Walter Benjamin ✆ Alfredo Cáceres |
Traducción del
italiano por Sergio Seguí
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1. Hay signos de los tiempos que, aunque obvios, los
hombres, que escrutan las señales en los cielos, no llegan a percibir.
Cristalizan en eventos que anuncian y definen la época, es decir, eventos que
pueden pasar inadvertidos y no alterar en nada, o casi nada, la realidad en la
que encajan y que, sin embargo, y precisamente por esto tienen valor de signo,
de indicio histórico: semeia ton kairon . Uno de estos eventos tuvo
lugar el 15 de agosto de 1971, cuando el gobierno de EE.UU., bajo la
presidencia de Richard Nixon declaró que la convertibilidad del dólar quedaba
suspendida. Si bien esta afirmación ponía fin, de hecho, a un sistema que había
vinculado durante mucho tiempo el valor de la moneda a una base áurea, la
noticia, que saltó en plenas vacaciones de verano, provocó menos debate del que
era razonable esperar.
Sin embargo, desde ese momento, la inscripción que todavía
se puede leer en muchos billetes de banco (por ejemplo, en los de la libra
esterlina o la rupia, pero no en los del euro): “Me comprometo a pagar al
portador la suma de ...” refrendada por el gobernador del banco central, perdió
definitivamente su sentido. Esta frase pasó a significar que a partir de ese
momento a cambio del billete el banco central correspondiente haría entrega a
quien lo solicitara (si alguien era lo suficientemente tonto como para hacerlo)
no una cierta cantidad de oro (para el dólar, 1/35 de onza) sino un billete
exactamente igual. El dinero había quedado desprovisto de cualquier valor que
no fuera el puramente autorreferencial. Tanto más sorprendente fue la facilidad
con que fue aceptado el acto del soberano estadounidense, que equivalía a
cancelar el patrimonio de oro del dueño del dinero. Y si, como se ha sugerido,
el ejercicio de la soberanía monetaria de un Estado consiste en su capacidad
para inducir a los participantes del mercado a emplear sus obligaciones como
dinero, en ese momento las obligaciones perdieron toda consistencia real, se
habían convertido en puro papel.
El proceso de desmaterialización de la moneda se había
iniciado muchos siglos antes, cuando las necesidades del mercado llevaron a
añadir a la moneda metálica, necesariamente escasa y engorrosa, letras de
cambio, billetes bancarios, juros , goldsmith’s notes, etcétera.
Todas estas monedas de papel son en realidad títulos de crédito, por cuya razón
se conoce como moneda fiduciaria. La moneda metálica, en cambio, valía –o
hubiera debido valer– su contenido de metales preciosos (cuestión, como se
sabe, insegura: el caso extremo fue el de las monedas de plata acuñadas por
Federico II, que apenas usadas dejaban a la vista el rojo de cobre). Sin
embargo, Schumpeter (que vivió, es cierto, en un momento en el papel moneda
había desbordado la moneda metálica), pudo afirmar no sin razón que, en última
instancia, todo el dinero es sólo crédito. Después del 15 de agosto de 1971,
habría que añadir que el dinero es un crédito basado sólo en sí mismo y que no
refleja nada más que a sí mismo.
2. El capitalismo como religión es el título de
uno de los más penetrantes fragmentos póstumos de Walter Benjamin.
Que el socialismo era algo parecido a una religión fue
observado con frecuencia (entre otros por Schmitt: “El socialismo pretende dar
vida a una nueva religión que para los hombres de los siglos XIX y XX tuvo el
mismo significado que el cristianismo para los hombres de hace dos mil años.”)
Según Benjamin, el capitalismo no es sólo, como afirma Weber, una
secularización de la fe protestante, sino que él mismo es esencialmente un
fenómeno religioso, que se desarrolla como parásito a partir del cristianismo.
Como tal, como religión de la modernidad, se define por tres características:
a. Es una religión de culto, tal
vez la más extrema y absoluta que ha existido jamás. Todo en ella tiene
significado sólo con referencia al cumplimiento de un culto, no con un dogma o
una idea;
b. Es un culto permanente, es “la
celebración de un culto sans trève et sans merci ”. No es posible
aquí distinguir entre días festivos y días laborables, sólo hay un único e
ininterrumpido día de fiesta-trabajo en el que el trabajo coincide con la
celebración del culto;
c. El culto capitalista no remite
a la redención o la expiación de la culpa, sino a la culpa misma: “El
capitalismo es quizás el único caso de un culto no expiatorio sino
culpabilizador… Una monstruosa conciencia culpable que no conoce la redención
se convierte en culto, no para expiar en éste su culpa sino para hacerla
universal ... y para atrapar al final a Dios mismo en la culpa ... Dios no ha
muerto, sino que se ha incorporado al destino del hombre.”
Precisamente porque tiende con todas sus fuerzas no a la
redención sino a la culpa, no a la esperanza sino a la desesperación, el
capitalismo como religión no tiende a la transformación del mundo sino a su
destrucción. Y su dominio es en nuestro tiempo tan completo que los tres
grandes profetas de la modernidad (Nietzsche, Marx y Freud) conspiran, según
Benjamin, con él, son solidarios, de alguna manera, con la religión de la
desesperanza. “Este paso del planeta hombre por la casa de la desesperación, en
la soledad absoluta de su recorrido es el ethos que define Nietzsche.
Este hombre es el superhombre , es decir el primer hombre que
comienza a darse cuenta conscientemente de la religión capitalista.” Pero
también la teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto capitalista: “Lo
reprimido, la representación pecaminosa ... es el capital, sobre el cual el
infierno del inconsciente paga intereses.” Y, en Marx, el capitalismo “con los
intereses simples y compuestos, que son función de la culpa ... se transforma
inmediatamente en socialismo”.
3. Vamos a tratar de tomar en serio y desarrollar la
hipótesis de Benjamín. Si el capitalismo es una religión, ¿cómo podemos
definirlo en términos de fe?, ¿en qué cree en el capitalismo? ¿qué implica, en
lo que respecta a esta fe, la decisión de Nixon?
David Flüsser, gran estudioso de la ciencia de las
religiones –hay también una disciplina con este extraño nombre– estaba
trabajando sobre la palabra pistis , palabra griega que Jesús y los
apóstoles utilizaban para “fe”. Un día se encontraba en una plaza de Atenas y
en un momento dado, al levantar los ojos, vio escrito en grandes caracteres
ante él Trapeza tes pisteos . Aturdido por la coincidencia, miró
mejor y después de unos segundos se dio cuenta de que simplemente estaba ante
un banco: trapeza tes pisteos significa en griego “banco de crédito”.
He aquí el significado de la palabra pistis, que llevaba meses tratando de
averiguar: pistis, “fe” no es más que el crédito de que gozamos ante
Dios y del que la palabra de Dios goza en nosotros desde el momento en que
creemos en él. Por esta razón Pablo puede afirmar en una famosa definición que
“la fe es la sustancia de las cosas esperadas”: es lo que da credibilidad a la
realidad y a lo que no existe todavía, pero en lo que creemos y tenemos fe, en
lo que hemos puesto en juego nuestro crédito y nuestra palabra. Creditum es
el participio pasado del verbo latino credere: es aquello en lo que
creemos, en lo que ponemos nuestra fe, cuando establecemos una relación de
confianza con alguien tomándolo bajo nuestra protección o prestándoles dinero,
confiándonos a su protección o tomando dinero prestado. En lapistis paulina
pervive, es decir, la antiquísima institución indoeuropea que Benveniste ha
reconstruido, la “fidelidad personal”: “El que detiene la fides puesta
en él por un hombre tiene en su poder a este hombre ... En su forma primitiva,
esta relación implica una reciprocidad: poner nuestra fides en
alguien procuraba, a su vez, su garantía y su ayuda.”
Si esto es cierto, entonces la hipótesis de Benjamin de una
estrecha relación entre capitalismo y cristianismo recibe una confirmación
ulterior: el capitalismo es una religión basada enteramente en la fe, una
religión cuyos seguidores viven sola fide (sólo por medio de la fe).
Y como, según Benjamin, el capitalismo es una religión en la que el culto se ha
emancipado de todo objeto y la culpa de todo pecado y, por lo tanto, de toda
posible redención, así, desde el punto de vista de la fe, el capitalismo no
tiene objeto: cree en el hecho puro de creer, en el puro crédito ( believes
in pure belief ), es decir: en el dinero. El capitalismo es, por ello, una
religión en la cual la fe –el crédito– ha sustituido a Dios. En otras palabras,
en tanto que la forma pura del crédito es dinero, es una religión cuyo dios es
el dinero.
Esto significa que el banco, que no es más que una máquina
de fabricar y manejar crédito, ha tomado el lugar de la iglesia y, mediante la
regulación del crédito, manipula y administra la fe –la escasa e incierta
confianza– que nuestro tiempo todavía tiene en sí mismo.
4. ¿Qué ha significado para esta religión la decisión de
suspender la convertibilidad en oro? Ciertamente, algo así como una aclaración
de su propio contenido teológico, comparable a la destrucción mosaica del
becerro de oro o al establecimiento de un dogma conciliar. En cualquier caso,
un paso decisivo hacia la purificación y cristalización de su propia fe. Ésta
–en forma de dinero y crédito–se emancipa ahora de todo referente externo,
cancela su nexo de idolatría con el oro y se afirma en su carácter absoluto. El
crédito es un ser puramente inmaterial, la parodia más perfecta de esa pistis ,
que no es sino “la sustancia de lo que se espera.” La fe –así rezaba la famosa
definición de la Carta a los Hebreos– es sustancia – ousia , término
técnico por excelencia de la ontología griega– de lo que se espera. Lo que
Pablo quiso decir es que el que tiene fe, el que ha puesto su pistis en
Cristo, toma la palabra de Cristo como si se tratara de la cosa, el ser, la
sustancia. Pero es precisamente este “como si” lo que la parodia de la religión
capitalista elimina. El dinero, el nuevo pistis , es ahora
inmediatamente y sin residuos sustancia. El carácter destructivo de la religión
capitalista, de la que hablaba Benjamin, aparece aquí en plena evidencia. La
“cosa esperaba,” ya no existe, ha sido destruida, y tiene que serlo porque el
dinero es la esencia misma de la cosa, su ousia en el sentido
técnico. Y, de esta manera, se quita de en medio el último obstáculo a la
creación de un mercado de la moneda, a la transformación integral del dinero en
mercancía.
5. Una sociedad cuya religión es el crédito, que sólo cree
en el crédito, está condenada a vivir a crédito. Robert Kurz explicó la
transformación del capitalismo del siglo XIX, todavía basado en la solvencia y
la desconfianza respecto al crédito, en el capitalismo financiero
contemporáneo. “Para el capital privado del siglo XIX, con sus propietarios
personales y sus respectivos clanes familiares, eran todavía válidos los
principios de honorabilidad y solvencia, a la luz de los cuales el incremento
del uso del crédito era casi obsceno, como un comienzo del fin. Las novelas por
entregas de la época están llenas de historias donde las familias numerosas se
arruinan a causa de su dependencia; en algunos pasajes de Los Buddenbrook ,
Thomas Mann llegó a crear un tema de Premio Nobel. El capital productivo sujeto
al pago de intereses era, por supuesto, esencial para el sistema desde el
primer momento de su formación, pero todavía no tenía un papel decisivo en la
reproducción capitalista global. Los negocios de capital “ficticio” se
consideraban típicos de los ambientes de estafadores y personas deshonestas, al
margen del capitalismo real ... Incluso Henry Ford se negó durante mucho tiempo
al uso del crédito bancario, obstinándose en su decisión de financiar sus
inversiones sólo con su propio capital.” (R.Kurz, El fin de la política y
la apoteosis de dinero , Roma, 1997; Die Himmelfahrt des Geldes ,
en “Krisis”, 1995).
Durante el siglo XIX, esta concepción patriarcal se disolvió
completamente y el capital empresarial recurrió cada vez más al capital
monetario, tomado del sistema bancario. Esto significa que las empresas, con el
fin de seguir produciendo, deben, por así decirlo, hipotecar por anticipado
cantidades crecientes de trabajo y de futura producción. El capital productor
de mercancías se alimenta ficticiamente de su propio futuro. La religión capitalista,
de acuerdo con la tesis de Benjamin, vive de un endeudamiento permanente, que
no puede ni debe extinguirse.
Pero no son sólo las empresas las que viven, en este sentido, sola fide , a crédito (o a débito). También los individuos y las familias, que recurren cada vez más al mismo, están análogamente tan implicados en este continuo y generalizado este acto de fe en el futuro. Y la Banca es el sumo sacerdote que administra a los fieles el único sacramento de la religión capitalista: el crédito-débito.
Pero no son sólo las empresas las que viven, en este sentido, sola fide , a crédito (o a débito). También los individuos y las familias, que recurren cada vez más al mismo, están análogamente tan implicados en este continuo y generalizado este acto de fe en el futuro. Y la Banca es el sumo sacerdote que administra a los fieles el único sacramento de la religión capitalista: el crédito-débito.
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