James O’Connor |
Hay pocas expresiones tan ambiguas como las de “capitalismo sostenible”
y otros conceptos asociados, tales como “agricultura sostenible”, “uso
sostenible de la energía y los recursos” y “desarrollo sostenible”. Esta
ambigüedad recorre la mayor parte de los principales discursos contemporáneos
sobre la economía y el ambiente: informes gubernamentales y de las Naciones
Unidas; investigaciones académicas; periodismo popular y pensamiento político
“verde”. Esto lleva a muchas personas a hablar y escribir acerca de la
“sostenibilidad”: la palabra puede ser utilizada para significar casi cualquier
cosa que uno desee, lo que constituye parte de su atractivo.
“Capitalismo sostenible” tiene una connotación a la vez
práctica y moral. ¿Existe acaso alguien en su sano juicio que pueda oponerse a
la “sostenibilidad”? El significado más elemental de “sostener” es “apoyar”,
“mantener el curso”, o “preservar un estado de cosas”. ¿Qué gerente
corporativo, ministro de finanzas o funcionario internacional a cargo de la
preservación del capital y de su acumulación ampliada rechazaría asumir como
propio este significado?











