Concierto bajo la lluvia @ Ken Wong |
Silvia Ribeiro
México |
La quema de bosques para plantaciones produce tantas
emisiones de carbono a la atmósfera que anula cualquier supuesto beneficio que
pudieran tener los agrocombustibles. Otro informe de la Unión Europea sobre 15
cultivos, mostró que las metas y políticas europeas de biocombustibles tendrán
impacto indirecto sobre el uso del suelo en 4.5 millones de hectáreas, en una
década. La producción de combustibles basada en soya y canola
transgénicas, palma aceitera y girasol, incluso tiene más emisiones de gases de
efecto invernadero que los combustibles fósiles.
El nuevo estudio, titulado EU Transport GHG: Routes to 2050,
Emisiones de gases de efecto invernadero en el transporte en la Unión Europea:
Rutas a 2050, (www.eutransportghg2050.eu), estima que sin tomar en cuenta los
efectos indirectos, el costo de bajar las emisiones con biocombustibles es de
100 a 300 euros por tonelada de carbono. Al costo actual de los créditos de
carbono (6.14 euros por tonelada), los biocombustibles son 49 veces más caros
que seguir emitiendo gases y comprar créditos de carbono para “compensarlos” en
algún otro lugar.
Esto es totalmente perverso, ya que los mercados de carbono
no han contribuido nada a bajar los gases de efecto invernadero, pero crean
mercados financieros especulativos y tienen impactos negativos sobre
comunidades locales e indígenas.
Los autores del estudio, concluyen que “no es posible ni
útil determinar cifras de costo/efectividad para los biocombustibles, porque
sus efectos indirectos, medidos en deforestación y devastación de praderas, los
convierten finalmente en una tecnología emisora de más dióxido de carbono”.
(EurActiv.com, 13/4/12) Con lo cual se contradice directamente la razón por la
que se supone son subsidiados.
Los datos del informe, elaborado por investigadores
comisionados por la Dirección de Cambio Climático de la Unión Europea, ponen en
cuestión las metas obligatorias de uso de biocombustibles que se han fijado
tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos, que son, además de los
subsidios, el principal aliciente de las industrias.
En 2007, Europa fijó una meta de uso de 10 por ciento de
biocombustibles para 2020. Aunque en 2009 cambió el término “biocombustibles” a
“energías renovables”, lo cierto es que los analistas prevén que 8.8 por ciento
serán biocombustibles y de ellos, 92 por ciento será biodiesel.
David Laborde, investigador que ha realizado estudios para
la Unión Europea sobre el impacto de los biocombustibles, declaró a la agencia
EurActiv: “La verdad es que las políticas sobre biocombustibles dentro y fuera
de Europa responden a razones que no son ambientales”. Según Laborde, son
razones que no tienen nada que ver con enfrentar el cambio climático:
“Es una forma nueva y fácil de subsidiar a los grandes agricultores, responden al cabildeo de los industriales de biodiesel, y lo que llaman seguridad energética. Buscan diversificar fuentes de energía para usar menos divisas en petróleo importado de Medio Oriente. Prefieren mantener estas metas, aunque no sean eficientes ni verdes”.
EurActiv recoge también las declaraciones del
europarlamentario Claude Turmes, quien confirma que la meta del 10 por ciento
para biocombustibles tiene poco que ver con razones ambientales y mucho más con
el pesado cabildeo de la industria automovilística alemana, los industriales
agrícolas franceses y otras industrias agrícolas internacionales,
principalmente de caña de azúcar.
La industria de los agrocombustibles no se sostendría sin
los multimillonarios subsidios a la producción agrícola en Europa y Estados
Unidos, sumados al uso de mano de obra semiesclava en Brasil y varios países
asiáticos y al avance sobre áreas naturales, produciendo deforestación de
bosques, degradación de ecosistemas y desplazamiento de indígenas y campesinos
de sus territorios.
Estos informes europeos se suman a otros —realizados por
investigadores académicos independientes y expertos del Banco Mundial— que
muestran que la producción de agrocombustibles fue el factor principal del
aumento de precio de los alimentos, exacerbando también la disputa por tierra,
agua y nutrientes. Pese a eso, se sigue estimulando su producción. En México, a
través de varias leyes que benefician a las industrias, desde la ley de
bioenergéticos a la más reciente de cambio climático.
Paralelamente, petroleras como Shell, BP y Exxon invierten
en la producción de biocombustibles “de segunda generación”, usando microbios
artificiales producto de la biología sintética, alegando que serán más
eficientes. Esto no está probado, pero es claro que introduce altos riesgos
ambientales (imagine un escape de microbios artificiales diseñados para
consumir cualquier materia vegetal) y significará una nueva ola de
acaparamiento de tierras y biomasa.
Los datos son claros: urge descartar los combustibles
agroindustriales y en lugar de estos remedios tecnológicos, cambiar de fondo
los patrones industriales de producción, energía y consumo.