Es necesario aclarar tres cosas: En primer lugar resulta
evidente que no se trató de “elecciones limpias” sino de un proceso asimétrico,
completamente distorsionado por una manipulación mediática sin precedentes en
Argentina activada desde hace varios años pero que finalmente derivó en un
operativo muy sofisticado y abrumador. Consumada la operación electoral la
presidenta saliente fue destituida unas pocas horas antes de la transmisión del
mando presidencial mediante un golpe de estado “judicial” demostración de
fuerza del poder real que establecía de ese modo un precedente importante, en
realidad el primer paso del nuevo régimen.
Esto nos lleva a una segunda aclaración: el kirchnerismo no produjo transformaciones
estructurales decisivas del sistema, introdujo reformas que incluyeron a vastos
sectores de las clases bajas, reclamos populares insatisfechos (como el
juzgamiento de protagonistas de la última dictadura militar), implementó una
política internacional que distanció al país del sometimiento integral a los
Estados Unidos y otras medidas que se superpusieron a estructuras y grupos de
poder preexistentes. Pero no generó una avalancha plebeya capaz de neutralizar
a las bases sociales de la derecha quebrando los pilares del sistema (sus
aparatos judiciales, mediáticos, financieros, transnacionales, etc.)
desarticulando la arremetida reaccionaria. La alternativa transformadora
radicalizada estaba completamente fuera del libreto progresista, la astucia, el
juego hábil y sus buenos resultados en el corto y hasta en el mediano plazo
maravilló al kirchnerismo, lo llevó
por un camino sinuoso, acumulando contradicciones marchando así hacia la
derrota final. Nunca se propuso transgredir los límites del sistema, saltar por
encima de la institucionalidad elitista-mafiosa de las camarillas judiciales
apuntaladas por el partido mediático componentes de una lumpenburguesía que aprovechó el restablecimiento de la
gobernabilidad post 2001-2002 para curar sus heridas, recuperar fuerzas y
renovar su apetito.
Como era previsible las clases medias, grandes beneficiarias
de la prosperidad económica de los años del auge progresista, no se volcaron de
manera agradecida hacia el kirchnerismo
sino todo lo contrario, azuzadas por el poder mediático retomaron viejos
prejuicios reaccionarios, su ascenso social reprodujo formas culturales
latentes provenientes del viejo gorilismo, del desprecio a “la negrada”
enlazando con la ola regional y occidental en curso de aproximaciones clasemedieras al neofascismo. No se
trató entonces de una simple manipulación mediática manejada por un aparato
comunicacional bien aceitado sino del aprovechamiento derechista de
irracionalidades ancladas en los más profundo del alma del país burgués.
Foto: Jorge Beinstein |
La tercera observación es que el fenómeno no es tan novedoso.
Si bien es cierto que el proceso de manipulación electoral se inscribe en el
marco del declive del progresismo latinoamericano y que fue realizado de manera
impecable por especialistas de primer nivel seguramente monitoreados por el
aparato de inteligencia de los Estados Unidos, no deberíamos olvidar que antes
de la llegada del peronismo en 1945 la sociedad argentina había sido moldeada
por cerca de un siglo de república oligárquica (que no fue abolida durante el
período de gobiernos radicales entre 1916 y 1930) dejando huellas culturales e
institucionales muy profundas atravesando las sucesivas transformaciones de las
elites dominantes como una suerte de referencia mítica de una época donde
supuestamente los de arriba mandaban mediante estructuras autoritarias
estables. Constituye una curiosa casualidad cargada de simbolismo pero lo
cierto es que fue el presidente “cautelar-instantáneo” Federico Pinedo impuesto
por la mafia judicial el encargado de entregar el bastón presidencial a Macri.
Federico Pinedo: nieto de Federico Pinedo, una de la figuras más
representativas de la restauración oligárquica de los años 1930, bisnieto de
Federico Pinedo Rubio intendente de Buenos Aires hacia fines del siglo XIX y
luego diputado nacional durante un prolongado período como representante del
viejo partido conservador. Seguir la trayectoria de esa familia permite
observar el ascenso y consolidación del país aristocrático colonial construido
desde mediados del siglo XIX. El lejano descendiente de aquella oligarquía fue
el encargado de entregar los atributos del mando presidencial a Mauricio Macri,
por su parte heredero de un clan familiar mafioso de raíz italo-fascista [1],
instaurador de un “gobierno de gerentes”. Los avatares de un golpe de estado
instantáneo establecieron un simbólico lazo histórico entre la lumpenburguesía actual y la vieja casta
oligárquica.
La crisis
El contexto económico internacional viene dado por una
crisis deflacionaria motorizada por el desinfle de las grandes potencias
económicas. Estados Unidos, la Unión Europea y Japón navegando entre el
crecimiento anémico, el estancamiento y la recesión, China desacelerando su
crecimiento y Brasil en recesión sobredeterminan una coyuntura marcada por el
enfriamiento de la demanda global lo que deprime los precios de las materias
primas y estanca o achica los mercados de productos industriales. En suma un
panorama mundial negativo para un país como la Argentina principalmente
exportador de materias primas y en menor escala de productos industriales de mediano-bajo
nivel tecnológico.
Ante ese ciclo internacional adverso, desde el punto de
vista teórico la economía Argentina para no caer en la recesión debería
apoyarse cada vez más en la expansión y protección de su mercado interno, su
tejido industrial, su autonomía financiera. Sin embargo el gobierno de Macri
inicia su mandato haciendo todo lo contrario: achicando el mercado interno
mediante la reducción drástica en términos reales de salarios y jubilaciones,
aumentando el endeudamiento externo, desprotegiendo al grueso de la estructura
industrial. A ello apuntan sus decisiones económicas iniciales como la
megadevaluación, la eliminación o disminución de impuestos a las exportaciones,
la suba de las tasas de interés, la liberalización de importaciones, y pronto
la eliminación de subsidios a los servicios públicos con el consiguiente
aumento de sus tarifas. Se trata de una gigantesca transferencia de ingresos
hacia los grupos económicos más concentrados (grandes exportadores agrarios,
empresas y especuladores financieros poseedores de fondos en dólares, etc.), de
un saqueo descomunal que se irá prolongando en el tiempo al ritmo de las subas
de precios, las depresiones salariales, las devaluaciones y los tarifazos.
Crecerá la desocupación, la pobreza y la indigencia, la concentración de
ingresos avanzará (ya está avanzando) rápidamente, el crecimiento económico
nulo o negativo serán inevitables.
Según ciertos expertos estaríamos embarcados en una vorágine
completamente irracional marcada por la declinación del grueso de la industria
y la desintegración de la sociedad resultado de la aplicación ortodoxa de
recetas neoliberales “equivocadas”. Pero el gobierno no se equivoca, actúa
según la dinámica de una lumpenburguesía
portadora de una racionalidad instrumental cuyo fin no es otro que el de la
acumulación rápida de riquezas saqueando todo lo que se le cruza en el camino.
La racionalidad de los bandidos dueños del poder no es la del desarrollo
económico armonioso y general que anida en la cabeza de ciertos economistas.
Así es como hemos pasado de una versión suave de la política
económica contra-cíclica (desde el punto de vista de la tendencia de la
economía global) a una política pro-cíclica que se incorpora con notable
ferocidad a la degeneración general (financiera, institucional, ideológica,
etc.) del mundo capitalista.
El progresismo gobernó entre 2003 y 2015 restableciendo la
gobernabilidad del sistema, todo anduvo bien mientras la bestia lamía sus
heridas en un contexto de relativa prosperidad recomponiéndose del terremoto de
los años 2001-2002, pero desde 2008 las cosas fueron cambiando: el achatamiento
del crecimiento económico exacerbó su voluntad por acaparar una porción mayor
de la torta, en ese sentido el 10 de diciembre de 2015 puede ser visto como el
punto de inflexión, como un salto cualitativo del poder draculiano de las
elites dominantes inaugurando una etapa de decadencia de la sociedad argentina.
Las fuerzas entrópicas, devastadoras, lograron imponer su dinámica.
Dos escenarios
Nos encontramos ante los primeros pasos de una aventura
autoritaria de trayectoria incierta. No se trata de un hecho producto del azar
sino del resultado de un prolongado proceso de maduración (degeneración) de las
elites dominantes de Argentina convertidas en jaurías depredadoras coincidentes
con el fenómeno global de financierización y decadencia. Basta con echarle una
mirada al gobierno y sus respaldos donde sobreabundan personajes acusados de
ser delincuentes financieros como Prat Gay, Melconian o Aranguren, o “padrinos”
como Cristiano Rattazzi, Paolo Roca, Franco Macri (y su hijo-presidente) o de
otros señalados como agentes de la CIA como Susana Malcorra o Patricia
Bullrich[2], para percibir que la tragedia local no es más que un apéndice
periférico de un capitalismo global embarcado en una loca carrera liderada por
lobos de Wall Streeet, militares delirantes y políticos corruptos destruyendo
países enteros, triturando instituciones, saqueando recursos naturales
imponiendo un proceso de destrucción a escala planetaria.
La lumpenburguesía
argentina, su articulación mafiosa en la cúpula del poder (empresario,
judicial, mediático) y sus prolongaciones institucionales y abiertamente
ilegales ha dejado de ser la fuerza dominante en las sombras, jaqueando,
condicionando, bloqueando, imponiendo, para asumir abiertamente el gobierno.
Esto puede ser atribuido a varios motivos entre otros a la inexistencia de un
elenco de “políticos” con capacidad de decisión como para implementar el
mega-saqueo en curso, entonces son los gerentes los que deben hacerse cargo de
manera directa del Poder Ejecutivo, es decir “técnicos” completamente ajenos al
embrollo electoral.
El nuevo esquema resulta sumamente eficaz a la hora de
adoptar medidas contundentes contra la mayoría de la población pero aparece muy
poco útil para amortiguar el inevitable descontento popular (incluido el de una
porción significativa de incautos votantes de Macri). Las camarillas sindicales
podrán durante un corto período generar inacción, algunos políticos provinciales
empujarán en el mismos sentido, los medios masivos de comunicación buscarán
distraer, confundir, justificar (ya lo están haciendo) intensificando la
campaña de idiotización pero todo eso es insuficiente frente a la magnitud del
desastre en curso.
Por otra parte el carácter lumpen, inestable del régimen
macrista afectado por previsibles disputas internas, golpes financieros,
turbulencias exógenas de todo tipo propias de un sistema global a la deriva y
además (principalmente) presionado por una base social cuyo descontento irá
ascendiendo como una avalancha gigantesca, va dejando al descubierto la única
alternativa posible de gobernabilidad mafiosa.
Se trata de la formación de un sistema dictatorial con
rostro civil y de configuración variable. Tiene claros antecedentes
internacionales recientes, viene guiado por el aparato de inteligencia de los
Estados Unidos y se apoya en la llamada doctrina de la Guerra de Cuarta
Generación cuyo objetivo central es la transformación de la sociedad objeto de
ataque en una masa amorfa, degradada, acosada por erupciones “desprolijas” de
violencia caótica y en consecuencia impotente ante el saqueo. Irak, Libia,
Siria aparecen como experiencias de manual extremas y lejanas, por el contrario
México o Guatemala son paradigmas latinoamericanos a tener en cuenta aunque la
especificidad argentina aportará seguramente rasgos originales. Tenemos que
pensar en una combinación pragmática de distintas dosis de represión directa
“clásica”, judicialización de opositores sindicales, políticos, etc., bombardeo
mediático (diversionista y/o demonizador), represión clandestina, incentivos a
la rivalidades intrapopulares (cuanto más sanguinarias mejor), irrupción de
bandas que aterrorizan a la población (como las “maras” en América Central o
los batallones de narcos de México), fraudes electorales, etc. De ese modo
Argentina entraría de lleno en el siglo XXI signado por el ascenso del
capitalismo tanático.
Sin embargo esa estrategia no se puede instalar plenamente
de un día para otro, requiere tiempo y una cierta pasividad inicial de las
bases populares, además encontraría serias dificultades ante una sociedad
compleja como la Argentina, con un amplio abanico de clases bajas y medias
portadoras de culturas, capacidad de organización, de historias que desde la
mirada superficial de los gerentes financieros y de los expertos en control
social no aparecen como amenazas visibles (o aparecen como resistencias o
nostalgias impotentes) pero que constituyen latencias, bombas de tiempo de
enorme poder que pueden estallar en cualquier momento. Este desafío desde abajo
converge con el temor de los de arriba a puebladas inmanejables conformando
grandes interrogantes gelatinosos que generalizan la incertidumbre en las
elites, deterioran su psicología.
La no viabilidad de ese escenario siniestro, su posible
empantanamiento, dejaría abierto el espacio para el desarrollo de un segundo
escenario: el de una crisis de gobernabilidad mucho más devastadora que la de
2001. En ese caso la fantasía elitista de la recomposición dictatorial-mafiosa
del poder político no habría sido otra cosa que una ilusión burguesa
acompañando al fin de la gobernabilidad, al comienzo de un período de alta
turbulencia, de desintegración social de duración impredecible. El progresismo
tan despreciado por las elites y sus preservativos de clase media habría sido
un paraíso capitalista destruido por sus principales beneficiarios.
Como vemos el infierno mafioso no es inevitable aunque no
deberíamos subestimar la capacidad operativa de sus ejecutores locales y su
mega padrino imperial, los Estados Unidos están lanzados a la reconquista de su
patio trasero latinoamericano.
¿Hacia dónde va esta historia?: la resistencia popular tiene
la respuesta.
Notas
[1] Horacio Verbitsky, "A las Malvinas en subte. El rol de la P-2, los Macri,
FIAT y TECHINT en la guerra de 1982"
[2] ARGENTINA: la nueva ministra de Exteriores pertenece a la CIA, según Diosdado Cabello. - El presidente de la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela, Diosdado Cabello, declaró que la canciller argentina, Susana Malcorra, pertenece a la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA, por sus siglas en inglés). “Estuvo aquí, la recibí yo en mi oficina, es la CIA misma, se la nombraron de canciller al señor (Mauricio) Macri”, presidente electo de Argentina, subrayó Cabello en su programa semanal de los miércoles, transmitido por el canal estatal Venezolana de Televisión (VTV). - También Patricia Bullrich reporta a “la agencia” y probablemente lo hagan otros y otras, como Laura Alonso. El rumor que corre es que Macri prácticamente no conoce a Malcorra y que le fue impuesta telefónicamente por el Departamento de Estado. - Pájaro Rojo, 11/12/2015, http://pajarorojo.com.ar/?p=20433
Jorge Beinstein es economista argentino, docente de la Universidad de Buenos Aires.
[2] ARGENTINA: la nueva ministra de Exteriores pertenece a la CIA, según Diosdado Cabello. - El presidente de la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela, Diosdado Cabello, declaró que la canciller argentina, Susana Malcorra, pertenece a la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA, por sus siglas en inglés). “Estuvo aquí, la recibí yo en mi oficina, es la CIA misma, se la nombraron de canciller al señor (Mauricio) Macri”, presidente electo de Argentina, subrayó Cabello en su programa semanal de los miércoles, transmitido por el canal estatal Venezolana de Televisión (VTV). - También Patricia Bullrich reporta a “la agencia” y probablemente lo hagan otros y otras, como Laura Alonso. El rumor que corre es que Macri prácticamente no conoce a Malcorra y que le fue impuesta telefónicamente por el Departamento de Estado. - Pájaro Rojo, 11/12/2015, http://pajarorojo.com.ar/?p=20433
Jorge Beinstein es economista argentino, docente de la Universidad de Buenos Aires.