“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

8/12/12

Oscar Niemeyer y los ‘condenados de la tierra’

Salim Lamrani
Especial para La Página

¿Qué se puede recordar de Oscar Niemeyer, el más famoso arquitecto brasileño cuya obra artística ya forma parte del patrimonio de la humanidad? ¿La espléndida y extraordinaria catedral de Brasilia? ¿El fabuloso Palacio da Alvorada? ¿La imponente y magistral sede de las Naciones Unidas en Nueva York? ¿La majestuosa Universidad Houari Boumediene de Argel? ¿La sorprendente Casa de la Cultura de Le Havre? Niemeyer era un revolucionario del espacio, un subversivo de la armonía, un eterno amante de lo insólito cuyas realizaciones suscitan pasión y admiración por todo el mundo.

Pero lo esencial está en otra parte. Si sólo se hubiera que recordar una cosa del genial arquitecto, sería la lealtad a sus principios, la fidelidad de su compromiso comunista y su amor por los pobres de la tierra. «Es necesario ante todo conocer la vida de los hombres, su miseria, su sufrimiento para hacer arquitectura, para crear», decía. 
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