“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

16/6/16

Friedrich Hölderlin y el asalto de los cielos

Friedrich Holderlin
✆ Fabrizio Cassetta
Helena Cortés Gabaudan
No hace mucho que el conocido líder de uno de los partidos políticos surgidos recientemente en España usaba como eslogan de éxito la metáfora ‘asaltar el cielo’, haciéndola sinónima de un acto de rebeldía consistente en tomar por la fuerza, sin aguardar ‘consenso’, ese lugar donde normalmente sólo pueden habitar los dioses y que los mortales contemplan cohibidos desde abajo, consumando de esa guisa una suerte de revolución o inversión. Esta expresión tan de moda en la reciente actualidad española[1] era ya de uso bien conocido en Alemania desde hace tiempo, habiendo pasado por bocas y plumas germánicas tan célebres como la de Carlos Marx –hablando en una carta a Ludwig Kugelmann del ejemplo dado por los insurrectos parisinos de La Comuna– como también de Hitler, quien hacía gala con ella de la eficacia de su sexto ejército de élite, con el que –según él– podría “asaltar el cielo”. A su vez, este giro tenía ya antecedentes en el ámbito romántico-alemán, cuyos pensadores no hacían sino utilizar una metáfora procedente del mundo griego basada en el célebre mito de los gigantes hijos de Poseidón que trataron de saltar el Olimpo para derrocar a los dioses.

Pues bien, aprovechando la fortuna mediática de que goza en estos momentos dicha frase, vamos a pararnos a analizar aquí –al margen de cualquier conexión con la actualidad política– cuál era realmente el sentido y alcance de la misma cuando fue usada y acuñada con fortuna por el poeta alemán Friedrich Hölderlin en las postrimerías del siglo XVIII. El alcance de dicha expresión en su obra no es para nada baladí, ya que también el contexto en que usa Hölderlin la frase es netamente político y ayuda a esclarecer cuál fue su idea respecto a los métodos y posibilidades de implantación de la democracia en su contexto histórico particular.