El socialismo reapareció en América Latina en la última década en cuatro proyectos de futuro. En Venezuela adoptó un enunciado centenario (socialismo del siglo XXI), en Bolivia un perfil singular (socialismo comunitario), en Cuba una impronta actualizadora (renovación socialista) y en el ALBA una formulación continental (socialismo latinoamericano). En todos los casos el horizonte de largo plazo ha sido combinado con propuestas nacionales (o regionales) inmediatas. ¿Pero qué significa el socialismo? ¿Cuál es el balance de sus experiencias? ¿Cómo se replantea en estos momentos?
Sentido y propósitos
El socialismo se
convirtió en un gran movimiento popular a fines del siglo XIX, cuando encarnó
un viejo anhelo de emancipación social. Recogió la vieja aspiración de los
oprimidos de construir una sociedad de igualdad y justicia. Los partidarios
consecuentes de ese ideal confrontaron abiertamente con el capitalismo y
adoptaron un perfil revolucionario, al comprender que este sistema no puede ser
reformado, ni humanizado. El socialismo se define por oposición al capitalismo.
Es la antítesis de un régimen que funciona acrecentando los sufrimientos
populares, las tensiones bélicas y la destrucción del medio ambiente.
El proyecto socialista apunta a gestar una sociedad sin opresores ni oprimidos. Esa meta es incompatible con la explotación actual que sufren los trabajadores. Aspira a revertir la desigualdad que recrea un sistema asentado en la competencia para incrementar el lucro. Postula erradicar progresivamente una rivalidad que socava la convivencia humana, desatando dramáticos choques entre distintos grupos de la sociedad.
El socialismo no se
limita a pregonar un genérico ideal pos-capitalista, ni postula mayor atención
a la dimensión social de las relaciones humanas. Propone una modalidad
específica de sociedad alternativa, basada en regímenes económicos de mayor expansión de la propiedad pública y
sistemas políticos de creciente auto-administración popular. Pero al cabo de un
siglo perdura la discusión sobre las formas concretas que asumiría este
esquema.
Marx percibió un
anticipo de esa estructura en la Comuna de París, supuso que emergería en
Europa y se expandiría posteriormente al resto del mundo. Pero la victoria bolchevique
de 1917 inauguró otro rumbo. Una sucesión de revoluciones triunfantes en China,
Cuba y Vietnam determinó el debut de la construcción socialista en los países
periféricos[1].
Este escenario
aterrorizó a las clases dominantes de todo el mundo, que debieron otorgar
concesiones sociales inéditas. El estado de bienestar, la gratuidad de ciertos
servicios básicos, el objetivo del pleno empleo y el aumento del consumo
popular fueron mejoras impensables en la época de Marx o Lenin, que fueron
aceptadas por los opresores. En el contexto de recuperación económica de
posguerra, esas conquistas aparecieron como consecuencia directa del temor al
comunismo que invadió a los capitalistas.
Los grandes avances
de posguerra no contuvieron el ímpetu de la izquierda. En los años 70-80 los
emblemas del socialismo eran tan populares, que resultaba imposible computar
cuántos partidos y movimientos reivindicaban esa denominación. Un número
significativo de esas corrientes se proclamaba también revolucionaria, para
evitar cualquier confusión con los defensores socialdemócratas del status quo.
Objeciones y comparaciones
La masiva adhesión al proyecto de emancipación comenzó a trastabillar con el levantamiento en Hungría, las tensiones chino-soviéticas, la rebelión de Solidaridad en Polonia y el cuestionamiento de los regímenes antidemocráticos vigentes en el denominado bloque socialista.
Objeciones y comparaciones
La masiva adhesión al proyecto de emancipación comenzó a trastabillar con el levantamiento en Hungría, las tensiones chino-soviéticas, la rebelión de Solidaridad en Polonia y el cuestionamiento de los regímenes antidemocráticos vigentes en el denominado bloque socialista.
Hubo intentos de
renovación durante la Primavera Checoslovaca (1968) que fueron sofocados por
las burocracias gobernantes. Las propuestas de rehabilitación del socialismo
que afloraron en ese período se extinguieron en medio del desencanto.
El derrumbe de la
URSS y el consiguiente afianzamiento del neoliberalismo marcaron un giro
radical en todos intentos por forjar una sociedad pos-capitalista. Desde los
años 90 las clases dominantes perdieron el miedo al socialismo y comenzaron a restaurar
los mecanismos clásicos de su opresión, mediante la flexibilización laboral, la masificación del desempleo y el ensanchamiento de las brechas
sociales.
Los viejos argumentos anti-socialistas de
endiosamiento del mercado, glorificación de la
competitividad y justificación de la precariedad laboral recobraron primacía.
Volvió a imperar la impugnación del proyecto igualitario, a partir de supuestos
antropológicos que presentan a la desigualdad como un dato inevitable, a la
propiedad como una institución invulnerable y al mercado como un pilar
intocable de cualquier sociedad humana.
Con esos
fundamentos se justifica al capitalismo, ocultando que este sistema favorece a
los acaudalados y afecta a todos los oprimidos. Con los inconsistentes mitos de
la mano invisible y la soberanía del consumidor se ha propagado una ideología
que naturaliza el desempleo, reivindica el egoísmo y legitima la explotación.
Ese
pensamiento retoma la presentación del socialismo que planteó Hayek, como un
sistema que anula el funcionamiento natural de la economía. Afirman que este
descalabro irrumpe con la introducción de la planificación en desmedro del
mercado, la expansión de empresas públicas afectando la competencia y la
aparición de estímulos morales a costa del lucro (Pellicani, 1990).
Esta misma visión
fue asimilada en las últimas décadas por todos los social-demócratas, que se
adaptaron al neoliberalismo y difunden mensajes apologéticos de la
globalización.
La
severa crisis que estalló en el 2008 en las economías capitalistas centrales ha
perturbado ese escenario ideológico. Los gigantescos desórdenes financieros, comerciales y productivos que
generaron los gobiernos neoliberales superan con creces todo
lo objetado al socialismo.
El socorro concedido a los banqueros con fondos públicos ha implicado costosos
gastos del estado, sin ninguno de los beneficios que introduciría el
socialismo.
La convulsión bancaria internacional puso de relieve
la inconsistencia de los argumentos derechistas contra el
“socialismo estatista”.
Los objetores del intervencionismo han recurrido a una gran injerencia en la
economía, con propósitos opuestos al proyecto igualitario. Para rescatar a los
banqueros aumentaron la injerencia económica discrecional del estado, olvidando
todas sus críticas a la obstrucción mercantil. Los cuestionamientos neoclásicos
al socialismo han perdido consistencia a la luz de ese auxilio a los
financistas con recursos del tesoro.
La
crisis en curso también socava las objeciones que formulan los economistas
heterodoxos al socialismo. Contraponen las desventajas de este sistema con los
méritos del capitalismo regulado y afirman que este modelo supera el descontrol
neoliberal, sin padecer el estancamiento que generaría el igualitarismo (Bresser Pereira, 2012).
Pero este contraste choca en la
actualidad con la creciente disolución de las diferencias que separan a los
esquemas controlados y desregulados de capitalismo. Basta observar la enorme
aproximación de la política económica alemana con su contraparte norteamericana para notar esas convergencias.
Los tradicionales exponentes del modelo social
intervencionista se han convertido en fanáticos neoliberales, que implementan
políticas deflacionarias de mayor ajuste. La crisis ha reforzado la confluencia
entre esos dos esquemas, confirmando que están sujetos a las mismas
contradicciones. Si se opta por uno de esos caminos se terminan aplicando las
recetas propiciadas por el otro.
La
crítica al socialismo inspirada en las virtudes del capitalismo regulado elude
reconocer esas tendencias contemporáneas. Si fuera tan sencillo optar por ese
curso (en contraposición a las variantes neoliberales), el esquema heterodoxo
ganaría espacio. Pero en los hechos pierde posiciones, ante la dinámica
competitiva que gobierna a todas las modalidades del capitalismo. Este sistema
tiende a imponer la primacía de la vertiente más rentable y no el curso
socialmente óptimo (Husson,
2008: cap 6-7-8).
Algunos cuestionamientos más benévolos del
socialismo suelen destacar que este proyecto incluye principios morales
atractivos pero inaplicables. Pondera sus intenciones pero cuestiona su
viabilidad. Ejemplifica esta inoperancia con el fracaso de la competencia económica
que intentó la Unión Soviética frente a Estados Unidos.
Esa comparación olvida que Rusia era una
economía semiperiférica en acelerado desarrollo, que soportaba el sistemático
hostigamiento de la principal potencia del planeta. Los dos países nunca estuvieron
situados en el mismo plano.
La guerra fría
provocó la distorsionada presentación de Estados Unidos y la URSS como
competidores equivalentes. Esta contraposición fue iniciada por la diplomacia
norteamericana (“no podrán alcanzarnos”) y aceptada por los gobernantes rusos
(“en poco tiempo los alcanzaremos”). En esta pugna quedó diluida la diferencia
cualitativa que separaba a dos economías ubicadas en lugares muy distintos del
ranking global.
Los integrantes del
denominado bloque socialista no lograron consumar el catch up con las economías centrales, pero superaron ampliamente a
sus equivalentes. Si se
toma este último contraste, la balanza se inclinaba en los años 50 o 60 a favor
de los sistemas no capitalistas, tanto en las tasas de crecimiento como en los
índices de desarrollo humano (Li, Piovani, 2011).
Rusia estaba mejor que Turquía, China avanzaba
más que la India y Europa del Este no padecía las desgracias de América Latina. Los resultados de estas comparaciones eran contundentes no sólo en el
PBI per cápita, sino especialmente en la calidad de vida. Las
diferencias eran particularmente abrumadoras en el terreno de la salud
(expectativa de vida) y la educación (niveles de alfabetización y escolaridad) (Navarro, 2014).
Significado y balance
El desplome de la URSS y sus socios de Europa del Este no obedeció sólo a problemas económicos. Fue consecuencia de procesos políticos. Los gobernantes de esos regímenes no apostaban a un desarrollo comunista de la sociedad, sino a su propia conversión en burgueses. Envidiaban el confort de los millonarios de Occidente e idealizaban el estilo de vida norteamericano. Cuando encontraron la oportunidad para reconvertirse en capitalistas, abandonaron el incómodo maquillaje socialista.
Significado y balance
El desplome de la URSS y sus socios de Europa del Este no obedeció sólo a problemas económicos. Fue consecuencia de procesos políticos. Los gobernantes de esos regímenes no apostaban a un desarrollo comunista de la sociedad, sino a su propia conversión en burgueses. Envidiaban el confort de los millonarios de Occidente e idealizaban el estilo de vida norteamericano. Cuando encontraron la oportunidad para reconvertirse en capitalistas, abandonaron el incómodo maquillaje socialista.
La mayoría de la
población continuaba prefiriendo las mejoras sociales alcanzadas, pero se
mantuvo inactiva y toleró el viraje hacia el capitalismo. Esta actitud coronó décadas de inmovilidad y
despolitizaron ciudadana, impuesta por censuras y prohibiciones que
generalizaron la apatía popular. Por esta razón, nadie defendió las conquistas
sociales del viejo sistema cuando esos regímenes se auto-destruyeron.
El aplastamiento burocrático de la actividad
popular fue la principal causa de la restauración capitalista. Los problemas
económicos ocuparon un lugar secundario. Ciertamente el sistema cargaba con
graves lastres de improductividad, desabastecimiento y escasa variedad de
consumos. Pero no arrastraba ninguno de los dramas del desempleo, el
endeudamiento personal o la explotación que agobian a los trabajadores de
Occidente.
La implosión de la URSS tuvo un enorme impacto
sobre el escenario internacional y la conciencia política de los trabajadores.
Constituyó el principal acontecimiento de las últimas décadas e indujo a
algunos historiadores a caracterizar acertadamente la
centuria pasada como un “siglo corto”, fechado por el surgimiento y
desaparición de ese sistema (1917-1989) (Hobsbawm, 1998: 552-575).
Esa
conceptualización del siglo XX es más adecuada que la mirada de una “centuria larga”
propuesta por otros analistas. Esta visión adopta el auge y declinación de
Estados Unidos como principal referencia para conceptualizar un proceso gestado
a fines del siglo XIX y concluido en las primeras décadas del siglo XXI
(Wallerstein, 1992; Aguirre Rojas, 2007).
Al asignarle mayor
gravitación a la pujanza y declive de la potencia hegemónica que a la
existencia de la URSS se pierde de vista la trascendencia histórica de la
revolución rusa. El mismo problema se verifica cuando se atribuye mayor incidencia
en la lucha popular al proceso de descolonización que a la batalla por metas
socialistas.
La experiencia
legada por el primer ensayo de gestión estatal no capitalista en gran escala ha
sido enorme. Aporta un cimiento para las futuras batallas por objetivos
anticapitalistas. Este proceso necesariamente incluirá fracasos, que deberán
ser revisados sin sepultar lo realizado. No es muy fructífero suponer que en el
futuro los proyectos de emancipación empezarán desde cero, sin retomar las
enseñanzas del pasado.
Comprender por qué
razón se desplomó la Unión Soviética es la condición para rehabilitar el
proyecto socialista. Esa evaluación exige reconocer la naturaleza no
capitalista que tuvo este ensayo durante un prolongado período. También
requiere registrar cómo los ideales socialistas se disiparon con la
estabilización de una burocracia, hostil al igualitarismo y a la democracia.
Existen variados enfoques para caracterizar qué
fue exactamente la URSS. ¿Era “comunista”, “socialista”, “un capitalismo de estado”,
“un estado obrero burocratizado”, “una formación burocrática”? Revisamos ese
problema en nuestro libro sobre el tema, pero la principal discusión no gira en
torno a cuál fue la naturaleza exacta de ese sistema. Existe un amplio campo de
situaciones intermedias entre las distintas posiciones en debate (Katz, 2006a:
53-72).
El debate más importante está referido a la
validez de ese intento de construcción socialista (frustrado por Stalin, Kruschev o Gorbachov). Esa legitimidad se plantea en polémica con
quiénes interpretan que
esa empresa nunca debió ensayarse o que fue irrelevante, ante la simple
continuidad del capitalismo bajo un disfraz de socialismo.
Estos cuestionamientos no se limitan sólo a los
autores neoliberales o keynesianos hostiles al objetivo del socialismo. También
incluye a pensadores que en su etapa de izquierda objetaban la sensatez del
intento anticapitalista, en un país económicamente retrasado como era Rusia.
Partiendo del acertado precepto que el socialismo sólo podrá realizarse a
escala global, suponían que esa construcción nunca debió comenzar en un país
subdesarrollado (Sebreli, 1975: 215-242).
Esa visión retomaba la vieja idea
social-demócrata de imaginar al socialismo como un proceso evolutivo, que
comenzará en las economías más avanzadas y se propagará paulatinamente al resto
del mundo. De hecho suponía un extraño debut socialista desde economías
opulentas que irradiaría luego al conjunto del planeta.
En
todas estas controversias es importante distinguir el debut de la conclusión del
proceso transformador. Que la construcción socialista resulte imposible en un
solo país o región, no invalida su inicio en donde ese cambio sea necesario.
Una transformación pos-capitalista exigirá muchas generaciones y deberá
experimentarse en distintos lugares (Amin, 1988).
Esta discusión remite a viejas controversias sobre la viabilidad del socialismo en la
periferia. La respuesta negativa solía subrayar la ausencia de condiciones
materiales para esa gestación, omitiendo que el problema se planteó en esas
regiones por el carácter más acentuado de la crisis capitalista. Es un
contrasentido afirmar que el socialismo no es factible en las zonas que más
requieren su instrumentación.
Esta
acción debe probarse en los países y circunstancias que exijan cambios
revolucionarios. Si estos procesos no empiezan donde son requeridos, el ideal
socialista nunca podrá ponerse en práctica.
La construcción de una sociedad igualitaria seguramente exigirá
muchas generaciones y supondrá un funcionamiento mucho más complejo que la
simple “administración de las cosas”, imaginada en los proyectos iniciales.
Pero a través de distintas experiencias cobrará forma la construcción
pos-capitalista. A pesar de sus limitados recursos, la mayor parte de las
economías periféricas cuenta con importantes márgenes para
instrumentar programas populares que comiencen a reducir la desigualdad.
Replanteos y denominaciones
Los críticos del proyecto socialista impugnan la introducción de medidas anticapitalistas en todas las circunstancias. En las coyunturas de intensa crisis suelen afirmar que la prioridad es resolver la catástrofe económico-social inmediata y no imaginar soluciones para el porvenir. En los períodos de alto crecimiento y estabilidad económica subrayan el carácter innecesario de cualquier transformación socialista.
Replanteos y denominaciones
Los críticos del proyecto socialista impugnan la introducción de medidas anticapitalistas en todas las circunstancias. En las coyunturas de intensa crisis suelen afirmar que la prioridad es resolver la catástrofe económico-social inmediata y no imaginar soluciones para el porvenir. En los períodos de alto crecimiento y estabilidad económica subrayan el carácter innecesario de cualquier transformación socialista.
Pero en ambas
situaciones omiten las desventuras de pobreza, desempleo y explotación que
impone el capitalismo. También desconocen que la alternativa socialista está
concebida para toda una época y puede comenzar en cualquier fase del ciclo
económico. Las experiencias del siglo pasado indican que los detonantes de la
revolución socialista han estado más ligados a las convulsiones bélicas que al
derrumbe productivo.
El desenvolvimiento soviético fue un
ensayo frustrado de socialismo que será revalorizado con el tiempo. Como ha
ocurrido tantas veces en la historia constituyó una anticipación frustrada, que
servirá de fundamento a otros intentos de eliminar la desigualdad.
Lo mismo sucedió con la
revolución francesa, que introdujo ideales de igualdad política plasmados en
períodos posteriores a su formulación inicial.
Lo ocurrido en la
URSS permite notar que los obstáculos para forjar una sociedad de igualdad, justicia y libertad no
son inherentes al género humano. No radican en el egoísmo o en un desinterés
natural del individuo hacia sus semejantes. Son barreras políticas, sociales e
ideológicas. Bajo el capitalismo esas
obstrucciones provienen de la dominación ejercida por la minoría capitalista y
en el modelo soviético derivaron de la regimentación y el papel coercitivo
impuesto por la burocracia gobernante.
La
frustración creada por la implosión de la URSS afectó duramente la expectativa
socialista de varias generaciones de trabajadores. Pero no es la primera
derrota que han sufrido los oprimidos en su larga batalla contra el capital. La
historia de la humanidad se ha desenvuelto en una sucesión de inesperadas
victorias y amargas decepciones. Desde una mirada de largo plazo, el debut
revolucionario de 1917 perdurará como un precedente de la gesta para liberar al
individuo de las cadenas del mercado.
La
continuidad de esta batalla exige especificar el ideal buscado y renovar la
utilización de la terminología socialista. Es un error renunciar a este
concepto argumentando que arrastra una pesada carga de distorsiones, a partir
de su asociación con el régimen represivo vigente en la URSS. Muchos conceptos
sufrieron una deformación semejante y nunca fueron reemplazados.
La bandera de la
democracia ha sido utilizada para todo tipo de tropelías. Es el estandarte
predilecto del imperialismo para justificar sus “intervenciones humanitarias”
en todos los rincones del planeta. Esta usurpación no ha erradicado el uso
habitual del concepto democracia como síntesis de la soberanía popular. Lo
mismo ocurre con el socialismo. Al igual que otros principios centrales de la
acción política, no tiene sustituto para definir el ideario pos-capitalista.
Hay términos irreemplazables para denotar ciertos fenómenos.
Transcurridas dos décadas del colapso de la
URSS, el descrédito de los conceptos socialismo o comunismo ha perdido
relevancia frente a su contraparte capitalista. Especialmente después de la
crisis del 2008, esta última denominación es crecientemente identificada con el
desempleo, la pobreza y la desigualdad. El ingenuo embellecimiento del
capitalismo que intentó el neoliberalismo a principio de los años 90 ha quedado
severamente golpeado.
Retomar
la identidad socialista no sólo es posible y conveniente frente a la pérdida de
credibilidad de los cuestionamientos neoliberales. También es importante para
lidiar con las concepciones fatalistas, que auguran una inexorable continuidad
del capitalismo. Esa visión resalta la inexistencia de horizontes socialistas
inmediatos, deduciendo de este dato la perdurabilidad del régimen vigente[2].
Durante años el
marxismo fue acusado de postular una ley de la historia determinante del
destino socialista. Esta misma objeción debería ser extendida en la actualidad
a los abogados de la eternidad capitalista. Si no existe un desemboque
inevitable de la evolución humana en el devenir comunista, tampoco cabe
imaginar la interminable recreación de un régimen de competencia por beneficios
surgidos de la explotación.
Marxismo latinoamericano
Los balances de experiencias internacionales y regionales socialistas recobraron interés en América Latina en la última década. Las victorias de los años 60 (Cuba), las derrotas de los 70 (Chile) y las frustraciones de los 80 (Nicaragua) comenzaron a ser evaluadas en un nuevo escenario. El socialismo ha reaparecido como proyecto en Venezuela y Bolivia, recupera nuevas modalidades en Cuba y ha sido concebido a escala regional por el ALBA.
Marxismo latinoamericano
Los balances de experiencias internacionales y regionales socialistas recobraron interés en América Latina en la última década. Las victorias de los años 60 (Cuba), las derrotas de los 70 (Chile) y las frustraciones de los 80 (Nicaragua) comenzaron a ser evaluadas en un nuevo escenario. El socialismo ha reaparecido como proyecto en Venezuela y Bolivia, recupera nuevas modalidades en Cuba y ha sido concebido a escala regional por el ALBA.
En todos los casos
vuelve a reaparecer la necesidad de una confluencia de la izquierda regional
con el nacionalismo revolucionario. Ese empalme es un resultado de la
incidencia del antiimperialismo en todos los proyectos de transformación
social. La batalla contra el intervencionismo estadounidense determina esas
convergencias.
La lucha por el
socialismo siempre fue concebida en América Latina en un plano regional. Pero
esta dimensión se tornó más gravitante en los últimos años. Salta a la vista que en la actualidad cualquier proyecto estratégico
debe ser planteado a ese nivel. Las clases dominantes formulan sus políticas en
ese terreno y los sectores populares no pueden restringir sus iniciativas al
campo meramente nacional.
En
los últimos años el ALBA aportó una interesante propuesta regional con
horizontes socialistas. Promueve formas de integración solidaria, contrapuestas a los Tratados
neoliberales de Libre Comercio y diferenciadas del regionalismo capitalista del
MERCOSUR. Postula medidas para avanzar en la soberanía
financiera (moneda común), alimenticia (reformas agrarias y rechazos del
agro-negocio) y energética (Petrocaribe, Petrosur).
El ALBA incentiva auditorías de la deuda externa, exige acelerar la
concreción del Banco del Sur, alienta la creación de un fondo de estabilización
cambiaria regional y sugiere coordinar el manejo regional de las reservas y los
movimientos de capitales. Este tipo de medidas podrían aportar una base común
para los procesos políticos radicales, que determinaría un sólido basamento
para un futuro socialista (Katz, 2006b: 65-107).
La
unidad popular de América Latina es una meta ordenadora del proyecto socialista
en nuestra región. Se inscribe en una batalla de dos
centurias para conquistar el objetivo pendiente de la Segunda Independencia.
Al
igual que en Europa existe actualmente en América Latina una referencia
estratégica de unidad continental. Pero en el Nuevo Continente esa meta
constituye un objetivo irrealizado de larga data. No surgió como respuesta a
guerras interiores por la supremacía imperial, ni apareció para forjar un
bloque competitivo en la disputa global por los mercados.
El
proyecto de unidad latinoamericana tampoco está corroído por la variedad de
exigencias soberanistas que impera en Europa. Es ajeno a demandas separatistas
por autonomías vulneradas o a rivalidades por la tajada de un presupuesto
continental.
La
aspiración unitaria regional en América Latina tiene otras raíces. Deriva de la
existencia de estructuras nacionales históricamente incompletas y obstruidas
por la dominación imperial.
El
objetivo de la emancipación continental fue retomado por los teóricos del
marxismo latinoamericano, que reivindicaron la gesta de la Independencia (San
Martín y Bolívar), la fórmula de construir Nuestra América (Martí) y la
necesidad de considerar las especificidades nacionales (Mella, Mariátegui).
Pero
este regionalismo también confluye con una veta internacionalista, que el
socialismo latinoamericano desarrolló con gran intensidad desde la revolución
cubana. Esta inclinación impulsó la creación de organismos revolucionarios
continentales como la OLAS, generó las conferencias Tricontinentales y se
verificó en misiones de solidaridad militante en varias partes del mundo. En la
última década este legado reapareció tangencialmente en las distintas
iniciativas que concibió Chávez, para crear alguna organización socialista
sucesora de la I, II, III y IV Internacional.
América Latina ha
sido también desde el 2001 el principal escenario de los Foros Sociales
Mundiales. Esos eventos impulsaron la protesta global contra el capitalismo
mundializado y confrontaron directamente con las cumbres anuales que realizan
en Davos las corporaciones más transnacionalizadas.
El marxismo
latinoamericano actual remarca esta dimensión global del capitalismo
contemporáneo y la consiguiente necesidad de acciones comunes de todos los
explotados y subyugados del planeta. Pero también percibe que esa confluencia
de los oprimidos no surgirá en forma espontánea o contraponiendo solamente los
intereses comunes de los desposeídos con las conveniencias globales de los
capitalistas.
Las tradiciones
nacionales y regionales diferenciadas mantienen una influencia decisiva y el
socialismo actual recupera la necesaria convergencia de procesos de
emancipación nacional y social. Busca relanzar un proyecto con raigambres
nacionales y respuestas mundiales al capitalismo globalizado. Encarna la mayor
esperanza del siglo XXI y aporta una brújula para todos los pueblos que anhelan
la igualdad y justicia.
Referencias
Referencias
-Aguirre Rojas, Carlos Antonio, (2007), “Immanuel Wallerstein y la perspectiva
crítica del Análisis de los Sistemas-Mundo”, Textos de Economía, Florianópolis,
v.10, n.2, jul/dez.
-Amin, Samir, (1988), La desconexión, Pensamiento Nacional, Buenos Aires.
-Amin, Samir, (1988), La desconexión, Pensamiento Nacional, Buenos Aires.
-Anderson,
Perry, (2002), “Internacionalismo: un breviario”, New Left Review, n 14, Madrid, mayo-junio.
-Bensaid,
Daniel, (2003), Le nouvel
Internationalisme, Paris, Textuel.
-Bresser Pereira,
Luiz Carlos, (2012), “Five models of capitalism”, Revista de Economía Política, vol.32 no.1 São Paulo, Jan./Mar.
-Fiori, José Luis, (2009),
“La crisis económica, la izquierda y la dinámica geopolítica”, www.sinpermiso.com, 19/4.
-Hobsbawm, Eric,
(1998), Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires.
-Husson Michel,
Un Pur Capitalism, (2008), Editions
Page Deux, Luasanne.
-Katz, Claudio, (2006a), El porvenir del socialismo, Monte Ávila, Caracas.
-Katz, Claudio, (2006b), El rediseño de América Latina, Alca, Mercosur y Alba, Ediciones
Luxemburg, Buenos Aires, 2006.
-Li, Minqui; Piovani, Chiara,
(2011), “One hundred millón jobs for the chinese workers”, Review of
Radical Political Economics, vol 43, n 1.
-Navarro, Vicenç, (2014),
“¿Ha fracasado el
socialismo?”, www.attac.es,
13/9.
-Pellicani, Luciano, (1990), "La anti-economía
colectivista", en Socialismo del
futuro, vol 1, n 2, Madrid.
-Sebreli, Juan José,
(1975), Tercer Mundo mito burgués,
Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires.
-Wallerstein, Immanuel, (1992), “Revolution as
strategy and tactics of transformation”, Amherst, Fernand Braudel Center,
12/11.
Resumen
Cuatro modalidades de actualización del socialismo en América Latina retoman la tradición de un proyecto que promueve la igualdad, la expansión de la propiedad pública y la auto-determinación popular. Los primeros éxitos de ese programa atemorizaron a los dominadores y generaron grandes conquistas sociales.
El socorro de los bancos refuta las objeciones neoclásicas al estatismo socialista y la adaptación heterodoxa al neoliberalismo contradice la existencia de variados modelos capitalistas. La economía soviética logró enormes avances, pero nunca amenazó la supremacía estadounidense.
La URSS colapsó por las ambiciones de enriquecimiento de sus dirigentes, pero el intento socialista fue válido en la secuencia histórica de ensayos igualitaristas. Los tormentos del capitalismo inducen a recrear esas experiencias, que corresponde denominar socialistas sin ningún titubeo. Este proyecto implica en América Latina convergencias con el antiimperialismo y estrategias de unidad continental.
Notas
[1] Dos caracterizaciones de ese proceso en: Bensaid (2003) y Anderson (2002).
[2]Un ejemplo en: Fiori, (2009).
Resumen
Cuatro modalidades de actualización del socialismo en América Latina retoman la tradición de un proyecto que promueve la igualdad, la expansión de la propiedad pública y la auto-determinación popular. Los primeros éxitos de ese programa atemorizaron a los dominadores y generaron grandes conquistas sociales.
El socorro de los bancos refuta las objeciones neoclásicas al estatismo socialista y la adaptación heterodoxa al neoliberalismo contradice la existencia de variados modelos capitalistas. La economía soviética logró enormes avances, pero nunca amenazó la supremacía estadounidense.
La URSS colapsó por las ambiciones de enriquecimiento de sus dirigentes, pero el intento socialista fue válido en la secuencia histórica de ensayos igualitaristas. Los tormentos del capitalismo inducen a recrear esas experiencias, que corresponde denominar socialistas sin ningún titubeo. Este proyecto implica en América Latina convergencias con el antiimperialismo y estrategias de unidad continental.
Notas
[1] Dos caracterizaciones de ese proceso en: Bensaid (2003) y Anderson (2002).
[2]Un ejemplo en: Fiori, (2009).