“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

8/12/16

La esencia del neoliberalismo

Pierre Bourdieu
✆ Carlos Velasco
¿Qué pasaría si, en realidad, este orden económico no fuera más que la instrumentación de una utopía -la utopía del neoliberalismo- convertida así en un problema político?

Pierre Bourdieu

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 Diciembre de 1998.- Como lo pretende el discurso dominante, el mundo económico es un orden puro y perfecto, que implacablemente desarrolla la lógica de sus consecuencias predecibles y atento a reprimir todas las violaciones mediante las sanciones que inflige, sea automáticamente o -más desusadamente- a través de sus extensiones armadas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y las políticas que imponen: reducción de los costos laborales, reducción del gasto público y hacer más flexible el trabajo. ¿Tiene razón el discurso dominante? ¿Y qué pasaría si, en realidad, este orden económico no fuera más que la instrumentación de una utopía -la utopía del neoliberalismo- convertida así en un problema político? ¿Un problema que, con la ayuda de la teoría económica que proclama, lograra concebirse como una descripción científica de la realidad?

‘El señor Presidente’, de Miguel Ángel Asturias, cumple 70 años

Miguel Ángel Asturias
Gastón Segura

Recuerdo haberla oído mencionar cuando todavía era un chicuelo de pueblo: El señor Presidente. No era un título de fácil olvido; tan solemne y retumbador, pero tan corriente y habitual como para quedarse en un hueco de la memoria sin saber quién lo pronunció. Aunque no sería hasta mis años de universidad cuando se convirtió en un jalón imprescindible y previo al primer café de la mañana o a ajustarme los vaqueros con los que pisar la calle. Por entonces, en España, teníamos tanto por leer que parecía que no hiciésemos otra cosa; hasta en el cine nos devanábamos las pupilas persiguiendo réplicas. Eran días cuando los libreros se afanaban por exhibir la última entrega de cuentos de Borges o aquellos tomazos de semiótica o las tremebundas relatorias del boom, tan insólitas e intrigantes que su castellano ponía un timbre nuevo a nuestras vidas. Pero he aquí que El señor Presidente ya estaba ahí, como algo ineludiblemente previo y monumental, y no sólo para nuestras andanzas de zascandiles, sino para el mismísimo y luminoso boom, aunque Miguel Ángel Asturias ya se hubiese muerto, casi de la mano de Pablo Neruda.

El mito de Arthur Rimbaud y el tiempo de la obra

Miguel Casado
“Un entendido me dijo / que los escritores tienen un plazo de quince años –se lee en un poema de la norteamericana Linda Pastan–: / luego llega la repetición, / incluso la locura”. Ella se aplicará la cuenta: “Solo quedan cinco años”; pero antes deja una descripción de lo que ocurre dentro del periodo de gracia y fuera, luego, de él: “Como Midas, supongo que / todo lo que tocamos se convierte / en un poema / cuando el hechizo existe. / Pero piensa en el poeta después de ese plazo / tocando los árboles que / siempre ha tocado, / y esta vez no ocurre nada. / Imagínatelo yendo de un tronco / a otro, magullándose / las manos con la áspera corteza”.
Arthur Rimbaud
✆ Pablo Picasso
 Claro que se puede objetar, poner ejemplos de lo contrario, largas vidas tocadas por la poesía; sin embargo, estos versos no dejan de generar inquietud: ¿qué hay implícito en ellos?, ¿solo el desgastado problema de la inspiración, el “hechizo”?, ¿el genio que el pensamiento romántico anheló? Pero el poeta de Linda Pastan no es quien se arrebata con el poder de las imágenes, es solo quien encuentra la maravilla en una realidad inmediata que sigue siendo real. Y doy con frases de las Iluminaciones, donde Rimbaud formula una hipótesis que él no llegó a cumplir: “es posible que [...] un final acomodado repare los tiempos de indigencia, que un día de éxito nos adormezca sobre la vergüenza de nuestra torpeza fatal”. A su luz, leo los versos de Pastan como un momento de aguda conciencia acerca del conflicto entre arte y cultura: continuar más allá de cierto límite supone repetición, el intento de hacer pasar lo que ya no es nada por lo que antes fue una lengua viva y un mundo. ¿Puede el arte pervivir entre honores y estudios críticos, sometido a tantas formas de desactivación, en el curso de un quizá inevitable destino de codificarse?, ¿sigue el arte siéndolo cuando se hace cultura, cuando ya no extraña, sino que difunde, tal vez educa?