Explica también que los muchos errores cometidos (para comenzar, haber desistido de la reforma política y de la regulación de los medios de comunicación, algunos de los cuales dejan heridas abiertas en grupos sociales importantes, tan diversos como los campesinos sin tierra ni reforma agraria, los jóvenes negros víctimas de racismo, los pueblos indígenas ilegalmente expulsados de sus territorios ancestrales, pueblos indígenas y quilombolas con reservas homologadas pero engavetadas, militarización de las periferias de las grandes ciudades, poblaciones rurales envenenadas por agrotóxicos, etcétera) no sean considerados errores, sino que sean omitidos y hasta convertidos en virtudes políticas o, al menos, sean aceptados como consecuencias inevitables de un gobierno realista y desarrollista.
◆ Português |
El análisis de las consecuencias de no haber resuelto las
cuestiones de la Constitución y de la hegemonía es relevante para prever y
prevenir lo que puede pasar en las próximas décadas, no sólo en América Latina,
sino también en Europa y otras regiones del mundo. Entre las izquierdas
latinoamericanas y las de Europa del sur ha habido en los pasados 20 años
importantes canales de comunicación, que están todavía por analizarse en todas
sus dimensiones. Desde el inicio del presupuesto participativo en Porto Alegre
(1989), varias organizaciones de izquierda en Europa, Canadá e India (de las
que tengo conocimiento) comenzaron a prestar mucha atención a las innovaciones
políticas que emergían en el campo de las izquierdas en varios países de
América Latina.
A partir del final de la década de 1990, con la intensificación
de las luchas sociales, el ascenso al poder de gobiernos progresistas y las
luchas por asambleas constituyentes, sobre todo en Ecuador y Bolivia, quedó
claro que una profunda renovación de la izquierda, de la cual había mucho que
aprender, estaba en curso. Los trazos principales de esa renovación fueron los
siguientes: la democracia participativa articulada con la democracia
representativa, articulación de la cual ambas salían fortalecidas; el intenso
protagonismo de movimientos sociales, de lo que el Foro Social Mundial de 2001
fue muestra elocuente; una nueva relación entre partidos políticos y
movimientos sociales; la sobresaliente entrada en la vida política de grupos
sociales hasta entonces considerados residuales, como los campesinos sin
tierra, pueblos indígenas y pueblos afrodescendientes; la celebración de la
diversidad cultural, el reconocimiento del carácter plurinacional de los países
y el propósito de enfrentar las insidiosas herencias coloniales siempre
presentes. Este elenco es suficiente para evidenciar cuánto las dos luchas a
las que me he estado refiriendo (la Constitución y la hegemonía) estuvieron
presentes en este vasto movimiento que parecía refundar para siempre el
pensamiento y la práctica de izquierda, no sólo en América Latina, sino en todo
el mundo.
La crisis financiera y política, sobre todo a partir de
2011, y el movimiento de los indignados fueron los detonantes de nuevas
emergencias políticas de izquierda en el sur de Europa, en las que estuvieron
muy presentes las lecciones de América Latina, en especial la nueva relación
partido-movimiento, la nueva articulación entre democracia representativa y
democracia participativa, la reforma constitucional y, en el caso de España,
las cuestiones de la plurinacionalidad. El partido español Podemos representa
mejor que cualquier otro estos aprendizajes, incluso cuando sus dirigentes
fueron desde el principio conscientes de las diferencias sustanciales entre los
contextos político y geopolítico europeo y latinoamericano.
Boaventura de Sousa Santos |
La forma en que tales aprendizajes se irán a plasmar en el
nuevo ciclo político que está emergiendo en Europa del sur es, por ahora, una
incógnita. Pero desde ahora es posible especular lo siguiente: si es verdad que
las izquierdas europeas aprendieron con las muchas innovaciones de las
izquierdas latinoamericanas, no es menos cierto (y trágico) que éstas se olvidaron de
sus propias innovaciones y que, de una u otra forma, cayeron en las trampas de
la vieja política, donde las fuerzas de derecha fácilmente muestran su
superioridad, dada la larga experiencia histórica acumulada.
Si las líneas de comunicación se mantienen hoy, siempre
salvaguardando la diferencia de contextos, quizá sea tiempo de que las
izquierdas latinoamericanas aprendan también con las innovaciones que están
emergiendo entre las izquierdas del sur de Europa. Entre ellas destaco las
siguientes: mantener viva la democracia participativa dentro de los propios
partidos de izquierda, como condición previa a su adopción en el sistema
político nacional en articulación con la democracia representativa; pactos
entre fuerzas de izquierda (no necesariamente sólo entre partidos) y nunca con
fuerzas de derecha; pactos pragmáticos no clientelistas (no se discuten
personas o cargos, sino políticas públicas y medidas de gobierno), ni de
rendición (articulando líneas rojas que no pueden ser cruzadas con la noción de
prioridades o, como se decía antes, distinguiendo las luchas primarias de las
secundarias); insistencia en la reforma constitucional para blindar los derechos
sociales y tornar el sistema político más transparente, más próximo y más
dependiente de las decisiones ciudadanas, sin tener que esperar elecciones
periódicas (refuerzo del referendo) y, en el caso español, tratar
democráticamente la cuestión de la plurinacionalidad.
La máquina fatal del neoliberalismo continúa produciendo
miedo en gran escala y siempre que falta materia prima trunca la esperanza que
puede encontrar en los rincones más recónditos de la vida política y social de
las clases populares, la tritura, la procesa y la transforma en miedo. Las
izquierdas son la arena que puede atajar ese aparatoso engranaje, a fin de
abrir las brechas por donde la sociología de las emergencias hará su trabajo de
formular y amplificar las tendencias, los todavía no, que apuntan a un
futuro digno para las grandes mayorías. Por eso es necesario que las izquierdas
sepan tener miedo sin tener miedo del miedo. Sepan sustraer semillas de
esperanza a la trituradora neoliberal y plantarlas en terrenos fértiles, donde
cada vez más ciudadanos sientan que pueden vivir bien, protegidos tanto del
infierno del caos inminente como del paraíso de las sirenas del consumo
obsesivo. Para que esto ocurra, la condición mínima es que las izquierdas
permanezcan firmes en las dos luchas fundamentales: la Constitución y la
hegemonía.
Traducción del
portugués por Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
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