“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

4/9/13

Sobre la mentira, el mal y la crueldad

Slavoj Žižek  |  Hay un libro por el cual descubrí qué tipo de persona quiero ser: ‘El gran cuaderno’, el primero de la trilogía de Agota Kristof, al que le siguieron La prueba y La tercera mentira. La primera vez que escuché hablar de Agota Kristof pensé que se trataba de un error de pronunciación europea oriental del nombre de Agatha Christie, pero pronto descubrí no sólo que Agota no es Agatha, sino que el horror de Agota es mucho más aterrador que el de Agatha. El gran cuaderno cuenta la historia de gemelos que viven con su abuela en una pequeña ciudad húngara durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial y los primeros tiempos del comunismo. Los gemelos son profundamente inmorales –mienten, extorsionan, matan–, pese a lo cual representan una auténtica ingenuidad ética en su forma más pura. Un día encuentran a un desertor famélico en un bosque y le llevan algunas cosas que éste les pide.

“Cuando volvemos con la comida y la manta, dice: ‘Son muy buenos.’ Le contestamos: ‘No tratábamos de ser buenos. Le hemos traído estas cosas porque las necesitaba con desesperación. Eso es todo.’” Si existió alguna vez una actitud ética cristiana, es esta: no importa lo extraños que sean los pedidos del prójimo, los gemelos tratan con ingenuidad de cumplirlos. Una noche se encuentran durmiendo en