Quizá Foucault una vez
acertara en sus diagnósticos futuristas, tal vez el siglo ya es deleuziano o
Deleuze es el gran filósofo de este siglo que comenzó con la tristeza, soledad
y angustia más profunda para acabar en la alegría.
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Muro de homenaje a Deleuze ✆ Thierry Ehrmann |
Resulta extraño, incluso paradójico, que uno de los
filósofos que más teorizaba sobre la vida, lector incansable de Nietzsche,
Spinoza y Lucrecio, terminara, tras una terrible enfermedad crónica y
degenerativa, quitándosela al arrojarse por la ventana de su apartamento en el
cuarto piso en la Avenue Niel en París un 4 de noviembre de hace ya veinte
años. Su último texto, enigmático donde los haya, es un homenaje a la vida y la
alegría.
Agamben recuerda a Deleuze diciendo en clase que toda
contemplación goza de vida y de alegría, excepto en los hombres y en los
perros, que son animales tristes, sin alegría. Sin embargo, los
hombres (y quizás también los perros) pueden construir la vida y la alegría. La
alegría es un afecto, algo vivido y no una abstracción–no una esencia abstraída
de su existencia, como decían los antiguos, sino una esencia viva y singular.
La alegría es el signo de un aumento en la potencia de obrar del hombre. La
tristeza, por el contrario, es aquello que merma nuestra capacidad de obrar. A través
de ellas entendemos, respectivamente, el amor y el odio. El amor y el odio no
son abstracciones, sino algo vivido más allá y más acá de los límites del
entendimiento y sus conceptos. Algo que atraviesa los conceptos.