“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

19/8/13

Maurice Dobb y su crítica de la teoría subjetiva

    Maurice Dobb © Oldrich Kyn
  • En esta nota quiero llamar la atención sobre la crítica del economista marxista inglés Maurice Dobb a la teoría del valor basado en la utilidad, o teoría subjetiva del valor, contenida en Economía política y capitalismo, (México, FCE, 1973, publicado originalmente en inglés en 1937).
 Rolando Astarita  |  Dobb comienza señalando que para dar fundamento a una ciencia es necesario encontrar un “principio cuantitativo unificador”, que permita ordenar, de manera sistemática, las relaciones entre los elementos del sistema. Por ejemplo, en química ese principio se logró con el concepto de peso atómico; en física, con la ley newtoniana de gravitación. En la economía política, dice Dobb, el principio es una teoría del valor, que aparece en la obra de Adam Smith y se consolida con la sistematización de David Ricardo.

Es que, desde el punto de vista formal, las relaciones que gobiernan y conectan las variables de un sistema económico, se establecen con un sistema de ecuaciones,
para cuya resolución debe existir una “constante” que pueda ser conocida con independencia de cualquier otra variable del sistema. “Es una cantidad, como si dijéramos, traída desde fuera del sistema de hechos a que se refieren las ecuaciones; y en un sentido importante, de ese factor externo es del que se hace depender toda la situación” (p. 12). Cuando se habla de “constante”, aclara Dobb, no se quiere significar que se trata de una cantidad invariable, sino que es independiente de las otras variables del sistema. Lo cual es necesario a fin de evitar el razonamiento en círculo.Por ejemplo, si decimos que el valor de la mercancía A está determinado por el salario y el beneficio (el enfoque del “costo de producción”), estamos remitiendo el valor de A al valor del trabajo (salario). Pero entonces hay que preguntarse qué determina el salario. Si respondemos que depende del valor de las mercancías que entran directa o indirectamente en la canasta salarial, seguimos en el mismo problema; y si A integra los bienes básicos, el razonamiento es claramente circular. Algo similar ocurrirá si nos preguntamos por el valor de los medios de producción que intervienen en la generación de A. En cualquier caso, se incurre en la circularidad del razonamiento, ya que los salarios y la ganancia contenidos en el valor de A están influenciados por el valor de A, y el valor de A está determinado por los salarios y la ganancia. Por eso, cuando se trata de la teoría del valor, “las constantes determinantes deben expresar una relación con una cantidad que no sea ella misma valor”. Es lo que hizo Marx, cuando sostuvo que el valor es generado por el trabajo, pero éste no tiene valor. En este respecto, agregamos que la teoría del valor de Marx supera la inconsistencia lógica que persiste en Ricardo, quien procuraba explicar el salario por el “valor del trabajo”. Para terminar este punto, Dobb subraya que tanto la teoría del valor-trabajo y la del valor-utilidad, cumplen, en principio, con el requisito lógico de partir de constantes que son independientes de las variables que se quieren explicar.


Segundo requisito, el aspecto cuantitativo

Dobb también plantea que una teoría del valor debe poder formularse cuantitativamente, en dimensiones que sean reales. Lo cual exige la reducción a alguna sustancia en común. Por ejemplo, si decimos que el valor de A está determinado por el deseo y los obstáculos para obtenerla, será necesario encontrar alguna medida en común para ambos. Si afirmamos que A vale 5 unidades de deseo, y 1 unidad de obstáculo, y B vale 1 unidad de deseo y 4 unidades de obstáculo, no tendríamos forma de decidir si A es más o menos valiosa que B, a menos que establezcamos alguna magnitud común entre “deseo” y “obstáculo”. Lo mismo sucede si decimos que el valor está generado por el trabajo y la naturaleza; o por el trabajo del obrero y la abstinencia de consumir del capitalista. En estos casos, deberíamos encontrar alguna forma de unificar cuantitativamente trabajo y naturaleza, o trabajo y la abstinencia. Por eso, Marx plantea que “es preciso reducir los valores de cambio de las mercancías a algo que les sea común, con respecto a lo cual representen un más o un menos” (1999, p. 46, t. 1). La teoría del valor trabajo cumple con este requisito. En este punto, aclaremos también que sraffianos como Garegnani, y marxistas influenciados por la obra de Sraffa, como Dobb, pensaron que la teoría del valor de Marx se reducía a esta única problemática, la relación cuantitativa en el intercambio. No comparto esta idea -la teoría de Marx encierra también una crítica social- pero es un hecho cierto que la teoría del valor trabajo de Marx contiene el aspecto cuantitativo.

Por otra parte, Dobb señala que la teoría de la utilidad también permitiría, en principio, esa unificación cuantitativa: los salarios se determinan comparando la utilidad del salario con la desutilidad del trabajo, las mercancías se igualan por las utilidades marginales, la tasa de interés se deriva de preferencias intertemporales, etcétera. Por eso, Dobb concluye que las dos teorías del valor más importantes, la de la utilidad y del trabajo, “han procurado cimentar su estructura sobre una cantidad ajena al sistema de las variables de los precios, e independiente de ellas: en un caso un elemento objetivo en actividad productiva, en otro, un factor subjetivo subyacente en el consumo y la demanda” (p. 16). Sin embargo, la progresión del análisis pondrá en evidencia que la perspectiva individualista -esto es, no social- de la teoría del valor basado en la utilidad, la lleva a un quiebre teórico.

La teoría del valor-utilidad, inconsistencias

La teoría de la utilidad, tal como fue formulada a en las últimas décadas del siglo XIX, sostuvo que el valor es el resultado “de una relación subjetiva entre las mercancías y los estados individuales de conciencia como la constante determinante del sistema de ecuaciones” (Dobb, p. 24); considerando ahora los incrementos de utilidad en el margen, no en el agregado. El principio implicaba entonces que las constantes económicas dependían “de la conciencia humana” (Pigou, citado por Dobb). Por eso, podía aplicarse a todo bien, y a cualquier clase de sociedad humana. En otros términos, era de alta generalidad (sus defensores alegan que este hecho determina la superioridad del enfoque basado en la utilidad por sobre el basado en el trabajo humano). Sin embargo, la teoría del valor-utilidad tiene una limitación fatal, que se asocia a la imposible derivación de fenómenos intrínsecamente sociales, como lo son los precios y las variables distributivas, a partir del individuo.

Para ver por qué, tengamos presente que, de acuerdo a la teoría subjetiva del valor, los fenómenos económicos están regidos por una serie de relaciones contractuales, que son libremente asumidas por los individuos independientes. De esta manera, las utilidades determinan los precios. Pero para que exista esta determinación, es necesario que las elecciones de los individuos sean independientes de los precios. Lo cual supone que la voluntad, o la elección, son independientes de las relaciones del mercado en que está inmerso el individuo; y más en particular, son independientes de la distribución del ingreso. Pero este supuesto está en contra de toda evidencia y criterio realista.

Lo mismo puede verse cuando se analizan las variables del ingreso. Por ejemplo, la teoría subjetiva del valor sostiene que la preferencia por los bienes presentes, en relación a los bienes futuros, determina la tasa de interés (la tasa de interés sería la razón de intercambio entre dos tipos de bienes, presentes y futuros). Sin embargo, esa preferencia está influenciada por la distribución del ingreso, ya que no es igual la preferencia por el presente del que recibe un ingreso de 500 dólares por mes, del que recibe 10.000 dólares por mes. Pero esto implica que la distribución del ingreso es lógicamente anterior a la determinación del interés; que es una variable del ingreso que a su vez es clave para explicar el precio de las mercancías. En consecuencia, las preferencias no pueden tomarse como “dadas”, como hace la teoría del valor subjetivo. En términos más generales, las curvas de indiferencia no pueden postularse con independencia de la distribución del ingreso y de la posición social del individuo, ya que la voluntad y la subjetividad están influenciadas por las relaciones de mercado.

Veamos todavía otro caso, el salario. De acuerdo a la teoría de la utilidad, los agentes económicos optimizan entre la desutilidad del trabajo y la utilidad del salario. Sin embargo, en la realidad, la elección entre trabajar como asalariado y no hacerlo será muy distinta si el individuo es propietario, o no, de tierras, o de medios de producción. Pero esto implica que el salario no puede determinarse con independencia de la situación distributiva en que se encuentra el individuo. En palabras de Dobb: “Un hombre desprovisto de tierras, estimará el “sacrificio” o “desutilidad” que supone alquilar su trabajo en mucho menos de lo que lo estima un campesino dueño de una parcela y de instrumentos de producción… (…) … la postulación de cualesquiera valores normales, requiere la postulación previa de una cierta distribución de los ingresos y, por tanto, de una cierta estructura de clases. Dar una forma precisa a las relaciones de cambio de una sociedad determinada requiere, no simplemente la disposición mental de un individuo abstracto, sino también el complejo de instituciones y relaciones sociales de las cuales el individuo concreto forma parte. Y un poco más arriba, había señalado que cuando se habla de la preferencia de un individuo, la misma “dependerá de su ingreso, con el resultado circular de que la naturaleza de los costos fundamentales que afectan el valor de las mercancías y la remuneración de los factores de la producción estará determinada, a su vez, por la distribución del ingreso” (p. 113).

A lo anterior, Dobb agrega una segunda razón por la cual las preferencias no pueden tomarse como “dadas”, y es la influencia de lo convencional y la propaganda. “El gusto humano, más allá del nivel primitivo, se ha desarrollado evidentemente a través de un proceso de educación en el cual la costumbre y lo convencional han jugado un papel principal, junto a otros factores del medio ambiente” (p. 115).

El quiebre de la teoría del valor-utilidad

A la vista de estas dificultades, Dobb señala que los economistas tendieron a abandonar el concepto de utilidad, o a definirlo de manera empírica. Se sostiene que la economía es una “ciencia positiva”, que sólo debe registrar los intercambios y suponer que los individuos demandan los objetos según una escala de preferencias, sin brindar explicación del principio ordenador de esas preferencias. “Si todo lo que se postula es simplemente que los hombres eligen, sin decir cómo eligen o qué es lo que determina su elección, la Economía no podría proporcionarnos más que una especie de álgebra de las elecciones humanas, nos indicaría ciertas formas más o menos evidentes de las relaciones entre las elecciones; pero nos diría muy poco respecto al modo como se desarrolla una situación real” (Dobb, p. 115). La tendencia se prolonga hasta hoy; la hipótesis de las preferencias reveladas es la cumbre de este criterio puramente empirista, sin sustento en teoría alguna (ver aquí).

Pero el giro positivista implica que no hay ley que rija los intercambios. Por eso, la crítica de Dobb podría enriquecerse incorporando la noción hegeliana de “proporción”, o “razón”, a la que apela Marx en el capítulo 1 de El Capital, cuando pasa del valor de cambio (el mundo del precio) al valor. Si las mercancías se cambian proporciones o razones más o menos constantes (hablamos de intercambios repetidos y sistemáticos), es claro que los valores de cambio no son aleatorios. Debe buscarse entonces alguna ley que gobierne las proporciones o razones de los cambios. Por eso, la necesidad de buscar un sustrato que habilite la comparación entre los valores, está vinculada a la búsqueda de esta ley. En este punto, podría ampliarse la crítica incorporando las dificultades (reconocidas por los propios neoclásicos) de medición de la utilidad.
Dobb no aborda la cuestión desde este ángulo, aunque implícitamente lo alude, al señalar que el enfoque positivista de la economía moderna implica renunciar a encontrar el factor independiente, la constante, que se demostró antes que debe ser la base de una teoría del valor. Y si la explicación de los precios neoclásica carece de ese pilar, de nuevo no hay forma de evitar el razonamiento circular. Si los deseos solo pueden registrarse empíricamente, nada nos autoriza a suponer que tales deseos no sean íntegramente criaturas de los movimientos de precios (Dobb, p. 119). Esto es, los precios debían explicarse por los deseos y preferencias, pero los deseos y preferencias, carentes de determinación autónoma, también pueden explicarse por los precios.

En resumen, no hay manera de fundar en la subjetividad el fenómeno objetivo del mercado y los precios. Parece claro también que hoy la creciente formalización de la microeconomía apenas puede disimular este hecho. Detrás de la profusa matemática, no hay contenido. Es una cáscara vacía. La crítica de Maurice Dobb, a pesar de los años, conserva su vigencia.