“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

9/4/13

Sobre la escalada bélica en las relaciones internacionales

Miguel Manzanera

Especial para La Página
Los últimos acontecimientos en las relaciones internacionales muestran un incremento notable de los conflictos militares con participación directa de la OTAN y sus aliados mundiales.  
Miguel Manzanera

Parece claro que esa escalada militarista aparece como respuesta del imperialismo y sus satélites ante las nuevas alianzas que están recomponiendo el sistema político mundial, como son la formación del bloque compuesto por el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), la creación de una economía regional en América Latina, y la intensificación de las relaciones comerciales entre los países del Sur. Los países imperialistas no han renunciado a aprovecharse de las riquezas naturales a costa del resto de la humanidad presente y futura, de modo que el conflicto internacional está servido.  Cortar el suministro de materias primas será el mejor modo de detener el desarrollo de China hacia la hegemonía mundial.
            
El derecho de los países desarrollados a disfrutar del acceso a las materias primas en toda la geografía terrestre, por encima de la soberanía de los pueblos y las naciones, y a costa del bienestar de los seres humanos que habitan la tierra, es una vieja ideología;  fue establecido por el liberalismo del siglo XVII justificándolo por el desarrollo económico que el capitalismo consigue a base de esquilmar los recursos naturales.  Ese derecho ha sido cuestionado repetidamente por numerosos actores de la escena mundial –socialistas, comunistas y nacionalistas, entre otros-, y hoy en día es absolutamente inaceptable por la destrucción de la biosfera terrestre por el desarrollo capitalista.

En las últimas décadas la revolución informática –que ha supuesto la automatización de las fábricas, la simplificación del trabajo intelectual y administrativo, y el desarrollo de las comunicaciones-, ha vuelto a dar credibilidad al modo de producción capitalista en forma de neoliberalismo.  Pero la crisis económica ha vuelto a cuestionar el sistema de relaciones internacionales constituido.  En efecto, desde hace al menos una década el principal suministrador mundial de bienes de consumo es la China.  No solo es la economía que más crece: la mayor factoría del mundo se encuentra en China, también se encuentra allí la clase obrera más numerosa y mejor organizada del planeta, es el país donde se producen más huelgas y conflictos laborales, y seguramente pronto empezarán a superar a todos los demás en investigación y desarrollo tecnológico.  No olvidemos que fueron los chinos quienes inventaron la pólvora, la brújula, los espaguetis y tantas otras cosas.  Desde el punto de vista de los intercambios económicos, los países con bajos ingresos prefieren el comercio chino al europeo, e incluso la economía china es el mayor suministrador de bienes de consumo para las clases pobres en los países de altos ingresos.  Eso significa también que el antiguo centro del sistema se está convirtiendo en la periferia, y la periferia se convierte en el nuevo centro.

De ahí que, en nuestros días, la única justificación que encuentran los ideólogos del sistema para justificar el expolio de las riquezas terrestres, sea conservar el bienestar de las poblaciones en los países de altos ingresos, cuyos ciudadanos no quieren renunciar a su elevado nivel de vida.  Esa es la causa del predominio de la derecha y la extrema derecha como ideologías políticas de los países de altos ingresos.  Por eso, los países más desarrollados se han especializado en la fabricación de armamento sofisticado para mantener la supremacía militar sobre el resto del mundo y están implementando una estrategia militarista para mantener la hegemonía mundial sobre la base de la imposición violenta.

Hemos de pensar que principalmente esta estrategia militarista tiene como objetivo principal obstaculizar el imparable ascenso de la República Popular China hacia la hegemonía mundial en el terreno económico, que demuestra una vez más la superioridad de una economía regulada por la intervención planificada del Estado frente al neoliberalismo imperante en las economías llamadas desarrolladas.  La organización social de este país tiene muchos defectos según nuestra percepción actual de la coyuntura histórica, etnocéntrica e interesada, pero desde una perspectiva humanista e internacionalista seguramente tiene más ventajas que inconvenientes.  Entre otras cosas, a pesar de los graves problemas ambientales subrayados por las agencias internacionales de información, no se debe olvidar que China es todavía un país sostenible, según los criterios de la organización ecologista WWF, y no participa de la orgía de derroche consumista de los países falsamente desarrollados.

Las guerras abiertas en Oriente Medio y en África, las amenazas a Irán, la protección de Estados genocidas como Israel, Marruecos y Turquía, los golpes de Estado en Honduras y Paraguay en Latinoamérica, y ahora la tensión bélica en la región del Pacífico entre Corea del Norte y la coalición de Corea del Sur, EE.UU. y Japón, no son sino otros tantos frentes de esa guerra mundial no declarada.  Si ésta no estalla abiertamente se debe al enorme potencial instalado de armamento nuclear, que si llegara a explotar acabaría con la humanidad entera.  Se trata de guerras de baja y mediana intensidad, con tensiones que puntualmente pueden llegar a ser graves, como acaba de suceder en la península de Corea.  Desde hace tres décadas esa guerra larvada significa intensificar el terrorismo en las relaciones internacionales, como táctica bélica manipulada desde los Estados imperialistas, al tiempo que se crea un armamento muy sofisticado, que reduce los enfrentamientos abiertos a cortos ataques punitivos.

La crisis económica que están atravesando los países desarrollados, se relaciona directamente con esta estrategia belicista: se trata de una militarización de la crisis que quiere justificar el saqueo de los bienes públicos por parte de diferentes entidades privadas.  Si la izquierda quiere mantener su audiencia, debe denunciar esa actitud de las oligarquías financieras que conduce una vez a la humanidad al abismo de una conflagración mundial generalizada. Y exigir la retirada de todas las tropas, asesores militares y demás agentes de intervención, que se encuentren de servicio en el extranjero, los cuales deben regresar de inmediato al territorio del Estado español.