Políticos y expertos rivalizan unos contra otros en recomendar formas de cómo, todavía, podría revertirse esta decadencia. Yo creo que es irreversible.
La cuestión real es cuáles son las consecuencias de esta
decadencia. La primera es la reducción manifiesta de la capacidad de control
estadunidense sobre la situación mundial y, en particular, la pérdida de
confianza de los que alguna vez fueran los aliados más cercanos de Estados
Unidos respecto de su comportamiento. Durante el último mes, debido a la
evidencia mostrada por Edward Snowden, se hizo del conocimiento público que la
Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) ha estado
espiando directamente a los líderes más importantes de Alemania, Francia,
México y Brasil, entre otros (por supuesto, a incontables ciudadanos de estos
países).
Estoy seguro que Estados Unidos se involucró en actividades
similares en 1950. Pero en ese año ninguno de estos países se habría atrevido a
hacer un escándalo público de su ira ni a exigir que Estados Unidos dejara de
hacer esto. Si lo hacen hoy es porque Estados Unidos los necesita más a ellos
que ellos a éste. Los líderes actuales saben que Washington no tiene opción,
sino prometer, como el presidente Obama acaba de hacerlo, que cesará estas
prácticas (aunque no lo diga en serio). Y los líderes de esos cuatro países todos
saben que su posición interna se verá fortalecida, no debilitada, por torcerle
la nariz en público a Estados Unidos.
Y en tanto los medios discuten la decadencia estadunidense,
la mayor atención se le presta a China como potencial sucesor hegemónico. Esto
tampoco es certero. No hay duda de que China es un país que crece en fuerza
geopolítica. Pero acceder al rol de poder hegemónico es un proceso arduo y
prolongado. Normalmente le tomaría por lo menos otro medio siglo a algún país
para que alcanzara la posición donde pudiera ejercer un poder hegemónico. Y
esto significa un tiempo largo en el que cualquier cosa puede pasar.
Inicialmente, no hay un sucesor inmediato en el papel. Más
bien, lo que ocurre cuando se hace evidente el disminuido poderío de una
potencia anteriormente hegemónica es que el relativo orden del sistema-mundo es
remplazado por una lucha caótica entre los múltiples polos del poder, ninguno
de los cuales controla la situación. Estados Unidos sigue siendo un gigante,
pero un gigante con pies de barro. Continúa por el momento siendo la fuerza
militar más fuerte, pero se encuentra incapaz de hacer buen uso de ésta.
Estados Unidos ha intentado minimizar sus riesgos concentrándose en una guerra
de drones –los aviones no tripulados. El anterior secretario de Defensa, Robert
Gates, ha denunciado esta visión como poco realista en lo militar. Nos recuerda
que las guerras se ganan con la guerra en tierra, y el presidente estadunidense
está con una enorme presión encima, tanto de políticos como del sentimiento
popular, de que no debe utilizar fuerzas terrestres.
El problema para todos en una situación de caos geopolítico
es el alto nivel de ansiedad que alimenta y las oportunidades que ofrece para
que prevalezca la locura destructiva. Por ejemplo, Estados Unidos podría dejar
de ganar guerras, pero puede aún desatar daños enormes a sí mismo y a otros
debido a acciones imprudentes. Cualquier cosa que intente Estados Unidos en
Medio Oriente hoy, perderá. Al momento, ninguno de los actores fuertes en Medio
Oriente (y realmente pienso que ninguno) sigue ya la línea de Estados Unidos.
Esto incluye a Egipto, Israel, Turquía, Siria, Arabia Saudita, Irak, Irán y
Pakistán (por no mencionar a Rusia o China). Los dilemas de política que esto
implica para Estados Unidos han sido registrados con gran detalle por el New
York Times. La conclusión del debate interno en el gobierno de Obama ha sido un
compromiso súper ambiguo, en el cual el presidente Obama parece vacilante, más
que fuerte.
Finalmente, hay dos consecuencias reales de las cuales
podemos estar bastante seguros en la década por venir. La primera es el fin del
dólar estadunidense como divisa de último recurso. Cuando esto ocurra, Estados
Unidos perderá una protección importante para su presupuesto nacional y para el
costo de sus operaciones económicas. La segunda es una caída, probablemente
seria, en los estándares relativos de vida de los ciudadanos y residentes en
esa nación. Las consecuencias políticas de este último suceso son difíciles de
predecir en detalle, pero no serán insustanciales.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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