“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

28/2/16

‘El último lobo’, de Jean-Jacques Annaud

Alejado de la gran industria de Hollywood e ignorado durante un año por las salas de cine, el director francés arremete nuevamente con una obra maestra: historia, territorialidad, deseo, sensibilidad, política y naturaleza se entrecruzan en una brillante tragedia.

Agustín Romey   |   La película se sitúa en la China de Mao, han pasado dos años desde la Revolución Cultural, dos jóvenes estudiantes de Beijing son enviados como profesores a la Mongolia Interior, en donde residen pastores nómadas a los que deben “educar”, pero con la fuerte tradición del "confucianismo" cultural (culto a los mayores, respeto a la autoridad) la situación enseguida se revierte y las relaciones se trastocan. Chen Zhen, el protagonista, es quien propicia un cambio radical, luego de unos meses de convivencia su infinita curiosidad por las costumbres y un modo de vida completamente hostil para un muchacho de ciudad lo confrontan con las nociones de libertad, religión, responsabilidad que desarrollan el magma de significaciones que se produce en aquella comunidad. Hay un nudo particular que al desatarse hace devenir la historia; y es la relación que los pastores nómadas mantienen con el lobo, considerado una criatura sagrada del lugar, un Dios completamente libre.