“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

1/1/14

Acerca de la tesis de Octavio Paz sobre el fin de la idea de Arte Moderno

Octavio Paz ✆ Waldo
José Valero Martínez  |  Según Octavio Paz la irrupción del arte de vanguardia no sólo supone una repetición del gesto del romanticismo, sino también la culminación y clausura del mismo en tanto que gesto definitorio del arte moderno. A continuación se trata de reconstruir el significado de la noción misma de arte moderno en la obra del escritor mexicano así como delimitar su alcance dentro de ella. Con vistas a habilitar una discusión en torno a la idea de su fin asumida explícitamente por el propio Paz, se pone de manifiesto en qué sentido la cuestión de la definición del arte moderno desborda necesariamente los límites de una teoría estética para deslizarse hacia la cuestión más general del concepto de modernidad como paradigma de periodización de un presente histórico.

1. Lo poético como manifestación histórica: hacia la definición de la forma estética de la modernidad.

Ya en El castillo de la pureza, su primera interpretación de la obra de Duchamp en 1966, advertía Octavio Paz a propósito del Gran Vidrio que ésta debía ser la última obra de Occidente: «con ella termina nuestra tradición. O sea: con ella y frente
a ella deberá comenzar la pintura del futuro si es que la pintura tiene un futuro o el futuro ha de tener una pintura» (1). Con ello se anticipaba lo que en 1972 se presenta en Los hijos del limo bajo la forma de un juicio determinante; «hoy somos testigos de otra mutación: el arte moderno comienza a perder sus poderes de negación» (2). Un juicio que, no obstante, como recalcaba el mismo Paz, debía de ser correctamente interpreta­do: «No digo que vivimos el fin del arte: vivimos el fin de la idea de arte moderno» (3); «lo que está en entredicho, en la segunda mitad de nuestro siglo, no es la noción de arte, sino la noción de modernidad» (4). Esta precisión nos sitúa en el horizonte desde el cual Los hijos del limo pre­para su objetivo, a saber, poner de manifiesto la forma estética de la modernidad; el modo en que ella es capaz de comprenderse e interrogarse a sí misma a partir de una poética propia. Para ello, conviene no pasar por alto cómo a lo largo del recorrido teórico de los años cincuenta y sesenta Octavio Paz comienza a perfilar dicha cuestión.
 
En efecto, el propósito inicial de El arco y la lira de llevar a cabo una interrogación acerca de la esencia de la poesía a partir de una fenomenología del acto poético así como de sus espacios de manifestación, terminaba por desbordar los límites de una mera teoría del poema para desembocar en una problemática más compleja acerca de las relaciones entre poesía, historia y sociedad. La reflexión sobre el ser de lo poético no se dejaba plantear de manera aislada puesto que en ella se hallaba una imbricación esencial con lo histórico de la que necesariamente siempre partía y a la que siempre llegaba el análisis del acto poético. Tal es la forma de manifestación de la poesía, que ha de darse siempre como re-creación de la materia histórica de la que surge y a la que simultáneamente transfigura en una imagen (5) a partir de la movilización de los sistemas simbólicos vigentes de un lenguaje que condensa la comprensión de un presente histórico. «El lenguaje que alimen­ta al poema no es, al fin de cuentas, sino historia, nombre de esto o aquello, referencia y significación que alude a un mundo histórico cerrado» (6).
«La creación poética se inicia como violencia sobre el lenguaje. El primer acto de esta operación consiste en el desarraigo de las palabras. El poeta las arranca de sus conexiones y menesteres habituales: separados del mundo informe del habla, los vocablos se vuelven únicos, como si acabasen de nacer. El segundo acto es el regreso de la palabra: el poema se convierte en objeto de participación. Dos fuerzas antagónicas habitan el poema: una de elevación o desarraigo, que arranca la palabra del lenguaje; otra de gravedad, que la hace volver» (7).
Con ello se pone de manifiesto la dialéctica entre poesía e historia que da lugar a la con­tradicción estructural entre la poesía y sociedad; ciertamente, la significación de un pre­sente histórico tiene lugar a través de la constitución de una imagen del mismo y por ello como escisión de una sociedad con respecto de sí misma y como puesta en relación de la sociedad con algo que no es ella misma. Cómo desde esa experiencia de la otreidad que todo acto poético introduce en un presente histórico sea posible una reconciliación de ambos factores es justamente lo discutido en Los signos en rotación, texto que desde 1967 servía de epílogo a El arco y la lira. Pues bien, aún permaneciendo en entredicho aquello en lo que pueda consistir esa reconciliación, este texto permitía localizar en dicha contradic­ción un interés en la historia inherente a todo acto poético.
«Así, la interrogación sobre las posibilidades de encarnación de la poesía no es una pregunta sobre el poema sino sobre la historia: ¿es quimera pensar en una sociedad que reconcilie al poema y al acto, que sea palabra viva y palabra vivida, creación de comunidad y comunidad creadora? (…) la imperiosa naturalidad con que aparece al principio y al fin de la meditación, ¿no es un indicio de su carácter central? Esa pregunta es la pregunta. Desde el alba de la edad moderna, el poeta se la hace sin cesar –y por eso escribe; y la Historia, también sin cesar la rechaza- contesta con otra cosa» (8)
La pregunta por la esencia de la poesía es por tanto indiscernible de la pregunta acerca de la aparición del apremio humano en comprender su propio presente. Es por ello que el intento de dar respuesta de la forma estética a la modernidad en tanto que presente histórico de Los hijos del limo se ha de dar dentro del marco de la interrogación a propósito de aquello en lo que consiste ese presente histórico.

Notas de este fragmento

 (1) Paz 1989: 97.
(2) Paz 2008: 159.
(3) Ibíd.
(4) Paz 2008: 7.
(5) Cf. Paz 1998: 87. Como resulta claro, Paz se nutre en este punto de la noción de reproducción mimética de los objetos desarrollado en la Poética Aristóteles como elemento esencial a la poesía: “se puede imitar y representar las mismas cosas con los mismos medios sólo que unas veces en forma narrativa, otras alterando el carácter –como lo hace Homero- o conservando el mismo sin cambiarlo, o representando a los imitados cual actores y gerentes de todo” (1448,a). En esa posibilidad de la variación de lo representado aparece el elemento imaginativo del acto poético que la distingue de la narración histórica: “de lo dicho resulta claro no ser oficio del poeta contar las co­sas como sucedieron, sino cual podían haber sucedido y tratar lo posible según verosimilitud o según necesidad” (1451, b). Atendiendo a estas premisas, es posible comprender en qué sentido la reproducción mimética tiene que ver antes con una creación de los objetos dados, que con una repetición suya y que habría de darse en la forma en que los acontecimientos son dispuestos en una cadena de sentido determinada. Por tanto, el concepto aristotélico de mímesis ha de ser relacionado con el concepto de “mythos” que haría referencia al elemento constructivo propio de toda forma de relato, tal y como propone Ricoeur en su lectura de la Poética, cf. Ricoeur 2004: 80-85.
(6) Paz 1998: 226.
(7) Paz 1998: 55.
8) Paz 1998: 305.