“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

17/8/17

Los huérfanos de sombra. En torno a las figuras de Alberto Giacometti

Juan Carlos Meana

El trabajo del escultor Alberto Giacometti (1901-1966) es conocido por sus figuras filiformes en un deambular solitario por el espacio, también por la sensualidad y ligereza de sus esculturas del periodo surrealista o por la obsesión en trabajar los rostros queriendo encontrar ese ser universal que contenga toda suerte de fisionomías, desarrollado más intensamente en su último periodo. La exposición que podemos visitar en Londres sobre su trabajo nos invita a contemplar una importante cantidad de obras, más de doscientas, entre las cuales debemos inmiscuirnos escuchando y participando del susurro que nos transmiten.

Alberto Giacometti nace en Bregaglia, en el cantón italiano de Suiza. Era el hijo mayor de Giovanni Giacometti, un pintor postimpresionista, y Annetta Giacometti-Stampa. Creció en el medio rural pero familiarizado con la creación artística a través de las pinturas del padre, libros y periódicos de arte. Este será el ambiente en el que comienza sus primeros contactos con la práctica del dibujo. Se traslada a París en 1922 donde tiene su primer acercamiento a los artistas cubistas y el surrealismo. Aunque estará interesado en la experiencia de ambos movimientos, su actividad artística se centrará en observar directamente el modelo, con el que trabajará, de manera intensa, a partir de su regreso a París desde Ginebra, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, en 1945.