“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

16/7/17

¿Fin del trabajo o fetichismo de la robótica?

Nuevas tecnologías y el destino del trabajo humano. Retorno de viejas teorías y dados que están cargados. A propósito de la naturaleza de las máquinas y la naturaleza del capital. 

Paula Bach

La tesis del fin del trabajo está de regreso y con amplia repercusión mediática. Sus representantes: un sector del mainstream conocido como “tecno-optimista”. La hipótesis: que las nuevas tecnologías tales como la inteligencia artificial, el big data, Internet de las cosas, las impresoras 3D, la nanotecnología, la biotecnología o la robótica –que, dicho sea de paso, posee una gran carga simbólica–, amenazan la existencia misma del trabajo asalariado. La cuestión exige dos distinciones fundamentales. La primera es que si bien en el curso del proceso de inversión el capital se sirve de las cualidades de la tecnología para forjar una masa creciente de desocupados estructurales, una cosa muy distinta es sostener que efectivamente pueda existir o subsistir en el mediano o largo plazo desvinculándose progresivamente del trabajo asalariado.

La segunda exige diferenciar entre las cualidades físicas, materiales, útiles de los productos tecnológicos y las características propias del proceso de valorización del capital. ¿Son las cualidades físicas –el valor de uso– de aquellos adelantos lo que dará la pauta del destino del trabajo asalariado? Sostendremos que el nudo del asunto remite una vez más al movimiento contradictorio entre valor de uso y valor de cambio. Dualidad que no por azar permitió a Marx descubrir la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo y con ella, la especificidad del modo capitalista de producción.
Por supuesto ningún razonamiento teórico puramente abstracto puede quitarles a los “tecno-optimistas” el derecho a la verdad. Sin embargo, la abundante contribución empírica de la historia reciente parece revelar que en la nueva tesis del fin del trabajo –una vez más– los dados están cargados.

10/7/17

Crónica de la llegada de Lenin a Rusia

Lenin en Petrogrado ✆ F. Liubimova
Gregory Zinoviev

El autor de estas líneas escuchó la noticia del estallido de la revolución de febrero en Berna. En ese momento, Vladimir Ilich vivía en Zurich. Recuerdo que me fui a casa desde la biblioteca sin sospechar nada. De repente me di cuenta de un gran malestar en la calle. Una edición especial de un periódico se vendía a toda prisa con el titular: ‘Revolución en Rusia’. La cabeza me daba vueltas en el sol de primavera. Corrí a casa con el periódico, impreso en tinta que todavía no estaba seca. Tan pronto como llegué a casa me encontré con un telegrama de Vladimir Ilich, que me pidió que fuera a Zurich “inmediatamente”.

¿Esperaba Vladimir Ilich una solución tan rápida? Los que hojeen nuestros escritos de ese período (impresos en Contra la corriente) verán la pasión con la que Vladimir Ilich llamaba a la Revolución Rusa y la forma en que la esperaba. Pero nadie había contado con una solución tan rápida. La noticia fue inesperada.

¡El zarismo había caído! El hielo se había roto. La masacre imperialista había recibido el primer golpe. Se había despejado uno de los obstáculos más importantes en el camino de la revolución socialista. Los sueños de generaciones enteras de revolucionarios rusos, finalmente, se habían convertido en realidad.

6/7/17

Octubre rojo: Un siglo después del triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia

Higinio Polo

Un siglo después de su triunfo, la revolución bolchevique sigue suscitando furiosos ataques de la derecha política y de sus terminales ideológicos en la prensa y en las televisiones, en la investigación universitaria dirigida y subvencionada, y en los centros de elaboración ideológica liberal, que, sin embargo, apenas se interrogan sobre el infierno capitalista del que surgió la revolución: el barro y la muerte en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y la oprobiosa autocracia zarista que ahogaba al pueblo ruso y lo condenaba a la miseria y la explotación. Para los beneficiarios del capitalismo realmente existente y para los vendedores de mentiras, el socialismo soviético se resume en error y represión, en furia y crueldad, mientras que el horror causado por el capitalismo, en las dos guerras mundiales y en la esclavitud colonial, en las guerras imperiales y matanzas lanzadas desde entonces en cuatro continentes, en Vietnam y en Corea, en Indonesia y en Afganistán, en Yugoslavia y en Ucrania, en Brasil y en Argentina, en Angola y en Libia, en Siria y en Iraq, por citar sólo algunos ejemplos de la infamia, ese horror, se diluye en lejanas causas y décadas perdidas de las que, como por ensalmo, el capitalismo no es responsable.