José María Arguedas ✆ Álvaro Portales |
El humus cultural de las últimas décadas en el Perú se ve
fundamentalmente marcado por las connotaciones y secuela que trajo la
implantación del neoliberalismo económico, efecto del nuevo ciclo de recesión
del capitalismo global acentuado desde los 80 del siglo pasado. En nuestro país
fue impreso en los 90 tras un autogolpe de estado. Es decir, el “ajuste
estructural”, la liberalización desbocada y sin regulación del capital privado
- fundamentalismo del mercado-, implementado desde el estado cooptado y privatizado
por el capital trasnacional y nacional monopólico.
Promovió no sólo el desamparo social, la corrupción, la violencia cotidiana y la violencia oficial, sino la decadencia cultural y la entronización de la ideología del egoísmo lapidario como valor. Nada más que los nuevos tiempos de capitalismo unipolar y posmoderno en todo el mundo: con la caída del Muro de Berlín, la restricción de los Estados de Bienestar, el repliegue de los movimientos sociales, se derrumbaron también los paradigmas histórico-culturales. Acendrado además por la revolución tecnológica comunicacional (de magníficas potencialidades en un mundo menos autodestructivo) que bajo sujeción deshumanizante, uso operativista y automatizado para las necesidades del mercado, ahondó la conducta masificada de lo fugaz, banal y procaz. No es que el consumismo y la “cultura de masas” fuera novedosa en el capitalismo, sólo que ahora se presentaba totalizante y excluyente.
Promovió no sólo el desamparo social, la corrupción, la violencia cotidiana y la violencia oficial, sino la decadencia cultural y la entronización de la ideología del egoísmo lapidario como valor. Nada más que los nuevos tiempos de capitalismo unipolar y posmoderno en todo el mundo: con la caída del Muro de Berlín, la restricción de los Estados de Bienestar, el repliegue de los movimientos sociales, se derrumbaron también los paradigmas histórico-culturales. Acendrado además por la revolución tecnológica comunicacional (de magníficas potencialidades en un mundo menos autodestructivo) que bajo sujeción deshumanizante, uso operativista y automatizado para las necesidades del mercado, ahondó la conducta masificada de lo fugaz, banal y procaz. No es que el consumismo y la “cultura de masas” fuera novedosa en el capitalismo, sólo que ahora se presentaba totalizante y excluyente.
De manera que este signo de la época no ha excluido
naturalmente al quehacer literario. Se ha manifestado, en general, en el
mercado mundial, en una dictadura de los best
sellers y la literatura del bagaje esotérico y curativo del alma, promovido
por el marketing como en las comidas rápidas. El individualismo no ha sido un
antivalor. La producción literaria en nuestro medio estuvo jalonada además -por
la peculiaridad interna- de desesperanza, escepticismo, iconoclastia.
Las últimas
décadas
En los 80 se revela más cuajado el nuevo rostro del Perú, un
país predominantemente urbano pero de influjo cultural andino tras las
continuas olas migratorias –campesinas, provincianas- a las ciudades, que, como
en Lima, van componiendo la población mayoritaria. Las mixturas (y creaciones)
culturales citadinas como en la música, el baile, así como la preservación de
costumbres tradicionales y el aporte masivo y pujante de trabajadores
independientes y empresarios, así lo manifiestan.
Es todavía una década heredera del ascenso revolucionario
del periodo anterior (60-70). El crecimiento de la izquierda que se expresó en
promisorios desempeños electorales, además de su penetración en las
organizaciones sindicales y barriales fue una manifestación de ello. Pero
también fue una manifestación de ello, o expresión de ese proceso político
radical, los levantamientos armados, principalmente de un partido. La violencia
política marcaría, entonces, también todo el periodo último, acentuando -por
las características que había tomado-, la tendencia al ostracismo de las
organizaciones sociales y populares. La circunstancia de que el levantamiento
armado se había dado en el contexto de un régimen retrógrado pero
electoralmente elegido y especialmente por las características autoritarias y
excluyentes de la construcción ideológica y política del principal partido
alzado en armas, hacía improbable su triunfo político militar. Pero esas
características aislacionistas y no populares, contribuyeron a dar legitimidad
social –con los sectores sociales más atrasados- a la dictadura civil
neoliberal que se instauró en el 92. El cual había utilizado el fantasma y el
miedo del terrorismo para su continuidad hasta su caída, la que se debió a la
grandiosa e inocultable corrupción y al atropello a los derechos humanos. No
obstante, y por todo lo anterior, la caída del gobierno que había instaurado el
régimen neoliberal no significó el cambio de esa política en los sucesivos
gobiernos siguientes. En otros países de América Latina el desprestigio y la
caída de los regímenes neoliberales habían dado paso a gobiernos democráticos o
revolucionarios, más o menos autónomos o de ruptura con tales políticas y sus
influjos mundiales. Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, dan cuenta
de ello. Aquí la desmovilización social y la deslegitimación de las ideologías
revolucionarias o progresistas fueron más significativas. El mundo posmoderno,
y la dictadura neoliberal, se imponían mucho más redondamente que en otras
latitudes.
De manera que en este clima de desánimo colectivo, la
literatura comenzó a dar muestras de esteticismo y opciones individualizadoras,
especialmente desde la década de los 90. En la literatura urbana se acentúa una
literatura que se ha alejado ya de cualquier reflexión esencial del proceso
social, algunos que denotan talento como las narrativas de Oscar Malca, Sergio
Galarza u otros, pero que se ubican en eso que se ha llamado realismo sucio.
Exploración de lo oscuro y grotesco sin mediación, donde los personajes
expresan el embotamiento o hastío, las vivencias de la calle dura.
Con los autores mediáticamente mejor posicionados se difunde
una literatura light.
En poesía urbana, sostiene Luis Fernando Chueca, la
característica de la década, que se extiende al 2000, es, ningún planteamiento
poético dominante, el espacio sub-urbano y el poeta maldito-urbano, coloquialismo
y cotidianidad; veta culturalista; desrealización del lirismo extremo; lenguaje
que tiende al barroquismo por su recargamiento o, en su defecto, la libertad
total de la palabra (LFCH, Una lectura de la poesía peruana de los
noventa).
No obstante, la manifestación literaria más promisoria ha
provenido de las crecientes provincias costeñas, andinas y amazónicas de todo
el país, en una suerte de proactivo y moderno regionalismo. (Las grandes
ciudades, como Lima, se insertan también en este proceso literario emergente
con la mencionada literatura urbano- marginal. En el caso de Lima aún como
referente, tanto por su convergencia social cuanto por su intenso movimiento
editorial y cultural). Ha constituido una irrupción literaria expresada en
múltiples movimientos literarios, foros, encuentros, promoción cultural, que,
acompañada por la autogestión de editoriales pequeñas y la nueva tecnología,
han facilitado el acceso y la difusión de publicaciones que trasuntan una
vitalidad social y humana, algunas de las cuales merecerían mayor atención.
Visiones nuevas del mundo amazónico, los cambios del mundo andino, urbano y
campesino, la violencia política, las nuevas situaciones en los conglomerados
de las ciudades, etc. Todavía segmentados en sus propios universos, autores y
obras que muchas veces quedan en el anonimato. Eclosión literaria que coloca en
el protagonismo, más notoriamente que antes, a sectores medios y medios bajos
(una gran cantidad de maestros de escuela). Por ello son el sustrato donde
debiera germinar quizá la nueva literatura que demandan los tiempos y que
represente toda la dinámica social del Perú emergente, del Perú integral, tarea
que dejó planteada José María Arguedas.
Precisamente factor fundamental para la revitalización
cultural y literaria, en este caso de raíz andina, ha sido el influjo de la
obra, vigente, estudiada y difundida, de José María Arguedas, convertido en
verdadero héroe cultural. Ha inspirado la temática andina en general cuanto la
enriquecida por la implacable insurgencia armada de los 80.
Paralela a aquella emergencia de autores que en distintas
regiones asumen las nuevas temáticas, en el 2000 se genera un boom de grandes
editoriales que internacionalizan, a través de premios y la promoción debida,
especialmente a autores de las clases medias y altas vinculados a ellas, que
retoman temáticas explorables y explotables como el de la violencia armada
pero, junto con la exigencia en lo técnico formal, hacen un tratamiento
truculento o policial del tema, tanto por el sustrato de sus propias ideologías
cuanto por la demanda del mercado editorial. Santiago Roncagliolo, Alonso Cueto
son algunos de los exponentes de estas expresiones literarias que, quizá por la
carencia todavía de una crítica literaria profunda, esencial, y polemista, que
hace falta, no permite se desnude plenamente la limitación de esta literatura.
En la narrativa propiamente andina actual –que es parte de
esa emergencia literaria de espectro nacional- podemos distinguir finamente a
dos vertientes. Una popular, regional, caracterizada por la textura realista de
los relatos, transida de elementos de la tradición cultural de las distintas
regiones de las que provienen. Las de más directa connotación ideológica y
política han trabajado el tema de la violencia armada, con esa misma textura
realista y, a veces, preservando la oralidad y el sentimiento andino. Otras
reflejando más la contemporaneidad mestiza y citadina. Y aunque restringidas al
exclusivo ámbito del conflicto armado y, en general, con cierta desesperanza,
dan un mensaje diáfano de la denuncia y condena política, contra las fuerzas
del orden o las fuerzas subversivas, vistas como lapidarias e incompatibles con
las necesidades campesinas.
La narrativa andina y
la “ficcionalización del relato”
La otra vertiente de la narrativa andina ha sido la más
visible –autores provincianos de sectores medios y medios altos, y del mundo
universitario-, que ha sobresalido tanto por la estructura formal vanguardista
de sus obras – incluso con influencia del boom latinoamericano anterior, Rulfo,
García Márquez, Scorza- , cuanto por la atención académica que sus relatos o
novelas, temáticamente centradas, en general, en la violencia armada, han
deparado. (Oscar Colchado, Enrique Rosas, Zein Zorrilla, Dante Castro, son
algunos representantes).
Atendemos especialmente a esta vertiente pues a pesar de la
innegable cualificación técnico formal –o quizá por acendrar en ello como
veremos- no sólo no ha alcanzado a representar una narrativa que se
consustancie con el devenir histórico, que reclamamos, sino que ha tenido una
mirada restrictiva del referente social o, en los peores casos, retrospectiva.
Y esto a contrapelo de lo que sería la continuación del legado de Arguedas o
Scorza. Continúan la exploración de la cosmovisión andina en la nueva situación
y, prolijos en el recurso técnico de lo ficcional, facturan la realidad creada,
ciertamente marcando distancia contra las dos fuerzas beligerantes invasivas,
pero, ante la implacable situación vivida, el discurso narrativo se vuelca
hacia el mundo mágico tradicional que es tratado con fuerte acento. Aunque la
cosmovisión andina se presenta como factor de resistencia cultural y social, no
hay, sin embargo, sobre aquellos fundamentos una prospectiva histórica
alentadora (en algunos casos sólo de sesgo mesiánico). Esta carencia pareciera
ser cubierta por los elementos literarios discursivos que se sobreponen a la
historia. El compromiso parece restringirse a la construcción
literaria y el hacerse un espacio en el mercado, reclamando inscribirse en el
canon, en contrapunto con los escritores ya clientes de los medios y de las
mayores editoriales. Por eso aquella sonada polémica con los escritores
“criollos” tuvo una connotación de cierto halo etnicista, ya superado, más que
de una aguerrida disputa ideológica de clase, en una época en donde la
efervescencia popular en lo literario, viene de todas las regiones y por
supuesto de la costa y de Lima, -de sus conos, de sus estratos bajos y de las
clases medias-, y donde lo “criollo”, si la referencia es por los escritores
mimados de las grandes editoriales, resulta una minoría que expresa el orden
establecido y la ideología de la clase dominante en el Perú de hoy. Una
verdadera altura de mira hubiera propendido a la lucha ideológica, cultural y
política por un país y un mundo distinto que permita la verdadera vía a la
liberación social y creadora. No únicamente, sobre el derecho del origen
andino, a ser prohijados, por esos mismos medios y trasnacionales del libro.
La característica que hemos señalado de esta vertiente
literaria andina tiene mayor acabado en los relatos de Oscar Colchado, uno de
los autores más reconocidos y publicados de esta corriente: el eje que, en sus
relatos, estructura el discurso narrativo es el milenarismo indígena, que
remite a una guerra de castas (blancos-indios). La proyección social es
mesiánica, apunta hacia una vuelta al Tahuantinsuyo como en el indigenismo más
tradicionalista. Esta connotación tiene, naturalmente, desde la
consustanciación histórica, un carácter retrógrado en el proceso literario
peruano.
La representación de la conflagración armada y la subversión
senderista, que está trayendo desolación al mundo andino, se ve, no obstante,
como una manifestación del milenarismo indígena pero, paradójicamente, hecho
por gente ajena, no por “netamente indios” o “naturales”. Y por eso devendría
errática. “Estos tiempos –dice Liborio, personaje de dimensión mitológica en la
novela Rosa Cuchillo- ya se estaba viviendo con el Pachacuti: el gran cambio,
la revolución. Sólo que esta revolución era de mistis y no de los naturales.
Era urgente hacerla de éstos entonces. Tal vez los dioses permitieran que tú
pudieras conducirla, derivándola de este enfrentamiento de mistis pobres contra
mistis ricos”.
La obra trasunta el mensaje de que el implacable
autoritarismo senderista y su acción errática, estaría dado solamente por el
hecho de que los levantados en armas son mestizos, (o “blancos”), “mistis” -en
el sentido más extenso y racista de la comprensión de este término- y no
auténticos “naturales”. Y aunque aquellos levantados en armas
fueran “mistis” pobres eso no los unimisma necesariamente, con el
mundo autóctono, para ningún proyecto social o histórico. Aunque uno de los
referentes literarios del autor es Arguedas, como en casi todos los narradores
andinos, es evidente la vuelta muy hacia atrás con respecto al significado de
la obra arguediana. Toda la revelación mágica indígena en Arguedas está
transida por la tensión social concreta, es un esfuerzo por entroncar el
sentimiento y la cosmovisión indígena como defensa y resistencia contra la
opresión en la cotidianidad recurrente y en la proyección histórica: la música,
la danza, el canto, el grito de un animal, el vuelo de un pájaro, el valor
mítico de un río, son atributos de pervivencia y lucha en el mundo opresivo, o
cargados de simbología en función de la tensión social relatados. A pesar que
la primera etapa de la narrativa de JMA se da en el contexto social del todavía
superviviente verticalismo oligárquico y del de una percepción dualista de la
vida peruana – indio-blanco, un mundo indígena y otro costeño o criollo- y a
pesar que su impronta emocional y doliente quechua, vivida desde la infancia,
haga que acendre en esta intimidad, su discurso narrativo es siempre un
esfuerzo, desde el inicio, por sustanciar la realidad indígena, en última
instancia, como conflictividad de clase. Su recorrido literario no parte
de aquel dualismo para retrotraerse finalmente hacia proyectos mesiánicos o
milenaristas, al contrario, como ha dicho ya la crítica, su narrativa comienza
con connotaciones de aquella interpretación y realidad de herencia colonial,
pero en constante esfuerzo por superarlo, de manera que sigue un proceso de
ensanchamiento del espacio geográfico y social consustanciada con la realidad y
con los procesos de cambio que sufre ésta. Así, con palabras del propio
Arguedas, sus relatos que se inician con Agua están referidas a la
vida en una aldea: “Allí no viven sino dos clases de gentes… el terrateniente,
convencido hasta la médula por la acción de los siglos, de su superioridad
humana sobre los indios… que han conservado con más ahínco la unidad de su
cultura…”. En Yawar Fiesta ya la referencia es la capital de
provincia, Puquio. Aquí la tensión se da entre los comuneros de los cuatro
ayllus de Puquio y los “principales” del pueblo; incluso el relato evoca el
despojo de tierras que estuvo en el origen de la conformación de esta
provincia, antes comunidad indígena. En Los ríos profundos, aunque es de
un desarrollo intimista, que ahonda bellamente en la visión mítica indígena, el
espacio de la acción se ensancha hasta cubrir capitales de departamento de la
sierra sur y alcanzar la costa. Y siempre transida de los elementos del
conflicto social concreto. Si bien Ernesto, el personaje principal, encarna
aquella intimidad india y la nostalgia del pasado y el pesimismo ante un
presente cambiante y desintegrador del mundo indígena adoptado como suyo, este
factor es vivido de manera conflictiva y en la tensión por una opción que
reclama el futuro, la propia cosmovisión india es presentada en función de la
rebeldía , la defensa y la resistencia contra la implacable opresión sobre ese
mundo y, en su expresión más global, en la lucha del pueblo de Abancay contra
los gamonales y el estado represor, la rebelión se muestra ahora no como hecho
individual sino como compromiso colectivo. En Todas las sangres y
enEl zorro de arriba y el zorro de abajo el ideal es representar un
proceso totalizador del conflicto social, involucrando componentes que obedecen
al cambio de las estructuras tradicionales, al proceso de urbanización y de
“andinización” del Perú entero (expresión que el propio Arguedas utiliza). Si
bien aun estos textos están jalonados de la nostalgia del pasado que Arguedas no
llega desde su impronta subjetiva a superar, también es cierto, como hemos
dicho -y aquí radica el factor progresivo fundamental de su obra literaria-,
que toda su visión es, efectivamente, a entroncarla con la tensión universal y
de clase. Al contrario, en la obra de Colchado, dada las condiciones de la
expansión actual del mundo andino -en la propia conflagración armada están
involucrados naturalmente elementos sociales y culturales diversos-, se
comienza de un referente contextual relativamente amplio, pero el discurso
narrativo propende a enclaustrarse hacia el marco estrecho de la visión
dualista y de la proposición utópica y mesiánica definitiva. ¿Por qué se da
este fenómeno que nos retrotrae al indigenismo más protervo? Nos parece que es
por la vocación formalista que es el leit motiv de su hacer literario. En
Colchado hay una relaboración de la cosmogonía andina tendiente a la
construcción de un ultramundo, de dioses y monstruos, un “olimpo andino”, con
fuerte mixtura e influjo católico medieval, trasmundo que corre paralelo al
mundo narrativo de la tensión terrenal y cuyo vínculo con éste es
principalmente desde la perspectiva mesiánica. No es que el muestrario de los
dioses y demonios de ese trasmundo no se ajusten a la cosmogonía indígena –está
en la tradición oral y en la recopilación de mitos y leyendas- o que sea
arbitrario el fuerte componente católico, componente que viene fusionándose
desde la Colonia, sino que están presentados en una totalidad abstracta, más en
la cosmovisión idealista católico cristiano que en el animismo mágico
materialista de la tradición indígena, veta que sí exploró Arguedas.
“En el caso de Rosa Cuchillo –dice Juan Carlos Galdo- la
cosmogonía andina se presenta con un despliegue de seres extraídos de los
relatos populares. En la antesala al infierno merodean los condenados. En los
caminos de ultratumba se escuchan melodías andinas, los castigos se ajustan a
aquellos que se encuentran en los relatos populares; la topografía refleja
también a su referente andino: caudalosos ríos, árboles nativos. Pero por otro
lado toda la secuencia no sólo se inspira, sino se ajusta a la estructura
utilizada por Dante en La Divina Comedia. El limbo es el Tutayaq Ukhuman. El
Ukhu Pacha –o Supayhuasi- pasa a ocupar literalmente el lugar del infierno; al
purgatorio le corresponde el Auquimarca, el Janaq Pacha corresponde al paraíso
donde moran las almas materiales”. (Juan Carlos Galdo, Algunos aspectos de la
narrativa regional contemporánea).
La diferencia que hay entre la percepción mítica de
Arguedas, que acendra en el animismo antropológico y en la consiguiente
relación armónica y práctico vital con la naturaleza y con el entorno social,
de la cosmovisión indígena, y la percepción mítica de autores andinos
contemporáneos como Oscar Colchado, que privilegia un uso hiperbólico de la
cosmogonía andina, en una esfera ultramundana, que se separa de la tensión
terrenal para unirse sólo desde la retrospectiva utópica milenarista, es la
diferencia que hay entre la vocación reveladora de la realidad en Arguedas y la
vocación formalista de aquéllos.
En José María Arguedas este realismo le obliga a admitir que
sólo es posible conocer al indio conociendo todo el contexto social que le
rodea y finalmente insertándolo en el contexto universal humano, que, como
hemos visto, lleva a su narrativa a explorar espacios geográficos
paulatinamente más amplios y a la correspondiente complejidad de la
problemática social. Realismo cuya concepción formal (su inventiva expresiva,
lingüística) se funda en la pasión desveladora, la que está en el centro de su
interés literario explícito. Realismo por consiguiente integral donde lo formal
juega un papel fundamental pero ajustado al referente que revela. “Yo no acepto
que a eso (a la ficción literaria) se llame mentira…” O refiriéndose a la
importancia de la necesaria inventiva original de los recursos expresivos
cuando la tensión por sintonizar con la realidad es auténtica: “Cuando un
novelista es el continuador de una tradición literaria, probablemente no tiene
grandes problemas técnicos, pero cuando tiene que revelar algo que no han dicho
los demás, entonces tiene la necesidad de crearse una técnica y esa necesidad
de crear la nueva técnica es una consecuencia de que no existe un instrumento
ya hecho para revelar ese mundo. En mi caso, el problema de la técnica ha sido
una pelea con el lenguaje” (Varios, Primer encuentro de narradores peruanos).
Es sintomático que el propio personaje mítico protagónico,
Liborio –en Rosa Cuchillo-, sea distinto por ejemplo aun con un personaje
indio, casi mítico, Rendón Wilka, de la novela de Arguedas, personaje mucho más
terrenal. Ciertamente Wilka retorna a su identidad quechua, comunal, la que
había dejado en su experiencia citadina, pero el relato quiere expresar, con la
muerte de éste, que la colectividad indígena debe y puede manejarse por sí
misma sin un caudillo; Liborio en cambio, es hijos de dioses, su repliegue de
la tierra, una vez muerto, no es a la comunidad indígena como Rendón Wilka, es
el retorno al ficcional antro paradisiaco andino donde se espera vuelva a
dirigir, cual el mesías, ahora sí, una rebelión de “naturales netos”.
No obstante, nada de los recursos de la ficción serían
sujeto de reclamo si éstas ahondaran en la complejidad del referente histórico
social. No es este el caso, aquí la solución de continuidad histórica se remite
con exclusividad a la utopía milenaria.
“Cuando el `realismo mágico´ –dice el maestro Cornejo Polar-
corresponde a una actitud existencial, cuando tiene el poder de imponer el
culto de fe que lo hace posible, cuando no es un recurso más o menos
sofisticado tiene el rango y la aptitud suficiente para enfrentar con eficacia
la tarea de decir, con pasión y verdad, cómo es nuestra América” (ACP, la
novela peruana). O cómo es la realidad nacional y la realidad global hoy.
Pero, ¿qué está en el sustento de esa visión realista en
Arguedas, que no es puramente intuitiva, o solamente honesta, con la realidad
que quiere anunciar? Lo que da coherencia a su quehacer literario y propone la
orientación principal, el norte a que apunta la prospectiva de su referente
histórico social, y que lo salva inclusive de la limitación de la tradición
indigenista del que es heredero, es la asunción de la doctrina socialista como
avanzada ideológica y del pensamiento moderno contemporáneo.
“La interpretación desde dentro del mundo andino –dice
Arguedas-, y no solamente del indio, no habría sido posible únicamente por el
hecho de que quienes así lo hicimos tuvimos la suerte de vivir con los indios,
como los indios, participando de sus dolores, de sus esperanzas, de su fe, de
toda su vida, ése es solamente un elemento. Yo declaro con todo júbilo que
sin Amauta, la revista dirigida por Mariátegui, no sería nada, que
sin las doctrinas sociales difundidas después de la primera guerra mundial
tampoco habría sido nada” (Varios, Primer encuentro de narradores peruanos).
Cuánto es decisiva la brújula ideológica para encaminarse
hacia la verdad social, hacia la prospectiva histórica y el compromiso con esa
verdad, lo demuestra la literatura honesta, progresiva de un autor, por eso
mismo paradigmático, como Arguedas. Y cuánto evita -esta postura acendrada en
la vida misma y en el compromiso con esa propulsión futura- que las fuentes
profundas de nuestra realidad no sean tomadas como mero pretexto para hacer
literatura, entendida como simple discurso ficcional, como se ha puesto de
moda. “Será éste el andamiaje ideológico –agrega Antonio Cornejo Polar- de la
obra de Arguedas. Funcionará no como canon artificial e impositivo que ejerce violencia
sobre la realidad para adecuarla a sus esquemas… sino, mucho más sutil y
creadoramente, como explicación última que, sin necesidad de explicitación
constante, esclarece la índole y dinámica de los sucesos, cosas y personas y
que, con fluidez y audacia, sin dogmatismos, y en consulta permanente con la
identidad irrenunciable de sí mismo (`no mató en mí lo mágico´), permite que el
caos de la realidad encuentre un sentido: el `orden permanente de las cosas´ ”.
“(…) El aliento que Mariátegui brindó al movimiento indigenista, su abierta
crítica a los escritores que `explotan temas indígenas por mero exotismo´ y su
afirmación de la `consanguinidad íntima´ del indigenismo con la ideología
propugnada por Amauta, son, también, aspectos que asocian la obra de
Arguedas al movimiento dirigido por Mariátegui” (ACP, La novela peruana).De
manera que el carácter utópico arcaico que MVLl recusa en la narrativa de JMA y
que, como hemos visto antes y ratificamos ahora, es injusta, sí se sustenta y
justifica, lamentablemente, en cambio, en la narrativa de un escritor como
Oscar Colchado cuya opción milenarista y pasatista es clara e
inobjetable.También es conveniente aclarar que esta vertiente de la narrativa
andina actual, centrada en la conflagración armada reciente y acendrada en la
“modernización del relato”, no es homogénea. Autores como Dante Castro proponen
una narrativa de perspectiva social más progresiva en tanto develan no sólo la
condición de víctimas de los componentes indígenas y campesinos, sino la potencialidad
de respuesta propia, de resistencia y rebelión de éstos, ante la razzia
destructiva de las dos fuerzas exógenas representadas por los militares y los
insurrectos armados.No obstante, una literatura consustanciada mejor con la
situación conflictiva, de violencia política y social de las últimas décadas en
el país, no se habría detenido solamente en representar los espacios -andinos o
altoandinos- donde se dieron, efectivamente, los principales enfrentamientos
armados y la secuela traumática (genocidios, desintegración social, éxodo
campesino), y aun con mirada retrospectiva como algunos casos, sino que hubiera
advertido que procesos activos han estado presentes en contextos más amplios:
desde el origen, con el hervor ideológico de izquierda, que fue parte a su vez
del ascenso revolucionario en todo el mundo y que fecundaron las pasiones
revolucionarias en las universidades de las principales ciudades de provincia y
de Lima, así como el crecimiento de las organizaciones sindicales en las urbes
y el campo, tanto como la organizaciones barriales en las grandes ciudades. Que
a su vez fortalecieron movimientos y partidos más o menos constituidos, unos de
avance gremial y “legal” y otro (u otros) decidiendo el alzamiento armado.
Ambas tendencias, el que acendraba su trabajo en organización gremial social, y
electoral, como el que había decidido la vía armada, estaban compuestas de
centenas de militantes jóvenes idealistas de izquierda, los mejores cuadros que
con cierta abundancia dio el periodo, unos alimentando las organizaciones
gremiales y barriales y otros alimentando al partido -y a otro movimiento
armado que se alzó poco después- que habían decidido la lucha armada (muchos
jóvenes de aquella valiosa generación, halló fatal fin en el genocidio de los
penales del 86 que se dio en Lima, como en otros que se dieron después). De
manera que el proceso de confrontación que se abrió a lo largo de todo el
periodo en que se mantuvo en pie la insurrección armada, se dio integralmente
en todo el país, entre los militantes de izquierda de las organizaciones
gremiales y barriales, los militantes del grupo armado hegemonista –recuérdese
la muerte de dirigentes sociales- y ambos enfrentados a las fuerzas represivas
del estado –recuérdese la desaparición y muerte de dirigentes sindicales,
periodistas, estudiantes etc. De manera que, paralelamente a los
enfrentamientos armados en las serranías, se daban enfrentamientos por ganar
posiciones gremiales, organizacionales, enfrentamientos de características
violentistas y armadas, en que se tradujo la lucha política. Un periodo difícil
que le cupo resistir a los sectores populares organizados, contrarios a las
incursiones coercitivas y políticamente excluyentes que llevaba adelante el
principal grupo armado. ¿Es posible entender la violencia vivida en la zona
andina sin comprender la dinámica y dialéctica de fondo que estaba en el
contexto político y social nacional? Quizá era demasiado pedir, en las
condiciones del periodo pasado, una literatura (una narrativa) que represente
el contexto completo de la violencia política y consustancie las perspectivas y
las tendencias. O quizá sea bien indagar distintos relatos y expresiones
literarias del periodo, de variados espacios y tiempos, que den una visión
integral del proceso vivido. Una visión que es incompleta o no se ha dado en la
literatura en la magnitud presupuesta. El agotamiento del neoliberalismo global
manifiesta los últimos años, con su expresión de ciclos de crisis económica
cada vez más continua ha producido algunos efectos mundiales: ha traído abajo
gobiernos de ese signo en América Latina, así como ha revivido movilizaciones
radicales de protesta olvidadas hace décadas en países centrales (que ha
alterado el modo de vida de “ciudadanos del primer mundo” que tenían), ha actualizado
también el compromiso social de los intelectuales y de los escritores del
mundo.
En nuestro país este fenómeno global se expresa en la
resistencia contra la expansión del modelo extractivista, que, en su efecto
inmediato, amenaza las condiciones de vida de amplios espacios geográficos y
poblacionales. La respuesta ha dado como resultado un protagonismo de
movimientos sociales de proyección nacional y, naturalmente, de interconexión y
solidaridad externa, pues, como queda dicho, nuestra época es de la
mundialización del conflicto social.
Y aquí, las consideraciones ideológicas que nos contaban la
historia de que ni la conducta del escritor y menos su obra literaria debía
contaminarse de los problemas políticos sociales -pues atentan contra la
esencia artística-, está siendo respondida con la contundencia que enseña la
vida: ya alzan la voz, como intelectuales, como ciudadanos, sumándose a la
resistencia que reclama la existencia social, la resistencia de los pueblos,
espontáneamente, muchos de nuestros escritores -tan igual como en el resto del
mundo-, quizá para reactualizar una literatura de valor apreciable.
Arturo
Bolívar Barreto es escritor peruano. Autor de los relatos Gotita e Historia singular del profesor
Rivasplata, así como de los ensayos Las políticas culturales de Fujimori a García y ¿Mayores logros artísticos? Literatura
social versus literatura formalista en el Perú.