opino que varios
factores lo ayudaron. Primero, la vastísima información y la contrastación de
tendencias intelectuales y teorías que adquirió, mediante la lectura de una
multitud de obras y el ejercicio de escribir sus comentarios a ellas, es decir,
una posición activa de pensamiento y de preguntas pertrechada de copiosos
estudios. Mientras que la mera asunción de la llamada cultura universal
por estudiosos de nuestros países puede hacerlos desembocar en la condición de
colonizados mentales, que en buena medida son extranjeros en su propia tierra,
una actitud intelectual como la que asumió Ernesto suele ser una vacuna eficaz
contra los dogmatismos y la dependencia.
Por otra parte, el joven Ernesto asumió un antimperialismo
beligerante que nunca lo abandonará, y lo asoció acertadamente al
anticapitalismo, un paso que puede parecer lógico, pero que era en realidad
difícil en aquel tiempo, y aún hoy sigue siéndolo. Antes de ser capaz de
compartir o enunciar tesis sobre esa cuestión, la resolvió con su praxis: se
puso de parte de los humildes. Por el largo camino que recorrió entre Buenos
Aires y Guatemala, a través de sus vivencias y sus reflexiones, fue transitando
desde el ansia altruista de prestarles servicios a los desposeídos y desvalidos
hasta el arduo reconocimiento de que era necesario asumir una posición
política. De esa manera pudo identificar al imperialismo y las variantes
del colonialismo como enemigos de los pueblos, y al capitalismo como la fuente
de aquel sistema y de sus consecuencias de opresión, explotación y enajenación. Conocer
ese desarrollo de Ernesto puede ser útil hoy, cuando muchas veces la
preocupación por el mejoramiento humano –que es tan valiosa– no quiere o no ve
la necesidad de pasar a la actuación política.
Esa posición de Ernesto lo apartó del eurocentrismo que
caracterizaba al marxismo-leninismo, y de las formulaciones abstractas que
priorizaban al llamado sistema socialista y a la “clase obrera” de los países
industrializados como palancas de hipotéticos cambios que sucederían en un
futuro indeterminado. Lo hizo inmune también al doloroso proceso de
esterilización de su voluntad de entrega y sacrificio de por vida y sus
abnegadas prácticas y resistencias, que sufrían tantos militantes. La
revolución anticapitalista y antimperialista no estaba en el plan de aquel
movimiento político, ni en el de su ideología teorizada. Por eso, lo decisivo
fue que Ernesto buscó por el continente una causa revolucionaria a la cual
entregarle todo su ser, no solo el pensamiento, hasta que la encontró.
En la etapa que siguió desde que se incorporó a la
organización fidelista en México hasta el triunfo de la Revolución, lo
fundamental fue la experiencia práctica. Cuando un periodista le pregunta en la
Sierra, en febrero de 1958, si él era marxista desde antes de venir a Cuba, el
Che le responde que en la guerra él ha tenido que olvidar todo lo que aprendió
antes. Es decir, ha sabido desaprender, como un instrumento más de su
desarrollo personal. Pero no ha abominado de la teoría, ni la abandonará nunca.
Como otras grandes personalidades, Che comparte diferentes
inclinaciones. La vida y las prioridades asumidas le acotan sus campos de
labor, pero sus propensiones más fuertes permanecen, reaparecen cada vez que
pueden o marcan con su impronta los modos de aproximarse a los problemas y
tratarlos. Su vocación teórica es muy poderosa. Ella le ayudará a exigirle su
sentido a los hechos, las conductas y los problemas, a ser analítico y
problematizar; es decir, a utilizar el único modo de buscar lo cierto, lo esencial
y los caminos. Le dará contenidos más trascendentes a su decisión de entregarse
a la actuación social y política revolucionaria, le brindará instrumentos para
evaluar y para inscribir lo contingente y los eventos en una totalidad de los
procesos de liberación social y humana, y trabajar con ellos en el taller de
los conceptos y las teorías. El ejercicio permanente de esa vocación le
aportará al Che una mayor capacidad para prever y hacer proyectos, para exponer
sus ideas y para conducir a sus compañeros. Y por último, pero no menos
importante, formará una mente capaz de inquirir, dudar, preguntar, desconfiar,
derribar las prisiones de los lugares comunes, lo establecido, la reproducción
de lo existente y lo que se considera posible, y atreverse a crear y ser
original. En una palabra, ejercer la ciencia más difícil: la de la
revolución.
Pensamiento abierto y
poderoso
Su elocuencia sencilla y ajena a la estridencia, su lenguaje
claro, son los vehículos del pensamiento abierto y poderoso de este hombre que
jamás olvida los fosos profundos mediante los que las sociedades de dominación
han separado a los que cultivan el intelecto de la masa enorme de la gente
común, la gente de abajo. Él siempre es uno con ellos, y ellos lo premian con
su devoción, pero al mismo tiempo advierten la densidad de pensamiento que está
siempre detrás de la calma decidida con que el Che aborda las cuestiones
cotidianas y los grandes desafíos. La huella de la teoría, unas veces expresa y
otras no, lo acompañó a lo largo de su vida.
El Che estuvo produciendo teoría marxista a partir del
triunfo de 1959, desde puntos de partida que son los naturales para un
revolucionario: el análisis de la política, la economía, las ideologías y las
teorías, sus contenidos, sus métodos e instrumentos, sus condicionamientos y
los conflictos en que participan. Eso hace conveniente aclarar que buena parte
de sus proposiciones y su posición teóricas se encuentran precisamente en el
conjunto de sus productos escritos y orales, y allí hay que buscarlos. A la
vez, el Che estudiaba textos teóricos y los comentaba, y hacía exposiciones
propias directamente teóricas. Estudiando unas y otras fuentes podremos
encontrar al Che pensador y al filósofo.
Este hombre que se sabía histórico y estuvo tan consciente
del papel que desempeñaba y de lo que debía hacer, se puso un límite en cuanto
pensador: su entrega a las tareas prácticas y a la causa; y otro en cuanto a la
libre exposición de su ideas: sus compromisos como dirigente revolucionario.
Pero supo comprender –y este es un aspecto más de su grandeza– que a la
Revolución cubana le era indispensable elaborar un pensamiento creador y
eficaz, y que esa debía ser una de sus dimensiones importantes, y logró
desplegar una actividad intelectual ejemplar al servicio de esa tarea. Che fue
elaborando una concepción suya dentro del marxismo, cumplió los requisitos de
ese tipo de trabajo y avanzó en el desarrollo de ella hasta donde la vida se lo
permitió.
No emplearé tiempo en referirme al contenido de su
concepción teórica, que desde hace más de veinticinco años he tratado de
exponer en extenso; estoy seguro de que será manejada y debatida en el curso de
este coloquio. Solo quiero afirmar que esa concepción, que hoy puede parecerles
improcedente a muchos, nos muestra precisamente su carácter trascendente con su
capacidad de servir como instrumento para comprender las circunstancias
actuales y plantearse conductas y estrategias ante ellas, y para enfrentar el
formidable desarme ideológico al que han sido sometidos los pueblos en las
últimas décadas.
Por entender que es uno de los aspectos de su legado que
puede ser muy útil para Cuba y para la América Latina en la actualidad, voy a
referirme a su crítica al socialismo que llamaban “realmente existente”,
crítica que evolucionó y se hizo cada vez más dura y fundamentada. Al hacerla,
el Che no olvidó en ningún momento su responsabilidad como dirigente cubano. Para
situarnos mejor ante su crítica, es preciso tener en cuenta la existencia de
dos formas de socialismo en Cuba, que se iniciaron desde la tercera década del
siglo XX y han tenido una historia de contradicciones y conflictos, y también
de coexistencias y colaboraciones. Esas dos formas son el socialismo
proveniente del movimiento comunista internacional y el socialismo cubano.
El movimiento revolucionario insurreccional contra la
dictadura dirigido por Fidel –en el cual el Che se incorpora desde los días de
México– tuvo que abocarse en la práctica a la victoria para que el socialismo
seguidor del movimiento comunista internacional lo admitiera como una opción
política decisiva. El carácter de la revolución –una noción que entonces era
muy manejada por la izquierda– estuvo determinado por la praxis organizada y
consciente de los revolucionarios, y no fue consecuencia de características de
la estructura económica del país. Por eso pudo ser una revolución socialista de
liberación nacional la que triunfó en 1959. Esos dos choques con los principios
de la teoría-ideología del socialismo guiado por la Unión Soviética y el
movimiento comunista de su campo pronto fueron seguidos por otros. Se fue
haciendo obvio que este evento trascendental por haber sido inconcebible y por
su increíble alcance, que conquistó la liberación nacional y social del país,
estableció un poder popular fortísimo, enfrentó con éxito a sus enemigos y sus
obstáculos y produjo colosales transformaciones de las personas, las relaciones
y las instituciones, constituía, además, una herejía dentro del campo de las
experiencias y las ideas socialistas.
En octubre de 1963, al planear un seminario de
profundización sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento para los
cuadros del Ministerio de Industrias, Che orienta relacionar y comparar los
sistemas de dirección con la estimulación al trabajo y con la centralización.
Comenta que hay que estudiar las relaciones entre el sistema de dirección y los
problemas económicos y las concepciones de los países socialistas. Encerrarse
en una “falsa concepción de la ley del valor”, dice, les hizo perder contacto
con el mundo exterior. La productividad mundial dejó atrás a los países
socialistas que, a diferencia de la USSS, dependían del comercio exterior.
En una reunión posterior analizan la norma soviética de
premiar o castigar a las empresas si cumplen o no el plan. Se produce una lucha
continua entre los aparatos centrales y las empresas, dice el Che, porque estas
buscan tener metas menores para sobrecumplir fácilmente o arriesgar menos un
incumplimiento; su éxito consiste en obtener mayores premios. “Se está
estableciendo entre el aparato central y la empresa una contradicción que no es
socialista, una contradicción que atenta contra el desarrollo de la
conciencia”. Los dirigentes de empresas socialistas se van convirtiendo así en
expertos en engañar al Estado, deformándose como individuos, y ante el obrero,
la imagen del buen dirigente es la del que “sabe” organizar para “sobrecumplir”
siempre. De ese modo, el sistema se va apartando de sus objetivos y la gente se
va separando de aquellos que debían ser capaces de dirigirlos. El Che aprovecha
para exponer con vigor las cualidades que debe tener un director de empresa.
En julio de 1964, Che comenta con sus compañeros: “cuando el
cálculo económico llega, como debe llegar, a un callejón sin salida, conduce
por la lógica de los hechos a tratar de resolverlo por el mismo sistema,
aumentar el estímulo material, la dedicación de la gente específicamente a su
interés material y por ahí al libre fuero de la Ley del Valor. Y por ahí al
surgimiento en cierta manera de categorías estrictamente capitalistas”.
Denuncia de manera categórica la apelación a tomar “como arma para luchar
contra el capitalismo, las armas del capitalismo”. La autogestión intenta
valorar al hombre por lo que rinde, dice, pero el capitalismo es el que sabe
hacer eso perfectamente. Las motivaciones de “la sociedad donde la filosofía es
la lucha del hombre contra el hombre, de los grupos contra los grupos y la
anarquía de la producción” no podrán ser despertadas y utilizadas eficazmente
para servir a una sociedad cuya base era el poder socialista. Esta exige
control riguroso, control conciente, “la colaboración entre todos los
participantes como miembros de una gran empresa (el conjunto de la economía),
en vez de ser lobitos entre sí dentro de la construcción del socialismo”.
Opina que en vez de ir al fondo de los problemas, la
práctica y el pensamiento de estos socialistas se deja llevar a la seguridad
aparente de acudir a lo ya probado, reforzar el mercado, sus mecanismos y el
estímulo material individual. Las reformas pueden relucir como
“descubrimientos” que remediarían la falta de motivaciones suficientes en los
actores económicos y lograrían la subordinación de la producción para el consumo
a las demandas de sus consumidores, relacionar la rentabilidad con la venta del
producto, etcétera. Esos experimentos y ensayos de política económica son,
sin embargo, remedos de lo que el capitalismo hace eficazmente, porque lo
universaliza y porque corresponde a las relaciones fundamentales de su sistema.
Che cree firmemente que el socialismo no puede emplear los métodos capitalistas
para resolver hipotéticamente sus problemas económicos a nivel de base, y mucho
menos extrapolarlos a escala de la sociedad, porque todo eso contradice lo
esencial de su sistema. “El único problema que hay es que cuando eso se
traslada de una fábrica a todo el conjunto de la sociedad, se crea la anarquía
de la producción y viene la crisis, y después tiene que venir el socialismo de
nuevo”.
La última frase retrata al Che teórico revolucionario:
existe una lógica de las sociedades, cuyo conocimiento debemos al propio
marxismo; si la olvidamos, pagaremos un precio muy caro. Pero el socialismo no
es un régimen determinado por el libre juego de las fuerzas económicas:
después, tiene que venir el socialismo de nuevo. Es decir, tendrá que imponerse
la acción conciente y organizada de los revolucionarios para recuperar el
socialismo.
Espíritu crítico y
ejercicio del criterio
El Che insiste en desbaratar la imputación que se hace a sus
ideas de mantener un desprecio “idealista” por el interés material, un
simplismo que busca devaluarlas y rehuir la discusión. Nadie en sus cabales
desconoce la fuerza y el arraigo del interés material, instalado a lo largo de
la historia de las sociedades de dominación y multiplicado y refuncionalizado
por el capitalismo. La elección está entre utilizarlo llana y acríticamente
–aunque se pueda declarar o lamentar que sea nocivo–, o utilizarlo como un mal
necesario, sin depender de él. Ser creativo desde la situación concreta e
inevitable, y organizar un proceso de erradicación paulatina de los
comportamientos económicos egoístas e individualistas. Ir forjando otro mundo
de actuaciones y valores mediante una red de instrumentos diversos, económicos,
sociales, políticos, legales, administrativos.
El Che aprendió –al mismo tiempo– a reflexionar sobre los
problemas, la circunstancia en curso, las decisiones y la actuación inmediata;
sobre los métodos, la organización y los fines mediatos; y a teorizar acerca de
los asuntos fundamentales. La formidable experiencia práctica que realizó
al frente de más de doscientos mil trabajadores industriales en esos primeros
años sesenta ha sido sometida al olvido. Recuperar el conocimiento de su
extraordinaria riqueza contribuiría a aumentar nuestras capacidades actuales. Y
permitiría conocer al Che de los cómo, que es tan grande como el Che de los
hechos históricos y las ideas expresadas en frases rotundas.
En aquel ámbito que tuvo como centro a Ernesto Che Guevara
regía el principio de que la creación de otra realidad desde la existente, sin
la cual no hay revolución socialista, tiene que incluir el espíritu crítico y
el ejercicio del criterio, el fomento de la independencia y la capacidad de
pensar y valorar con cabeza propia. Che estimulaba estas cualidades de manera
sistemática. En el aspecto que estoy abordando, es impresionante la profundidad
y el alcance del análisis teórico logrado, en medio de la tormenta de la
Revolución, un avance que permitía una verdadera autonomía del pensamiento,
salvado de no ver los graves peligros de la copia y el seguidismo, y no apto
para conocer las deficiencias del socialismo existente y evitar o enfrentar la
colonización mental, la apologética y la rutina.
El despliegue simultáneo de su concepción y de la
profundización de la Revolución cubana lo llevan a hacer más general y más
adversa su crítica del socialismo existente. Rechaza la noción tan repetida de
que existe un sistema socialista mundial, porque los países del campo del
socialismo también tienen desarrollos desiguales, como los del mundo
capitalista: “…la práctica ha planteado el problema de contradicciones
insalvables; de índole ideológica a veces, tienen siempre una base material, económica.
De allí las posiciones que toman la URSS, China, Rumanía o Cuba, en problemas
aparentemente desligados de la economía.” Al examinar conflictos bilaterales
entre países del campo socialista, afirma que en la realidad “se dan fenómenos
de expansión, de cambio no equivalente, de competencia, hasta cierto punto de
explotación y ciertamente de sojuzgamiento de los Estados débiles por los
fuertes”. Tacha al CAME de “olla de grillos” y plantea que los precios y la
calidad de muchos artículos que venden los socialistas de Europa a los demás
serían inaceptables en el mercado internacional capitalista. Reconoce que en
este campo y en el de los créditos, la política de la URSS y China es más
consecuente con el internacionalismo. Pero aclara que los precios fijos
sostenidos a productos de países socialistas menos desarrollados, en el mejor
caso, mitigan el intercambio desigual, pero no lo anulan.
No existe una confrontación planetaria principal entre el
capitalismo y las supuestas tres fuerzas revolucionarias, como repiten las
declaraciones del socialismo “realmente existente”, que las relacionan por
orden de importancia: primera, el llamado sistema socialista mundial; segunda,
la “clase obrera” de los países capitalistas desarrollados; y tercera, las
luchas por la independencia y la democracia nacional en las “jóvenes” naciones
del Tercer Mundo. La razón de Estado y los intereses económicos de cada país
socialista, las esferas de influencia pactadas, la estrategia de potencias son
la regla y la conducta usual. De la unión entre proletarios a escala mundial
que preconizan las declaraciones dice el Che: “Falso de toda falsedad. No hay
punto de contacto entre las masas proletarias de los países imperialistas y los
dependientes; todo contribuye a separarlos y crear antagonismos entre ellos (…)
el oportunismo ha ganado una inmensa capa de la clase obrera de los países
imperialistas…” Sobre las revoluciones: “También es falso que el proletariado
(…) sea el que cumpla el papel dirigente en la lucha de liberación, en la mayoría
de los países semicoloniales”. Ya no se puede admitir la idea de que la
burguesía nacional sea un factor progresivo en las luchas revolucionarias: “La
lucha contra la burguesía es condición indispensable de la lucha de liberación,
si se quiere arribar a un final irreversiblemente exitoso.”
También rechaza la consigna de la “crisis general del
capitalismo”, supuesta teoría que deben acatar los partidarios del socialismo. No
estamos en la “tercera etapa”; en realidad, dice, el imperialismo no agoniza: “ni
siquiera ha aprovechado al máximo sus posibilidades en el momento actual y
tiene una gran vitalidad (…) La tendencia es a invertir capitales propios en el
aprovechamiento de las materias primas o en la industria ligera de los países
dependientes”. La aguda competencia “provoca una incesante marea de
innovaciones técnicas…”
Los jóvenes de hoy no han escuchado nada del “sistema
socialista mundial”, “las tres fuerzas revolucionarias” o la “crisis general
del capitalismo”, y seguramente sonríen al escuchar su explicación. Pero en
aquel tiempo estaban entre los principales dogmas que debían admitirse como
artículos de fe y esgrimirse para entender las cosas más importantes, acallar
todo criterio diferente y “vencer en la lucha ideológica”. El Che y los que como
él escogían actuar como revolucionarios en aquella época debían salir de esas
prisiones y pensar con cabeza propia. Recordar hoy la falta total de asideros
en la realidad que tenían aquellas consignas seudocientíficas es una lección
contra la tendencia a admitir ser gobernados por frases vacías.
Madurez de la
concepción teórica del che
En los primeros meses de 1965 la madurez de la concepción
teórica de Ernesto Che Guevara se hace evidente en El socialismo y el hombre en
Cuba, uno de los textos fundamentales de la historia del socialismo en América
Latina. Pero enseguida comenzará la última fase de su vida, en la que vuelve a
dedicarse a la acción armada, ahora como dirigente internacionalista cubano que
intenta contribuir al desarrollo de las revoluciones de liberación. Y ahora
emprende también una tarea intelectual que considera indispensable: la
necesidad de llegar a conclusiones sobre el socialismo realmente existente,
asunto crucial para todos en el mundo, y la de ofrecer una alternativa
revolucionaria desde las ideas de los pensadores de los países que han sufrido
o sufren el colonialismo y el neocolonialismo, que quieren pelear por la
liberación total de las naciones y de las personas, y por el avance de la
revolución mundial.
“Es un grito dado desde el subdesarrollo”, escribe en “La
Necesidad de este libro”, breve introducción a los Apuntes críticos a la
Economía Política, un texto que contiene planteamientos trascendentales. Se
refiere a El capital, de Carlos Marx, a las nuevas situaciones de la época
imperialista, los aportes extraordinarios de Lenin y la detención ulterior del
desarrollo de la teoría marxista. Enseguida expone las razones por las cuales
hace la crítica de la Economía Política:
Creemos importante la tarea porque la investigación marxista en el campo de la economía está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo intransigente de la época de Stalin ha sucedido un pragmatismo inconsistente. Y, lo que es trágico, esto no se refiere sólo a un campo determinado de la ciencia; sucede en todos los aspectos de la vida de los pueblos socialistas, creando perturbaciones ya enormemente dañinas, pero cuyos resultados finales son incalculables (…) Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la NEP han calado tan hondo en la vida de la URSS que han marcado con su signo toda esta etapa. Y sus resultados son desalentadores: la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción, y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están resolviendo hoy a favor de la superestructura. Se está regresando al capitalismo.
Che confía en que muchos podrán sentirse atraídos por este
“intento de retomar la buena senda”. A ellos se dirige el libro, “y también a
la multitud de estudiantes cubanos que tienen que pasar por el doloroso proceso
de aprender ‘verdades eternas’ en las publicaciones que vienen, sobre todo, de
la URSS, y observar como nuestra actitud y los repetidos planteamientos de
nuestros dirigentes se dan de patadas con lo que leen en los textos”.
Un largo camino había recorrido Ernesto Guevara en una
década. La revolución había sido su maestra. En la guerra y desde el poder
revolucionario se desarrolló su estatura como combatiente, dirigente y
pensador, y ahora él –como reclamara Lenin sesenta años antes– debía, en justo
pago, enseñarle algo a la revolución. Y lo logró. La aventura socialista de un
pequeño país aislado producía un pensamiento capaz de continuar el trabajo
excepcional mediante el cual Marx había encontrado ideas capaces de subvertir
el control de las ideas de la sociedad por la clase dominante. Che escribió:
“nosotros aportamos nuestro modesto granito de arena”. Y a los compañeros
cercanos más estudiosos les pidió componer un “manual” cubano. Pensó seguramente
que los que compartían su posición continuarían la campaña de difusión de las
actitudes y las ideas más revolucionarias que con tanto ardor y sistematicidad
él llevó a cabo en su última etapa en Cuba.
El acierto y el alcance de los planteamientos del Che acerca
de la esencia y el destino del socialismo realmente existente solo se
comprobaron veinticinco años después. Pero cuando hacia el final del siglo XX
pareció que todo lo logrado por la humanidad se perdería, incluso la esperanza,
el Che regresó. Celebramos ese regreso, que evidencia la resistencia de los
pueblos y el valor permanente de las ideas y del ejemplo. Sin embargo, el
pensamiento del Che ha seguido encontrando escollos y ha tenido que ir ganando
espacios paulatinamente. Ese pensamiento es uno de los lugares principales de
los combates actuales.