“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

29/4/13

Zygmunt Bauman / Retrato del artista no adolescente

Foto:  Zigmunt Bauman
Julio Díaz

Al igual que con las estrellas de rock y los poetas, existen dos tipos de pensadores: los que se ganan la fama casi al finalizar la adolescencia y los que la alcanzan tras un largo proceso de maduración. Jim Morrison, Rimbaud, Hume e incluso Foucault pertenecen al primer grupo. Sus vidas suelen ser como un relámpago. Acaban pronto y además lastiman a todo aquél que se acerca demasiado. Van Morrison, Kant, Hessel, Saramago o, por supuesto, Zigmunt Bauman se corresponden con el segundo tipo. Mas un largo proceso de maduración no implica una vida sin sobresaltos ni exilios, sobre todo la de un judío nacido en Polonia el 29’. Una biografía siempre es la historia de una herida, y Bauman posee varias cicatrices, entre ellas las del nazismo y el estalinismo.

Zigmunt Bauman saltó al estrellato intelectual a la edad de 69 años con la publicación de Holocausto y modernidad, ya en el 89’. En este libro, siguiendo la estela frankfurtiana de crítica a la Ilustración, analizaba el nexo no accidental entre nazismo y modernidad. Anteriormente, durante su periodo “precrítico” se había dedicado, desde una posición netamente marxista, a analizar los movimientos sociales y laborales. Pero tras el repentino éxito de finales de los ochenta comienza a preocuparse por cuestiones más globales y a desarrollar la metáfora líquida por la que actualmente se lo conoce.

Quizás inspirado por el adagio marxista según el cual en la era del Capital todo lo sólido se desvanece en el aire, Bauman comienza a vislumbrar la licuefacción producida por una modernidad. El arte, la ética, el amor, la guerra, el miedo y hasta la educación son analizados por Bauman desde la perspectiva líquida. Panta rei, todo fluye, había sentenciado uno de los primeros filósofos con los que comienza nuestra tradición. Que todo sea líquido significa en boca de Bauman que las estructuras sociales, los Estados, los lazos de amistad, familiares y hasta los vínculos que forjan la identidad personal se encuentran erosionados por un torrente que liquida todo tipo de estabilidad tranquilizadora. En la modernidad líquida todo fluye y muta, nada permanece.

Bauman, sociólogo de vocación, pero filósofo por necesidad, no ha permanecido en un plano meramente descriptivo, sino también, y sobre todo en los últimos años, prescriptivo. La modernidad líquida, según este intelectual, produce demasiados parias. Que el arte sea líquido no implica en principio ningún desastre, salvo para el que compra una obra derretida, a no ser que la ponga en el baño de su casa. Pero que el mundo y sus estructuras se hayan disuelto implica necesariamente que los sistemas de protección del individuo se han venido abajo produciendo una avalancha de seres precarios, de wasted lives, de vidas devastadas, vaciadas, desperdiciadas. Y es que el mundo actual es líquido, pero mientras algunos flotan alegremente otros han tocado fondo…

Esta semana vamos a tener la enorme oportunidad de compartir parte de nuestro tiempo no coagulado con este viejo rockero del pensamiento en la Universidad Europea de Madrid. En su último libro, Sobre la educación en tiempos líquidos, trata de pensar el papel de la educación en las sociedades por él descritas desde hace ya dos décadas, y sobre ello nos hablará en lo que se espera un diálogo muy fluido.

Julio Díaz, profesor de Filosofía en la Universidad Europea de Madrid
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