Especial para La Página |
Han pasado ya casi cinco años desde que estallara la crisis
económica mundial que asola nuestras economías, y algo más de un año desde que
el movimiento 15-M llenara las plazas de las ciudades con sus consignas
políticas. Una reacción civil tardía pero contundente, como es el súbito
despertar de quien ha estado adormecido y aletargado durante años. Aquel
movimiento, espontáneo y profundamente heterogéneo, sigue siendo el portador de
una nueva forma de ver y hacer política. Está embarazado de un sistema de valores
que amenaza con sustituir al sistema hasta ahora dominante.
Se critica al movimiento 15-M por no querer entrar en el
juego institucional, por no querer constituirse como partido político o como
asociación; se le critica por no tener un portavoz y una jerarquía orgánica; y
se le critica por no tener un programa político concreto sino una multitud de
propuestas que vistas globalmente incluso se contradicen unas a otras. Siendo
todo ello cierto, lo que no tiene sentido es que sea objeto de crítica. El 15-M
no aspira a tener éxito en ninguno de esos aspectos.