La actual reedición en castellano de ‘La lucha contra
el fascismo en Alemania’, que compila todos sus escritos sobre la temática, es
una oportunidad para reexaminar esa elaboración, desplegada al calor de los
acontecimientos. El título constituye la tercera entrega de las Obras Escogidas
del autor, a cargo del CEIP León Trotsky/Ediciones IPS (Buenos Aires), en
coedición con el Instituto del Derecho de Asilo/ Museo Casa de León Trotsky
(México). Se
trata de la más completa y rigurosa versión del libro hecha hasta el momento en español, en base a una presentación muy cuidada. No solo reproduce y corrige todas las otras ediciones de la obra realizadas en ese idioma sino que incorpora otra gran cantidad de textos que el teórico de la Revolución Permanente escribió sobre el asunto y se hallaban sin traducir o dispersos en otras publicaciones, lo cual extiende el volumen a más de 500 páginas.
trata de la más completa y rigurosa versión del libro hecha hasta el momento en español, en base a una presentación muy cuidada. No solo reproduce y corrige todas las otras ediciones de la obra realizadas en ese idioma sino que incorpora otra gran cantidad de textos que el teórico de la Revolución Permanente escribió sobre el asunto y se hallaban sin traducir o dispersos en otras publicaciones, lo cual extiende el volumen a más de 500 páginas.
El tramo central del libro son las páginas escritas en su
mayoría entre 1930-1933, originalmente publicadas en el Boletín de la
Oposición de Izquierda, en artículos de periódicos de la corriente o en
folletos. Para el revolucionario ruso esos fueron años de gran producción
intelectual, pero bajo condiciones muy difíciles de exilio, aislamiento y
persecución, mientras se hallaba desterrado en la isla turca de Prinkipo. Sus
textos no podían llegar sino a un puñado de militantes que, además de su
combate al nazismo, apenas podían resistir la doble hegemonía de la
socialdemocracia y del estalinismo.
Trotsky entendía a esta pequeñísima vanguardia, en Alemania
y en algunos otros pocos países, como la base para un nuevo reagrupamiento del
socialismo revolucionario. Con ellos, acabó luego lanzando el proyecto de la
Cuarta Internacional.
Una radiografía
marxista del nazi-fascismo
La obra propone una compleja y matizada reconstrucción de
las condiciones históricas que hicieron posible la emergencia, desarrollo y
acceso al poder del nazismo. Trotsky advertía sobre la profunda crisis
económica del capitalismo mundial iniciada en octubre de 1929, con su impacto
devastador sobre el sistema económico, social y político de la República de
Weimar, en donde en un lapso de tres años se multiplicó por cinco el número de
desocupados. ¿Por qué fue el extremismo nazi quien pudo capitalizar más
eficazmente la polarización política acicateada por la quiebra económica y la
descomposición social? Este se erigió como la respuesta estructural a las
necesidades del capital, que para poder sortear la crisis debía reducir los
costos laborales, conquistar nuevos mercados y ampliar el mercado interno a
través de la masiva producción armamentística. La brutal regimentación de la
sociedad, la destrucción de los sindicatos y la liquidación de los partidos
obreros, era la precondición para la militarización de la economía. Tras ver
fracasar todos los intentos de montar un gobierno fuerte y decidido a aplicar
este plan, la burguesía apostó a la salida del nazismo. Y con ella, el camino
hacia una nueva guerra, para romper el corsé que atenazaban a las fuerzas
productivas del capitalismo germano. En contra de la miopía ultraizquierdista
del estalinismo, que identificó como iguales regímenes burgueses al fascismo y
a la democracia parlamentaria, Trotsky plasmó una visión y una estrategia
alternativas: si bien ambos sistemas políticos respondían a los intereses del
capital, en el segundo de ellos los sindicatos, las cooperativas o las demás
instituciones obreras podrían subsistir, y debían salvaguardarse frente al
intento fascista por destruirlas. La burguesía optaba por el fascismo cuando la
democracia ya no le aseguraba el equilibrio de la sociedad: allí era cuando la
pequeña burguesía enfurecida y el lúmpenproletariado desmoralizado eran
convertidos por el capital financiero en un movimiento de masas para aplastar a
la clase obrera.
La incompatibilidad entre fascismo y socialdemocracia era
total, pues si esta última no podía tener influencia sin las organizaciones
obreras de masas, el nazismo sólo podía consolidar su poder si disolvía a estas
instituciones proletarias. Ello obligaba a un acuerdo práctico entre comunistas
y socialistas. Este planteo está bien desplegado en el texto más extenso y
quizás relevante del libro, luego conocido como “¿Y ahora? Problemas vitales
del proletariado alemán”, originalmente escrito en enero de 1932. Tras el
acceso de Hitler al poder, Trotsky, en “Qué es el nacionalsocialismo” (junio
1933), trazó un magistral retrato socio-cultural e ideológico del nazismo,
mostrando el modo como éste usurpaba el concepto de revolución: en verdad, era
un movimiento que dejaba “intacto el sistema social”. Identificaba las
peculiaridades del bizarro fenómeno racista, antisemita y antimarxista, como el
que había “hecho accesible la política a los bajos fondos de la sociedad”.
No obstante, Trotsky no confundía el esencial carácter de
clase del fascismo: a pesar de sus pretendidos rasgos plebeyos, decía, “no es
para nada el gobierno de la pequeñoburguesía. Por el contrario, es la dictadura
más despiadada del capital monopolista”.
Cómo combatir al
nazismo: un juicio al estalinismo
El modo en que el movimiento obrero y los comunistas debían
enfrentar la grave amenaza del fascismo introducía el dilema crucial. El
principal interés de Trotsky giraba en torno a impugnar la línea global que en
ese entonces estaba adoptando el estalinismo: la del tercer período,
también conocida como declase contra clase. La misma había sido argumentada en
el VI Congreso de la IC (julio-agosto de 1928), ya bajo el dominio del sector
liderado por Stalin. Rigió hasta la adopción de un nuevo viraje, en 1935,
cuando se introdujo el frente popular. El tercer período ponía
fin a la etapa iniciada en 1921, entendida como de relativa estabilización
social. Desde una visión catastrofista, ahora se auguraba la inminente caída
final del capitalismo y la radicalización de masas, al tiempo que se anulaban
las diferencias entre dictaduras y democracias burguesas y solo se reconocía la
existencia de dos campos políticos: fascismo y comunismo. El fascismo sería la
última fase del capitalismo, y el triunfo de la revolución sería precipitado
por el acceso al poder de aquél.
Era una caracterización ultraizquierdista, sectaria y
aventurera, combinada con los elementos de oportunismo propios del estalinismo.
Bajo esta línea la socialdemocracia fue definida como “socialfascista”,
“hermana gemela” del fascismo. Así lo sostenía el PC alemán (KPD) y su líder,
Ernst Thälmann. Trotsky combatió esta orientación desde su inicio mismo. En el
Anexo de esta edición se reproduce su texto “La crisis austríaca y el
comunismo” (noviembre 1929), que apuntaba las contradicciones entre fascismo y
socialdemocracia: lo del “socialfascismo” era un desvarío que alienaba toda
posibilidad de diálogo con los obreros socialistas que odiaban a la extrema
derecha. Pero a Trotsky le preocupaba Alemania, donde el peso del KPD hacía más
determinante su conducta.
En las elecciones de septiembre de 1930, el estalinismo
festejó el aumento de votos del PC a 4,5 millones, ignorando el mayor salto
protagonizado por el partido nazi (NSDAP), que saltó de 800.000 a 6.400.000 de
sufragios, multiplicando casi por diez el número de sus diputados, mientras que
el Partido Socialdemócrata (SPD) aún recibió 8,5 millones de votos. Para el
KPD, ese ascenso de los nazis era “el principio del fin para ellos”. En “El
giro de la Internacional Comunista y la situación en Alemania”, Trotsky
señalaba que aún se estaba a tiempo de actuar, pues la burguesía estaba
dividida en distintas opciones.
Pero una perspectiva revolucionaria debía considerar que la
pequeñaburguesía viraba a un terreno hostil al proletariado, inclinándose al
nazismo en tanto “partido de la desesperación contrarrevolucionaria”.
Reclamaba, pues, un “frente único proletario” SPD-KPD para enfrentar los
ataques nazis y defender “aquellas posiciones materiales y morales que la clase
obrera ha logrado conquistar en el Estado alemán”.
Pero el estalinismo se
empeñó en el curso contrario. Cuando en julio de 1931 la derecha intentó
avanzar con la celebración de un plebiscito (con resultado finalmente adverso)
para definir la disolución del gobierno socialdemócrata de Prusia, contó con el
apoyo de los nazis y… de los comunistas. En “¡Contra el comunismo nacional!
(Lecciones del ‘Referéndum rojo’)”, Trotsky repudió esta política, que había
provocado el debilitamiento de los comunistas, su distanciamiento de los
obreros socialistas y el fortalecimiento de los nazis. En noviembre, en
“Alemania, la clave de la situación internacional”, Trotsky redoblaba el
llamado al frente entre el SPD y el KPD para enfrentar al nazismo. Pero lo
cierto era que el primer partido prefería hacer alianza con los católicos de
centro, mientras que el segundo apenas llamaba a unirse con los obreros
socialdemócratas aunque sólo para denunciar a sus jefes. Al fin y al cabo,
“después de Hitler, Thälmann”, argumentaban los estalinistas, creyendo que una
victoria nazi uniría a la clase obrera y catapultaría a la dirección comunista.
Para Trotsky se subestimaba el peligro. Informaba que el triunfo de Hitler
superaría a la barbarie del fascismo italiano y conduciría a la destrucción del
movimiento obrero. Su convocatoria iba asumiendo un carácter urgente e
imperativo, como se registra en su “Por un frente único obrero contra el
fascismo” (diciembre de 1931).
La caracterización
del colapso definitivo de la IC
En la perspectiva de Trotsky, la dinámica política a lo largo
de 1932 confirmaba las tendencias preexistentes. El mariscal reaccionario
Hindemburg, merced al apoyo de la coalición gubernamental de Weimar (incluido
el propio SPD), pudo aún imponerse a Hitler en las elecciones presidenciales de
abril, pero el dato era que ya el NSDAP se había convertido en el partido más
votado. Y el KPD se estancaba en una significativa, pero al fin y al cabo
minoritaria, porción del electorado. Y mientras se alternaban las cancillerías
de Brüning, Von Papen y, después, Von Schleicher, para Trotsky resultaba claro
que, frente a la división y parálisis de la clase obrera, la victoria del
nazismo resultaba inevitable y cercana. Las derivaciones de ello en el mediano
plazo serían la disolución del Tratado de Versailles y un ataque bélico contra
la URSS. Ello aparece bien reflejado en su escrito “Preveo la guerra con
Alemania”, de abril, y en su extenso folleto “El único camino”, de septiembre.
El 30 de enero de 1933 la continuidad de la crisis condujo
al gran capital a optar por el nombramiento de Hitler como canciller. Días
después, en sus textos “Ante la decisión” y “El frente único defensivo”, se lee
cómo Trotsky se resistía a un análisis derrotista, pues juzgaba que todavía
había capacidad de reacción proletaria y la nueva coalición gubernamental aún
poseía un carácter inestable. Anticipó así las movilizaciones obreras unitarias
en los días siguientes en Berlín, que arrinconaron al NSDAP, pero que al no
convertirse en una articulada estrategia de frente único, volvió a darle la posibilidad
a Hitler a fines de febrero de lanzar los zarpazos definitivos. Fueron estos
golpes y éxitos nazis (la clausura de la sede del KPD, el incendio del
Reichstag, la aplicación del terror represivo y el fraude que les permitió una
victoria en las elecciones de marzo) los que garantizaron los progresos del
régimen hitlerista.
Trotsky tomó nota de la magnitud de los hechos. Tres textos
lo testimonian: de marzo, “La tragedia del proletariado alemán. Los obreros
alemanes se levantarán de nuevo. ¡El estalinismo jamás!”; de abril, “El
derrumbe del Partido Comunista alemán y las tareas de la Oposición” (agregado
para esta edición); de mayo, “La catástrofe alemana: la responsabilidad de la
dirección”. Para el revolucionario ruso el derrotado era el “proletariado más
poderoso de Europa”, el cual “no ofreció ninguna resistencia desde la llegada
de Hitler al poder y sus violentos ataques contra las organizaciones obreras”.
En esa debacle, la novedad no había sido el esperable comportamiento de la
socialdemocracia, sino el de la IC, creada precisamente para liberar a los
obreros de la influencia de aquella. El tercer período de la
burocracia estalinista había dejado al proletariado alemán “impotente,
desarmado y paralizado en el momento de su mayor prueba histórica”. Una
verdadera quiebra política y moral. Dado que la línea y la actuación habían
sido plenamente convalidadas, sin la menor crítica por la IC, para Trotsky se
abría la tarea de construir un nuevo partido, primero en Alemania, luego
prolongado como consigna de labor para todas las secciones de la Oposición de
Izquierda. De ello derivaría, tiempo después, la construcción de la Cuarta
Internacional. Así lo expresan los textos de julio: “Es necesario construir
nuevos partidos comunistas y una nueva Internacional” y “Es imposible
permanecer en la misma ‘Internacional’ con los Stalin, Manuilsky, Lozovsky y
Compañía”.
***
La lucha contra el fascismo en Alemania contornea una
imagen de Trotsky, ya no sólo en su perfil de estratega revolucionario, sino
también de analista de la realidad política, faena en la cual desplegó una
refinada comprensión histórico-sociológica. Lo notable es la versatilidad que
ella alcanzó respecto a geografías tan diferentes, sobre las que buscó
descubrir el modo en que se produjo la interacción entre clases, partidos,
direcciones, Estados y regímenes políticos, en tiempos de corta o de larga
duración. Lo que había mostrado para el caso ruso, pudo prolongarse en el
dominio de otras especificidades nacionales, como lo evidencia este libro, pero
también los volúmenes dedicados hacia la misma década a las situaciones en
Francia, España o Inglaterra, entre otras. Como sostuvo Perry Anderson, enConsideraciones
sobre el marxismo occidental, respecto a estos escritos de Trotsky: su “calidad
como estudios concretos de una coyuntura política no tiene parangón
en los anales del materialismo histórico.
En este campo, ni siquiera Lenin
escribió una obra de semejante profundidad y complejidad. Los escritos de
Trotski sobre el fascismo alemán constituyen (…) el primer análisis marxista
verdadero de un Estado capitalista del siglo XX: la formación de la
dictadura nazi”. Creemos que La lucha contra el fascismo en Alemania aún
ofrece un método de análisis, provechoso de ser estudiado, independientemente
de si todas sus hipótesis y conclusiones mantengan o no plena vigencia.
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