Hugo Chávez está bienaventuradamente muerto para el
imperialismo y sus animales dóciles desparramados por todo el orbe, esos mismos
que ya habían escrito su muerte en 2002, esos que nunca se cansaron de
prodigarle insultos y odio de clase en sus versiones más descarnadas. El comandante Hugo Chávez está desoladoramente muerto para
el pueblo pobre, para los oprimidos, los luchadores, los soñadores, de
Venezuela y Nuestra América. El desamparo se puede leer en sus rostros, en sus
ojos empozados de tristeza.
Sus ampulosidades verbales, sus contradicciones, sus
transacciones (algunas inevitables para quien ejercía el gobierno de un Estado
periférico en este contexto histórico), las coexistencias pactadas que toleró,
los funcionarios y figuras indefendibles que buscaron anular toda praxis
antisistémica de los y las de abajo
y que él, en ocasiones, arropó equívocamente, no deberían ocultarnos las porciones de Chávez más nuestras: los puntos de fisura en la dominación que él hizo posible, los ejercicios de des-alienación y las experiencias de contra-hegemonía que alentó (directa o indirectamente), las porciones de patria que puso a disposición de hombres y mujeres del pueblo que nunca habían tenido patria, el “nosotros” libertario que ayudó a fundar con cascadas de palabras y de acciones, su histórica contribución a la diversificación y enriquecimiento del campo popular en Venezuela y en Nuestra América.
y que él, en ocasiones, arropó equívocamente, no deberían ocultarnos las porciones de Chávez más nuestras: los puntos de fisura en la dominación que él hizo posible, los ejercicios de des-alienación y las experiencias de contra-hegemonía que alentó (directa o indirectamente), las porciones de patria que puso a disposición de hombres y mujeres del pueblo que nunca habían tenido patria, el “nosotros” libertario que ayudó a fundar con cascadas de palabras y de acciones, su histórica contribución a la diversificación y enriquecimiento del campo popular en Venezuela y en Nuestra América.
En síntesis: el campo de posibilidades políticas que
desbrozó para los y las de abajo, el proceso popular constituyente que supo
inaugurar, las posiciones que ayudó a conquistar para los y las que luchan por
la justicia y la dignidad en cualquier rincón del planeta. Algo que jamás le
han reconocido los y las que se jactan de su inmunidad a las pasiones plebeyas,
los y las que se detienen al borde la vida para conservar la fidelidad a algún
pensamiento estático y cosificante o a los modelos pulcros como un teorema.
Por supuesto, estos aspectos son ignorados también por
quienes entienden y practican el chavismo –dentro y fuera de Venezuela– como un
camino apto para conservar los pilares del antiguo régimen, un
camino que tapizan con retóricas inflamadas pero invariablemente negadoras de
la lucha de clases. Se trata de aspectos sistemáticamente obviados por quienes
ven en el chavismo una trinchera para conservar e incrementar sus privilegios;
por quienes quieren hacer pasar lo contradictorio por lo distinto; por quienes
quieren ocultar los actos de entrega y dominación con una boina roja, con
retórica y épica revolucionaria; por quienes defienden nacionalizaciones a
medias y desde arriba y un anticapitalismo en cuenta gotas y en los márgenes
del sistema.
Empoderamiento y democratización desde abajo versus
cooptación y clientelismo.
Revitalización insurgente versus delegación y mediación
estatista.
Socialismo de Nuestra América versus “posneoliberalismo” y
perpetuación del capital globalizado bajo sistemas más o menos progresistas.
Así de paradójica continua la historia de Venezuela. Así de
inconcluso permanece este proceso histórico. Así de indefinido lo deja Chávez.
Pero... ¿Por cuánto tiempo? No hace falta ejercer el oficio de los
augures para percibir que las tendencias libertarias, revolucionarias,
antiimperialistas, anticapitalistas (y defensoras del poder popular como camino
y meta), no podrán convivir por mucho tiempo con el proyecto del imperio y las
clases dominantes, un proyecto que, en lo sustancial, no es antagónico con el
de la “boli-burguesía” o la “burocracia bolivariana”, un proyecto extractivista
y rentista, (o neo-desarrollista, en el mejor de los casos).
Las alternativas no abundan. Todo indica que si no se dan
pasos acelerados y significativos en pos de una transición al socialismo, el
destino inmediato será el de una restauración imperialista, que podrá asumir
los clásicos perfiles conservadores y reaccionarios o que podrá reivindicar
horizontes de “desarrollo” y de “integración social” revestidos de
parafernalia pseudo-socialista, incluso sin abjurar de algunas líneas de
continuidad respecto del chavismo.
Acaba de morir el hombre que irradiaba fulgores, que
encendió chispas de conciencia, que supo alentar el sueño de una vida más
abundante en trabajadores, campesinos, estudiantes, vagabundos y poetas.
Acaba de morir el dirigente político herético que desde el
lugar menos pensado, en el momento menos esperado, en medio de la
inhospitalidad de la posguerra fría, corporizó –desde un gobierno, desde un
Estado!– el sueño revolucionario, al tiempo que alentó la integración regional
y la multipolaridad.
Acaba de morir el gran comunicador que más allá de las
mistificaciones asumió un rol político clave para reinstalar la causa del
socialismo en Nuestra América y el mundo, recuperando el valor
estratégico del socialismo, reinstalando la idea de su vigencia
histórica, retomado el proyecto de traducir Marx a Bolívar, socialismo a
Patria, socialismo a Nuestra América. Nada más y nada menos que la cifra de
cualquier proceso revolucionario auténtico en este costado del mundo, y no una
“contradicción restallante” según la letanía de la izquierda dogmática y
eurocéntrica. La izquierda sin sujeto y sin destino, convencida de la
incompatibilidad entre el socialismo y la utopía de libertad, soberanía y
unidad de los libertadores de Nuestra América.
Raro bonapartismo este que ayudó a convertir a un conjunto
de organizaciones y movimientos de la sociedad civil popular en el eslabón más
débil de la cadena de colonización y dominación.
Raro bonapartismo este que ayudó a que los oprimidos del
país descubran su identidad como clase junto con sus capacidades para
transformar la realidad.
Raro bonapartismo este, aún considerando la flexibilidad de
tan gastada e inútil categoría teórica. Raro y heréticamente
descarriado.
Raro populismo este, si cabe la utilización de otra
categoría igual de imprecisa y amplia. Raro, porque cabalgó (y cabalga) sobre
una contradicción, y uno de sus polos abriga una potencialidad emancipatoria.
¿Qué rumbos tomará ahora la Revolución Bolivariana? ¿Será el
Chávez símbolo tan importante como el Chávez de carne y hueso? ¿Podrá el joven
mito conjurar la dispersión? ¿Se invocará su nombre como bandera del proyecto
revolucionario y libertario original o será el signo del simulacro de
socialismo que impulsan las corporaciones y la burocracia? ¿Se invocará su
nombre sólo como sostén de proyectos liberadores o su nombre podrá ser invocado
en vano y servir de soporte para una América Latina ajena, de factoría,
estancia, fundo, shopping center, zona franca y cuartel policial? ¿Qué harán
ahora el imperio y las clases dominantes para eliminar las ansias del pueblo
venezolano de dirigirse a sí mismo? No debemos olvidar el proceso histórico con
el que se entrelaza indisolublemente la figura de Chávez. Un proceso histórico
que arranca, cuanto menos, en el Caracazo de 1989 y que tiene un pico muy alto
en puente Llaguno, cuando el golpe de 2002. Mencionamos los hitos más
imponentes e históricamente determinantes, pero no pasamos por alto la
existencia de infinidad de hitos pequeños, cotidianos y a veces imperceptibles.
Este proceso histórico, seguramente, encontrará nuevos cauces. Porque aunque
resulte una obviedad, no hay que olvidar que Chávez es también el nombre de una
experiencia histórica realizada por el pueblo venezolano, una experiencia que
está más abierta que nunca. Chávez es el testimonio de una batalla inconclusa.
El sentido presente y futuro de su figura se dirimirá en la práctica, en la
lucha de clases y en la lucha de calles.
De todas maneras, hoy nos resultan agobiantes los análisis
históricos “macro”. Hoy no nos sirven de consuelo las visiones totalizadoras.
Hoy, nosotros, presuntamente inmunizados frente a las patologías
caudillescas y las figuras volcánicas, no podemos evitar sentirnos abrumados
por la angustia ocasionada por la perdida de una voluntad individual demasiado
radiosa y excepcional. Hoy no podemos esquivar la certeza de sabernos más solos
en un mundo que nos parece un poco más desencantado que ayer.
Hoy nuestro corazón endeble añora su presencia.
Mañana mismo, seguramente, habrá que comenzar a llenar este
vacío: con pueblo brillando con luz propia, con pueblo organizado, unido y
conciente, con discusión en la base, con formas de mando populares y
democráticas, proyectando las mejores praxis antisistémicas desarrolladas por
el pueblo venezolano en los últimos 25 años.
Hasta la victoria siempre, querido comandante.