“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

10/11/14

Leon Trotsky: más olvido que memoria

Leonardo Padura
Leon Trotsky ✆ Biday
En el mes de octubre de 1989 visité por primera vez la  ciudad de México y uno de mis anhelos a cumplir durante aquella estancia era visitar la casa donde había vivido los últimos años de su vida, y donde había sido asesinado –cumpliendo una orden que solo podía dar Joseph Stalin– el “renegado” León Trotsky.   

Desde que me asomé a la avenida Viena, en Coyoacán, y vi la estructura de fortaleza que había tomado la casa, tuve la certeza de que aquel sitio exhalaba un dramatismo especial y, sobre todo, exhibía un doloroso simbolismo de lo que llegaría a ser un gran derrota histórica. Luego, ya en el interior de la morada –cuyo acceso en 1940 solo era admitido luego de rigurosas comprobaciones por parte de los guardaespaldas que debían cuidar de la vida del refugiado– recorrí el patio donde ondeaba una descolorida bandera soviética sobre el túmulo, marcado con la hoz y el martillo, en que había sido enterrado el cadáver de su principal morador, uno de los grandes líderes de octubre de 1917, el negociador de la paz que permitiría el nacimiento del proyecto soviético y el fundador del ejército que salvaría su existencia.