Especial
para La Página
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Karl Kraus publicó en su diario (‘Die Fackel’) una carta que
Rosa Luxemburgo le envió a Sonia Liebknecht. Esta carta es criticada por una
tal Ida von Lill-Rastern, burguesa dueña de fincas y ajena al dolor de los que
sufren. ¿Puede alguien ignorar el dolor del prójimo? Sí, y esto sucede cuando
no reconocemos cómo es el dolor ajeno. Desconocer el dolor ajeno es desconocer
la clase social que nos mira. Los parisinos sufrieron sendas y proletarias
miradas cuando las calles de la capital empezaron a hacerse más amplias, más
"cosmopolitas".
La carta de la que hablaré fue enviada en 1917, en la época
rubricada bajo la palabra "diciembre". Quejándose, Luxemburgo dice:
"Ayer pensaba, pues: qué extraño es que yo viva siempre en un éxtasis
alegre, sin ningún motivo especial". O Luxemburgo tenía alma de hombre o
simplemente aprendió a sobrellevar los dolores. Una poesía de Juana de Ibarbourou dice
así:
"Si yo fuera hombre, qué hartazgo de luna,
de sombra y silencio me había de dar".
de sombra y silencio me había de dar".