Especial para La Página |
“Desde los años 90,
mientras los colores del arco iris se desteñían y ya era un secreto a voces que
la alegría no llegaría, mientras se profundizaba la injusticia y la
privatización de nuestros derechos iniciada en la dictadura, fuimos acumulando
un creciente malestar. No conocimos a Pinochet ni el miedo a perder la vida.
Pero si conocimos en cambio, la angustia de nuestros padres por no pasar tiempo
con nosotros, sus malabares para pagar las cuentas, la sofocación del Transantiago
y el abandono de nuestros barrios” (Nuestra
Apuesta, Lista A, FECH 2012, p.3).
Formo
parte de esa generación que luchó contra la dictadura a la que aluden los
jóvenes que hoy lideran la FECH; somos quienes tuvimos miedo cuando enfrentamos
en todos los planos a las fuerzas represivas, y coraje a la vez de saber que
nuestras vidas y los sacrificios que tantos y tantas hicieron no serían en
vano, que lo que sobrevendría al proyecto antinacional y antipopular que se
abrió paso tras las ruinas humeantes de La Moneda y la figura inmortal de
Salvador Allende, sería una sociedad en donde prevaleciera la justicia social y
no la desigualdad y el egoísmo, la libertad para todos y no para las minorías
opulentas, una democracia viva y no el engendro que parió la constitución
neoliberal, que los jóvenes tendrían oportunidades, seguridad, y serían
valorados, en fin, que los pueblos originarios ancestrales, encontrarían
dignidad y respeto. Ello fue una quimera.
Formo
parte de una franja de la generación de los años ochenta que no se doblegó ante
los cantos de sirena del neoliberalismo, ni se prosternó ante los señores de la
guerra vestidos de demócratas. Quienes entonces propiciamos una salida
democrática a la dictadura, y nos identificamos en el amplio movimiento democrático
popular, no logramos abrir paso a una democracia en donde la justicia social se
impusiera para el disfrute de las mayorías y, en cambio, fracciones del
socialismo renovado aliado a fracciones de la renovación liberal
democratacristiana terminaron pactando con civiles cómplices de violaciones a
los derechos humanos cometidas por la dictadura, hoy gobernando y administrando
su modelo neoliberal, cuyos resultados los jóvenes han sentido en carne propia.
Formo
parte de esa generación política que no aparece desfilando en los diarios
citada a declarar por temas de corrupción, ni implicados en engaños a sectores
populares para imponer proyectos medioambientales, haciendo lobby para poderes
fácticos ni tampoco hemos legislado para favorecer a los grupos económicos
nacionales y transnacionales que se han enriquecido a costa de los bajos
sueldos y salarios y depredando el medio ambiente. No formamos parte de esa
clase política desprestigiada, corrompida que se ha escindido de la sociedad en
beneficio propio.
Mi
generación, aquella que no ha perdido la esperanza en que otro Chile es
posible, no está disponible para blanquear proyectos antipopulares ni futuros
gobiernos neoliberales con rostro progresista.
Los
desafíos de mi generación siguen siendo las tareas inconclusas y pendientes en
Chile, esto es, poner término al proyecto neoliberal y abrir paso a las
transformaciones democráticas que beneficien a las mayorías. Y en este camino
asumimos las demandas de los jóvenes, de los movimientos sociales y acogemos
sus anhelos.
Quienes
hoy han iniciado movimientos tendientes a posicionarse para la contienda
presidencial de 2013, lo están haciendo como si Chile siguiera siendo un
acuerdo de élites y alianzas político-económicas. Qué lejos están del sentir
social de hoy.
El
pueblo hoy está luchando solo por sus derechos y demandas históricas, y la
ruptura del patrón de relación histórico Estado–sociedad como la conocimos se
ha completado. Una forma de crisis orgánica en el plano político está en
desarrollo. El poder constituyente está radicado en el pueblo, ha regresado a
las bases, y las instituciones políticas que dicen “representarlo” adolecen de
legitimidad para preservar el orden neoliberal. La democracia de posdictadura
está a la deriva y su ilegitimidad sólo es protegida por los usurpadores y administradores del
poder.
Como
en los años ochenta, los jóvenes buscan libertad y justicia, y otros, acomodo.
Esta vez, a diferencia de ayer, la posibilidad del acuerdo en torno al proyecto
neoliberal no es viable. Chile no escapará al movimiento global democratizador
y en ello las nuevas generaciones están llamadas a desempeñar un rol crucial.
Mi
generación, aquella que se templó en el miedo y la lucha democrática, se hace
presente una vez más, para cerrar el paso a los intentos de algunos de
preservar un orden de injusticias que no escucha, y lo hace junto a los jóvenes
y a todos quienes buscan poner término a la prolongada posdictadura, y abrir el
camino a las transformaciones pendientes del Chile que anhelamos.
Adolfo
Castillo es director Académico del Magíster en Ciencias Sociales de Universidad
ARCIS