“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

26/4/13

Mijaíl Osorguin y la Librería de los Escritores de Moscú

Biblioteca libre
✆ François Schuiten
Juan Forn

A Mijail Osorguin le encantaban los futuristas rusos porque creía que hablaban metafóricamente cuando decían que había que destruir todo lo viejo. El también estaba en contra del zar y de la censura, incluso había padecido unos años de exilio en Florencia y Venecia pero, como todos los rusos, no soportó mucho viviendo lejos de su patria y volvió. Osorguin fue el que llevó a su país los Manifiestos Futuristas del italiano Marinetti, los tradujo y los puso a circular y fue testigo privilegiado del famoso cisma cuando el padre del futurismo llegó triunfal a Moscú en 1914 y los futuristas rusos se le aparecieron con las narices pintadas de amarillo para decirle en la cara que era un pelmazo, que atrasaba sin remedio, que la verdadera vanguardia del arte eran ellos. Osorguin sintió un escalofrío de orgullo ante aquellos jóvenes revoltosos: él también creía que la creatividad liberada asomaría en las paredes callejeras y en las plazas y en los techos de los vehículos e incluso en el aire de las ciudades, pero seguía creyendo que la destrucción de todo lo viejo era una metáfora. Cuando tres años después los bolcheviques tomaron el poder y suprimieron toda censura en libros y revistas, sintió vahídos: descubrió que no sabía escribir sin enmascarar en filigranas lo que quería decir, descubrió que la realidad iba más rápido que él y que no era el único al que le pasaba.