“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

16/8/12

Manifestaciones estudiantiles en Chile / Una movilización condicional

Álvaro Cuadra

1.- Movilización condicional

Especial para La Página
Después de las cruentas experiencias dictatoriales en América Latina, y muy especialmente en Chile, ha emergido una revalorización del concepto de “democracia” y “Derechos Humanos”  Esta valorización corre paralela a un descrédito de cualquier forma de “violencia” en el ámbito político y social. En su aspecto positivo, se puede alegar que se trata de una suerte de aprendizaje social ante la brutal barbarie del secuestro, la tortura y el asesinato como prácticas asociadas a los aparatos de seguridad propios de los gobiernos militares. Sin embargo, en su aspecto negativo, se puede constatar que esta “dulcificación” de las pugnas políticas escamotea, precisamente, su condición agonística, confrontacional.

Las protestas estudiantiles se enmarcan, desde luego, en este “ethos” almibarado y “soft” que preside nuestra democracia pos dictatorial. Se puede decir que, desde un punto de vista meta histórico,  nuestra sociedad se aleja del clima trágico de la era Pinochet para inaugurar un tiempo de comedia o farsa. Nada hay nada de peyorativo en esta constatación, sino que más bien nos invita a pensar el presente tal como insinúa Marx en aquella famosa sentencia que estampara en El 18 Brumario: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez, como farsa.”

San Onofre / Una Promesa in-cumplida

San Onofre ✆ José Tomás Barazarte,
escultor popular de Boconó, Edo. Trujillo
 
Erick Antonio Jimeno

Especial para La Página
No soy un hombre devoto. De  esos que derraman su caudalosa fe en los altares de oropel de iglesias coloniales,   y la manifiestan al mundo  con cirios, velones, y exvotos.  De los que acuden religiosamente cada domingo a los  deberes  de la liturgia, confesión y comunión incluidas. O de los promeseros que siempre tienen una deuda pendiente  con la Virgen,  o  con los  Santos. No. Definitivamente no me considero un creyente. Desde niño, abjuré en secreto de esos símbolos y   señales   de la cruz, padrenuestros, avemarías,  y rosarios  que con rigurosa penitencia se rezaban cada día al caer el sol,  en la casa de mis mayores, sometido  como estaba  al disciplinado fervor de mi abuela y de mi madre. Sólo por eso   repetía vespertinamente, con obligado acatamiento, las oraciones recurrentes y saltarinas. Tarde tras tarde, misterio tras misterio.  Bajo el yugo matriarcal.

Debo reconocer, sin embargo, que mis inclinaciones  de  apóstata  precoz  terminaban  cediendo  en el rosario  al arrullo de  las letanías, y no sé por qué encantamiento melódico, me reconciliaba en aquellos momentos con la cadencia y poesía de esos versos marianos  que salmodiaban  la  Rosa Mística, Torre de Marfil, Casa de Oro, Arca de la Alianza, Puerta del Cielo, Estrella de la Mañana,  como metáforas  lunares  y perfumadas que hacían renacer  fuegos extintos  en mi   impiadoso corazón.

En ese tiempo, para decirlo en una sola frase,  me sostuve con una  religión católica de camaleón sin  excesos de ortodoxia. Porque, hablando en cristiano,  Dios siempre me pareció un sujeto razonable. Metódico y calculador, como un profesor de matemáticas. Inventor de los días,  las semanas, los afanes y  los ocios,  y que  aprendió,  entre  zarzas  y decálogos, a  tolerar ciertas expansiones mundanas de sus criaturas, y  hasta permitirnos  mostrar , otros rostros y  otras máscaras, como en un carnaval.