
La muerte del presidente Hugo Chávez, Comandante de los
pobres de Latinoamérica, nos encuentra de noche, hastiados tras un día más de
miseria cotidiana y pútrido Occidente. Su fallecimiento nos encuentra a
oscuras, lloviendo, indígena Caronte mágico, embajador de lo diverso, y de
golpe certero, implacable enfermedad, acaba, al menos por unas horas, con la
esperanza de los condenados de la tierra. Lágrimas de papel, tristeza y humedad
tropical, corren por los barrios de Caracas, lamentos -como infinitas elegías-
caen por las laderas, por los cerros, hasta inundar de sincero dolor las
avenidas del centro, de Altamira. Bajaron una vez, mujeres y hombres, niños,
armados de valor y palos, utensilios de cocina, para salvarte de las garras de
la tiranía blanca, del golpe de estado petrolero, Comandante, y bajarán de
nuevo, con las plurales tonalidades de lo negro en sus rostros, bajan ya de los
cerros, del 23, de todos, a rendirte un homenaje consciente, fraternal. El luto
se extiende por América, un luto intenso, del color del petróleo.