“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

6/3/16

Umberto Eco y un poco de todo

Una de las ideas que atraviesan algunos de estos libros y ensayos las toma Eco de Antonio Gramsci
 
Umberto Eco ✆ Lily Thiasu
David Llinás Alfaro   /   Si de Umberto Eco se trata, es ya bastante usual que los comentarios sobre su obra literaria sean relativos, por ejemplo, a la influencia que ejerció Jorge Luis Borges en esa tremenda composición que se llama ‘El nombre de la rosa’, o en las evidentes similitudes entre Guillermo de Baskerville y, cómo no, Sherlock Holmes. Como el antiguo bibliotecario de la abadía benedictina donde se desarrolla la historia era un anciano ciego y canoso llamado Jorge de Burgos, y casi nadie pasó por alto la evidente referencia al poeta argentino, el mismo Eco admitió que quería a “un ciego a cargo de una biblioteca (…), y biblioteca más ciego no puede dar otra cosa que Borges”. La idea misma del laberinto en Borges, y más aún, del laberinto en forma de biblioteca (la ‘Biblioteca de Babel’, que es infinita, el Universo mismo), es adoptada por Eco y adaptada a sus necesidades narrativas al punto de que el mapa de la biblioteca, trazado por Adso de Melk, reveló que “estaba realmente constituida y distribuida a imagen del orbe terráqueo” o, mejor dicho, a imagen de lo que los europeos cultivados creían que era el mundo en el ocaso del año 1327.

Vita quotidiana — Tra Freud e Heidegger

Sigmund Freud & Martin Heidegger
Enrica Lisciani-Petrini   |    1. Se c’è un aspetto sul quale val la pena di focalizzare l’attenzione – se si guarda, anche con uno sguardo di sorvolo, al quadrante storico che va da Baudelaire fino ai giorni nostri – è la pervasiva e crescente irruzione della vita quotidiana a tutti i livelli. Dall’arte (cinema, fotografia, letteratura, pittura, come anche nella musica) fino agli altri ambiti della realtà, emerge – con l’avvento soprattutto della vita metropolitana – una visione delle cose che si separa dalle forme spirituali, perfette, armoniose, dalle figure eroiche del passato, per lasciare il posto alle forme informi della vita anonima e brulicante, refrattaria ad ogni qualifica, del quotidiano. Sì che alla figura dell’eroe (ovvero dell’eroina) subentra quella dell’uomo qualunque, del “chiunque” anonimo, insomma dell’«uomo senza qualità» per dirla con la celeberrima espressione di Musil. Il che smantella quella nozione di soggetto che trova nel personaggio dell’eroe, effigiato in una luminosa aureola identitaria, quale soggetto incomparabile, individualmente unico e insostituibile, il suo emblema principe. Non a caso, del resto, il processo di progressiva, per dir così, “quotidianizzazione” del reale va di pari passo proprio con quella radicale dissoluzione della categoria di soggetto che ha attraversato, come ben si sa, l’intero Novecento.