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La Primera Guerra Mundial no fue simplemente una erupción de
masacres a escala masiva en el corazón de los países imperialistas. Tras un
siglo de relativa paz interna supuso, al mismo tiempo, el colapso de su
oponente histórico, el movimiento obrero europeo organizado esencialmente en
torno a la Segunda Internacional. El término «desastre» resulta adecuado,
aunque Alain Badiou lo utiliza para referirse a la refutación final de una
cierta forma de política emancipatoria, resultado del reciente colapso de los así
llamados regímenes comunistas del Este europeo^ Si consideramos que este
segundo desastre golpeó precisamente la verdad política que bajo el nombre de
«Octubre de 1917», o igualmente de «Lenin», nació en respuesta al primero,
entonces el mismo se convierte en el rizo final del «corto siglo XX», que se
cerró con esta repetición del desastre. Paradójicamente, por lo tanto, no es un
mal momento para volver al principio, el momento en que en medio del barro y la
sangre que anegó Europa el verano de 1914, surgió este siglo.