“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

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6/9/15

Lenin en Zimmerwald

Foto de Lenin en 1915
Jean Batou   |   En estas fechas se celebra el centenario de la Conferencia de Zimmerwald que, entre el 5 y el 8 de septiembre, reunió a un puñado de socialistas opuestos al primer conflicto mundial, cuando la mayoría de las direcciones y electos socialdemócratas votaban los créditos de guerra e, incluso, algunos de sus líderes participaban en gobiernos beligerantes. En aquellos momentos Lenin, en minoría, consideró que los socialistas debían luchar por la derrota de su propia burguesía y la creación de una nueva internacional. Su trayectoria intelectual y militante, demasiadas veces descrita de forma superficial, merece ser revisada a la luz de su infatigable actividad revolucionaria en Suiza, desde septiembre de 1914 a marzo de 1917, en la que sin duda alguna Zimmerwald constituye un elemento fundamental.

La primera guerra mundial había estallado hacía un mes cuando Lenin llegó a Suiza tras haber sido encarcelado por un breve período en Austria-Hungría bajo la sospecha de ser un "espía ruso". Se instaló en un pequeño apartamento en la, según su propia expresión, "durmiente" Berna, donde se juntó con un grupo de bolcheviques exilados que compartió sus tesis sobre Las tareas de la social-democracia revolucionaria en la guerra europea. En ellas denuncia el voto de los créditos de guerra por parte de los jefes del socialismo alemán y la incorporación de sus homólogos franceses y belgas a ministerios burgueses. Sin capacidad para impedir la guerra imperialista, pero rechazando aprobarla, al menos habrían podido estar en posición de animar a las revueltas populares a luchar contra el poder de su propia burguesía, para derrocarla