Foto: F. Fernández Buey |
> A la memoria de un
maestro inolvidable, de un comunista internacionalista imprescindible, de un
filósofo de una pieza, de un luchador socialista, palentino-catalán, hasta el
final de sus días: Francisco Fernández Buey.
> Para Mercedes Iglesias
Serrano, que amó a Paco, a su Paco, a nuestro Paco, como toda la fuerza y
profundidad de la que es capaz
Salvador López Arnal | “¿Qué
democracia queríamos los comunistas?” es un artículo –una cuidada y larga
reflexión en voz alta- que se publicó en un libro editado por Manuel Bueno
Lluch y Sergio Gálvez Biseca, Nosotros los comunistas. Memoria, identidad
e historia social, Fundación de Investigaciones Marxistas/Atrapasueños,
Sevilla, 2009. No era, por supuesto, la primera vez que el autor de Leyendo
a Gramsci se adentraba en esta
temática. Ya en la revista Materiales, en escritos y materiales clandestinos, en conferencias y en muchos textos anteriores, Francisco Fernández Buey [FFB] había reflexionado sobre la democracia y la tradición. No fue tampoco la última por supuesto.
temática. Ya en la revista Materiales, en escritos y materiales clandestinos, en conferencias y en muchos textos anteriores, Francisco Fernández Buey [FFB] había reflexionado sobre la democracia y la tradición. No fue tampoco la última por supuesto.
Empero, me centraré esta vez, básicamente, en el trabajo
referenciado. Con hermosos e interesantes detalles autobiográficos, el
“material”, como diría el autor, está dividido en cuatro apartados
En el primero, FFB comenta que cuando entró a militar en
1963, al año siguiente de su llegada a Barcelona -vivía entonces con su hermana
Charo Fernández Buey, en Badalona si no ando errado, en cada de unos tíos-, en
la célula de Filosofía y Letras de la organización universitaria del PSUC, le
hicieron un breve examen. Era entonces de rigor, “para comprobar la competencia
verdaderamente comunista del aspirante”. ¡Tiempos de resistencia y de tanteos!
Las dos preguntas principales que se le hicieron versaron
sobre la dictadura del proletariado y sobre el centralismo democrático. Nada
menos. FFB, con el mucho humor del que era capaz, señala que no debió estar muy
acertado al contestar la primera de ellas “porque el camarada que llevaba la
voz cantante y que debía ser entonces el responsable político de la mencionada
célula me hizo observar que lo que yo pensaba al respecto no difería gran cosa
de lo que habían mantenido los socialistas y socialdemócratas durante la II
República y la Guerra Civil”. Incluso salió a colación allí, negativamente, el
nombre de Julián Besteiro “antes de que el camarada responsable me instruyera
sobre la gran diferencia existente entre socialdemócratas y auténticos
comunistas”. La diferencia radicaba, según el responsable en cuestión, “en la
defensa por parte de los comunistas de la dictadura del proletariado como forma
de transición al comunismo y del centralismo democrático como forma de organización”.
¿Qué se entendía entonces por “dictadura del proletariado”
en el PCE o en el PSUC, que a efectos prácticos eran algo bastante similar, se
dijera lo que se dijera posteriormente sobre les exquisiteces italianizantes
del PSUC y los dogmatismos españoles del PCE? Pues, esencialmente, “la
necesaria inversión de la forma de dominación de clase existente en los países
capitalistas”. Se creía que esa inversión en las formas de dominación política,
“obligada por la previsible resistencia a ceder poder y privilegios por parte
de la clase anteriormente dominante”, sería, en cualquier caso, mejor, mucho
mejor que lo que entonces se solía designar como democracia formal o burguesa.
En realidad esa democracia, la adjetiva peyorativamente de formal, no era tal sino
que era, en verdad, “una dictadura de la burguesía sobre el proletariado”. Esa
otra cosa mejor estaba representada, admite FFB, “por el régimen existente en
la Unión Soviética desde la revolución de octubre de 1917”, la revolución del
pez cornudo a la que él mismo hizo referencia en repetidas ocasiones.
Hasta ahí, comenta FFB, “todo iba en teoría bien,”. Lo que
se le estaba enseñando coincidía sustancialmente con lo que él mismo había
leído ya “en algunos, pocos, textos de los clásicos del marxismo que habían
llegado a mis manos a pesar de la censura que la dictadura franquista ejercía
sobre todo lo que oliera a marxismo y comunismo” (el primer libro legal en
España con escritos de Marx se había publicado tres años antes: Marx y Engels, Revolución
en España, Barcelona, Ariel, Sacristán había sido su traductor y prologuista).
Lo que le sorprendió en todo caso a FFB de aquel discurso en el examen de
entrada, por eso lo estaba recordando, era que “en opinión del instructor los
republicanos españoles habían perdido la Guerra Civil por no haber entendido en
su momento la importancia decisiva que tenía la dictadura del proletariado”.
Por ello, para no volver a pifiarla, para no caer en el mismo error, “la
resistencia antifranquista tenía que empezar asumiendo aquella idea”, aquel
concepto, el de la dictadura del proletariado como sistema político opuesto o
antagónico a la democracia formal o burguesa.
Lo señalado no le cuadraba con lo que él mismo ya había
leído a escondidas sobre la Guerra Civil; pero como, por otra parte, y la
praxis política, el avance del movimiento real siempre fue decisiva para FFB
como buen e informado combatiente, “no había duda de que a su término los
comunistas habían sido y seguían siendo los principales protagonistas de la
resistencia antifranquista aquella correlación establecida entre defensa
teórica de la dictadura del proletariado y eficacia política revolucionaria me
pareció que podía ser plausible y lo dejé pasar”. Para un joven estudiante
universitario que quería hacerse comunista en aquellos años lo importante de
verdad, destaca de nuevo FFB el activista y luchador, “era encontrar la
organización en que militar y hacer algo que en verdad fuera útil para los
explotados y oprimidos”, para los de abajo, como solía decir el FFB tardío (y
no tan tardío).
¿Cómo veían la mayoría de los que por entonces, a comienzos
de la década de los años sesenta del siglo pasado, se hicieron comunistas –“y
eso vale igualmente para los comunistas de las dos décadas anteriores”- la
situación? Más o menos así: en general y en lo concreto luchábamos por la
democracia luchando contra la dictadura realmente existente aquí, la dictadura
franquista impuesta al término de la Guerra Civil; y lo hacíamos con la
finalidad de implantar un día el comunismo, que iba a ser el reino de la
libertad en una sociedad sin clases, para lo cual había que pasar a través de
la dictadura del proletariado. Imaginábamos que esta otra dictadura no iba a
ser propiamente un régimen político sino más bien una comunidad de transición en
la que se habría invertido el signo de la dominación social.
FFB admite que la idea de acabar con una dictadura, la
franquista, la 'dictadura terrorista del gran capital', mediante el
establecimiento de otra dictadura, “por muchos distingos que se estableciera
sobre el signo social de la misma”, no le parecía a él particularmente
atractiva. No acababa de ver claro además cómo se compaginaba lo anterior con
lo que él mismo iba oyendo en Radio España Independiente “sobre la reconciliación
nacional y sobre la heroica lucha cotidiana de los comunistas en favor de
la democracia”. A pesar de todo, apunta, “creía entender que una cosa es un
régimen político y otra el signo de dominación que caracteriza a una formación
socio-económica en sentido amplio”. Y, como por principio él se sentía
identificado con la clase obrera y, por razones prácticas, con la actividad
práctica de los comunistas en lucha contra el régimen de Franco, no hizo
entonces muchas preguntas. “Me pareció que yo podía aceptar aquella idea aunque
no me resultara particularmente atrayente el término 'dictadura'”. La asumió,
como tantos otros (el que suscribe es también uno de ellos), durante algunos
años, “mientras, de paso, iba buscando en los textos de los clásicos del
comunismo la justificación teórica de lo que mi instructor llamó plásticamente
‘dar la vuelta a la tortilla'.
Principio del
formulario
En el momento en que escribía FFB no creía que lo último
tuviera gran cosa que ver con el asunto que nos ocupaba: “tal vez por eso de la
parte dedicada propiamente al centralismo democrático sólo recuerdo de manera
vaga la prohibición explícita de formar fracciones o corrientes cristalizadas,
cosa a la que apenas di importancia, pues en la práctica, cuando uno está a
punto de entrar a formar parte de una célula clandestina (compuesta a lo sumo
por cuatro o cinco personas) lo de constituir una fracción suele sonar a
chino”. Efectivamente: a “chino” en los años sesenta, por maoísta que uno
pudiera ser (como fue mi caso, no el de FFB, a principios de los setenta y de
forma prolongada y más que entusiasta). La sensata reflexión de entonces de FFB
fue más que lógica: “siendo tan pocos como somos ¿a quien se le va ocurrir
dividirse encima?” Tardó algún tiempo en darse cuenta, comenta, “de que aquella
forma rígida de entender la democracia interna, sin otras especificaciones que
la de seguir en todo caso las directrices del grupo dirigente y la prohibición
de constituir fracciones o corrientes, tenía también sus importantes efectos
prácticos, aunque he de confesar que ni siquiera leyendo años después las
razonables cosas que escribió al respecto Rosa Luxemburg he llegado a
identificarme con la pasión autodepuradora que siempre ha atenazado al
movimiento comunista organizado”.
Su primera experiencia como comunista sobre eso que llamamos
democracia puede ser resumida así: los comunistas constituían una especie muy
particular de demócratas: “éramos unos demócratas bastante especiales, pues a
diferencia de aquellos que se llamaban a sí mismos 'demócratas', sobre todo en
el exilio, y apenas hacían oír su voz en el interior contra la dictadura
realmente existente, nosotros no parábamos de luchar contra una dictadura
(fascista) y, por tanto, en favor de la democracia”. Lo hacían al mismo tiempo
para implantar, cuando llegase el día, “una dictadura del proletariado que,
según pensábamos, iba a ser más democrática que las llamadas democracias (por
atender a los intereses de la mayoría de la población) y que, además, abriría
el camino recto hacia el comunismo”. Sí, admite FFB, sonaba a contradicción
(algunos, admitámoslo, que además nos dedicábamos a la lógica o a la matemática
y alardeábamos de ello, no nos sonaba así, en absoluto, era tan consiste como
la vida y la lucha por la justicia).
Pero contradicción por contradicción -pensaba FFB- “mejor la
nuestra, porque por lo menos no era contradicción entre el decir y el hacer en
el presente”. La praxeología siempre en el puesto de mand.
FFB entendió también entonces que en las particulares
condiciones de la lucha comunista de aquel tiempo, “o sea, mientras la tiranía
franquista siguiera negando la existencia misma del partido comunista y
metiendo en la cárcel o asesinando a sus dirigentes”, la noción más corriente
de democracia tenía que quedar limitada, tanto hacia fuera como hacia dentro.
“Hacia fuera, o sea, en la sociedad, porque nosotros no aspirábamos al mero
restablecimiento de la democracia parlamentaria, formal o burguesa, como se
decía, o a la consecución de un tipo de estado como el existente en otros
países europeos próximos”, sino que aspiraban a otra democracia: proletaria,
obrera, popular, material, económica y social. Y hacia dentro, en el interior
del partido, “limitada por el centralismo”. Por una razón muy sencilla: no
existe un partido político que pueda ser organizado de una manera plenamente
democrática en un contexto dictatorial. Elemental y real, que diría Watson.
Hasta ahí, comenta el autor, la doctrina generalmente
compartida en el partido comunista sobre la democracia hacia fuera y hacia
dentro. “Digo 'doctrina' porque la verdad es que en los papeles del partido,
que a comienzos de la década de los sesenta se difundían, con dificultad y no
poco riesgo, en los tajos, en las fábricas y en la universidad, de teoría a
este respecto, de teoría de la democracia, había poca: trozos sueltos de Marx,
Engels y Lenin, la mayor parte de las veces descontextualizados para su uso en
cualquier circunstancia” (Algunos ejemplos de estas citas no forzosamente
desafortunadas: “El poder ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité
de administración de los asuntos comunes de toda la burguesía”. “Las clases
obreras siempre considerará que este Estado no es mejor que un sistema de
forajidos, que permite a los empleadores pasar por encima de la ley y, mediante
una conspiración indigna, crear primero las figuras delictivas que les plazcan
para luego castigar esos delitos. Son, a la vez, legisladores, jueves y
jurado.” ¿Son tan insensatas?)
Por abajo, especialmente en las células universitarias,
empezaban a sonar los nombres de Gramsci y de Mao “y se tenía cierta noticia,
más bien vaga, ciertamente, de lo que había dicho y escrito Palmiro Togliatti
en Italia sobre el entonces llamado 'culto a la personalidad' y sobre el
estalinismo a raíz del XX Congreso del PCUS”. En el recuerdo de FFB, los textos
traducidos de los Cuadernos de la cárcel, los artículos de Mao sobre la
nueva democracia, las reflexiones moderadamente críticas de Togliatti sobre lo
ocurrido en la URSS durante la época de Stalin sólo tuvieron una difusión digna
de ese nombre años después. Y Trotsky, recuerda con razón, “que podía haber
hecho pensar sobre la dictadura del proletariado realmente existente en la URSS
desde los años treinta”, no era una lectura bien vista en el partido comunista
entonces, Ni en otros partidos comunistas años después, según mi propio
testimonio (sí en otros: por ejemplo, en el MCC, sin ningún problema en algunos
momentos).
Al escribir lo anterior, FFB no estaba queriendo insinuar
que los principales dirigentes del PSUC y del PCE ignoraran “por aquel entonces
tales desarrollos, de interés para renovar la noción heredada de la
democracia”. Los historiadores que se habían ocupado de la evolución del
partido en esos años solían encontrar referencias y alusiones a los autores
aquí nombrados “particularmente a Togliatti, en distintos documentos de discusión
interna y en artículos publicados desde 1957 por Santiago Carrillo, Jorge
Semprún, Fernando Claudín, Francesc Vicens, Manuel Sacristán, Adolfo Sánchez
Vázquez y otros”. Sólo que, matiza, la mención de ciertos nombres solía tener
por entonces, en los documentos políticos, un carácter ritual. Basta con
recordar al respecto, el ejemplo es más que pertinente, “que el número de Nuestra
Bandera (enero de 1965) dedicado a la crítica de las tesis de Claudín se
abría con estas palabras de Antonio Gramsci: ‘Los daños que puede acarrear un
error del Partido unido pueden ser fácilmente superados; los daños de una
escisión o de una situación prolongada de escisión latente son irreparables y
mortales'.
Sobre estos documentos y artículos había que matizar dos
cosas. 1ª: Las publicaciones en que esas referencias o alusiones podían
aparecer entonces, “solían llegar tarde, mal y con cuentagotas a las
organizaciones comunistas del interior, y de éstas, por lo general, sólo a las
universitarias o a los cuadros intermedios del partido”. 2ª. La forma en que se
transmitía a las bases, a través de los cuadros, “la discusión recogida en las
actas de las reuniones de los grupos dirigentes del PCE y del PSUC no
contribuyó tanto a la renovación de la noción de democracia cuanto a la reafirmación
de la 'doctrina' generalmente compartida al respecto”. De tal manera que ésta
se mantuvo invariable por abajo, al menos, señala FFB, hasta la segunda mitad
de los sesenta.
Para FFB, estaba convencido de ello, “la falta de reflexión crítica sobre la noción de democracia y aquel
retraso en la renovación de las ideas adquiridas al respecto fue uno de los
errores que más caro han pagado los partidos comunistas en la segunda mitad del
siglo XX”. No sólo, por supuesto, por supuestísimo, el PCE y el PSUC. También
este error exige una explicación “que en nuestro caso tiene su particularidad”.
Varios factores deberían ser tenidos en cuenta en opinión de
FFB: Es el siguiente apartado de su texto.
El primero: “la teoría
marxista y leninista de la democracia fue elaborada en momentos y
circunstancias históricas muy anteriores y muy distintas a las creadas después
de la segunda guerra mundial”. Fue elaborada pensando en las restricciones y
limitaciones a la democracia establecidas por el liberalismo después de las
revoluciones de 1848 y de la Comuna de París, y, sobre todo, en el caso de
Lenin, ”en la particular situación de Rusia, país en el que el absolutismo
seguía vigente todavía en la primera década del siglo XX”.
La excepción más importante a todo lo anterior había sido,
claro está, la de Gramsci en los cuadernos escritos en cárcel entre 1928 y
1936.
El segundo: los republicanos españoles (liberales en la
mejor acepción de la palabra (que también la tiene), socialistas, comunistas y
anarquistas) “habían pagado muy cara, entre 1936 y 1939, la 'traición' de las
llamadas democracias occidentales ante la sublevación franquista” y ante el
apoyo a ésta de los nazis alemanes y de los fascistas italianos durante la
Guerra Civil. Razón por la cual, la memoria –bien acuñada por FFB en su propia
memoria- de aquella felonía de las democracias “seguía aún muy presente en la
resistencia antifranquista, de la que el partido comunista era parte
principal”.
El tercero: “la
constatación, desde la década de los cincuenta, del apoyo directo que el
régimen dictatorial de Franco estaba recibiendo por parte de los gobiernos de
la considerada principal democracia de la época, los Estados Unidos de
Norteamérica”. Los acuerdos y los bases son de principios de los cincuenta.
Si a eso se une, añade FFB, “el que la
propia dictadura franquista estaba presentándose continuamente a sí misma como
una 'democracia orgánica', se comprende que así, sin más, la palabra
'democracia' no suscitara por entonces particulares simpatías ni entre los
veteranos derrotados republicanos ni en las generaciones más jóvenes que
querían enlazar con ellos”. No la suscitaba. Por debajo de las virtudes que
a la noción de democracia pudieran atribuir los teóricos del tema, los de abajo
(no sólo, por supuesto, los comunistas marxista-leninistas) “veían demasiados vicios en las democracias entonces realmente
existentes”.
En la democracia 'orgánica', veían, obviamente, una farsa
para lavar la cara a la tiranía; en la democracia norteamericana, un amigo
privilegiado del régimen dictatorial; y en las democracias francesa e inglesa,
la contradictoria amalgama entre 'La Marsellesa', el recuerdo de lo que había
sido la 'no intervención' y el apoyo más o menos directo a Franco.
A todo lo cual habría que añadir, FFB lo añade claro está,
la importancia que en aquellos años la cultura y la lucha antifranquista
concedía, con razón, “a las barbaridades y desmanes de los gobiernos y las
clases dirigentes de las democracias realmente existentes contra los pueblos
que entonces luchaban por liberarse del yugo colonial o semicolonial en África,
Asia y América Latina”. Baste pensar en la democracia usamericana y el golpe de
Estado de Pinochet (entre quince más) o la actitud del gobierno USA –y de otros
gobiernos europeos occidentales- ante la revolución sandinista.
Leen la historia de esos años al revés quienes en el
presente, señala críticamente FFB, desde una percepción de la democracia
política que corresponde ya a otra época histórica, “acusan de antidemócratas a los comunistas de aquellos tiempos en
España basándose exclusivamente en documentos doctrinarios”. Entre
nosotros, Francesc-Marc Àlvaro es un ejemplo que no es necesario destacar. Son
legión. La derecha catalana, nacionalista o no, está llena de portavoces o
portacoces de esta tesis indocumentada y más que interesada.
Y la tergiversaban, añade FFB, por apología directa o
indirecta del franquismo, “quienes ahora escriben que los comunistas eran
antidemocráticos por contagio de las ideas del régimen que combatían”. La
falsaria idea pseudoliberal de que los extremos político-ideológicos se tocan
en el punto de la valoración de la democracia “está muy extendida pero tiene
poco que ver con la realidad”. Es, además, un sarcasmo hablar de contagio
ideológico “cuando la ideología fascista impuesta y dominante liquidaba,
silenciaba o censuraba en la práctica a todas las demás mediante la utilización
funcional de todos los aparatos del estado”.
Pero explicar, en todo caso, matiza FFB, no es justificar.
Se había dicho muchas veces, al tratar el tema de la
democracia, que los comunistas de aquellos años “veían con mucha claridad la
mota en el ojo ajeno y tendían a no ver la viga en el ojo propio, el del
socialismo, por lo menos hasta 1968”. En gran parte, se impone el
reconocimiento, eso era cierto también para nosotros. Salvadas importantes
excepciones, fuera por ignorancia o por estrabismo, “la verdad es que en las organizaciones del partido comunista solía
oponerseel ideal del socialismo a las democracias realmente
existentes; de este modo se pasaba por alto que también había un socialismo
realmente existente y que de éste lo menos que podía decirse es que fuera una
democracia material, social, nueva o mejor que las otras”. Los ideales,
también entonces y en general siempre, han sido mejores que las realidades.
Había que reconocer, la autocrítica también es el motor de la historia de las
ideas, cuanto menos en el caso de FFB, “que
al establecer esa oposición entre ideal socialista y realidad de las
democracias llamadas liberales nos lo poníamos fácil”.
Por lo demás, la historia y la Historia cuentan y teniendo
en cuenta las condiciones en que se había desarrollado la lucha política en
España desde el final de la Guerra Civil hasta los primeros sesenta “tampoco
podía esperarse aquí una batalla teórico-ideológica sobre la noción de
democracia como la que se dio, por ejemplo, en Italia a partir de un célebre
artículo publicado por Norberto Bobbio en Nuovi argomenti, en 1954,
con el título de 'Democrazia e dittatura', intervención que fue considerada por
los comunistas (Togliatti, Gerratana, Della Volpe, entre otros) como 'cortés
provocación'”.
FFB hace el siguiente resumen del artículo del jurista
italiano que conoció personalmente años antes en Madrid (contribuyó a uno de
sus libros sobre “Izquierda y Derecha”, presentándose en su comentario del
libro como “Paca Fernández Buey”):
Sostenía Bobbio que los defensores de la “dictadura del
proletariado” deberían tomar en consideración la forma de los regímenes
liberal-democráticos. En consecuencia, “juzgar
a éstos no tanto por su naturaleza de clase cuanto principalmente por el hecho
de que en ellos se ha ido incorporando 'una técnica jurídica más refinada y
avanzada'”. Bobbio mantenía, por otra parte, “que la diferencia entre régimen soviético y regímenes occidentales no
era cuestión de mayor o menor grado de democracia sino que pasaba por la
existencia de garantías en un caso y por la ausencia de libertades en otro”.
Todo lo cual –“dicho
inmediatamente después de la muerte de Stalin pero antes de las 'revelaciones'
del XX Congreso del PCUS sobre lo que había significado el estalinismo”-
abría una puerta a la reconsideración y ampliación de la teoría marxista de la
democracia. Una puerta que, aunque con reticencias y algún que otro sarcasmo
sobre el liberalismo, “algunos comunistas
italianos entreabrieron para repensar la cosa, volver a dialogar con Marx y con
Gramsci, admitir explícitamente lo más obvio (o sea, la degradación del
socialismo en la URSS) y, en algún caso, para recuperar de paso a un autor
no marxista, el Kelsen deEsencia y valor de la democracia, con la consideración
de que éste aún podía servir de ayuda teórica en la doble crítica que se creía
justa y necesaria”. Por una parte, la de los límites de la forma de
la democracia liberal, parlamentaria, representativa e indirecta, y, por otra,
“la de los límites de una dictadura del proletariado que a todas luces se había
convertido no sólo en dictadura sobre el proletariado” sino en otra cosa muy
distinta: “la negación de cualquier forma
de democracia política digna de ese nombre”. No siempre fuimos capaces de
verlo a tiempo. El que suscribe es también un ejemplo de esta tardía
comprensión.
De aquel diálogo italiano, nacido de la 'cortés provocación',
para repensar la noción o las nociones de democracia de la mano de Marx y de
Rousseau, pero también de Kelsen y de Bobbio, prosigue FFB, apenas hubo eco
“entre los comunistas españoles que conocí en los primeros años de militancia,
aunque probablemente también aquí había personas que pensaban así, puesto que
Bobbio, Della Volpe y Gerratana empezaban a ser conocidos en los ambientes
intelectuales comunistas y Palmiro Togliatti era frecuentemente citado”.
Valentino Gerratana, por ejemplo, el gran editor de Gramsci, fue traducido por
él y publicado en dos volúmenes en Hipótesis, la inolvidable colección que
codirigió con Sacristán para Grijalbo.
De todas formas, hablando de aquellos años de censura y
clandestinidad desde el recuerdo personal, siempre había que curarse en salud: “la mayoría de las cosas que las personas
pensaban entonces, y más si se era comunista, no se podían escribir o decir en
público”. Tal vez, admite FFB, haya habido ecos de aquel diálogo, en el
lenguaje de Esopo, que escapan a mi recuerdo. Los historiadores harían bien
consultando a este respecto, además de Cuadernos para el diálogo, Realidad o Nous
Horitzons (en las dos últimas participó activamente FFB, también la
primera), “revistas de cine, teatro
y cultura en general, en las que escribían intelectuales comunistas
comprometidos”. Jordi Mir, el discípulo por excelencia del autor de Para la tercera cultura, así lo ha hecho
en su tesis doctoral.
Lo último que acababa de señalar podía dar una pista para
estudiar mejor lo que entendían entonces los comunistas por democracia y la
democracia a la que aspiraban. Pues si era verdad que antes de 1968, en
comparación con lo que ocurría en Italia, “hubo
aquí poca reflexión teórica sobre el nexo entre democracia y socialismo, como
se ha dicho tantas veces, en cambio, en la actividad práctica, en el seno de
los movimientos sociales que entonces despuntaban, empujados o hegemonizados
por comunistas, se dieron aportaciones de muchísima enjundia para el asunto que
nos ocupa”.
La praxis es también un punto central en estas temáticas.
Cuando se estudiaba en detalle lo que habían sido los orígenes y primeros
desarrollos de las comisiones obreras (insisto: orígenes y primeros
desarrollos, de ahí el dolor por nudos de su evolución posterior), de los
sindicatos de estudiantes en la universidad y de las asociaciones de vecinos en
los barrios “se entiende mejor aquello
que dije antes acerca de la contradicción entre la 'doctrina'
marxista-leninista de la democracia, generalmente asumida en los papeles de
altura, y la práctica democrática de los comunistas de carne y hueso que
trabajaban en las organizaciones sociales antifranquistas”. Del mismo modo,
estudiando el funcionamiento real del PSUC, del PCE por abajo, estudiando la
actividad cotidiana de las células, para lo cual, en su opinión, la historia
oral y los testimonios comparados eran fundamentales, se entendía también mejor
“qué era aquello del centralismo
democrático en la práctica, o sea, la democracia hacia dentro”.
El siguiente punto del trabajo se centra en la democracia en
la práctica tomando nuevamente como punto de partida sus propios
recuerdos. “Empezaré con lo del
centralismo democrático, expresión que, con los años, el cambio de los tiempos,
el transformismo de los intelectuales y el anticomunismo rampante, se ha ido
convirtiendo en una especie de truculencia que casi todo el mundo identifica
con autoritarismo, disciplina impuesta y práctica indiscriminada del ordeno y
mando por parte de una dirección supuestamente alejada de las bases”.
Tal vez, admite FFB, él era por entonces según dice un
comunista un poco raro y despistado. Tal vez. ¿Despistado Paco FB?. Empero, “tengo que decir que así como la doctrina
del partido acerca de la democracia y la dictadura del proletariado me produjo
cierta insatisfacción, en cambio la práctica del centralismo democrático, tal
como la viví en el PSUC de los años sesenta, me pareció bastante sensata en los
primeros años de militancia”. Como nunca FFB tuvo cargos responsabilidad en
la dirección del Partido no cabe leer lo que iba a explicar como una
justificación a posteriori.
FFB se centra en el período 1964-1968. Al menos en
Barcelona, señala, y contra lo que solía repetir el tópico del autoritarismo
antidemocrático, “el centralismo era en el partido más bien laxo. Se ha dicho a
veces que en el partido comunista las órdenes y las consignas circulaban de
forma jerarquizada, de arriba abajo, que eso impedía el libre pensamiento de
los militantes y que de centralismo había mucho y de democracia casa nada”.
Aunque sin duda era posible encontrar ejemplos de prácticas autoritarias –“y esos ejemplos han sido magnificados como
expresión del centralismo democrático en varias de las historias del partido
que he leído”-, su impresión era otra muy distinta: “los casos de autoritarismo patente tenían más que ver con el
particular carácter de tal o cual dirigente, como ocurre en cualquier otro
grupo organizado, que con la forma de organización que se designaba entonces
con aquel nombre”.
Uno de los recuerdos que FFB trae a colación se refiere
–nada más y nada menos- al asunto Claudín-Semprún. En una de reuniones de
célula a las que asistió el autor a principios de 1965 se propuso discutir el
tema. Como punto principal del orden del día. Transcurrió así: “vino el
responsable de la dirección correspondiente; nos informó del punto de vista de
la dirección del partido; criticó las opiniones de los disidentes, que habían
sido ya expulsados, creo; y nos pidió la adhesión colectiva a la opinión
'mayoritaria' que era, obviamente, la de la dirección” (la posición de
Sacristán en el asunto puede verse en varias de la entrevistas incorporadas a
los documentales “Integral Sacristán” de Xavier Juncosa, El Viejo Topo,
Barcelona, 2006, y la flexibilidad del Partido en el asunto, y de Sacristán más
en concreto, fue reconocida por August Gil Matemala en la entrevista que le
realizamos).
Como el responsable pretendía que discutieran las opiniones
de los disidentes exclusivamente a partir de lo dicho sobre ellas en Mundo
Obrero y Nuestra Bandera por el secretario general del PCE, entonces
Santiago Carrillo, alguien objetó que no era esa la forma de discutir, que para
discutir en serio había que tener los informes completos de las partes, cosa
manifiestamente imposible en aquellos momentos. “No hubo, pues, acuerdo ni adhesión. Semanas después se produjo una
'caída' que ponía en peligro la organización universitaria. No se volvió a
hablar del asunto. Nadie dijo tampoco que fuéramos 'claudinistas', ni, que yo
recuerde, hubo imposición alguna desde arriba”. Tampoco tuvieron los
papeles que pedían “que sólo leí muchos
años después” (los publicó El Viejo Topo en los setenta. Eso sí, remarca
FFB, “seguimos trabajando en lo que
tocaba, que era la agitación en la universidad para copar el SEU desde dentro y
tratar de democratizar su estructura en lo posible”.
Otro recuerdo de aquellos años al que hace referencia FFB
tiene que ver con el asesinato de Grimau, con la manifestación que se convocó
para protestar por ello en el cruce barcelonés entre las Ramblas y la calle
entonces llamada Pelayo (Pelai actualmente). “También a ese momento se han referido varios dirigentes del PSUC en
sus memorias precisamente porque hubo cierto desacuerdo en la dirección (en
este caso con Manuel Sacristán, que jugaba un papel central en la organización
universitaria) sobre si había que convocar el acto de protesta o no”.
En la célula del camarada Eloy (“Eloy” es el nombre del hijo
de FFB y Neus Porta) se discutió el asunto. Sabían que la organización
universitaria del PSUC también estaba dividida al respecto. “Oí decir que los 'claudinistas' mantenían
que no había que ir porque aquello, aunque moralmente justificado, era mero
voluntarismo y que la concentración no pasaría de ser un mero acto testimonial
que pondría en peligro la continuidad del partido. También nuestra pequeña
célula se dividió: unos fueron y otros no”.
FFB fue (fue, si no recuerdo mal, una de sus primeras
manifestaciones, o la primera. Las últimas: 14 de abril de 2012, 1º de Mayo del
mismo año). La concentración en Ramblas-Pelayo para protestar por el asesinato
de Julián Grimau fue, efectivamente, “un
acto testimonial a partir del cual la policía detuvo a varias personas con
responsabilidades en el PSUC, entre ellas, como es conocido, al filósofo y
profesor universitario Manuel Sacristán”. Empero, “que yo recuerde, no hubo ni reproches ni reparto de medallas desde
arriba. Ni siquiera llegué a saber hasta mucho más tarde, leyendo memorias de
otros, cuál era la posición de la dirección del partido”.
Al aludir a estos recuerdos, señala, no pretende dar
prioridad a la memoria personal, menos a la suya, sobre el trabajo por hacer en
los archivos. Sólo pretende llamar la atención acerca de un problema que venía
observando en la bibliografía sobre el comunismo de aquellos años y a la que se
había referido el gran historiador Giaime Pala en su investigación sobre la
historia del PSUC (resuelta en una tesis doctoral enorme, excelente). “A saber: que como la mayoría de los
documentos escritos que han quedado (incluidas las actas de reuniones) son
materiales de dirigentes, se tiende a magnificar, a partir de ellos, las
discusiones, polémicas y discrepancias por arriba, en las alturas, y se presta
poca atención a lo que decía y hacía por abajo”.
Vista la cosa desde abajo resultaba -FFB volvía al ejemplo
ya mencionado, el de la crisis Claudín-Semprún- que esos asuntos
“trascendentales” tuvieron menos repercusión en las células que tal o cual
'caída', que tal o cual actividad de los comunistas en las movilizaciones, en
el impulso real, práctico, en los movimientos sociales. “Por motivos prácticos, de la actividad cotidiana, las imposiciones y
los centralismos, se notaban menos. Por eso digo que, visto desde abajo, el
centralismo democrático funcionaba razonablemente bien”.
Lo anterior le llevaba a otra reflexión, paralela a la
anterior. Vistas las cosas desde abajo, “los
calificativos de tipo ideológico, los clichés que habitualmente se emplean para
justificar o criticar tales o cuales acciones prácticas, cuentan menos, mucho
menos, que lo que cada uno, en su fuero interno, está en disposición de hacer”.
Esta disposición para hacer o estar en tal momento, en tal sitio,
particularmente cuando hay peligro real, de alta tensión, “tiene más que ver con los hígados y con el sistema nervioso de las
personas que con las ideologías con que solemos disfrazar vacilaciones,
valentías y cobardías”. Como diría Voltaire, señala alguien que conoció muy
bien las razones praxeológicas y el mundo que las amparaba, “primero actuamos y
luego buscamos la justificación ideológica de nuestras acciones”. Desde luego:
no parece que los comunistas puedan –FFB escribe “podamos”- quedar al margen de
esa regla general. Ni entonces ni ahora. “Si creemos que no hay que ir o estar
en, la acción que se haga será 'testimonial' (en el sentido peyorativo de la
palabra); si, por el contrario, hemos decidido ir o estar en, la acción será
'políticamente correcta'”. El argumento es impecable, alejado de cualquier
fauna de falacias ocultadas.
Luego, prosigue FFB, rebuscamos en el arsenal ideológico
heredado el cliché que se supone corresponde a la 'corrección política' o a la
acción testimonial de carácter ético previamente establecida. Pues bien, añade:
“el centralismo democrático mal entendido (o sea, la eliminación de
la autonomía individual y colectiva y de la democracia interna) se caracteriza
por el hecho de que el 'centro' decide siempre qué es lo políticamente correcto
y qué lo testimonial (eso en el mejor de los casos; en el peor, 'lo incorrecto'
sin más)”. Esto es algo que afecta por igual, lo señala alguien con años y años
de militancia política que nunca dejó de considerar la importancia central de esa
apuesta (de ahí su admiración y apoyo a la práctica política de largo alcance
de compañeros y camaradas como Víctor Ríos, Manolo Monereo o Julio Anguita) a
todos los partidos políticos que había conocido, antes y después de la
democracia, y eso, independientemente, de cómo llamaran a su forma de
organización, de qué siglas usaran para designarse.
Como en el caso que estaba narrando no se les dijo nada que
afeara sus conductas, “deduje que teníamos un 'centro' sensato y comprensivo,
nada impositivo, tolerante, digámoslo así, con la parte que estaba dispuesta a
equivocarse (o a dar testimonio, si se prefiere hablar de esta manera)”. Podía,
desde luego, recordar también situaciones en que esto no fue así: “en alguna de
esas situaciones anduve también metido, pero intentando hacer memoria sobre lo
que fue mi militancia en el partido hasta 1977 creo poder decir sin mentir que
estas situaciones, en las que el centralismo se impuso a la democracia, fueron
menos que las otras”. Y para decirlo todo, FFB acostumbraba a decirlo todo (que
la verdad era revolucionaria era un lema querido por Gramsci y por él mismo):
“también creo que hubo más centralismo y menos democracia en el partido
comunista inmediatamente después de la muerte de Franco, cuando se hablaba ya
de legalización y de islas de libertad, que en los años sesenta, a los que
estoy haciendo referencia mayormente”.
Bastaba con pensar en la forma en que se decidió aceptar la
monarquía borbónica y su bandera (que, desde luego, él nunca aceptó ni hizo
suya) o como se firmaron más tarde (y cómo se justificaron: como paso firme
hacia el socialismo) los pactos de la Moncloa.
En el último apartado, FFB habla de la concepción comunista
de la democracia: hacia fuera, en la sociedad.
En su opinión, la contribución de los comunistas a la
democratización en las fábricas, universidades, centros de enseñanza en general
y asociaciones de barrios a lo largo de los años sesenta está fuera de toda
duda razonable. “El proceso de democratización del tejido social en España,
aguantando la represión de la dictadura franquista, fue en gran parte un mérito
de los comunistas organizados”. No sólo de los comunistas, desde luego, no hay
sectarismo en la observación, pero sí principalmente de los comunistas. “Así lo han reconocido, por lo demás, muchas
personas de otras ideologías. Las comisiones obreras, los sindicatos
democráticos de estudiantes y las comisiones de barrio”, impulsados
mayormente por militantes comunistas (no sólo por militantes del PSUC, del PCE
o de colectivos próximos), “fueron en
aquellos años una escuela de aprendizaje de la democracia, o, por mejor decir,
escuelas de demócratas, en tierra adversa, en territorio enemigo”.
De las experiencias vividas en todos estos años la más
radical y plenamente democrática, en su opinión, fue la del SDEUB “durante los meses que van desde el otoño de
1965 hasta el otoño de 1967”. Escribió un libro sobre ello (y sobre asuntos
próximos): Por una Universidad democrática, un homenaje explícito al
SDEUB y al texto de su amigo, maestro y compañero.
FFB señala que sabía si se podía decir algo parecido acerca
de los sindicatos democráticos de estudiantes que sustituyeron al SEU en otras
universidades, en las de Madrid, Valencia y Andalucía por ejemplo. Pero,
en cualquier caso, “me parece relevante el hecho de que todas las
investigaciones publicadas a este respecto hayan subrayado algo que
también yo recuerdo bien: la Junta de Delegados del SDEUB, desde la creación de
éste hasta su práctica disolución en 1968, pasando por su momento culminante,
que fue la constitución formal del mismo en la Asamblea celebrada en los
Capuchinos de Sarrià el 9 de marzo de 1966, estuvo siempre compuesta por una
mayoría de comunistas organizados en el PSUC”. En la exposición “He mirat
aquesta terra” del CCCB, dedicada a Salvador Espriu (a quien Paco FB conoció y
estimó), hay testimonios de ello.
Tal vez la palabra conveniente para caracterizar aquella
situación “no sea la de 'hegemonía comunista', que se ha usado frecuentemente,
puesto que eso de hegemonía es mucho decir”, pero no le cabe ninguna duda de
que el trabajo de los comunistas “fue ahí esencial para dar forma a un tipo de
organización que, durante algún tiempo, fue un ejemplo de combinación de
democracia asamblearia y democracia representativa”. El historiador/a que
repase lo que fueron los estatutos del sindicato, “a cuya discusión y
aprobación se dedicaron muchísimas horas y asambleas” (las suyas y las de Neus
Porta entre muchas otras), podrá valorar en su justa medida lo que él estaba
diciendo. Casi parece mentira, remarca con toda razón, “que pudiera dedicarse
tanto esfuerzo a una cuestión formal,la de la forma de la democracia (por
hablar como Bobbio), en un momento en el que la brigada político-social [y el
temible Creix, FFB supo de sus caricias fascistodes] y la policía armada del
franquismo eran omnipresentes y en un país en el que, como he recordado antes,
no había demasiados motivos para apreciar la formalidad de la democracia”. A
pesar de lo cual, concluye FFB, ahí están los papeles para probarlo.
En cuanto al contenido de la democracia que se quería
entonces, era posible establecer una idea muy aproximada leyendo el Manifiesto
por una universidad democrática, el principal documento del SDEUB, aprobado por
más de 500s delegados estudiantiles. Su redactor principal fue también un
comunista: Manuel Sacristán.
Tampoco me extenderé en esto porque el texto ha sido
reproducido y analizado luego muchas veces. Sólo querría recordar aquí que en
ese texto hay tres ideas básicas que los comunistas de entonces defendíamos y
compartíamos, por supuesto, con otros antifranquistas, a saber: la aspiración a
una democracia económica y social, avanzada y autogestionada, no
sólo, por tanto, político-jurídica; la aspiración a una democracia pluricultural (lo
que implicaba el reconocimiento de las diferencias lingüístico-culturales
existentes en el Estado); y la noción del carácterprocesual, o sea, no
sólo procedimental, de la democracia, lo que se expresaba diciendo que las
libertades y derechos por los que se puede juzgar el nivel de democracia real
de un país se conquistan, no se otorgan.
¿Alguna consideración absurda, algún punto obsoleto? ¿Logran detectarlo en nuestro hoy?
¿Alguna consideración absurda, algún punto obsoleto? ¿Logran detectarlo en nuestro hoy?
La pregunta ahora, comenta FFB, es entonces la siguiente: “¿cómo compaginaban los comunistas que escribían
éste y otros documentos parecidos, en favor inequívocamente de la
democratización del país, tal concepción de la democracia con la 'doctrina' del
instructor de turno sobre el socialismo y la necesidad de la dictadura del
proletariado?” No era ociosa la pregunta: bastantes personas, dentro y
fuera del PSUC y del PCE, se la hicieron entonces y, con más fuerza aún, a
partir del doble aldabonazo que representaron París y Mayo del 68 y la invasión
de Praga ese mismo año.
FFB recuerda una anécdota curiosa que venía al caso y que
referirá porque le ahorrará palabras. Uno de los estudiantes extranjeros que
asistió como invitado a la asamblea constituyente del sindicato, al ser
interrogado poco después por un periódico francés acerca de la influencia
comunista en la misma, “contestó sin
ambages que no había visto a ningún comunista en la asamblea ni había observado
ninguna consigna comunista en sus documentos o en sus debates”. Pensandoen
el número de militantes del PSUC (o próximos a él) que había en la presidencia
de tal asamblea, en el papel que habían jugado, y pensando también en los
redactores de sus principales documentos, “recuerdo
que los componentes de la Junta de Delegados del SDEUB nos reímos mucho de
estas declaraciones y comentamos algo así: 'Santa Lucía le conserve la vista'”.
Pues bien, retrospectivamente, la dialéctica de FFB es
excelente también aquí, a la hora de reconstruir la concepción que los
comunistas tenían de la democracia, “habría que decir que Santa Lucía había
conservado bastante bien la vista al colega extranjero y que, en cambio, muchos
de nosotros no nos dábamos del todo cuenta de que, siendo comunistas, estábamos
defendiendo un concepto amplio de democracia y actuando en consecuencia (al
escribir los documentos y al actuar en las asambleas)”. Para decirlo más claro
aún:
[…] estábamos escribiendo y haciendo lo que se supone que deberían haber escrito y hecho quienes se consideraban a sí mismos sólo demócratas, y no comunistas o socialistas (y en bastantes casos, dado el impulso de la ideología de la guerra fría, anti-comunistas y anti-socialistas). Tal vez no habíamos olvidado lo que nos enseñó el instructor marxista-leninista sobre la dictadura del proletario, pero lo cierto es que actuábamos en la práctica como si esa parte de la doctrina no existiera ya para lo que había que hacer en la práctica.
De este conflicto o contradicción interna se siguieron dos
cosas que el historiador debería tener en cuenta señala FFB. 1) que tal
práctica estrictamente democrática atrajo al partido a un número creciente de
militantes antifranquistas “que no eran estrictamente comunistas si se ha de
juzgar sobre la cosa a partir de la doctrina de los instructores”. 2) que
precisamente la manifestación de este conflicto entre doctrina y práctica, al
hacerse consciente, “estuvo en el origen
de varias escisiones y divisiones que iban a fragmentar la organización del
partido e influir también en el posterior desarrollo de los movimientos
sociales”.
Sin pretender reducirlo todo a la conciencia o falta de
conciencia acerca de esta contradicción entre doctrina -verbalmente mantenida
por arriba- y práctica -mayoritariamente ejercida por abajo-, FFB creía que se
podía decir que “la aparición primero del grupo 'Unidad' en el PSUC, en mayo de
1967, la escisión posterior y la creación por último del PC(i) y de los grupos
marxista-leninistas tuvieron mucho que ver con esto que estoy diciendo”. Estos
grupos vieron bien la dimensión de la contradicción, aunque luego, como solía
ocurrir, “el recubrimiento ideológico de
aquella verdad de partida (la idealización del maoísmo y la autodepuración)
hizo del remedio que se proponía algo peor que la enfermedad que se pretendía
curar”.
Los efectos y consecuencias del anterior conflicto, hacia
dentro (partido) y hacia fuera (organizaciones llamadas entonces 'de masas'),
se podían observar y reseguir prácticamente hasta el inicio de la llamada
transición y la teorización del 'eurocomunismo'. Esto último, que también fue
objeto de su reflexión (artículos en Materiales y mientras tanto por
ejemplo, aunque no únicamente en esas revistas) rebasaba ya lo que se había
propuesto escribir.
En todo caso, tras este recorrido, ¿qué? Pues lo siguiente:
Si hubiera que llegar una conclusión drástica sobre
comunismo y democracia en esta historia, probablemente habría que decir que la
práctica, una vez más, fue mucho mejor que la teoría heredada; que los
historiadores que juzgan el papel del partido comunista en la lucha por la
democracia teniendo en cuenta sólo los documentos doctrinarios que se producían
por arriba se pierden más de la mitad de la cosa; y que sería interesante
estudiar a fondo los intentos, pocos pero relevantes, que se hicieron en
España, en las décadas de los sesenta y los setenta, por abordar aquella
contradicción real con conciencia de la misma.
No está mal, nada mal. Un excelente programa de
investigación que diría Imre Lakatos, al que sin duda hubiera gustado mucho
conocer algunas de estas reflexiones. Supo bien de algunos nudos poco afables
de aquello que llamábamos socialismo real, asediado ciertamente desde mil
vértices, desde mil trincheras (nunca el enemigo muy afable ni pacífico) pero
también con algunos dirigentes ofuscados y nada sólidos en su interior, en el corazón
de aquel intento que también tuvo sus tinieblas. Y sus grandezas por supuesto.
PS. Hablando de democracia, de tradición y de miradas históricas informadas y con conciencia de las situaciones y sus entornos: ¿y si hiciéramos de 2014 el año Jaurés?
Dos compañeros –Francisco Xavier Pardo y Alejandro Andreassi-, cultos, sabios, solidarios, comprometidos y antisectarios por definición vital, amigos ambos de Francisco Fernández Buey, han escrito en este sentido
PS. Hablando de democracia, de tradición y de miradas históricas informadas y con conciencia de las situaciones y sus entornos: ¿y si hiciéramos de 2014 el año Jaurés?
Dos compañeros –Francisco Xavier Pardo y Alejandro Andreassi-, cultos, sabios, solidarios, comprometidos y antisectarios por definición vital, amigos ambos de Francisco Fernández Buey, han escrito en este sentido
Amigo y compañero Salva,
Como tengo el médico de vacaciones y el XXX sustituido por los polvorones, me sigo barruntando (entre la perplejidad y el knock-out), y tal como me ocurre desde hace muchos años (y desde hace un par ¡ni te digo!), por qué la tradición marxista catalana (y la vasca, y la de Marilaneda, y la de...; o sea, la, digamos, 'nuestra', que no -quizás- la de la inmensa mayoría de los 'nuestros') es 'genéticamente' -valga la expresión- incapaz de acoger en su seno, de convertirlo en un clásico y de llevarlo al liderazgo moral a un Jean Jaurès (1859-1914), por poner un interesado y bello ejemplo a propósito del centenario de su asesinato por oponerse -con sentido internacionalista- a lo que iba a ser la gran masacre, la inmensa carnicería humana que fue la 1ª Guerra Mundial.
Como tengo el médico de vacaciones y el XXX sustituido por los polvorones, me sigo barruntando (entre la perplejidad y el knock-out), y tal como me ocurre desde hace muchos años (y desde hace un par ¡ni te digo!), por qué la tradición marxista catalana (y la vasca, y la de Marilaneda, y la de...; o sea, la, digamos, 'nuestra', que no -quizás- la de la inmensa mayoría de los 'nuestros') es 'genéticamente' -valga la expresión- incapaz de acoger en su seno, de convertirlo en un clásico y de llevarlo al liderazgo moral a un Jean Jaurès (1859-1914), por poner un interesado y bello ejemplo a propósito del centenario de su asesinato por oponerse -con sentido internacionalista- a lo que iba a ser la gran masacre, la inmensa carnicería humana que fue la 1ª Guerra Mundial.
Y no se me ocurre una respuesta racional al por qué de ello (al por qué Jean Jaurès, o Rosa Luxemburg) no son 'nadie' ni 'nada' para la mayor parte del rojerío hispano, sin darme cuenta de que su enunciación me dejaría ya sin amigos ni saludados en toda esta casa nostra y en las casitas de allá.
Dicho sea a las puertas del año 2013+1 en que, muy probablemente, en su transcurso, ni en ICV, ni en IU, ni en el PCE, ni en el PSUC-viu, ni en EUiA, se recordará la figura de Jean Jaurès, ni se le mentará a propósito del centenario de su asesinato, por más que, a mi entender, su figura y su alcance moral son de una enorme importancia y actualidad”.
[…] No obstante, mi 'Christma' con mis mejores augurios para ti y los tuyos, para ese largo año, de antipático guarismo casi innombrable, es esta canción que te pongo debajo que, o la tendrás en un viejo LP [de Jacques Brel] o la podrás oír en 'you tube'.
Saludos, y un fuerte abrazo.
Xavier
La nota, excelente, de Alejandro Andreassi, dice así:
Salvador,
Estoy totalmente de acuerdo con Francisco Xavier Pardo. Jean Jaurés ha sido olvidado muy injustamente por las izquierdas porque fue considerado un 'reformista' sin paliativos. Sin embargo su lucha por la democracia y por la república, que entendía era el continente en el que cabía el socialismo, fue permanente, enfrentando a la xenofobia, fue junto con Emile Zola, un defensor inclaudicable de Alfred Dreyfuss, porque sabía que ahí no sólo se jugaba la dignidad de un hombre sino también la suerte de la república amenazada por el antisemitismo, el autoritarismo, y a los elementos supervivientes de la aventura boulangista. Así como fue la su lucha por la paz y contra el militarismo, su oposición a la pena de muerte y a las aventuras coloniales criticando la intervención francesa en Marruecos. Pero además fue crítico con el revisionismo encabezado por Eduard Bernstein desde la Revue Socialiste. Stefan Zweig lo cita como una de sus esperanzas ante la amenaza de guerra en 1914: 'Confiábamos en Jaurés, en la Internacional Socialista, creíamos que los ferroviarios volarían las vías antes de cargar a sus camaradas hacia el frente como animales hacia el matadero, contábamos con que las mujeres se negarían a sacrificar a sus hijos y maridos al dios Moloc, estábamos convencidos de que la fuerza espiritual y moral de Europa triunfaría en el último momento crítico. Nuestro idealismo colectivo, nuestro optimismo condicionado por el progreso nos llevó a ignorar y despreciar el peligro' (Stefan Zweig, El mundo de ayer, Barcelona, 2001, p. 257), pero Jaurés fue asesinado. Adjunto su último artículo publicado en la Humanité el mismo día en que fue asesinado, y otro artículo con motivo de su muerte del 2 de agosto de 1914.
Un abrazo,
Alejandro
Salvador López Arnal
es nieto del cenetista aragonés, asesinado en Barcelona en mayo de 1939
–delito: “rebelión militar”-, José Arnal Cerezuela.
http://lapaginademontilla.blogspot.com/ |