Especial para La Página |
La
central nuclear de Fukushima Daiichi -propiedad de la corporación privada
TEPCO- resultó fuertemente dañada por el tsunami de 11 de marzo de 2011. La
planta está situada a unos 270 kilómetros al noreste de Tokio. Contaba con seis
reactores y operaba desde 1971. A pesar de que, como ha recordado Greenpeace,
TEPCO tuvo que admitir finalmente en 2006 haber falsificado informes sobre el
agua de refrigeración, la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial (NISA)
nipona concedió la autorización preceptiva para extender la vida de la central
diez años más. Tenía permiso, pues, para seguir activa hasta 2021. Cincuenta
años (¡50!) en total era lo proyectado.
Lo
sucedido en los primeros momentos del accidente, del segundo o primer accidente
más importante de la era nuclear, puede ser descrito del modo siguiente: un
terremoto de grado 9 sacude la costa japonesa provocando un fuerte tsunami. Los
reactores de la central se paralizan. Un fallo eléctrico la deja sin
refrigeración. El sistema de generación diesel de emergencia comienza a operar
enfriando la planta pero apenas una hora después estos generadores también
quedan inutilizados. Se declara la emergencia nuclear. El gobierno asegura que
no existen fugas radiactivas aunque días después -aunque se ha sabido mucho
después- se llegó a pensar en la evacuación de Tokio.
Las
autoridades niponas comunican a la Agencia Internacional de Energía Atómica que
se disponen a liberar parte de los vapores concentrados en la central. Son
evacuados inicialmente tres mil ciudadanos en un radio de 3 km. alrededor de
las instalaciones. Al día siguiente se amplían los límites, a 10 km.
inicialmente [1]. El gobierno ordena que se abran de forma controlada las
válvulas de los reactores para liberar vapor y tratar de rebajar la presión en
su interior. El primer ministro japonés visita la zona. Da un mensaje de calma
a la población y afirma, sin mayor precisión, que la operación había liberado
cantidades mínimas de radiación. El guión (conocido) de todas las ocasiones
(conocidas). El mismo día de la visita gubernamental la estructura externa del
reactor 1 se derrumba tras una explosión. En las siguientes horas explotaron
otros reactores del complejo y se vierten al medio ingentes cantidades de
radiactividad, no siempre reconocidas ni por TEPCO, una de las grandes
compañías eléctricas del mundo, ni por el gobierno conservador y neoliberal
nipón.
El
desastre no acabó aquí. Conocemos más escenas de esta historia dantesca; damos
cuenta más adelante de algunas de ellas (el reciente informe de Greenpeace
–“Lecciones de Fukushima” http://eurasianhub.com/2012/03/08/lecciones-de-fukushima-un-ano-despues-greenpeace/- señala,
por ejemplo, que tras lo ocurrido se han tenido que desplazar unas 150.000
personas, que hay 28 millones de metros cúbicos de suelo contaminado por
sustancias radiactivas y que la sociedad nipona –no la corporación privada
propietaria- tendrá que asumir el coste de la hecatombe nuclear que oscila de
los 520.000 a 650.000 millones de dólares, “una cifra que se aproxima al coste
de la crisis bancaria de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos”). Vale
la pena recordar ahora unas reflexiones de Carlo Rubbia, anteriores al
referéndum italiano de junio de 2011 [2], sobre la industria y energía
nucleares.
Fukushima
fue una enorme sorpresa para algunos, para muchos, porque puso de manifiesto lo
poco que tenían que ver las previsiones con los hechos, señaló de entrada el
científico italiano. “Fue una lección y es peligroso no aprender de las
lecciones, especialmente para un país como Italia que tiene muchos problemas en
común con Japón”. No sólo la sismicidad sino también los tsunamis producidos
por terremotos. El ejemplo recordado por el Premio Nobel de Físicas: la ola
gigante que destruyó Messina en 1908. Es razonable hacer una central nuclear en
Sicilia, se preguntaba Rubbia. “Hay que examinar los problemas partiendo una
cuestión fundamental: cuánto dinero hace falta y quién lo pondría. Se dice que
una central nuclear cuesta entre 4.000 y 5.000 millones de euros, pero sin
considerar los costes precedentes ni los posteriores, es decir, los gastos
necesarios para el enriquecimiento de combustible y para la creación de un
depósito geológico de residuos radiactivos como el que los estadounidenses han
tratado de hacer sin éxito gastando 7.000 millones de dólares en Yucca
Mountain”. El Nobel de Física apuntaba que en los países que habían apostado
hasta la fecha por la energía nuclear la decisión había sido financiada, de un
modo u otro, por el Estado, “y a menudo porque el Estado estaba construyendo
bombas atómicas”. Por ello, añadía, las centrales francesas habían costado tres
veces menos que las alemanas. “La mayor parte de las inversiones en
infraestructura fueron sufragados por la Force de frappe [fuerza de disuasión
nuclear francesa]. Si en Italia -y sería una novedad- hay empresas privadas dispuestas en este
sector, que den un paso al frente”. O de otro modo, concluía el científico
italiano, “habrá que decir con honradez que el dinero saldría de los
impuestos”, es decir, de todos los ciudadanos. Mercado puro para los beneficios
y (poco) mercado + (mucha) ayuda pública para la inversión: ésta es la
ecuación.
También
en Japón ha estado muy presente la relación “política industrial y energética
de gobiernos” serviles y los “intereses de grandes corporaciones”. Además, como
señalaba en octubre de 2011 Justin McCurry, el corresponsal en Tokyo del
Guardian [3], expertos nipones “han advertido que podría tardar más de 30 años
para limpiar y desarmar la planta nuclear Fukushima Daiichi”. La remoción de
varillas de combustible fundidas y el desmontaje de la planta tardará décadas.
La comisión nipona ha solicitado a TEPCO que comience a remover las varillas
dentro de diez años. El trabajo para desmontar comenzará cuando la corporación
nipona sea capaz de llevar la planta a un estado seguro. Tres años después de
asegurar los reactores, la corporación –si sigue existiendo- tendrá que
comenzar a trabajar con el combustible gastado de las piscinas de
almacenamiento, y todo ello antes de comenzar la tarea más difícil: tratar,
remover, el combustible fundido de los tres reactores que sufrieron la fusión.
Aunque
las emisiones de radiación disminuyeron significativamente al cabo del tiempo
desde el terremoto de 11 marzo, los trabajadores siguieron operando en
condiciones extremadamente peligrosas. Para alcanzar el objetivo de reducir a
la mitad los niveles de radiación dentro de dos años, se tendrán que remover
también grandes cantidades de tierra. La eliminación de cuatro centímetros de
la capa superficial de tierra agrícola en la prefectura de Fukushima originará
más de 3 millones de toneladas de desechos (lo suficiente para llenar unos
veinte estadios de fútbol). Una vez hayan sido completadas, las instalaciones
de almacenamiento provisionales contendrán ese suelo y otros desechos
radiactivos durante unos 30 años.
En
noviembre de 2011, se detectó radiactividad en plantaciones de arroz ubicadas a
unos 80 kilómetros de la central [4]. Las externalidades siguen su curso.
Se
ha sabido posteriormente al accidente que los responsables de Tepco tuvieron
sobre su mesa un informe interno de 2008 -que ignoraron por “poco realista”-
que alertaba del riesgo de que un tsunami de más de 15,5 metros de altura golpeara
la central. El estudio recomendaba que se alzara el muro defensivo de las
instalaciones, ya que consideraba insuficiente el dique de diez metros de
altura que resguardaba Fukushima. Antes de la realización de este estudio,
Tepco consideraba que el mayor tsunami que podía sufrir la zona era de 5,7
meros (Los cálculos se habían hecho en la década de los años setenta).
El
trabajo fue realizado por un departamento de la corporación, creado en 2007
para revisar la seguridad de sus instalaciones, que hasta junio de 2010 estuvo
dirigido por el jefe de la central de Fukushima, el ingeniero nuclear Masao
Yoshida, retirado por enfermedad, a los 56 años de edad, en noviembre de 2011.
Yoshida tuvo que ser hospitalizado por “culpa de una importante dolencia que le
impide cumplir sus funciones”. Tepco –no dio detalles de la enfermedad del jefe
de la central y se negó a informar de los niveles totales de radiación
recibidos por él durante el accidente- aseguró que la dolencia no tenía
relación alguna con la radiación que pudo hacer recibido Yoshida. Será eso…o no
será.
Sea
cual sea el final del desastre que nos acecha –“y con todo el respeto que me
producen los esfuerzos humanos desplegados para combatirlo”-, comentó Kenzaburo
Oé en 2011 en su conversación con Philippe Pons para Le Monde, “su significado
no se presta a ambigüedad alguna: la
historia de Japón ha entrado en una nueva fase en la que de nuevo nos
encontramos bajo la mirada de las víctimas de lo nuclear, de esos hombres y
esas mujeres que demostraron un enorme coraje en su sufrimiento. La enseñanza
que podamos extraer del desastre actual dependerá de la firme resolución de
aquellos que consigan sobrevivir de no repetir los mismos errores” [5]. Pero no
todo el mundo ha extraído alguna enseñanza ni está en disposición de no repetir
los mismos errores.
¿Errores,
enseñanzas? Ni los 40 o más años que serán necesarios para deshacerse de los
maltrechos reactores de Fukushima (con los gastos inconmensurables anexos a
tales operaciones) ni la contaminación en la “zona cero”, o en el agua o en los
alimentos son la cara más sangrante. Lo peor es que, a pesar de algunas
notables reacciones (Alemania y su abandono de la era atómica en primer lugar,
una decisión en la que el papel del movimiento antinuclear germano ha sido
esencial), la alarma generada por el accidente nipón no haya frenado
completamente la expansión o renacimiento de la industria atómica [6].
Fukushima no ha supuesto cambios profundos en los planes nucleares de algunos
países europeos (España, entre otros, es uno de los ejemplos destacados).
Existen
unos 63 reactores en construcción en quince países y unos 150 en proyecto. La
“crisis” –no la prudencia- puede causar estragos en esos planes. EEUU, por
ejemplo, puso fin el año pasado a una moratoria nuclear de más de 30 años con
la aprobación de la construcción de dos nuevos reactores. Rusia posee 9
reactores en funcionamiento y quiere duplicar su producción de energía atómica
en los próximos años. Veremos.
Hasta
el momento, la República Popular China tampoco planea modificar su política
energética: 13 reactores en funcionamiento, una veintena en construcción y su
intención de alcanzar los 100 para 2030 (¿habrá entonces uranio suficiente en
el mundo para abastecer tantos reactores?). El Gobierno indio tampoco ha
variado su proyecto de levantar una central con seis reactores en Jaitapur, una
zona de gran actividad sísmica.
En
América Latina, tras Fukushima, Venezuela –y el ejemplo es altamente
significativo- ha reaccionado anunciando la congelación de los planes
preliminares del programa de energía nuclear. Argentina y Brasil sigue con sus
planes atómicos.
Hay
otros ejemplos de ceguera igualmente significativos. “La situación en Fukushima
está absolutamente controlada y no hay personas irradiadas. Eso ha hecho que
los planes nucleares no se vean cuestionados”. Así hablaba recientemente María
Teresa Domínguez, presidenta del Foro Nuclear español [7], como si el sol siguiera saliendo por
Antequera e hiciera marejada en la costa. Publicidad atómica del tipo “segura,
barata, limpia y pacífica”, el no va mas. No vale la pena detenerse. Que más de
100.000 personas, principalmente jóvenes, hayan abandonado Fukushima desde 2011
eso no cuenta en las cuentas de la señora MTD. ¡Es el progreso estúpidos
antinucleares! (Un ministro nipón se expresó así pocos días después del
accidente).
El
ingeniero José Emeterio Gutiérrez es director de Westinghouse para el sur de
Europa. Aunque el salario le va en ello, hay mayor honradez intelectual en su
comentario. “Al principio vi las noticias y estaba tranquilo. Pensé que la
central aguantaría perfectamente. Cuando perdieron los generadores diesel [los
que están diseñados para refrigerar la central en caso de pérdida de suministro
eléctrico] me quedé muy impresionado. ¿Cómo es posible si están preparados para
eso?” [8]. Simplemente, añade el ingeniero-director de Westinghouse, en el
sector nuclear los accidentes no podían ocurrir, nadie les había preparado para
ello. Como en “El síndrome de China”. Pero lo que no podía ocurrir, ocurrió, y
en el caso de Fukushima las imágenes no irrumpían en la pantalla.
Noticias
recientes muestran un panorama muy diferente del dibujado por la publicista
nuclear María Teresa Domínguez.
Kazuya
Tarukawa es joven, tiene 36 años. Hace ya algún tiempo dejó un trabajo no
precario en Tokio para ocuparse de una granja orgánica de su familia [9]. La
granja está ubicada a 100 kilómetros del reactor nuclear de Daiichi. Aunque
está fuera de la zona de exclusión establecida por el gobierno (60 kilómetros
en torno de la central), la granja no es inmune a las sospechas de
contaminación radiactiva. Diez días después de la hecatombe del 11 de marzo, la
desesperación llevó a su padre, Hisashi Tarukawa, de 74 años, al suicidio.
"Mi padre quedó devastado luego del colapso del reactor nuclear y las
informaciones sobre contaminación radiactiva. Perdió toda esperanza en su
futuro y en el de la agricultura de Japón", ha declarado su hijo. Su
huerta produce una amplia variedad de verduras en verano y fue cultivada con esmero
por ocho generaciones. En la última década, Tarukawa añadió la agricultura
orgánica a esa herencia. El accidente nuclear arrasó con todos sus esfuerzos.
El propio Kazuya Tarukawa siente una profunda desesperación.
Ryota
Koyama, un experto en seguridad alimentaria de la Universidad de Fukushima, ha
explicado las razones de ello. "Los productos de mar y agrícolas reciben
rechazo interno e internacional por el temor a la radiación… Llegó el momento
de desarrollar nuevas políticas de seguridad basadas en evidencias científicas
y en preocupaciones sociales, paso crucial hacia el abordaje de este problema”.
En
los últimos meses de 2011 y principios de 2012, el gobierno ha emprendido la
limpieza de los suelos contaminados de granjas y huertas. Las autoridades también
se han comprometido a realizar nuevos análisis para detectar cesio 137 -su vida
media es de 30 años y es cancerígeno como es sabido- en más de 25.000
establecimientos agrícolas y a establecer medidas de seguridad más estrictas a
partir de abril de 2012, intensificando las inspecciones en busca de radiación
en las tiendas de alimentos. En febrero de 2012, el Ministerio de Salud japonés
propuso un límite especial de 50 becquereles por kg de alimento y leche para
infantes. Un colectivo de científicos aprobó la propuesta y destacó en un
escrito que las nuevas medidas “garantizan consideraciones especiales para los
niños". Empero, activistas antinucleares y madres y padres continúan
“presionando para que haya mejores normas de protección a la infancia de Fukushima
insisten en que no estarán satisfechos hasta que el gobierno tome medidas para
evacuar a toda la población infantil hacia áreas totalmente seguras”.
Se
entienden las razones de estos ciudadanos. Según el influyente periódico nipón
Asahi Shimbun [10], en septiembre de 2011, un área de más de 8.000 km2 había
acumulado concentraciones de cesio-137 de 30.000 becquereles por m2. ¡Más o
menos, el escenario descrito por la presidenta del Foro Nuclear español!
Igualito. El área que se estima contaminada abarca aproximadamente la mitad de
la prefectura de Fukushima, la tercera más grande de Japón. Prefecturas vecinas
también están afectadas: 1.370 kilómetros cuadrados en Tochigi, 380 en Miyagi y
260 en Ibaraki.
El
agricultor Kitaburo Tanno, quien abandonó su granja de ocho hectáreas en
Nihonmatsu, a 45 kilómetros del reactor dañado, cree que lo único que puede
salvar la agricultura japonesa es que el gobierno dé información honesta:
"Decidí irme de mi granja poco después del accidente porque ya no podía confiar
en la información que daba el gobierno. Yo hubiera apreciado una evaluación
honesta para los agricultores que hubieran podido salir adelante con el apoyo
de fondos públicos. (Pero) esto no ocurrió".
El
recelo de los ciudadanos japoneses hacia las plantas nucleares y hacia la
radiactividad en los alimentos ha ido progresivamente en aumento desde el
accidente nuclear. El movimiento antinuclear, reducido en Japón si bien cada
vez más fuerte, ha alzado su voz tras el 11 de marzo para decir una vez más
“no” a las centrales atómicas. Kenzaburo Oé lo expresó así pocos días después
del desastre nuclear en la entrevista indicada: “[…] Hace tiempo que abrigo la
esperanza de revisar la historia contemporánea de Japón tomando como referencia
tres grupos de personas: los muertos en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki,
los irradiados de Bikini… y las víctimas de explosiones en centrales nucleares.
Si nos asomamos a la historia de Japón con la mirada de estos muertos, víctimas
de lo nuclear, su tragedia es evidente”. Hoy constatamos, concluye Oé, “que el
riesgo de las centrales nucleares se ha hecho realidad”.
De
la actual situación, pueden apuntarse algunas notas como las siguientes. Tras
la confirmación por parte de TEPCO -multinacional en la que es imposible que
habite la mínima confianza ciudadana- que los reactores dañados por el tsunami
se mantienen por debajo de los 100 grados, nudo sobre el que en las últimas
semanas ha habido informaciones confusas, los trabajadores de la central -o de
subcontratas sin alma ni piedad- “se centran ahora en evitar filtraciones y
preparar la retirada de las varillas de combustible nuclear”. La operación, de
una enorme dificultad técnica, necesitará nada menos que unos 25 años para ser
completada. Quince años más, como se indicó, serán los necesarios para el
desmantelamiento definitivo de los reactores dañados. Todo ello son
externalidades, cantidades marginales de un industria energética segura y
barata. ¿Suena la música?
Uno
de los grandes problemas que han tenido que afrontar los trabajadores durante
el año transcurrido ha sido la acumulación de agua contaminada en la central.
Una buena parte de ella se almacena en un millar de contenedores con una
capacidad total para 165.000 toneladas.
Hasta
ahora se han registrado casos de contaminación en carne vacuna, té, arroz y
leche en polvo infantil. Las autoridades niponas, por supuesto, han descartado
que los niveles detectados supongan un riesgo importante para la salud. Ante
las protestas ciudadanas, el Gobierno nipón se ha visto obligado a ser más
estricto con los límites exigidos para su venta.
La
zona más afectada es la que rodea la central nuclear. Unas 80.000 personas que
tuvieron que ser desalojadas precipitadamente no tienen fecha de regreso. En
esta área trabajan desde principios de 2012 equipos de las Fuerzas de
Autodefensa para descontaminar los edificios públicos. Se prevé que empresas
privadas se encarguen de limpiar el resto. Los negocios son los negocios,
incluso después de tragedias como la de Fukushima. A pesar del intento de la
industria nuclear -y de sus alrededores, voceros, lobistas y colaboradores- de
abonar y propagar un resurgimiento de lo nuclear, el camino no va a resultar un
sendero de rosas sin resistencia ciudadana y cantos de alegría y confianza.
Los
científicos honestos no suelen ser adivinos pero pueden y suelen hacer
predicciones exitosas o apuntar escenarios probables con mayor o menor detalle.
El gran científico franco-barcelonés, republicano e internacionalista, Eduard
Rodríguez Farré acertó esta vez de pleno. Y lo dijo, y lo escribió además, muy
pocos días después de la hecatombe nipona: Fuskuhima es y será un Chernóbil a
cámara lenta [11].
Veamos
una de las últimas escenas de este Chernóbil nipón. “Hay algunas fallas activas
en el área de la central nuclear, y nuestros resultados muestran la existencia
de anomalías estructurales similares tanto bajo la zona de Iwaki como bajo el
área de la central de Fukushima Daiichi. Si tenemos en cuenta que se ha
producido un gran terremoto en Iwaki no hace mucho tiempo, creemos que es
posible que un terremoto con una fuerza similar ocurra en Fukushima", ha
asegurado Dapeng Zhao, profesor de geofísica en la Universidad Tohoku y
director del equipo que ha realizado el estudio publicado en la revista de la
Sociedad Europea de Geociencias, Solid Earth [12]. Precisamente, el pasado 14
de febrero se registró un terremoto en esa zona de Japón, magnitud 6,2, que
pudo sentirse en toda la región de Fukushima. Según las autoridades niponas, el
temblor no ha provocado ningún contratiempo en la central accidentada. Puede
ser eso… o puede no serlo. ¿Quién puede confiar a estas alturas de lo sabido en
las informaciones de TEPCO o del gobierno japonés?
Según
la investigación, realizada “a partir del estudio de 6.000 terremotos en la
zona”, provocados “por un movimiento ascendente de fluidos magmáticos empujados
por la placa del Pacífico” que pueden generar tensones en las fallas, el seísmo
que provocó el catastrófico tsunami de magnitud 9,0 y otro posterior de 7,0 en
Iwaki [13] “marcan la senda de una nueva falla que se habría instalado bajo
Fukushima”. Ni más ni menos.
Las
autoridades japonesas, se señala en ese escrito, deben o deberían asegurar “la
estabilidad de la planta atómica maltrecha para evitar un susto mayor en el
futuro por su delicada situación sismológica actual”. Otra singular
externalidad. ¿Segura decían? El terremoto de marzo de 2011 asestó un golpe
devastador a la planta nuclear y puede “haber propiciado que a partir de aquel
momento esté mucho más expuesta a sufrir bajo sus suelos un nuevo sismo
devastador”. Este es el nudo esencial, con esto hay que operar.
Los
investigadores reconocen que no se puede predecir cuándo podría darse un
terremoto de gravedad, señalaba JS de Público, tampoco son adivinos, pero
“aseguran que sus hallazgos deberían tenerse en cuenta no sólo para la central
de Fukushima Daiichi, sino para las pruebas de resistencia de otras plantas
cercanas, como Fukushima Daini, Onagawa y Tokai”. ¡También con eso hay que
contar!
¿Qué
resultado podrá inferirse de esas pruebas? Habrá que verlo. ¿Potenciar lo
nuclear, exportarlo incluso, como parece que Japón –es decir, corporaciones y
gobierno- está haciendo? No parece que los vientos, si son honestos, deban
apuntar verazmente hacia ese escenario. No será ésta, probablemente, la última
escena dantesca que nos brinde el Chernóbil nipón. La película de terror
continúa. A cámara lenta… Y con muchos colores.
El
primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, por su parte, afirmó ayer que “nadie
en particular es responsable” del accidente de la central nuclear de Fukushima,
pero cada uno debe ”compartir este dolor” [14]. En una entrevista, Noda afirmó
que las autoridades japonesas habían sido engañadas por “el mito de la
seguridad” de la energía nuclear y no estaban preparadas para un desastre de la
magnitud que se produjo 11 de marzo 2011. ¿Engañadas? ¿No leen otros documentos
que aquellos que corroboran sus ideas y prejuicios?
Noda
descartó cualquier responsabilidad individual. Eso sí: “Evidentemente, la
responsabilidad primera a la vista de la ley japonesa incumbe al operador de la
central nuclear accidentada”. ¡Menos mal! Pero el Gobierno, añadió, “como todos
los operadores y los expertos, estaban demasiado impregnados del mito de la
seguridad”. ¿No sabían nada de los otros importantes accidentes, el más
próximo, en 2007, cuatro años antes? Aun más, las declaraciones de Noda fueron
unos días después de que una comisión de investigación revelara que el
presidente de la corporación, de Tepco, quisiera abandonar la central a su
suerte. Sólo las amenazas del entonces primer ministro, Naoto Kan, lo evitaron.
¡Cómo han leído! Lo llaman “responsabilidad social corporativa”. Noda ha
señalado Japón debe diversificar sus fuentes de energía, pero ha evitado
cualquier compromiso para abandonar la energía nuclear.
Oé
ha vuelto a trazar una perspectiva interesante [15]: “Hace tiempo que abrigo el
proyecto de revisar la historia contemporánea de Japón tomando como referencia
tres grupos de personas: los muertos de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki,
los irradiados de Bikini [16] –uno de cuyos superviviente era aquel pescador
[el que Oé evocaba en un artículo escrito antes del desastre y publicado pocos
días después del 11M]- y las víctimas de explosiones en centrales nucleares. Si
nos asomamos a la historia de Japón con la mirada de estos muertos, víctimas de
lo nuclear, su tragedia es evidente”. Hoy [2011], concluye Kanzeburo Oé,
constatamos que el riesgo de las centrales nucleares se ha hecho realidad. En
Japón y en el resto del mundo, fáustica e irresponsablemente nuclearizado.
También en España donde la apuesta irresponsable continúa.
El
reactor de Santa María de Garoña en Burgos, inaugurado por el dictador golpista
africanista Francisco Franco en 1971, fue el segundo reactor nuclear español.
Su potencia instalada es de 460 megavatios, aproximadamente la mitad del resto
de reactores. En 2012, serán 41 sus años en funcionamiento.
El
primer reactor español fue el de José Cabrera, en Almonacid de Zorita
(Guadalajara). La central de Zorita dejó de funcionar tras 38 años de actividad
en mayo de 2006, tres años menos de los que ya lleva Garoña. El
desmantelamiento de Zorita no concluirá hasta 2015 (nueve años después de su
cierre) y se calcula que costará 170 millones de euros. Las “externalidades”
poco publicitadas de la poderosa industria nuclear. De Guindos, el actual
ministro de Economía, sabe de qué va: fue (¿fue?) ejecutivo o miembro del
consejo de administración de Endesa. En 2011, sus ingresos fueron de más de 300
mil euros por esta actividad que no fue única.
El
informe del Consejo de Seguridad Nuclear enviado al Ministerio de Industria el
viernes 17 de febrero de 2012, concluye que “no existe ningún impedimento” para
modificar la orden de cierre en 2013 dictada por el Gobierno de José Luis
Rodríguez Zapatero en 2009. El organismo regulador español ha recordado, por si
hiciera falta, que el dictamen realizado sobre la orden de cierre no prefigura
“en ningún caso el sentido o el contenido del informe que deberá realizarse
sobre la licencia de la central”. ¿Por qué? Porque tiene que concretar las
obras. En principio necesarias pero –el “pero” es muy importante- pueden haber
“compromisos realistas”. ¿Para qué? Para que el reactor pueda seguir
funcionando. Es el punto.
José
Manuel Soria, el ministro de Industria, quiere que el reactor siga produciendo
y vendiendo electricidad hasta 2019. Seis años más, cuarenta y ocho años en
total.. Luego veremos. Los beneficios durante la prórroga para Nuclenor
(Iberdrola + Endesa) serán de vértigo, casi incalculables (Gara [17] ha llamado
la atención sobre el hecho de que la noticia, emitida por un ministro de un
Gobierno, no se hiciera pública tras un Consejo de Ministros ni fuera anunciada
en una comparecencia institucional: Soria hizo esta declaración durante su
intervención en el Congreso del PP, ante sus propios correligionarios).
¿Es
necesaria Garoña para las necesidades energéticas del país? No. ¿Entonces?
Apostar por la prolongación abre la puerta a otras prórrogas (además de al
éxito energético-crematístico): las bodas de oro de todos los reactores
nucleares españoles. Luego tal vez se piense en bodas diamantinas. ¿Siguiendo
las pautas del gobierno alemán? Esta vez, curiosamente, en sentido opuesto.
En
2009, el mismo CSN dio luz verde para que Garoña “siguiera funcionando pero
exigiendo mejoras a los propietarios”: instalación de un nuevo sistema de
tratamiento de gases radiactivos en caso de accidente y la sustitución de
kilómetros de cables del circuito eléctrico. ¿Qué pasó? Que cuando el Gobierno
de Zapatero, tras “fuerte” discusión interna entre ministros pronucleares y
supuestos antinucleares, decidió prolongar la central en 2013 (sabiendo que el
gobierno sería entonces de otro signo, aunque no muy opuesto en este y otros
terrenos), las mejoras apuntadas, que requieren inversiones, se perdonaron.
¡Tal cual! Lo llaman “generosidad pronuclear”.
Para
Ecologistas en Acción, y no andan errados en absoluto, el organismo de control
español “responde a los intereses” de Endesa, Iberdrola y de las otras grandes
compañías del sector. No es un prejuicio, no es una descalificación sin
fundamento. La actual composición del consejo (¡y puede cambiar para aún peor!)
no deja lugar a dudas: dos consejeros elegidos a propuesta del PP, dos del PSOE
y uno de CiU, pronuclear donde los haya. ¿Alguno de ellos, por convicción o
intereses, no piensa –o dice pensar- que la energía nuclear es limpia, barata,
segura, pacífica, con escasísimas externalidades y moderna a más no poder,
incluso tras la hecatombe atómica de Fukushima, ese Chernóbil a cámara lenta
del que antes hablábamos? Es muy poco probable.
Soria,
ha recordado también Gara, ha hablado del modelo energético español como
“seguro, equilibrado y eficiente”. No es evidente ninguna de estas
afirmaciones. La “seguridad” caza mal, en el caso de Garoña, con el hecho de
que General Electric, la empresa que diseñó el reactor de la planta burgalesa,
el mismo tipo que el de los reactores de la central de Fukushima, aceptó la
existencia de un error en el diseño: un falló en las barras de fricción que
podría causar un accidente si, por ejemplo, la zona norte de Burgos sufriera un
movimiento sísmico ordinario (no extraordinario). A estos errores de diseño, se
les debe o debería sumar los evidenciados por el propio Consejo durante las
pruebas de resistencia: se descubrieron graves deficiencias en el sistema
eléctrico de la central.
Ecologistas
en Acción apunta a otro vértice: “es una irresponsabilidad [aunque no sólo]
mantener abierta una central vieja, construida antes de las enseñanzas de los
principales accidentes nucleares”, los de Chernóbil en la URSS y Three Mile
Island en EEUU y, claro está, del de Fukushima cuyos reactores, como decíamos,
eran del mismo tipo que los de la central burgalesa [18].
Por
lo demás, existen opositores –aunque sean locales- incluso en las filas del PP.
La organización alavesa, acaso por la cercanía, ha levantado la voz: Javier
Maroto, el alcalde de Vitoria, ha calificado la prórroga de “error”. En
términos similares se ha manifestado el diputado general de Álava, Javier de
Andrés. Y puede asegurarse que, según fuentes de toda confianza, ni Maroto ni
de Andrés son antinucleares ni han militando nunca en ninguna organización
ecologista. A veces, el sentido común es aliado de la racionalidad y la
prudencia.
El
portavoz del PNV en las Juntas Generales, Ramiro González, ha afirmado que la
posible continuidad de Garoña responde a una decisión equivocada que puede
poner en riesgo “la salud y la vida de los alaveses”. Responde “sólo a
planteamientos economicistas”, añadió. Como han leído, sin añadir una coma.
Mientras
tanto, en Japón, Fukushima sigue siendo, como apuntara Eduard Rodríguez Farré
[19], un Chernóbil a cámara lenta.
PS:
Un efecto colateral nada despreciable de la situación: el incremento de la
sensibilidad social en torno a temas medioambientales con componentes
radiactivos [20]. Un ejemplo. Los malasios están determinados a protestar
contra una refinería de tierras raras que generará desechos radiactivos hasta
que la firma australiana que está a su frente abandone el proyecto. "Es
tiempo de cerrar la planta de Lynas", ha declarado Wong Tack, presidente
de Himpunan Hijau (HHC), la persona que lidera un movimiento masivo contra la
polémica planta. Según él, Malasia está viviendo una "revuelta
verde": la población verdaderamente teme que la planta produzca desechos
(el torio, por ejemplo) que perjudiquen seriamente el ambiente y pongan en
peligro la salud de las personas.
Otros
planes no se detienen. Desde el 1º de marzo se preparan para extraer uranio en
el yacimiento ubicado en la Cuenca San Jorge, en la provincia de Chubut [21].
La empresa canadiense Calypso Uranium anunció en los círculos mineros
argentinos, y en el propio Canadá, el descubrimiento del mayor yacimiento de
uranio en Argentina, ubicado en la Cuenca San Jorge, donde la multinacional
posee la propiedad de nada menos que 150 mil kms cuadrados para explorar y
explotar a su antojo.
Notas
[1]
A finales de noviembre de 2011, se pudo calcular que fueron más de 150 mil las
personas evacuadas (entre evacuados forzosos y ciudadanos que decidieron dejar
sus hogares por miedo y desconfianza a las autoridades niponas). Por lo demás,
los refugiados recibieron mayores dosis de radiactividad de las previstas por
la lentitud de la evacuación y todavía a mediados de diciembre de 2011 se
seguía afinando el mapa real de la contaminación que en mayor o menor golpeó a
un tercio de las prefecturas del país.
[2]
Antonio Cianciullo, “Entrevista a Carlo Rubbia, premio Nobel de Física, en
vísperas del referéndum sobre energía nuclear en Italia. “Energía nuclear:
razones para rechazarla y alternativas”. La Repubblica (traducido por Gorka
Larrabeiti) (on line http://www.rebelion.org/noticia.php?id=130196).
[3]
http://www.guardian.co.uk/world/2011/oct/31/fukushima-nuclear-plant-30-years-cleanup/print (en
traducción de Germán Leyens: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138569 )
[4]
J. S., “Japón intercepta una remesa de arroz radiactivo” http://www.publico.es/ciencias/407419/japon-intercepta-una-remesa-de-arroz-radiactivo
[5]
Kenzaburo Oé, Cuadernos de Hiroshima. Anagrama, Barcelona, 2011, p. 216.
[6]
Garazi Mugertza, “Un año después de Fukushima, los gobiernos siguen apostando
por la energía nuclear”. http://www.gara.net/paperezkoa/20120303/326036/es/Un-ano-despues-horror-fukushima-gobiernos-siguen-apostando-energia-nuclear
[7]
Rafael Méndez, “La industria nuclear resiste al desastre”. El País, 6 de marzo
de 2012, p. 7.
[8]
Ibidem
[10]
El diario Asahi Shimbun calculó el tamaño del área contaminada en base a un
mapa de distribución de los niveles de cesio 137 acumulado, medidos desde
aviones, que el 8 de septiembre de 2011 divulgó el Ministerio de Ciencia.
[11]
Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Ciencia en el ágora. El Viejo
Topo, Mataró (Barcelona), 2012, capítulo VI.
[12] J. S. “Una falla sísmica se abre bajo la
central de Fukushima”. Público, 15 de febrero de 2012, p. 33.
[13]
Un terremoto de magnitud 7 en Iwaki, señala J. S, se convirtió en la mayor
réplica registrada del terremoto de marzo de 2012 con el epicentro en tierra
firme. Tuvo lugar a unos 60 kilómetros al suroeste de Fukushima, “central que se
encuentra justo encima de una línea imaginaria que se podría trazar entre el
seísmo de Iwaki y el del 11 de marzo”.
[15]
Kenzaburó Oe, op cit, pp. 215-216.
[16]
El 1 de marzo de 1954, los Estados Unidos llevaron a cabo un ensayo nuclear en
el atolón Bikini, en las islas Marshall, situadas en el Pacífico Sur. La radiactividad afectó a los 239 habitantes
de tres atolones situados en el área. 49 de ellos murieron en los 12 años
siguientes. También fallecieron 28 observadores norteamericanos y 23
tripulantes de un pesquero japonés, el “Dragón de la Suerte V”, que faenaba en
la zona. Todo muy seguro y pacífico como puede comprobarse.
[19]
Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, “Fukushima: un Chernóbil a
cámara lenta”. http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4030
[20]
Por Baradan Kuppusamy, “Intenso combate a desechos radiactivos”. http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=100295