Slavoj Žižek | Hay
un libro por el cual descubrí qué tipo de persona quiero ser: ‘El gran cuaderno’,
el primero de la trilogía de Agota Kristof, al que le siguieron La prueba y La
tercera mentira. La primera vez que escuché hablar de Agota Kristof pensé que
se trataba de un error de pronunciación europea oriental del nombre de Agatha
Christie, pero pronto descubrí no sólo que Agota no es Agatha, sino que el
horror de Agota es mucho más aterrador que el de Agatha. El gran cuaderno
cuenta la historia de gemelos que viven con su abuela en una pequeña ciudad
húngara durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial y los primeros
tiempos del comunismo. Los gemelos son profundamente inmorales –mienten,
extorsionan, matan–, pese a lo cual representan una auténtica ingenuidad ética
en su forma más pura. Un día encuentran a un desertor famélico en un bosque y
le llevan algunas cosas que éste les pide.
“Cuando volvemos con la comida y la manta, dice: ‘Son muy
buenos.’ Le contestamos: ‘No tratábamos de ser buenos. Le hemos traído estas
cosas porque las necesitaba con desesperación. Eso es todo.’” Si existió alguna
vez una actitud ética cristiana, es esta: no importa lo extraños que sean los
pedidos del prójimo, los gemelos tratan con ingenuidad de cumplirlos. Una noche
se encuentran durmiendo en