“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

21/8/14

¿Qué nos queda de Herbert Marcuse? | A 50 años de El hombre unidimensional

Herbert Marcuse ✆ Sergio Cena
Emmanuel Barot
 Desde la década de 1980 Marcuse ha desaparecido del paisaje político-ideológico de la izquierda revolucionaria, contrariamente al rol que había jugado en las dos décadas anteriores, en particular alrededor de 1968 y las revueltas estudiantiles de masas que, como en el caso de Francia, constituyeron el preludio de luchas obreras históricas. Una inversión tal de la situación no es de extrañar: el periodo post 68 estuvo rápidamente marcado por un reflujo de las teorías progresistas y del marxismo, una expresión específica del largo reflujo del movimiento obrero luego de un decenio de ascenso a nivel internacional, y que el colapso de la URSS en 1991 acentuó, abriendo un período de descomposición teórico-político de la izquierda, del que recién empezamos a salir penosamente en la década del 2000. Pero es sorprendente que Marcuse, en el contexto actual de reactivación gradual aunque cualitativamente muy desigual del marxismo, siga confinado a los cajones como si hubiera en él algo explosivo que debiera ser dejado prudentemente de lado. El cincuentenario de El hombre unidimensional, publicado en Estados Unidos en 1964, que se celebra este año, es la ocasión ideal para comenzar a reabrir el expediente de aquello que es instructivo en él.