Hélène, la compañera, la mujer de Althusser yacía sin vida
aquella fría mañana de noviembre de 1980 sobre su apenas intocada cama, sin
rastros de violencia en su cuerpo, como desmayada y al fin serena. Él con
atisbo de conciencia de que algo terrible había sucedido, corre aterrorizado a
buscar al doctor que estaba a pocos pasos de su apartamento en la misma École.
La había estrangulado en uno de esos cortes del tiempo en que la locura
establece su causalidad fatal, indescifrable, para sustraerla al curso cotidiano
del familiar y comprensible acontecer.
Después, ya sabemos, el comienzo de un largo internamiento
psiquiátrico que se verá rodeado de un enorme ruido mediático, que, en unos
casos, como era de esperar, venía a apuntalar el nada inocente prejuicio que
asocia íntimamente filosofía y locura, una vieja