El género de las películas de espías tiene casi tanta
historia como la del mundo: está bien, es un juicio retrospectivo y todo juicio
retrospectivo puede encontrar el futuro en el origen a la manera de destino o,
salvando las distancias, un género relativamente moderno en los albores de la
humanidad. Como breve cita, tengo presente la polémica que se instalo entre
Rodolfo Walsh y Jorge Luis Borges, dos escritores argentinos, que debatían en su
momento en torno al origen del policial. Mientras que el primero afirmaba que
podíamos encontrar el origen del policial en el conflicto entre Caín y Abel, en
la Biblia, bah, el segundo afirmaba que eso era posible, digo, que era posible
leer ese conflicto como un policial porque Walsh leyó después de que el género
policial había sido inventado, con Edgar Allan Poe a la cabeza. Bueno, fuera de
todas estas discusiones, vuelvo a la afirmación anterior: espías, en el cine,
hay a patadas, más que en el mundo — o ya dentro de él — y la película de Tomas
Alfredson, “Tinker Taylor Soldier Spy” es una de las mejorcitas de la historia
del cine y justificó su expectativa, sin lugar a dudas.
“¿Para tanto?” reclamarán muchos, azorados, claro, con este
tipo de afirmación. Sí, para tanto: la cinta no sólo retoma el clásico
conflicto entre fuerzas gubernamentales enfrentadas en una guerra silenciosa —
digamos: “Guerra Fría” —, o sea, se situa históricamente con una elegancia
envidiable en el contexto espacio-temporal en el que se sitúa la historia —
parte de todos los laureles que le vamos a tirar a este trabajo son mérito del
director de fotografía, Hoyte Van Hoytema — y no deja de transmitir esa sensación
a lo helado, lo frío: todo el tiempo, todos los personajes tienen ese humito
triste que sale de las bocas cuando respiramos en la fría intemperie, y esto
también puede ser une terrible exageración de mi parte — ya tantas —, pero si
no es que lo tienen, dan siempre esa terrible sensación. La gama de colores es
absolutamente fría: azules, grises, blancos, algún que otro rojo pero
totalmente cautivado en el medio de todos estos colores gélidos: la escenas en
la escuela en donde termina trabajando con otra identidad el personaje de Mark
Strong ni siquiera parecen situarse en la calidez del mundo infantil sino, muy
por el contrario, revelan — al estilo de una buena canción de Morrisey — los
horrores de los internados masculinos ingleses.
La historia, el argumento: estamos en los comienzos de la
década del ´70, metidos en los meandros de la agencia de espionaje británica
llamada “Carrousel” en la lógica de este relato. En la cúpula más secreta, el
“jefe de los jefes” — interpretado por un siempre exacto, envidiable John Hurt
— dispone, desde su casa, la movilización de uno de sus mejores agentes, el
personaje de Mark Strong, a Hungría. Allí, según lo comenta “Control” — el
nombre del personaje de John Hurt — se podría establecer un contacto sumamente
valiosos con un doble agente que tiene información acerca de la presencia de
otro doble agente, un traidor, pero esta vez trabajando bajo las órdenes de la
Unión Soviética. El plan sal mal, “Control” debe renunciar y, junto con él, su
segundo al mando: “Smiley”, interpretado por Gary Oldman. Luego de la muerte
del citado “Control”, en las mismas, internas esferas de las fuerzas de
seguridad británica, empieza a flotar el fantasma de un traidor, un “topo”,
confirmando así la sospecha de “Control”. Smiley-Oldman es sacado de su retiro
para investigar especialmente el caso, para lo cual pide la ayuda de una sola
persona dentro de la cúpula de líderes: el joven Peter Guillam, interpretado
por Benedict Cumberbatch. Oldman descubrirá muy pronto que los jefes restantes
— personificados por los geniales Toby Jones, Colin Firth, Ciarán Hinds y David
Dencik — están metidos en una serie de prácticas, como mínimo, sospechosas que
involucran, claramente, a toda la organización: ¿se está recibiendo información
de un doble agente confiable? ¿No será en realidad este doble agente un señuelo
para engañar a la fuerzas británicas? ¿En quién, realmente, se puede confiar?
La historia se complica más y más a medida que la cinta
avanza, sumando problemas personales de los miembros del servicio secreto — un
complejo triángulo amoroso que involucra al personaje de Firth y al de Oldman
—, tenemos la aparición de un agente que fue sospechosamente retirado de la
fuerza, personificado por un también excelente Tom Hardy, y un amorío que
incumbe también a los más altos secretos a punto de revelarse. Y lo más
interesante es que el espectador en ningún momento tiene todas las “claves”
para entender la historia servidas en una suerte de bandeja de plata, no, para
nada, al contrario: entramos a la cinta sin entender nada y sólo después de la
primera hora logramos hallar algunas claves que nos permiten sumarnos a la
intriga, pero de movida, nada. Estrictamente, ese es un logro narrativo
envidiable: sin recurrir a la a veces tonta figura del personaje novato para
que los personajes avezados en el tema le expliquen a él y, por extensión, al
espectador aquello que constituye la serie de nombres claves para seguir la
historia — pienso, rápidamente, en “Men in Black” (1997) y la relación entre
Tomy Lee Jones y Will Smith —, la cinta logra a fuerza de insistir e invitarnos
al frío mundo de los espías que todo el mundo entienda de qué se está hablando
y hacia dónde va todo… Una película para ver más de una vez, sin lugar a dudas.
Disiento con mi compañero Luis M. Alvarez en esta: la
actuación de Oldman es soberbia. Sutil, sobria, rígida como el trasfondo
europeo en donde la historia tiene lugar, el actor británico da una lección de
actuación cinematográfica, de actuación en general, al anularse en provecho de la
lógica de la cinta… Realmente, es increíble como ese carácter “gélido” de lo
narrado se transmite a su personaje.
“Tinker Taylor Soldier Spy” es una de esas películas para
ver no dos, sino inmensas veces y sacar de allí una lección de lo que el cine
debe ser: sin menospreciar al espectador, sin tomarlo como tonto y ofrecerle
una historia simplona, lo que tenemos es un excelente argumento contado,
entramado de la mejor manera posible. En este caso, es sencillo afirmar que el
cine tiene muchísimo que ver con la particular historia del género de espías.