Maite Larrauri | La película de Margarethe von Trotta sobre Hannah Arendt no
sólo se ajusta totalmente a los hechos sino, lo que es mucho más difícil, a las
ideas. Ha sabido filmar la emoción con la que una verdad se presenta al
pensamiento, y nos ha sabido hacer partícipes de la valentía que se requiere
para sostenerla. Se podría decir que es una película arendtiana sobre Hannah Arendt.
En el centro mismo de la película se encuentra una de las
preguntas filosóficas sobre las que Arendt se interrogó a lo largo de su vida. No
es otra que la misma que preocupó a su maestro –también amante- Heidegger:
“¿Qué significa pensar?”. La primera respuesta la formuló Heidegger: pensar es
ir a lo más profundo, y para ello hay que separarse de los demás, aislarse.
Arendt se inspiró en la respuesta del maestro y la redondeó: pensar es entrar
en diálogo con uno mismo, desdoblarse en dos, es un dos-en-uno, entre uno mismo
y su conciencia, y por ello la retirada del mundo es esencial; no se puede
pensar en medio de los demás y si lo hacemos, producimos la sensación de estar
ajenos a lo que pasa, entre el ensimismamiento y la distracción.