“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

5/4/09

Los guerreros de terracota del emperador chino Qin Shihuang



En la primavera de 1974, tres campesinos se encontraban excavando un pozo al sur de su aldea, Xiyang. Cuando llegaron a los cuatro metros de profundidad, sus palas chocaron con un objeto extraño: una figura humana de tamaño natural vestida con armadura y lanza. Estaba fabricada en terracota con tanto realismo que se asustaron. Este descubrimiento llenó de inquietud y desazón a la aldea. De hecho, muchos ancianos del lugar creían que se había ofendido al espíritu de algún ser inmortal y éste resurgía para traerles algún castigo.

No obstante, alguno de aquellos viejos aldeanos afirmaba que de pequeño había visto a sus padres desenterrar figuras muy parecidas cuando excavaban sus pozos en busca de agua. En todo caso, estaban considerados como objetos de mal agüero, y los rompían o los colgaban de los árboles para azotarlos antes de volver a enterrarlos lo más profundo posible, ahuyentando así los malos presagios. Lo cierto es que esta vez no parecía tratarse de una leyenda. En seguida corrió la voz de tan inquietante descubrimiento, hasta el punto de que el gobierno de Mao mandó de inmediato un equipo de arqueólogos para iniciar las excavaciones.

Dos años más tarde, los investigadores confirmaron que se trataba de una gigantesca fosa de 20.000 metros cuadrados de superficie, donde 8.000 figuras de terracota -guerreros, caballos y más de 100 carros de madera, toda una división del ejército imperial- guardaban el cuerpo del más glorioso emperador chino, Qin Shihuang, cuyo mausoleo se encuentra enterrado muy cerca, a 1,5 kilómetros al oriente de la montaña Lishan.


Los emperadores chinos, como los faraones y otros muchos mandatarios a lo largo de la historia, buscaban la inmortalidad para gozar eternamente de su inmenso poder y de la vida regalada y suntuosa que les rodeaba. El emperador Qin no quiso ser menos, y para construir su mausoleo eligió la montaña Lishan, rica en oro y jade, pues en la cultura china el oro representa al yin y el jade, al yan. Sin embargo, sospechando que la construcción de tan fastuoso mausoleo no le reportaría la deseada inmortalidad, Qin Shihuang solía mandar de vez en cuando a su mejor general, Shui Fu. Miles de niños le acompañaban en busca de las montañas inmortales de Yingzhou, en el mar de Oriente, donde se decía que habitaban magos que conocían los secretos para elaborar pócimas que potenciaban extraordinariamente la longevidad.

El enterramiento del ejército de terracota y el mausoleo de Qin se construyeron simultáneamente. Una parte importante de las figuras de soldados y caballos fue destruida debido a un poderoso incendio provocado por tropas insurrectas durante las revueltas contra la dinastía Qin. La sima de los soldados consta de tres fosas construidas a cinco metros de profundidad, y que fueron bautizadas como "fosa 1", "fosa 2" y "fosa 3", en función del orden en el que fueron excavadas. En todas ellas, los "terracotas", como se les conoce mundialmente, se sitúan en perfecta formación militar sobre un suelo de cerámica y cubiertos por una tejavana de madera que todavía se conserva -aunque hundida- en muchas zonas. En la "fosa 1", la más grande, se ubica un numeroso cuerpo del ejército con sus formaciones -vanguardia, alas y retaguardia-, separadas por muros de tierra de tres metros de altura.

Los chinos eran temibles guerreros y grandes estrategas. Para ellos, la guerra era un "arte" en el que podían desarrollar toda su fuerza e ingenio. Desde la antigüedad fueron maestros en el combate, y de sus técnicas aprendieron posteriormente muchos ejércitos modernos. Una de sus lecciones más llamativas es la que dice que la retaguardia es a una división lo que el mango a la espada, dando a entender su importancia.

Estas figuras demuestran el grado de destreza y maestría que alcanzó la cultura del bronce en la antigua china. Todo en el yacimiento de Xiyang es abrumador: para dar mayor autenticidad a los guerreros, se les dotó de armas reales, de las cuales se han recuperado más de 30.000 hasta la fecha. Espadas, arcos, lanzas, dagas… muchas de las cuales estaban cromadas para resistir mejor la oxidación, técnica ya empleada por China hace 2300 años, pero conocida por Occidente tan sólo hace unas décadas.

Pero eso no es todo. Cada figura es distinta, cada hombre tiene sus propios rasgos, su peinado, su tocado, los ojos distintos, las manos, las barbas o su policromía, que aunque muy dañada por el incendio, todavía puede observarse en algunas figuras no muy deterioradas.

Cada guerrero tiene una expresión que confiere a este ejército una inquietante sensación de que allí hay vida. Desde el arquero más escondido hasta el general, en cuyos ojos puede verse un claro ademán de desprecio por la muerte, no existe la monotonía en el conjunto, puesto que ningún elemento es idéntico a otro.

Caras de hombres con diferentes estados de ánimo, rasgos diversos de las distintas etnias de las que se nutría el ejército imperial, gestos personales, rangos sociales… Una gigantesca fotografía en tres dimensiones que nos habla de la realidad de la sociedad china de hace 2200 años. 

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