No es fácil explicar las razones por las cuales en este
momento la estrategia de Estados Unidos se endureció buscando la caída de
gobiernos como el de Nicolás Maduro. Es cierto que el simple paso del tiempo
juega en contra de los intereses de Washington. ¿O puede haber influido el
anuncio del ministro de Defensa de Rusia, Serguei Shoigu, de que está
negociando instalar bases militares en Cuba, Venezuela y Nicaragua, algo que el
Pentágono debe saber desde tiempo atrás? (Russia Today, 26/2/14)
Es cierto que los supuestos anfitriones de las bases rusas negaron en los días posteriores al anuncio esa eventualidad, pero ¿qué otra cosa podían decir? Sería la evolución razonable de los importantes vínculos políticos y militares que esos tres países mantienen desde hace años con Moscú.
Al parecer la Casa Blanca está probando las respuestas de
sus aliados. Esa es al menos la lectura que hace el Laboratorio Europeo de
Anticipación Política en su boletín mensual, donde señala que la crisis en
torno a Ucrania es el modo de evitar una alianza Rusia-Unión Europea con la que
Alemania parecía sintonizar. La torpe actitud estadunidense y de Bruselas de
apoyo a los neonazis ucranios forma parte de una estrategia consistente en
“reconstruir la cortina de hierro en 2014 y aislar a Europa de todas
las actuales dinámicas de los países emergentes que nos unen a Rusia, como
Ucrania nos unía a Rusia” (Geab No. 83, 15/3/14).
La crisis europea actual es el segundo capítulo del ataque
que sufrió el euro desde 2010, continuado por el proyecto TTIP (Asociación
Trasatlántica para el Comercio y las Inversiones) con el objetivo de
neutralizar la construcción de una Unión Europea autónoma y, según el
citado think tank, obligarnos a comprar el gas de esquisto
estadunidense, que no puede ser vendido sin ese acuerdo, lo que cerraría el
círculo de la anexión de Europa a la zona del dólar.
En América Latina estamos viviendo la tercera transición
hegemónica. Para tener alguna idea de los caminos que puede tomar la actual
transición, no contamos con manuales sino con la rica experiencia histórica de
nuestros pueblos, jalonada tanto de potentes protagonismos populares, indios y
negros como de traiciones, masacres y genocidios. Una vez más, el resplandor
del pasado nos ilumina.
Recapitulemos: la primera transición sucedió entre 1810 y
1850, aproximadamente, y selló la suerte del dominio español y portugués y
entronizó la hegemonía británica. Donde hubo virreinatos de la corona española,
nacieron repúblicas dominadas por oligarquías criollas asentadas en haciendas
agroexportadoras y el libre comercio. Esta transición aplastó las revoluciones
de abajo: las revueltas de Túpac Amaru y Túpac Katari en Cusco y la actual
Bolivia (1780-1781), la revolución haitiana (1804) y las luchas
independentistas más radicales como las encabezadas por José Artigas en el sur
y Miguel Hidalgo y José María Morelos en el norte, entre muchas otras.
La segunda transición hegemónica, del dominio británico al
estadunidense, entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914) y el fin
de la Segunda (1945) fue precedida por la Revolución Mexicana (1910), tuvo
jalones como la revolución boliviana (1952), la insurrección del proletariado
argentino (17 de octubre de 1945) y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, que
inauguró La Violencia colombiana (1948-1958).
En este periodo nacen nuevas instituciones, partidos de
izquierda y sindicatos en particular, donde se organizan trabajadores y
campesinos devenidos en las fuerzas motrices del cambio social, ocupando el
lugar de las anteriores montoneras de las guerras por la independencia. Pese a
sus victorias, los de abajo se vieron nuevamente desplazados, ya no por los
criollos desgajados del colonizador sino por la alianza entre la burguesía
industrial y el Estado nación, con variaciones en los diversos países, que se
apoyaron en cierto desarrollo fabril destinado a sustituir importaciones.
Es probable que la actual transición haya comenzado, en un
sentido laxo, con el caracazo de 1989, al que sin rubor podemos
vincular, en cuanto a su trascendencia histórica, con la revuelta de Túpac
Katari. El encadenamiento de levantamientos y revueltas es bien conocido; entre
el primero de enero de 1994 y la marcha en defensa del TIPNIS (Territorio
Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure) en Bolivia (2011) se registraron dos
decenas de marejadas populares que modificaron la relación de fuerzas en la
región.
No tengo la menor duda de que los de abajo están en
condiciones de derrotar a los de arriba, aunque éstos le den la mano al
imperio. Los últimos embates en Venezuela muestran dos novedades: un alto nivel
de violencia y el involucramiento paramilitar desde Colombia en apoyo de una
derecha que cuenta con el respaldo de las clases medias, en particular profesionales
y técnicos cuyo modo de vida es cada vez más cercano al de la burguesía.
El principal problema que se puede otear en el horizonte es
que se repita la secuencia de las dos transiciones anteriores: que el derroche
de vidas y los triunfos de los de abajo en el campo de batalla sean apropiados
y utilizados por un arriba reconfigurado para perpetuar la dominación. Para
evitarlo, lo primero es preguntarnos quiénes son los criollos y los burgueses
de hoy, aquellos que, agazapados en las marejadas populares, surfeando sobre el
oleaje de los de abajo, están en condiciones de convertirse en una nueva clase
dominante.
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